En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

martes, 26 de diciembre de 2023

En la clausura del curso de espiritualidad de la Universidad de Granada

Hola! Te comparto la sesión de Nieves en la clausura de un curso, sobre el Nuevo paradigma y espiritualidad en el siglo XXI:
Saludos cordiales con el deseo de que tengas unas felices fiestas!

domingo, 24 de diciembre de 2023

¿Qué es navidad?


 


 Navidad es dejar que Jesús nazca en nuestro corazón. En Belén celebró su llegada a este mundo en medio de personas sencillas. 

   Cuando soñamos con un paraíso perdido, donde está el árbol de la vida, pensemos que el verdadero árbol de la vida no está lejos de nosotros, no es alargar las células de nuestro cuerpo unos años más, o transmitir ciertos datos a través del mundo informático para que nuestra sabiduría no se pierda, ni buscarlo al otro lado del universo en algún paraje de un mundo perdido. Lo tenemos hoy en Jesús, fruto del árbol de la vida, la vida misma, que se hace comida para abrirnos a ese paraíso añorado, pues Belén significa “casa de pan”: Jesús nace para darnos vida con su comida, pan de la vida, salvación. Nos trae la luz para que podamos ver todo desde la mirada de hijos de Dios. En medio de esa noche de Navidad, quizá oscura porque en el mundo hay penas, nos llega un mensaje: "a los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios".

   Hoy hace 800 años (fue en 1223) San Francisco de Asís, en el pueblecito de Greccio, quiso celebrar la Navidad en una cuevita de un bosque, e hizo un “pesebre vivo” con personas que representaban a María, a José, un bebé que hizo de Jesús, los pastores y siguiendo el relato del Evangelio de San Lucas, después de tocar las campanas de la iglesia, convocó al pueblo a ¡una celebración especial!… y con la luz de antorchas se dirigieron al lugar indicado, al ver el espectáculo cayeron de rodillas asombrados, y celebraron la primera Navidad de la historia, luego se celebró allí mismo la Misa.

   Jesús, “luz del mundo”, nos pide hacernos niños con él, hijos de Dios. ¡Que la cercanía con Jesús niño nos dé saber mirar como niños todos los días del año, verlo todo con ojos nuevos de quien se sabe seguro en manos de Dios! Pues la razón más profunda de la alegría radica en que somos hijos de Dios.

   Así habrá paz a nuestro alrededor, pues «la paz comienza por una sonrisa»; y aunque haya dificultades en el mundo, oscuridad, esta luz irá deshaciendo el hielo de tantos corazones, si sabemos llevar ese calor desde nuestro corazón a nuestro alrededor, así habrá más personas con más amor, y se hará "masa crítica" para una "reacción en cadena". San Agustín aconseja: «Dicen que los tiempos son malos, difíciles. Vivamos bien y los tiempos se volverán buenos. ¡Nosotros somos los tiempos! ¡Los tiempos son lo que somos nosotros!».  ¡Feliz Navidad!

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Sobre el ataque a la iglesia cristiana de Gaza y otros escritos

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La búsqueda de una paz en Tierra Santa

 La búsqueda de una paz en Tierra Santa

En el Nuevo Testamento, Pablo dice que todos necesitamos una liberación interior, y sin ella hay guerra.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



Es fundamental que se trabaje para que haya dos Estados bien marcados en Tierra santa: Israel y Palestina, y un "estatus especial" para la ciudad de Jerusalén (de control internacional), pues toda guerra es una derrota. Esto es lo que dicen muchos países como España, México, y la diplomacia vaticana que está muy bien informada, pues hay ahí muchos cristianos allí sobre todo árabes, y nadie puede decirle que es aliada de Israel como muchas potencias occidentales: desde el comienzo del Estado de Israel los cristianos de Tierra santa, que en muchos sitios eran mayoría, han pasado a ser cada vez una minoría cada vez más exigua. 

En las guerras, pierden, como decía Gandhi siguiendo la imagen del Evangelio: “ojo por ojo y todos acabaremos tuertos”. Hay mucho trabajo por hacer, porque Israel reconoce el derecho a existir de un estado palestino pero los países islamistas de la zona no reconocen el derecho a existir del estado de Israel (quieren eliminar al pueblo judío de ese territorio). Y en ese impase, Israel ha ido avanzando y toma más territorio incumpliendo en eso los tratados internacionales que ofrecían como solución lo apuntado más arriba: dos Estados y un estatuto internacional para Jerusalén.

