En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

sábado, 27 de noviembre de 2010

Vida más allá de la muerte


Desde El Fedón, diálogo de Platón, se ha hablado mucho sobre la inmortalidad del alma. Dice el cantante José Luis Perales: “hay momentos en esta vida, tan felices, que pienso que el cielo lo tengo aquí -¿Y son frecuentes esos momentos? -Son intensos, maravillosos, pero no demasiado frecuentes. Por eso pienso que hay una vida después de ésta. No es lógico que vengamos a este mundo a pasar un minuto de felicidad por mil de infelicidad. En lo más profundo de mi ser hay el convencimiento de que hay otro mundo que no es así. No nos conformamos con que un día salga el sol y esté todo precioso, sino que queremos que sea siempre”. Recuerdo haber leído de un famoso general que en su epitafio mandó poner, entre otras cosas, los días que fue feliz, que eran bien pocos, y añadía, “y no todos seguidos”… una mujer al que se le murió el marido de accidente, a quien quería mucho, puso en un libro que le dedicó: “con él fui feliz los 30 años que pasé a su lado… todos seguidos”. Pero, aún así, sabiendo que la felicidad depende del amor, en esta vida no lo tenemos todo. Podemos estar contentos, pero no satisfechos por completo, si no en la esperanza de un mundo mejor. Porque llevamos dentro una sed de eternidades, de infinitud...
Hay una cierta intuición en el hombre, en la que se atisba todo esto y algunos autores paganos hablan de hombres que tienen deseo de ser dioses o hijos de dioses. Y el sentimiento de “endiosarse” lleva a la osadía de las cosas grandes. Constituye un endiosamiento: “Si hemos sido hechos hijos de Dios, hemos sido hechos dioses” (S. Agustín).
Esta intuición genera esperanza, que no es olvidar nuestra vida y el mundo. El marxismo clásico consideró a la religión como el opio del pueblo, pues la religión, mientras orienta la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo estaría apartando de la construcción de la ciudad terrestre. Pero hemos visto durante los desastres del siglo XX que en realidad son los sistemas sin Dios los que aniquilan al hombre, o los egoísmos individualistas que tenemos aún hoy: comamos y bebamos, que mañana moriremos es algo nefasto, pues el hombre sólo se realiza con la apertura hacia los demás. Pero tampoco está bien olvidarnos del mundo y pensar sólo en el cielo. Está claro que muchos cristianos han abandonado el mundo de aquí, pensando mucho en el mundo futuro, abandonando las obligaciones sociales… La noción de liberación “integral” propuesta por el magisterio de la Iglesia conserva, a la vez, el equilibrio y las riquezas de los diversos elementos del mensaje evangélico. Amor al mundo. A lo largo de la historia hemos visto concepciones de la vida muy pegadas a gozar de la tierra, y otras que desprecian esta realidad y buscan el cielo. Joan Maragall en su cántico espiritual se refería a un mundo al que amaba, y le costaba imaginar algo más grande: “si el mundo es ya tan hermoso, Señor, … / ¿qué más nos podéis dar en otra vida? /… querría / detener muchos momentos de cada día / para hacerlos eternos dentro de mi corazón”; en el centenario de este gran poeta, recordemos cómo su fe le llevaba no sólo a pensar en un más allá, sino a ver a Dios en nuestra realidad, por eso acababa su plegaria diciendo: “¡Déjame creer, pues, que estás aquí!”
            Llucià Pou Sabaté

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hoy has abierto tu corazón...

Hoy has abierto tu corazón, y tu casa, a los que lo han necesitado. Y no has pedido nada a cambio. Dicho así, suena como algo extraordinario, y difícil de llevar a cabo, en este mundo individualista en que vivimos, en esta sociedad egoísta que busca satisfacciones instantáneas, como si de un servicio de messenger se tratara: quiero sentir amor hoy entre 11 y 12 de la noche, le doy al correspondiente botón, el de teleamor, y...voilà! Necesito ayuda para mudarme y...un momento, ese botón de teleamigos de alquiler, sí, estupendo, si no tienes a nadie, no te preocupes, no estás solo en el mundo (aunque en realidad sí que lo estás, si no tienes dinero para pagar...), en seguida te llegan a casa tres nuevos "amigos" dispuestos, por un módico precio, a ayudarte con los trastos de la mudanza...




¿Es que acaso te despiertas ahora de un mal sueño? No, el mundo, muchas veces, no ve más allá de sus propias narices...



Pero tú has roto el círculo: has dado tu tiempo, has dado tu fuerza física, has dado tu conocimiento y tu información, has dado tu compañía, has dado tu sonrisa, todo aquello que la mayoría nos guardamos tan celosamente, como si lo fuéramos a necesitar en momentos de vacas flacas, como si estuviéramos de por vida obsesionados con tener la despensa bien aprovisionada.



Y no nos damos cuenta de que, algún día, nos llegará el momento del último viaje, aquel que se hace sin equipaje, todos viajando en la misma clase, y sin billete de vuelta...



Tú no has calculado que hoy te quedabas sin nada, no has reservado nada para mañana, por si acaso... no has sido previsor como la hormiga, para muchos habrás sido un imprudente, por abrir tu corazón, por abrir tu casa.



¿Cómo es posible ir tan contracorriente? ¿Hay que estar hecho de una pasta especial? ¿Es necesario ser diferente, mejor, más santo? ¿No te das cuenta de que la gente te mira con recelo, de que asustas a algunos, de que podrías quedarte solo?



Tú conoces el secreto: el secreto está en Su Paz. La que nos anunció ya antes de irse, y que nos dejó como el mejor don. Sin esa paz en el corazón, es inútil esforzarse en ser feliz, o intentar hacer feliz a alguien. Esa paz que se contagia, que se escapa por los poros, que está hecha de un material cuya densidad la hace capaz de ser recortada en pequeños bombones, bombones que regalar luego en bonitas cajas decoradas con enormes y vistosos lazos de colores, con tarjeta y dedicatoria, acompañando cada latido de tu corazón, tu corazón lleno de paz.



Hoy has vivido el mejor regalo, Su Paz. No quieres que termine el día sin dejar constancia de lo que has sentido en tu tejido más íntimo. Y mucho menos podrías irte a dormir sin antes haber abierto todas esas cajas llenas de paz empaquetada y lista para regalar. Pasen y vean. Pero no sólo miren: pasen y sírvanse, por favor, compartan esa paz que tú has recibido en tu corazón, simplemente por vivir de fe, por creer creyéndote lo que crees, por imaginar, aun sólo por un momento, que lo que crees ya es realidad, una hermosa y “real” realidad, sí, que se superpone a los momentos bajos que todavía vendrán, que los viste de blanco, de blanca paz.



