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martes, 14 de septiembre de 2010

Toros, sí; toros, no

Que el toro está presente en nuestra cultura desde tiempos remotos, nadie puede dudarlo. Lo proclaman la historia, el arte, la poesía, la religión, las fiestas.

(foto del friso de Knossos)

Los frisos cretenses del palacio de Knossos (s. XV a. C.), ofrecen juegos acrobáticos en los que compiten hombres y mujeres que se agarran a los cuernos de robustos toros y saltan por encima de sus lomos.

(Foto del rapto de Europa. Pintura pompeyana)

Nuestro viejo continente nació por la llegada de una joven fenicia, la hermosa Europa, a cuya belleza no pudo resistirse el poderoso Zeus que transformado en un toro, la sedujo conduciéndola hasta Creta.

El rey Minos fue su hijo. Quiso que su esposa fuera fecundada por un bellísimo toro blanco y el hijo, mitad toro, mitad hombre, el Minotauro, tuvo que ser encerrado en un laberinto y alimentado con jóvenes atenienses, hasta que Teseo logró matarlo.

Las pinturas prehistóricas de Altamira reproducen animales que fueron sin duda los antepasados del toro: bisontes y uros…y las culturas indoeuropeas del bronce y del hierro, junto a los caballos, muestran una singular devoción por los toros: berracos de Guisando y los vettónicos, tan presentes en la Lusitania.

En las representaciones pictóricas y en las esculturas, en los juegos cretenses, nada sangriento y cruel puede percibirse.

Gran importancia tuvo en el sincretismo religioso romano el culto a Mitra, divinidad de origen oriental persa que en Mérida gozó de gran devoción como lo evidencia la amplia mansión del sacerdote de Mitra, el Mitreo, con bellísimos mosaicos y con unos recintos dedicados al culto y al sacrificio del toro. En una estancia superior, la sangre del toro sacrificado, chorreaba por un orificio hasta el altar, con un fin purificador. No podemos entretenernos en explicar más sobre este culto a Mitra, que desapareció con el emperador Teodosio. Sólo interesa subrayar que en el sacrificio ritual del toro no había un contexto festivo y menos cruel.

Siempre se ha pensado, aunque no hay unanimidad de criterios, que el toro es un animal totémico de los pueblos mediterráneos.

En las tribus primitivas, se vivía de la caza, pero durante un año, se respetaba siempre un animal, al que se le tenía especial reverencia y respeto. Era el animal sagrado, el tótem.

También conocemos el derecho ancestral de “pernada” del jefe de la tribu, el padre o abuelo y como consecuencia cierto deseo de matarle y hacerse con su poder y fuerza. Como esto era tabú, homicidio y sacrilegio, el animal sagrado o tótem sustituía al padre y una vez al año era sacrificado en medio de un contexto festivo y de comunión con su energía y poder.

Los famosos “suovetaurilia” romanos eran ofrendas en las que se sacrificaban hasta cien cerdos, ovejas y toros ( hecatombes).

Los juegos cretenses con el toro y el sacrificio anual del animal totémico pueden estar en el origen remoto de nuestra tauromaquia, evolucionada en diferentes escenografías y ritos en los que la sangre del toro borbotea y la vida del torero peligra.

En las personas que se apasionan con la fiesta taurina, juegan múltiples elementos, conscientes e inconscientes: atávicos - costumbristas, estéticos: colorido, vestidos de luces, música; todos los elementos escénicos rituales que se conjugan en las plazas, hasta su redondez. Hay quien ve componentes sexuales. También la violencia del enfrentamiento con la “bestia”, la sed escondida de sangre, el instinto de muerte, la necesidad de encontrar víctimas expiatorias para las contiendas y culpabilidades de nuestra vida cotidiana, el fervor encendido y contagioso de la colectividad, como en otros espectáculos de masas; la catarsis que sucede a la explosión de sentimientos reprimidos.

Que hay crueldad, mucha crueldad en esta fiesta, nadie puede negarlo, por mucho que se intente justificar, acicalar y exaltar. Cuando tenía ocho años, pude entrar con otras niñas a ver el último toro de una corrida, gratuitamente. Todavía me veo con los ojos y los oídos tapados, sufriendo unas veces por el toro y otras por el torero. No volví más a ninguna corrida. Cruel sí, desde el principio hasta el fin.

Tengo que respetar a los que sienten incluso devoción por ella, pero me alegro que por fin se puedan hacer públicos los sentimientos de los que experimentamos horror y que se lleve al parlamento el debate abierto sobre si este espectáculo debe seguir entreteniendo nuestro ocio o ya es hora de suprimirlo o darle otro giro más acorde con la sensibilidad que como humanos nos corresponde hacia todos los seres vivos: vegetales, animales y personas. Es claro que todos nos necesitamos y que unos ayudan a vivir a otros, pero las relaciones que nos unen no pueden estar teñidas de crueldad ni de sadismo, menos para divertirnos. Y por favor, no politicemos algo que venía gestándose hace tiempo y que afecta a personas de todas las comunidades. No es “nacional” lo que no nos atañe a todos los españoles.

Matilde Garzón Ruipérez, catedrática de latín, jubilada.

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