La brutalidad del acto terrorista de Hamas sigue el modelo del grupo terrorista Isis en sus manuales y que quieren extender por Occidente, y además Hamas ha tomado el gobierno de toda Gaza que ya no es una democracia sino que se convierte en un estado de terror. Hamas no quiere el bien de los palestinos, sino que busca el caos para sus intereses, y le importa muy poco la muerte de la población, y eso lo hace con sus apoyos de Irán, Isis etc. Sólo trata de extender el terror con una multitud de cadáveres esparcidos, su arma es crear el miedo.×

Por eso, se ha dicho que “Hamas ha abierto las puertas del infierno para Gaza”. Pero la acción de Israel ha sido bombardear indiscriminadamente, cuando podía haber hecho una acción más inteligente, pues es curioso que sus servicios de inteligencia no hayan actuado cuando debían. Todo parece que quieren aprovechar haber sido víctimas de un acto horrible de los terroristas, para erradicar el grupo Hamas de un modo rápido sin contar con los efectos inhumanos que eso tiene. En esto, tanto Israel como Estados Unidos son impacientes en sus guerras, y no tienen la ética del respeto a la dignidad de todas las personas, y la sabiduría de saber esperar el momento oportuno para cada cosa. En cierto modo, en lugar de establecer un estilo de política ética, se hacen cómplices al usar las armas de los terroristas. Y en eso pierden la razón. Claro que pueden usar como defensa propia actos de guerra, pero con proporcionalidad.

Estos días he leído en una viñeta que un niño le pregunta a su padre: “¿por qué no se puede matar a los malos? Quedaríamos los buenos” y su padre le responde: “no, hijo: quedaríamos solo los asesinos”. Todos tenemos ego, que si nos domina en lugar de la racionalidad y el amor, nos convierte en enemigos de otros por motivos de todo tipo: político, religioso, deportivo… En el Nuevo Testamento, Pablo dice que todos necesitamos una liberación interior, y sin ella hay guerra. La confianza y la seguridad que da el saberse amado por Dios hace que no absoluticemos nacionalismos y modos de ver propios, necesitamos la liberación de nuestro ego para ver más a fondo las cosas, el punto de vista de los demás. En su parte animal, el hombre necesita “marcar su territorio” y defenderse de los que entran en él, como vemos por ejemplo en los leones. Así también nosotros defendemos no sólo una tierra, sino que queremos “marcar territorio” con nuestras ideas, atacando las de otros que piensan distinto. A eso hemos de llamarlo intolerancia, por faltar el respeto a las personas y su dignidad.

Por decirlo de algún modo concreto, desde que los romanos destruyeron Jerusalén y el Templo hacia el año 70 (lo mismo podríamos decir antes de las invasiones griegas, o de Babilonia) han quedado en la diáspora los judíos, sin tierra, y al surgir su sentimiento de nación sobre todo después del holocausto, han querido un territorio para defenderse. Esto es normal, tienen derecho a ello. Pero hay un modo más profundo de actuar que el de la guerra, y es con ese amor que conquistó al imperio romano de otro modo, no por las armas. Que conquistó la independencia de la India sin violencia.

Por eso José I. González Faus (teólogo) dice: “pido por favor a todos los judíos: lean a E. Lévinas. Sentirán vergüenza de lo que están haciendo hoy, o tendrán que llamar ‘antisemita’ a uno de los judíos más grandes de nuestros días. A los musulmanes les pido igualmente: lean a Rumi o a Ibn Arabí y sentirán lo mismo”. Sólo si elevamos nuestro nivel de consciencia podremos arreglar ese “pastel” que una vez se ha causado, no hay forma de “comérselo”. Es un escándalo satánico el que se produce en Tierra Santa, donde precisamente nació el Príncipe de la paz.

Nuevo paradigma y formas de espiritualidad en el siglo XXI, por Nieves Acosta

Este es el enlace, para el directo de ahora mismo, y verlo en diferido: https://www.youtube.com/watch?v=UTb_6k9vT2A

También puede verse en el canal consciencia y desarrollo: www.youtube.com/@nievesacostaylluciapou

Saludos!

martes, 19 de diciembre de 2023

Navidad, volver a casa, acogida de padre y madre

 

Navidad, volver a casa, acogida de padre y madre

En el amor hay gratuidad, eso es lo que nos cuesta aceptar
Llucià Pou Sabaté
Lunes, 18 de diciembre de 2023, 11:15 h (CET)


Cuentan de un joven llamado Daniel que aunque estaba bien en casa con una familia amorosa, se aburría y decidió abandonar su hogar en busca de una vida más emocionante. Daniel exploró el mundo, disfrutando de momentos de libertad y experimentando con diferentes estilos de vida. Sin embargo, después de tener éxito, cayó en las drogas y la depresión, las emociones de antes ya no le llenaban, le golpeó la triste realidad de que caía hacia una falta de motivación tremenda, sus supuestos amigos desaparecieron y se quedó sin recursos.