“La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da yo os la doy. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde…” (Jn 14, 27)

cristina moreno alconchel

martes, 23 de noviembre de 2010

La vida sacerdotal de la mano de María (ser experto en humanidad, identificarse con Cristo y llevarlo a los demas); de Vocaciones sacerdotales, Eiunsa 2010.

1. Me llamo Llucià (Luciano) Pou Sabaté, nacido en Tortellà, un pueblo montañoso de la región pirenaica de Olot (Girona), zona volcánica de montañas cubiertas de bosque con valles que invitan a pasear por las veredas de los rios; de ahí es mi madre, y mi padre venía de Valencia. Soy el mayor de 5 hermanos de los que el último es sacerdote también, de la diócesis de Gerona. Actualmente estoy en Granada, donde llevo algo más de un año, dedicado a labores propias del Opus Dei, entre ellas colaboro en el colegio Mulhacén y en la parroquia san Ildefonso. Desde pequeño “mamé” la fe cristiana, la generosidad y el servicio alegre las vi encarnadas en mi madre, esas virtudes serían caminos por los que fui respondiendo a ciertas pistas, y al poco de pedir la admisión en el Opus Dei supe que hacían falta sacerdotes para la predicación, dirección espiritual, y sobre todo para los sacramentos; y así un día escribí a nuestro Prelado mostrándome disponible para ser sacerdote si convenía. Es algo que luego fue madurando con el tiempo, cuando al acabar el bachillerato en Gerona me trasladé en 1978 a estudiar Historia en Sevilla y allí también fui colaborando en el apostolado con la gente joven (en el colegio mayor Almonte, y en el club Arqueros), e íbamos también a Jerez de la Frontera. Luego me trasladé a Córdoba en 1982, y a Roma en 1984, donde viví otros 10 años, estudié más a fondo teología, trabajé en nuestra curia y también colaboré en varios clubs de jóvenes, y fui ordenado sacerdote en 1991. Seguí en Roma trabajando en estudios de Historia Eclesiástica; acabé la Teología en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma) y en 1994 recibí el Doctorado con la tesis sobre “La filiación divina y el obrar moral en Santo Tomás de Aquino”. Allí colaboré también en clubs juveniles y en alguna parroquia. En 1994 volví a España, primero a mi Cataluña natal y desde el 2008 estoy en Granada.

2. ¿Por qué sacerdote? ¿Cómo se nota o cómo viene la vocación? ¿Cómo habla Dios? Lo primero que se me ocurre es que ser cura no es ser más que los demás. Cuando vivía en Roma atendía diversas personas, algunos seminaristas. Uno de ellos, hoy sacerdote buen amigo, alemán, me decía que ser sacerdote es lo más importante que se puede ser en la vida. Viendo que confundía lo funcional con lo esencial, le dije que celebrar Misa era lo más alto, pero la santidad no era eso, que mi madre era mucho más santa que yo y no era sacerdote. Eso le desconcertó pues al confundir las dos cosas: misión e importancia, ponía la santidad en la función, y entonces sería menos importante una mujer por no poder ser sacerdote. Lo esencial en la Iglesia es la santidad, como vemos en María Virgen. Lo más importante en mi vida es mi ser hijo de Dios, mi sacerdocio real, lo que aprendí de mi madre: procurar tener buen corazón, hacer el bien, y para eso, rezar a mi Dios, a mi Jesús. Las oraciones aprendidas de pequeño, al levantarme y acostarme, tratar a Jesús y María, y pedir ayuda a mi ángel de la guarda, cosas que aunque abandoné en algún momento nunca he olvidado. La Misa de los domingos en familia, la primera comunión y las siguientes con una preparación exquisita, por parte de la parroquia. Otro despertar a este sacerdocio real fue al conocer el Opus Dei, cuando vi que la gente me quería, me sentí en casa, y me quedé con ellos. Fui asistiendo a actividades formativas y también impulsando el apostolado para extenderlo entre los jóvenes, y nos lo pasamos muy bien. Comencé a estudiar más en serio, con más ganas: la sala de estudio era el lugar donde pasábamos más tiempo, también teníamos buenas tertulias, y rezábamos en el oratorio… y di el paso a esa entrega a Jesús.

Pienso que la vida es dejarse llevar por la mano de Jesús, que está siempre a nuestro lado, y dentro de nosotros en su Espíritu, guiándonos. Es como si fuera una ginkana, y aparecen las personas oportunas en el momento oportuno, todo nos va llevando como con facilidad hacia ese destino que se forja día a día, esa historia que construimos juntos, Él y nosotros. Nuestra libertad se mezcla con la suya. Todo sirve para nuestro bien. Al final, todo es gracia. Dios es Señor de la historia. Y Dios ya está aquí. Todo esto se concentra en la ceremonia de la ordenación: es impresionante, ya en la fase previa fui ante el sagrario a pedir al Señor serle fiel, día a día, hasta el final. En ese gran momento de mi vida procuré hacer un acto de confianza especial en Dios, de abandono en su providencia. Todo esto se ve reflejado en un momento en el que se unen tantas emociones, y es el de la postración, en la ceremonia de la ordenación diaconal, instantes antes de la imposición de las manos del obispo y la fórmula consagratoria, mientras todos imploran a Dios y los santos su intercesión para con nosotros. Se hace en la ordenación diaconal, y en la ordenación presbiteral, de un modo más imponente, pues es el momento del gran paso: sentí ese gran don de Dios. Y pido oraciones a los que lean estas palabras, precisamente este año celebramos el año sacerdotal… para pedir por la santidad de los sacerdotes… es muy grande misión para lo poca cosa que somos: un hombre normal, que tiene que ser instrumento para que actúe de un modo especial Jesús en la tierra.

Recuerdo el impacto de la ordenación sacerdotal: mi madre estaba contentísima, mi padre ya no estaba (muy contento con mi vocación, ofreció su enfermedad hasta que le llegó la muerte). Cuando supe que había llegado el momento preferí escribir a mi madre y después ya hablamos por teléfono. Me dijo que había llorado emocionada al leer la carta y que ya estaba preparando la primera Misa. Como tantas madres católicas, le hacía mucha ilusión tener un hijo sacerdote. Mi abuela también se emocionó, y me hizo gracia algo que me dijo en aquel momento: “¡qué ilusión, no recuerdo que nunca haya habido ningún sacerdote en la familia!” Mis hermanos se alegraron mucho, de hecho el menor de ellos, que había acabado como yo la carrera de Historia, entró en el seminario aquel año, para ser también sacerdote, con lo cual el contento de mi madre y la exultación de mi abuela fueron dobles. Los amigos reaccionaron de maneras diversas, impactantes en algún caso, como éste que me dijo por carta: “deja que te diga que espero el día en que con tus manos consagradas hagas, sobre mi cabeza, la señal de la cruz”.

En los días de la ordenación vino un chico de Barbastro que había coincidido conmigo en Roma en una convivencia unos años antes, lo vi nada más que un momento, quise saludarle pero él no quiso molestar, desapareció en medio de la gente… nunca más lo he visto… sufrí al ver que habían ido a mi ordenación como otras muchas personas y yo no podía atenderlas, estar un momento con ellas… que no era digno del cariño que me tenían y que yo no podía corresponder… en Gerona me pasó lo mismo con amigos y compañeros, y en dos pueblos donde pude celebrar una Misa con la parroquia: Tortellà, el pueblo donde nací; y en Bescanó, el pueblo donde luego nos trasladamos e hice amigos de adolescencia, donde la maestra de educación infantil estaba emocionada recordando cuando me educaba a mis 6 años. Allí invité a concelebrar al sacerdote que –enfermo- me dijo que ya no celebraba, pero que asistiría. Me dio pena, vi que se emocionaba, y lo fui a buscar después a la rectoría donde se había ido como escondido, y me dijo que hablara siempre como había hecho en la homilía de esa celebración, con el corazón… palabras que he tenido siempre presentes, y a él también, pues murió poco después.

Pero lo esencial del sacerdote es tratar de identificarse con Cristo y llevarlo a los demás, para esto hemos de hacer nuestra su vida, también acoger su Cruz, con las desgracias de las personas que tratamos. Otros retos que afrontar son el tener que dejar una ciudad, un trabajo, unas personas que te quieren para comenzar en otro sitio… es hacer vida la Misa, donde celebramos la Pascua, que quiere decir esto: Jesús pasa de la muerte a la vida, y este ciclo vital se repite en nuestra vida: nacer, morir, resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplante y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la muerte, es la puerta de la vida… honores y cargos, trabajos importantes… se van difuminando… quedan las personas, esa compañía de Dios que se va perfilando o casi revelando al paso de nuestra historia. Ya aquí tenemos el premio de las obras de amor, con una vida llena cuando notamos esa sintonía, como una correspondencia, y la tenemos cuando nos entregamos y la gente lo nota y descubre que ese amor que damos viene de Dios y lo agradece en nuestra persona y procuramos no quedarnos ese agradecimiento sino disfrutar de esa felicidad compartida que supone aquella conversión, una confesión, reconciliación familiar, encontrar un sentido a la vida, otro que dejar de pensar en la muerte, etc., y todo esto es prueba palpable de que valía la pena dedicar ese tiempo…, que vale la pena ayudar a la gente en el camino de la vida, que somos instrumentos de Jesús que sigue pasando por el mundo.

Por ejemplo, me contaba un padre de familia con graves problemas económicos y familiares que le llevaron a pensar en matarse, que cuando iba en coche a punto de tirarse por el precipicio, ya acelerando y a pocos metros, le vino a la cabeza una frase que dije en una homilía unos días antes en una iglesia pública, con motivo de la fiesta de san Josemaría Escrivá… glosé unas frases que a él le sirvieron en aquel momento para motivarse y tomar la curva sin salirse, frenar el coche y bajó y al pensar en lo que estuvo a punto de hacer se puso a sudar frío… luego vino a contármelo. Con el tiempo, fue arreglando la situación.

No voy a hablar de la soledad, que con la fraternidad no se nota, como he visto yo al estar acompañado en la Obra. También está el peligro de la rutina, o nos puede costar llevar la carga del sufrimiento de los demás, o puede llegar la cruz o la falta de atenciones o el desconcierto de la noche oscura... (como Teresa de Calcuta, o santa Teresita). Cuando se pasa por esos momentos, es hora de encontrar el sentido de la cruz, y de hacer un acto de generosidad, de actuar de tal modo que procuremos que a nuestro alrededor nadie pruebe esto tan amargo que hemos padecido en esa ocasión; con la experiencia de aquella prueba pasada procuraremos dar a los demás eso que no hemos encontrado... Una técnica de éxito muy sencilla, pero muy poderosa, es sonreír aunque cueste. No hay cosa tan pequeña que dé resultados tan grandes, para cambiar el mundo: mirar a las personas con amabilidad, con una sonrisa sincera. Pero a veces no es fácil y uno se pregunta: ¿por qué ese dolor?, quizá recordamos cuando no sabíamos nadar y no hacíamos pie: los pulmones se disparan, perdemos el aliento ante la sorpresa… así nos sentimos a veces, desconcertados por situaciones que no nos esperábamos, que nos parecen injustas, y ese desconcierto impiden pensar, nos hace sumir en un pozo en el que se hace de pronto la luz. En aquella dificultad hay concertado un encuentro con Dios, que al mismo tiempo prepara para otras pruebas posteriores: un desgarramiento interior –sacrificio- suele ser un preludio del éxtasis, en la sinfonía de la vida, y al mismo tiempo es eso un camino para reforzarse para lo que vendrá… Desnudez del alma que se une a Dios, fortaleza que ya nada tiene de humano, santuario donde se da el Encuentro... en esos momentos hay que tener paciencia, liberarse de la opinión de los demás y de la honra, y encontrar una capa más interior en la que sólo Dios cuenta… y esos amigos que nos mantienen en contacto con la realidad, por esa confianza con ciertas personas creemos en lo que nos dicen algunos, pero no en “el mundo”, “las modas”, o esa opinión que se ha creado sobre nosotros mismos… El tiempo nos da muchas respuestas, pone las cosas en su sitio, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que esta lejano… aprendemos a interpretar ese silencio de Dios y las pistas que nos da en Jesús en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.

Juan Pablo II, como también ahora Benedicto XVI, nos hablan del tema: sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello pasaría por la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección. Y lo mismo podemos hacer nosotros unidos a Él.