En el punto más bajo de su vida, en vísperas de una fría noche de Navidad, Daniel recordó la calidez de su hogar y la seguridad que había dejado atrás. Se sintió abrumado por el arrepentimiento y anheló la conexión perdida con su familia.


Decidió regresar a casa, no con las manos llenas de riquezas, sino con un corazón humilde y un deseo genuino de reconciliación. Mientras se acercaba al pueblo, Daniel se preocupaba por la reacción de su familia. Temía que lo rechazaran por sus elecciones pasadas.


A medida que se acercaba a la puerta de su hogar, vio una luz tenue a través de las cortinas. Con un nudo en la garganta, golpeó la puerta. Tras unos momentos tensos, la puerta se abrió y sus padres lo miraron con asombro y alegría.


La sorpresa y la emoción dieron paso a la comprensión y el perdón. La familia de Daniel lo recibió con los brazos abiertos en una cálida noche de Navidad. Sentados alrededor del árbol, compartieron historias y risas, renovando los lazos que el tiempo y la distancia habían desgastado.


En esa noche mágica, Daniel experimentó la verdadera esencia de la Navidad: el perdón, la reconciliación y el amor incondicional. Su regreso, aunque humilde, se convirtió en un regalo para toda la familia, recordándoles el poder de la redención y la importancia de acoger a aquellos que regresan con el deseo sincero de cambiar.


La parábola del hijo pródigo (Lucas 15) coincide con la experiencia: si el hombre examina su corazón ve la tendencia al mal, una lucha interior entre lo que tira hacia arriba y lo que nos hunde, una división íntima del hombre, pues por una parte el ego nos empuja a crecer desmesuradamente, como el sapo que se hincha ante la vaca que al final le aplasta, y por otra el camino de la filiación divina, sentirnos imagen de Dios y muy amados por nuestro Padre, y eso nos eleva por la humildad a un endiosamiento bueno (Gaudium et Spes n. 13 habla de este dilema).


El hijo pródigo cuando se hunde en la miseria siente necesidad, está mal, solitario y hambriento. Y esto es precisamente lo que le ayuda a despertar a su ser más íntimo, a la verdad más esencial de su vida. La parábola del hijo pródigo, que disipa la herencia recibida del Padre, es emblemática en San Agustín, que se sintió un pecador que hace también ese camino, sigue las pisadas de ese joven, y entiende por la herencia sobre todo el tesoro de las tres facultades o potencias del alma. Entienden que con ellas –la inteligencia, el amor y la memoria- está sellada la imagen de Dios, y que se mancha esa imagen cuando se arroja por la borda tal tesoro al separarse de Dios. La memoria, tesoro que acaudala la persona, el arca del recuerdo de Dios que se hace presente en ella reflejando su rostro divino, queda desvalijada de sus mejores adornos y se hace almacén de innumerables vanidades y baratijas que te distraen de lo principal. La memoria Dei pasa a ser oblivio Dei, lleva  a la región lejana para vivir de frutos sin sustancia, está menesteroso.


El entendimiento, ojo del alma, oscurecido y sin agudeza, deja de ser la comunicación con las grandes verdades y la de Dios donde descansan las demás: “Así como las tinieblas quitaron la visión así los pecados oscurecen la mente e impiden ver la luz y verse a sí mismos”  (Enarr. In ps. 18,1,13). Pegada a las cosas del mundo (materialismo) y el alma llena de ídolos, se autodestruye.


Los dominios de la voluntad, la sede del amor, con la ofensa y abandono del Padre causan también agravio a la propia persona... En la imagen de la parábola aparece como compañero de puercos ya (animal impuro por los judíos), lo acerca al estado animal y le hace bajar la vista (es un animal que no levanta la cabeza al cielo) y apetece lo que es tierra. Tal es la pérdida de la herencia que reciben las personas cuando se alejan de Dios, reflejada en la parábola. En cierta forma es la imagen de la modernidad, que si bien ha valorado la persona como camino para una visión correcta de la vida, ha olvidado el referente a la trascendencia. Con un símil de la tierra que tiene traslación alrededor del sol y rotación alrededor de ella misma, la persona moderna ha dejado la trascendencia (traslación con respeto al sol) y solo gira alrededor de uno mismo, con lo que esa persona acaba “mareada”…


¿Qué versículo de la Biblia le gusta más? Preguntan al Papa: “la verdad os hará libres”. La libertad nos permite, con la base de la autoconsciencia que nos da la memoria, saber quiénes somos, elaborar proyectos hacia el futuro, que nos proyectan a un más allá de lo que somos, a lo que debemos ser… Estamos a la vez, tan lejos y tan cerca... como resume el apóstol Juan “somos ya hijos de Dios, pero aún no somos lo que estamos llamados a ser”.