Pienso que para que no haya crisis de soledad y cansancio y por tanto insatisfacción, una cosa esencial en la vida es la amistad: mis amigos me sostienen, aunque no se notan. Estar con un amigo es no tener que explicar nada, poder estar también en silencio, como leí hace poco: “lo que importa no es lo que se dice, sino lo que jamás resulta preciso decir. Para mí un amigo... es aquel que escuchará la canción de mi corazón y me la cantará cuando me falle la memoria”. No me han faltado esos amigos que me han sostenido, pienso que Dios me ha puesto en el camino esas personas en el momento oportuno. Una vez existen esas personas ni siquiera hace falta ya verlas. Cuando hay un amigo, todo es soportable, más aún: útil para el crecimiento. En muchas ocasiones sentimos que la presencia de los demás nos lleva a algo más alto. Hay una unión misteriosa entre las personas que crea un espacio para la presencia del Señor: “donde estéis dos o tres de vosotros reunidos en mi nombre, ahí estoy Yo”, en un espacio espiritual de comunión, tierra sagrada. Junto con la amistad (y en primer lugar con Dios, la oración), es esencial para la salud el contacto con la naturaleza, música… todo lo que sea belleza engrandece el espíritu, y como estar con la gente ya lo hacemos algunos, lo que nos falta es esos remansos, esa paz en soledad… Recuerdo cuando vivía yo en Roma que un mendigo al verme correr por las calles me dijo: "¿por qué vas tan deprisa? No hace falta correr... Tómate la vida con más calma." A veces cuesta entrar en nuestra verdad interior, y nos duele enfrentarnos a nosotros mismos.

Pienso que el gran regalo que nos ha dejado el Señor se puede resumir en la devoción al Sagrado Corazón y la versión moderna de la Divina Misericordia, y los rayos divinos que salen de las imágenes que nos proponen para la devoción resumen la fuerza de los sacramentos del Bautismo-Confesión (que es una actualización del “sistema operativo” del bautismo) y la Eucaristía, y Jesús nos ha dejado junto a su Iglesia la ternura de su Madre, para que nos acojamos a su protección, como refugio y puerto seguro en la tempestad, camino en el camino de la vida, y esperanza de salvación.

3. Para resumir de algún modo lo que se me pasa por la cabeza, diría que Jesús es fascinante, en Él lo tenemos todo, en Él Dios nos ha dado todo… Yo encontré este camino que abrió con su vida Josemaría Escrivá, vi en este santo una figura apasionante. Impresiona la naturalidad del mensaje que Dios quiso que propagara, de santidad en el mundo, de paz interior como fruto de esa lucha que mantenemos con nosotros mismos al servicio de Dios y de los demás, de alegría verdadera y profunda fruto de la gracia… es el día a día, lo concreto, lo que nos ha puesto Dios en las manos, pues ahí está Él. Pienso que de él, de los santos, de mi madre y amigos y de la gente buena que me rodea, aprendo la experiencia que luego se hace diálogo con Dios y ayuda para los demás, mensaje oral en predicación o dirección espiritual, o escrito, mi vida. Supongo que es el contacto con la realidad, el diálogo con la gente, lo que nos orienta en el conocimiento personal, y el contacto con la gran cultura a su vez sugiere maneras de afrontar la realidad: experiencia vivida-interiorización, y al anidar en el interior, afloran las cosas, van surgiendo… y al ver que sirven a otros nos alegran. Así de sencillo. Gracias a las caras de satisfacción, al ver que ayudan, da ánimos para seguir, al ver que “la cosa va bien”. El otro día me decía una madre que sufría por la crisis de un hijo adolescente y como a ella le gustó un artículo mío, se lo dejó, y vio que él lo ampliaba y lo colgaba en la pared, y le ayudaba a superar aquellos días. Esto da satisfacción…

Nos ordenamos sacerdotes para poder hacer presente la redención de Jesús, celebrar la Misa y los demás sacramentos, predicar y atender enfermos, ser instrumentos de Jesús cabeza de la Iglesia… Juan Pablo II insistía en la caridad pastoral, y ser expertos en humanidad… Mi vida ministerial lleva todo el bagaje de mi vida, en la consagración del sacramento del orden todo ello se centra en la Misa, como sacerdote de la Iglesia, al servicio de todas las almas, incardinado en la Prelatura Opus Dei. ¿Esto qué conlleva? En primer lugar, rezar, unión con Dios, la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos y Liturgia de las horas, etc., pero al mismo tiempo procurar atender a la gente, especialmente a los más necesitados, hacer de buen samaritano: confesar, escuchar, predicar, etc. Y para ello, estudiar, mantenerme en forma, culturalmente y si puede ser físicamente, para no perder la salud… en fin, basta ver lo que hace un buen cura para ver lo que me gustaría ser, camino para llevar a las personas a ser felices y claro, a Dios.

Pensando en estos 18 años de vocación de sacerdote, consideraba que no he sido hombre de hacer proyectos sino más bien de dejarse llevar, de saberme acompañado por el Señor en el camino, y si bien junto a este notar a Dios también noto la insatisfacción, pienso que es algo connatural en la vida: que estamos contentos pero siempre esperamos un “más”, que nos lleva en la esperanza a un “más allá” que tendremos en el cielo, pero que también nos ha de llevar a disfrutar del presente, mientras sabemos que lo mejor siempre está por llegar.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Allen y el Opus Dei, entrevista y su libro.

Hace unos meses en España se pasó en la televisión la película “Camino”, con críticas al Opus Dei, a partir de la historia de una niña que murió, Alexia. Ahora se acaba de rodar la “verdadera historia de Alexia”, que saldrá en pantalla en unos meses, ya se pueden ver los resúmenes de la película. Hace pocos años fue más famosa la película que siguió al libro “El Código da Vinci” donde se tocaba también el tema de los “secretos” del Opus Dei. También está para salir al cine un film donde sale muy bien la figura de san Josemaría Escrivá. Por eso me animo a mandar ahora una reseña del libro que escribió poco después el más importante vaticanista, al menos en ambiente anglosajón, y aquí seguido pongo una entrevista breve, donde plantea desde fuera su visión “sociológica” de esta obra de Dios. Lógicamente no comparto todo lo que dice, pues Allen no comparte todo el magisterio del Papa, pero sí que es una visión periodística de un vaticanista, de entre lo que hay lo mejor que he visto, y por eso prefiero respetar su visión sin manipularla, en todo caso en la reseña ya comento alguna cosa.
Tras entrevistarse con unos 300 miembros del Opus, John L. Allen me los define como personas inteligentes, preparadas, competentes y equilibradas…, pero cuya organización debería ser más transparente y más autocrítica. Lo expone en ´Opus Dei´ (Planeta), libro respetuoso con el Opus: le absuelve de casi todos los pecados… menos del de una cierta arrogancia y autosuficiencia. El libro está sazonadísimo de datos: el Opus tiene 85.000 miembros (el 40% está en España y la mitad son mujeres), de los que el 78% son supernumerarios (personas laicas que, casadas o no, siguen las directrices del Opus y colaboran en sus actividades), el 20% son numerarios y el 2% son sacerdotes… Me informa de que un tercio de las redacciones de los diarios españoles se ha formado en centros del Opus.
JOHN L. ALLEN, PERIODISTA VATICANISTA: HA INVESTIGADO AL OPUS DEI
“‘El código Da Vinci’ beneficiará al Opus”

Tengo 41 años. Nací en pleno Kansas y, desde hace seis años, vivo en Roma. Soy corresponsal de la CNN y del semanario norteamericano National Catholic Reporter en el Vaticano. Estoy casado con Shanon y no tenemos hijos. Soy católico, como el 25% de los estadounidenses.
¿Ideología? Soy un periodista anglosajón, yo no juego a partidismos

VÍCTOR-M. AMELA - 03/06/2006
- ¿Qué es el Opus Dei?
- Una asociación católica que existía desde antes de El código Da Vinci, ja, ja…
- No sé si al Opus Dei le hará tanta gracia el asunto…
- Me consta que ahora en el Opus Dei empiezan a ver en la novela de Brown -y en la película- una oportunidad de la que obtener un provecho.
- ¿Cómo?
- Yo ya me he topado con una persona - un estadounidense- que se enteró de la existencia del Opus Dei gracias a El código Da Vinci, que le despertó curiosidad, le interesó, se acercó… ¡y hoy es ya miembro del Opus!
- Interesante.
- ¡La visibilidad pública mundial que al Opus le ha regalado El código Da Vinci equivale a una campaña publicitaria de miles de millones de dólares…!
- A costa de retratarlos como criminales…
- Al negarse a atender los ruegos del Opus Dei de no ser retratado así en la película, Hollywood aparece ahora como abusador y el Opus como víctima: le atraerá simpatías.
- El Opus debería contratarle como asesor.
- Ja, ja…, yo anuncié al Opus mi intención de escribir un libro, por lo que solicitaba que me abriesen todas sus puertas sin restricciones.

¡Y aceptaron! Ése es el buen camino…
- A cambio, les saca una foto favorecedora.
- No.
- ¿No?
- Ha salido un retrato en claroscuro: he recogido todas las luces y todas las sombras.
- Resúmame las luces.
- El Opus Dei es una idea luminosa: que el trabajo de cada día sea camino de santidad, que los laicos sean los protagonistas.
- ¿Es la propuesta de Escrivá, el fundador?
- Sí, y dijo recibirla de Dios: santificar el mundo llevando el cristianismo a la vida cotidiana, sacándolo de las iglesias…
- ¿Y dónde empiezan las sombras?
- En su funcionamiento como estructura, con una cierta autosuficiencia y cerrazón: su autoexigencia nos los aleja… ¡El Opus Dei es la cerveza negra Guinness Extra Fuerte de la Iglesia católica!: exige un paladar preparado. Si no lo tienes, sientes rechazo.
- ¿Ha probado usted esa cerveza?
- Viví durante cinco días en una celda del colegio mayor Pedralbes de Barcelona, como un miembro numerario del Opus.
- ¿Qué es un numerario?
- La persona que tiene al Opus como su familia más inmediata: viven en centros del Opus, son célibes y la mayoría son profesionales competentes que entregan al Opus la porción de sus ingresos que no necesitan para sus gastos de manutención.
- ¿Y qué tal le fue la experiencia?
- Yo no sirvo. Admiro a quien es capaz de llevar esa vida, demasiado estricta y estructurada para un individualista como yo. Una vida en la que el grupo ocupa mucho…
- Se ha acusado al Opus Dei de secta…
- ¿Acusaríamos de secta a un partido político? El Opus Dei sí es una estructura fuerte, con expectativa alta de obediencia, pero yo no he visto ningún lavado de cerebro.
- Se ha dicho que confinaban a sus disidentes en sus psiquiátricos…
- ¡Hasta se habló de un “gulag del Opus” en el cuarto piso de su clínica de Navarra! La visité: había 25 pacientes felizmente tratados, y ninguno era del Opus.
- O sea, que si soy un numerario del Opus y decido dejarlo, ¿no me hostigarán?
- Persuadidos de ser obra divina, intentarán convencerte para que sigas, por tu bien. Pero no te secuestrarán. ¡Hay cientos de exnumerarios, y que no critican al Opus! Aunque hay muchos otros que sí lo hacen…
- ¿Con qué acusaciones?
- Son personas que no encajaron, porque ser numerario plantea desafíos, es duro. Y lanzan acusaciones de obediencia ciega, rigidez, ansias de poder, mortificaciones…
- ¿Sí? ¿Es verdad que se flagelan?
- Yo llevé dos horas al día un cilicio en el muslo, como hacen los numerarios: cómodo no es…, pero no duele. A mí me resulta más dura una hora de gimnasio, ja, ja…
- ¿Qué sentido tiene ese cilicio?
- Recordarte el sufrimiento de Jesús, del mundo. Y una vez por semana, el miembro numerario se latiga en la espalda durante el tiempo que dura un padrenuestro.
- Se acusa al Opus de ultraconservador.
- Abomina del aborto, la eutanasia, la contracepción y la homosexualidad.
- Se le acusa de perseguir poder…
- Se cultiva un anhelo de excelencia en el trabajo, lo que ha llevado a algunos miembros a puestos relevantes. Pero no he visto un plan de dominio político o económico.
- ¿Tienen mucho dinero?
- Manejan unos 3.000 millones de dólares en el mundo. Bah, no es tanto…
- ¿Y no dominan el Vaticano?
- De los 4.500 obispos de la Iglesia católica, sólo 39 son del Opus.

De 193 cardenales, dos son del Opus. Y de los 2.550 miembros de lacuria vaticana, sólo 20 son del Opus.
- ¡Pero quizá muy influyentes!
- Juan Pablo II tuvo mucho aprecio al Opus, es cierto, por ofrecer a obreros y trabajadores una alternativa a ser comunista. Antes de entrar en el cónclave que le haría Papa, ¿qué fue lo último que hizo Wojtyla?: ¡rezar ante la tumba de Escrivá…!
- Y Benedicto XVI ¿cómo ve al Opus Dei?

- Como una congregación más.

- ¿Qué presencia tiene en Estados Unidos?

- Allí cuenta con sólo 3.000 miembros.
- ¿Qué consejos daría usted al Opus?

- Que escuchase las críticas: que fuese más transparente y se explicase más, que se abriese y colaborase con otras congregaciones



John L. Allen, “Opus Dei. Una visión objetiva de la realidad y los mitos de la fuerza más polémica dentro de la Iglesia Católica”

Ed. Planeta, Barcelona 2006, 492 páginas, 22,50 euros.




John L. Allen, vaticanista de la revista «National Catholic Reporter» -su columna semanal está considerada como la mejor fuente de información en inglés sobre el Vaticano-, autor de diversos libros, ha dedicado un año a entrevistar a personas que conocen el Opus Dei –tanto los opositores como los que pertenecen a la Prelatura-, en Italia, España, Kenia, Estados Unidos, Perú y otros países, sobre diversos temas polémicos: separación entre hombres y mujeres, uso del cilicio, finanzas de la organización. El autor señala en una entrevista que quiere ser objetivo pues la discusión en los medios de comunicación no lo ha sido: “La idea es separar los hechos de la ficción, ofreciendo las herramientas para que tenga lugar una discusión racional, que se base en los hechos y en la realidad, y no en los mitos o los estereotipos. No era mi intención «convertir» a los lectores a cualquier posición particular sobre el Opus Dei, y mi experiencia es que la mayoría de las personas que han leído el libro siguen sin haber cambiado sus impresiones fundamentales, pero quizá se sienten un poco más informadas” sobre una institución que actualmente tiene más de 85 mil miembros y 164 mil «cooperadores».


Allen afirma que la vocación a la Obra es para pocos, la compara con la cerveza negra Guinness Extra Fuerte, y ve que a lo largo de la historia la corriente dominante ha cambiado, y así en la década de 1940 fue tan innovadora su doctrina que fueron acusados de herejía, y su manera de elegir por votación al Prelado “es lo más parecido a la elección democràtica de un obispo que existe en la Iglesia actual”, además de que “fue la primera institución de la Iglesia católica en solicitar, y recibir en 1950, permiso del Vaticano para reclutar a los no católicos e incluso no cristianos entre sus cooperadores” (pp. 12-13). Con la ambición de “atravesar siglos de historia de la Iglesia para revitalizar el planteamiento de los primeros cristianos”, ahora sufre una crítica de que son conservadores.


En la primera parte trata de “cuestiones esenciales”, sigue una segunda parte titulada “el Opus Dei desde dentro” con aspectos centrales del espíritu (santificación del trabajo, contemplación en medio del mundo –con autenticidad, tan importante en países nórdicos donde el puritanismo lleva a algunos a una ética sólo en la vida social pero no en la personal, o en países africanos donde al revés, ahí el peligro es la corrupción-, libertad –señala cómo hay mucha diversidad de pensamiento: p. 141-, filiación divina –y su compañera la alegría, y es fundamento de un equilibrio basado en una sana autoestima desde donde se pueden proyectar metas de mejora: p. 156-), para pasar ya a “algunos interrogantes sobre el Opus Dei” (secretismo, mortificación, las mujeres, dinero, el Opus Dei en la Iglesia y su relación con la política, la obediencia, la captación). Por fin, una “recapitulación” con la visión del autor sobre “el futuro del Opus Dei”. Las partes 1 y 2 son introductorias, y están muy tratadas en otros libros, aquí tiene el aliciente de reportaje periodístico de quien que se adentra –sobre todo en la tercer parte- con los ojos abiertos en la vida de la gente de la Obra, y según Marc Carroggio, responsable de la Oficina de prensa de la institución en Roma, en ese recorrido ha ido prosperando pues «ha comprendido bien la naturaleza del Opus Dei», cuyos miembros sólo desean «seguir un ideal espiritual que nos entusiasma» y más allá del mito, pues se trata de “gente de carne y hueso, con errores y aciertos”, y por eso se muestra “satisfecho, y no me refiero tanto al resultado como al método”.


Sin duda, la riqueza de datos hacen interesante este libro: su caràcter por tanto es informativo y no formativo: recoge informaciones y opiniones diversas; trata de ordenar el material y ponerlo en su contexto, de manera que se pueda captar el por qué de las cosas. Por ejemplo ante los ataques de integrista para Escrivà, muestra las alabanzas del Cardenal Martini, o la carta que el famoso Óscar Romero de El Salvador escribió al Papa pidiendo la beatificación del fundador del Opus Dei, y expresó “la gratitud profunda a los sacerdotes del Opus Dei a quienes he confiado con mucha satisfacción la dirección espiritual de mi vida y de otros sacerdotes”, y también son muy gráficas las alabanzas del famoso psiquiatra Víctor Frankl a san Josemaría sobre su serenidad, riqueza de ideas, “filing” con quien hablaba… (p. 72); también pesa la opinión de Juan Pablo II: Escrivà “se ha anticipado a la teología del laicado que caracerizó después a la Iglesia del Concilio y del postconcilio” (p. 82). Después de la canonización, aún se podría dar otro paso sobre la oportunidad de ser proclamado Doctor de la Iglesia (comenta Ocáriz, p. 87).


Allen explica en la tercera parte del libro las controversias, oye todas las campanas con respeto, cualidades apreciables en algo que podría ser simplemente un “collage” sociológico, y observa que en el Opus Dei hay cambios (“las críticas han ayudado al Opus Dei más de lo que nadie imagina”: p. 165). En primer lugar, trata del secretismo: se señala ya en un informe secreto de la Falange espanyola de 1942, y acusación al Vaticano por parte del Superior general de los jesuitas (p. 169); en los años 1986 y siguentes en algunos Parlamentos europeos (Italia, Suiza) se vuelve a hablar de secretismo; y tambien de “Estatutos secretos” (ahora, publicados en latín pero sin versión oficial en otras lenguas); y el debate aún es actual (aunque en las democracias –amparándose en los derechos humanos- no se suele poder exigir a las organizaciones que hagan públicas las listas de sus miembros), en temas como comunicar a los padres la vocación de los hijos, anunciar de forma más clara la relación que hay entre las obras corporativas que llevan nombres civiles con el Opus Dei; esta transparencia en la comunicación institucional “llevada a cabo de forma profesional demanda atención no sólo en el contenido, sino también en la actitud: apertura, accesibilidad y sinceridad” (p. 200).


En el capítulo “mortificación” se ve cómo “en el mundo anglosajón, el Opus Dei se ha convertido en un pararrayos para las guerras más amplias en el seno de la Iglesia” (p. 203), y el tema del dolor autoinfligido es muy socorrido para atacar (aunque Pablo VI, Hans Urs von Balthasar, Teresa de Calcuta, el Padre Pío, los conventos de religiosas, etc. participan de esas mortificaciones corporales) y “la realidad es que la pràctica de la mortificación corporal en la Iglesia católica está más extendida de lo que creen muchos observadores” (p. 213), pero a muchos sorprende “la manera que tiene el Opus Dei de rechazar adaptar su programa espiritual para satisfacer los cambios de gustos de una era” (p. 205).


En el apartado “mujeres” se habla del trabajo de las Numerarias auxiliares (como la Virgen y una madre, cuidar de los demás), de la separación entre apostolado de hombres y el de las mujeres -como en la mayoría de instituciones eclesiales-, la promoción de la mujer (en África, “todo el buen trabajo hecho por la Iglesia católica con el sida ha quedado eclipsado por el debate del preservativo”…: p. 251).


En el apartado “dinero”, algunos datos que aporta el autor: Los activos totales del Opus Dei –es decir, el valor físico de todos los recursos registrados como «obras corporativas» del Opus Dei– rondan en torno a los 2.800 millones de dólares estadounidenses (para comparar: la archidiócesis de Chicago declaró 2.500 millones de dólares, los Caballeros de Colón gestionan un programa de seguros que por sí solo está valorado en 6 mil millones de dólares): “el debate sobre ‘la riqueza del Opus Dei’ es un indicador de las luchas más profundas dentro del catolicismo” (p. 255). Queriendo la excelencia, se cuidan las cosas y eso parece lujo. También se sugiere publciar el balance de las obras apostólicas relacionadas con la Obra.


Al hablar del Opus Dei en la Iglesia, se refiere a la consulta a los obispos de todos los lugares del mundo donde trabajaba en sus apostolados, para la aprobación de la Prelatura: “sería difícil citar otra decisión en los últimos tiempos para la que el Vaticano solicitara la opinión de dos mil obispos de todo el mundo” (p. 320). “En cuanto al poder, el Opus Dei no tiene más que unos 40 de los más de 4.500 obispos católicos del mundo, incluyendo dos cardenales, y unos 20 de los 2.500 empleados en la Curia romana, con un solo jefe de dicasterio vaticano”. Al hablar de la polémica de la beatificación de Escrivà, al recoger los testimonios no deja de haber frases hirientes, incluso insultantes, que pueden molestar a quien conoce desde dentro la verdad de que los trabajos se hicieron bien, y si salió rápido fue por dedicar atención y aparte del trabajo bien hecho la voluntad de Juan Pablo II marcó un ritmo rápido. También se trata de la relación de los fieles de la Obra con las parroquias: “las comuniades de las parroquias a menudo creen que los del Opus Dei tanto los sacerdotes como el laicado, son una bocanada de aire fresco” (p. 329), “estos sacerdotes siempre tienen tiempo para las personas” (p. 331).


Junto a los mitos del dinero, el del poder político: después de analizar algunos datos históricos, concluye: “sólo puede concluirse que Escrivá era sincero al decir que la Obra no se convertiría en una fuerza política partidista” (p. 349). En cuanto al tema de ser “conservadores”, no lo son según los principios del conservadurismo, pero visto que hoy se llama así a los que no aceptan el aborto, matrimonio homosexual y la investigación con células madre, esto influye en las opciones políticas libres de cada uno (como en USA apoyar a Bush). “Si estas cuestiones culturales pudieran ser eliminadas de algún modo del orden del día, el pluralismo entre católicos y el pluralismo entre los miembros del Opus Dei sería más claro” (p. 353).


En el tema de “obediencia” se muestran ejemplos de pluralismo, ante la acusación de “control de la mente” se muestran experiencias y declaraciones de obispos que están muy contentos de tener al Opus Dei en sus diócesis (p. 375), y en cuanto a ciertas ayudas para las exigencias de la vida espiritual, no han de verse como control sino parte de la formación y se muestras casos en los que ha faltado equilibrio y algunas personas no han resistido el ritmo de vida por considerarlo demasiado rígido, controlado, duro (pp. 376-394). “Sin embargo, hay pocas pruebas de que los reacios se vean sometidos a este régimen mediante el control de mente. La mayor parte de los miembros que encuentran la estructura excesiva, sencillamente se marchan” (p. 455). En cuanto a los que abandaron la institución, hay que decir: 1) “lo que alguien siente como un ambiente sofocante y rígido, otros lo perciben como ordenado y liberado”, 2) “dependerá de la personalidad de un director o de un sacerdote en concreto”, 3) “con el paso del tiempo se han producido una serie de cambios y el Opus Dei ha aprendido”, 4) muchos de los que se han ido estuvieron poco tiempo, fue en el momento de exigencia inicial que vieron que no era lo suyo (pp. 398-399). Para los que se sintieron heridos van esas palabras del Prelado, Mons. Echevarría: “si hemos hecho daño a alguien, si hemos fallado a alguien, le pedimos perdón”. El camino para sanar esas heridas es buscar la reconciliación. ¿De dónde salen acusaciones y especulaciones salvajes que no corresponden a la realidad de los hechos? La opinión de Allen es ésta: 1) el desarrollo de la Obra en una España franquista, que condicionó su imagen; 2) la controversia con los jesuitas, que están extendidos y han hecho la vida imposible al desarrollo del Opus Dei por todos lados; 3) después del Concilio Vaticano II, el Opus Dei se posicionó con el conservadurismo en una época de nuevas experiencias; 4) Juan Pablo II apoyó al Opus Dei, generando envidia y oposición en algunos sectores. “Siempre que una nueva forma de vida progrese en la Iglesia, luchará por su aceptación. Es común pensar que los jesuitas, antes que el Opus Dei, y los franciscanos y dominicos antes que los jesuitas, eran también el objetivo de las acusaciones más extravagantes” (p. 457) y los fundadores han respondido con una unión más estrecha al Papa. En concreto, el espíritu de la Obra tiene dificultades culturales de apertura del mundo actual: “la idea es que todas las circunstancias cotidianas de la vida ya son oración, ya son formas de vida espiritual y formas de evangelización de la Iglesia, es decir, historias embriagadoras, y se necesitará un tiempo para absorberla. En muchos sentidos, los propios miembros del Opus Dei todavía tratan de digerirlo” (p. 458).


En el capítulo “captación” se muestra el apoyo de Juan Pablo II en el fomentar vocaciones (p. 423), y que “la percepción negativa del Opus Dei en este sentido no es tanto por las captaciones en sí sino porque utiliza váis turbias y de manipulación” (p. 425), es decir presión sobre aquel que puede ingresar, pero se muestran también muchas voces de obispos y otros pastores que no tienen esa visión (pp. 430 y ss.). “Las vocaciones surgen de la amistad y de las relaciones familiares, nunca de las ‘llamadas frías’” (p. 431). En las entrevistas a jóvenes que están en contacto con apostolados de la Obra, percibe mucha alegría y agradecimiento, pero en algún caso también esa “presión” (pp. 432-437), “aunque hubo episodios de presión excesiva sobre los aspirantes jóvenes, parecen más característicos del pasado que del presente y no han sido tan fuertes como para disuadir a muchas personas a negarse” (p. 455): “no es la màquina voraz de captación que presenta el mito, teniendo en cuenta el incremento poco significativo de nuevos miembros a un promedio de 650 incorporaciones al año en todo el mundo en el último cuadrienio” (p. 454). La experiencias de los que se marcharon –los miembros críticos son generalmente del pasado, la década de 1960 o 1980- “sugieren la necesidad de un mayor cuidado en el criterio vocacional, sobre todo en los más jóvenes” (p. 455).


En la recapitulación, se habla del futuro. Según Allen, la ortodoxia y unión a Roma es una opción entre otras, y por eso señala que “el paso intelectual decisivo es preguntarse si las enseñanzas que los oficiales de la Iglesia definen como autoritarias pueden estar equivocadas. Si un católico contesta afirmativamente a esta pregunta, probablemente no se sienta muy cómodo en el Opus Dei, donde hay un énfasis resuelto por pensar con la Iglesia”. El autor sugiere unas “reformas” dentro del Opus Dei: más transparencia, para que sea “una casa de cristal” y para ello sugiere publicar el estado financiero completo de todas las actividades (“estos informes podrían ser decisivos para concluir que una obra corporativa no la ‘posee’ el Opus Dei, sino que el laicado constituye una junta directiva que la administra independientemente”); “identificar claramente las instalaciones vinculadas al Opus Dei… debería aparecer un cartel en el que se leyera: CENTRO DEL OPUS DEI” y explicarlo en folletos, ya en las primeras visitas a una actividad; “al menos en el mundo anglosajón, el Opus Dei podría plantearse desarrollar unos programas por escrito sobre los puntos neurálgicos de su vida y apostolado… un folleto sobre la amistad en el Opus Dei… ya que podría explciar a grandes rasgospor qué los miembros del Opus Dei a menudo invitan a amigos y compañeros a las actividades y acentuar que nadie peca o muestra un mal espíritu cristiano por negarse a ir”; “asimismo un folleto que llevara por título La vocación de numerario podría resumir con detalle cuáles son las expectativas y obligaciones de un socio numerario y cómo es la vida dentro de un centro del Opus Dei”; aunque perjudique el ambiente familiar, “a veces un poco de estructura es el precio que ha de pagarse por realizar el trabajo de familia. En este caso, el coste de la comprensión del Opus Dei debe ser sopesado con el enorme bien público que se lograría tranquilizando las inquietudes de muchos”; que se conozca la vinculación a la Obra de personas con vida pública relevante; “los miembros del Opus Dei, y, sobre todo, los miembros supernumerarios… deberían ofrecerse para hablar sobre la organización en encuentros parroquiales, escuelas católicas y universidades y, en cualquier otro lugar donde se les pudiera plantear preguntas y dejar las cosas claras” como ya han aparecido webs informativas en este sentido; y “el Opus Dei debe encontrar formas creativas de tender la mano a ex miembros que pasaron por experiencias difíciles” (pp. 459-465). Para acabar el libro, subraya dos aspectos en este sentido: colaboración sobre todo institucional –también personal- del Opus Dei, con otras instituciones de la Iglesia; y “autocrítica institucional”, pues “el momento más frustrante” de Allen era cuando abordaba este tema y se le respondía sólo en términos de conversión personal y autoperfeccionamiento (“mirando en el corazón para ver las malas hierbas que hay que arrancar”: p. 470): “el reto a veces puede ser conseguir que dejen de hablar de los errores que el Opus Dei ha cometido y lograr que comenten lo que necesita cambiar, y señala la ya recordada comunicación pobre que alimenta la impresión de secretismo, impetuosidad de juventud con un celo que parecía arrogancia, un énfasis en lo propio sin integrarlo adecuadamente dentro del conjunto de la Iglesia, una cierta rigidez y dogmatismo en la aplicación de ciertos ideales, estar a la defensiva en los cambios, en la época post-conciliar, insistencia en el cumplimiento que puede llevar al formalismo (“una ética del deber antes que del amor”), una pasión tan fuerte por la excelencia que puede ser demasiado humana (pp. 469-473). Aunque entiende Allen que cuando uno está enamorado de una persona no ve en ella defectos o al menos no quiere hablar de ellos en público, pero piensa –y es la última frase del libro- que ayudaría más a todos si los fieles del Opus Dei “mostraran un poco más que son vulnerables, tienen defectos y necesitan ayuda, no sólo de forma individual sino también como ‘la Obra’. Como san Pablo escribió… ‘me complazco en mis flaquezas pues, caundo soy débil, entonces es cuando soy más fuerte’” (p. 473).


El autor reconoce que su libro no agrada a todos los de la Obra, pues mientras que unos piensan que es equilibrado, “Otros, sin embargo, no están contentos con lo que ven, por considerar que me centro excesivamente en las controversias que circundan al Opus Dei. Sienten al Opus Dei como su familia, y siempre es doloroso oír acusaciones contra seres queridos, aun cuando se les dé el trato más equilibrado del mundo”. También esto se observan con las voces críticas: “Algunos sienten que el libro dio la voz justa a sus preocupaciones, mientras que otros, convencidos de que el Opus Dei es peligroso, sienten que no he ido lo suficientemente lejos a la hora de presentar sus errores”. Efectivamente, no hay un equilibrio pues estamos ante un reportaje periodístico, hecho en un tiempo concreto, que responde a lo que hoy está presente en la opinión pública -hace unos años podían ser otras cosas, o dentro de pocos años- y es una lástima que no traspúe la índole espiritual, pues al comparar los mitos con la realidad”, no sirve para conocer de cerca el Opus Dei, la experiencia espiritual tan rica de las personas que entrevista harían interesante que hubiera una segunda parte, donde salieran a luz la conciencia de su vocación, cómo buscan seguir a Jesucristo en la vida ordinaria, y esa entrega a tantas personas en apostolados, actividades caritativas, sociales… todo ello queda esquemático, al buscar aspectos organizativos, cuestiones de imagen.

Llucià Pou Sabate

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