Una dificultad es que todo esto no está bien expresado en las personas que nos guían, que deberían servir de modelo. “Pienso una vez más –decía el buen Altisent- en aquel diálogo entre el padre y el pródigo que ha vuelto, en la versión de la parábola por aquel gran escritor maldito y lúcido.


- ‘Hijo mío, ¿por qué te fuiste? Esta era la casa de tu padre y aquí lo tenías todo, y me tenías a mí.

- Sí, pero a ti yo no te veía nunca. Sólo veía a tus administradores.

- Tenías que haberles escuchado. Ellos hablan en mi nombre.

- Sí, pero no hablan como tú.”. 

            

Efectivamente, podríamos hablar de las vulnerabilidades innobles de muchos religiosos. Del lenguaje obsoleto de la Iglesia. De la opresión que se ha hecho con la Ley del Antiguo Testamento, y dejar de lado la Ley del amor que nos trae Jesús. Aunque me gustaría hacer una observación: mientras que la Teología moral se ha vuelto farisaica y legalista -una moral de obligaciones tantas veces-, la Teología espiritual y la práctica de la atención pastoral siempre ha ofrecido la salvación divina a quien se entregaba al amor misericordioso de Dios, como bien nos recuerda santa Teresita con el hacerse niños que no tienen miedo a su Padre, porque saben que siempre somos acogidos por él.

            

Hemos de recordar que Dios nos quiere como somos, que somos como el nos quiere, que no hemos de envidiar a nadie. Hemos de descubrir a un Dios que nos reconozca, “un Dios que no me encuentre extraño, que no me riña, sino que amanse mi corazón enloquecido e inquieto. Un Dios que no me acaricie íntimamente no es Dios”.

            

A veces nos sentimos como el hermano mayor del hijo pródigo, que se rebela ante lo que entiende como injusticia: “Pero no es justo... que los hijos que se han portado bien sean tratados con indiferencia y que en cambio, por el regreso del delincuente, se lleve a cabo una gran fiesta. ¿por qué no se rebelan? ¿por qué no lo devuelven a patadas al sitio del que ha venido? ¿Qué quiere decir? ¿qué lo mejor es comportarse mal?” (Susanna Tamaro, “Anima mundi” pp. 262-263). Y sigue el diálogo en boca de una monja:

            

“La lógica del amor’, respondí entonces, ‘es una especie de no lógica, a menudo sigue caminos incomprensibles para nuestro intelecto. En el amor hay gratuidad, eso es lo que nos cuesta aceptar. En la lógica normal todo tiene un peso y un contrapeso, hay una acción y una reacción, entre una y otra siempre hay una relación conocida. El amor de Dios es distinto, es un amor por exceso. La mayor parte de las veces, en vez de acomodar subvierte los planes. Eso es lo que asombra, lo que da miedo. Pero también es lo que permite al hijo descarriado regresar a la casa y ser acogido no con fastidio sino con júbilo. Se ha equivocado, se ha confundido, tal vez incluso ha causado el mal, pero después regresa, no vuelve por azar sino que escoge. Escoge regresar a la morada del Padre”. La monja termina “diciendo: ‘la puerta está siempre abierta, ¿entiendes? También quiere decir eso”.


El aire de gratuidad debe inspirar toda nuestra vida, y llegara una profunda humildad. Porque Dios es bueno nos colma de sus bendiciones y de su amor inmenso; somos hijos de Dios, no esclavos.

Nos deja el Señor a nuestra decisión, pero al mismo tiempo sale el Padre a buscar al hijo pródigo cuando está de camino de vuelta, y va en busca del hijo mayor que no sabe que está perdido. Este es el más difícil de ayudar, sus heridas son más profundas en su egoísmo. -“Hijo, le dice el padre, tú siempre estás conmigo. Todo lo mío es tuyo”. Le está diciendo de algún modo: “Deja la rivalidad a un lado. Un amor que no hace comparaciones, ¡entra en la fiesta! Deja los celos, suspicacias y resentimientos”.


Sin duda el hijo mayor está dolido y se queja: “haces preparar el ternero cebado, pero tu nunca me diste un cabrito para comer con mis amigos”, quizá está más centrado en sus amistades de fuera que en su hogar, en su familia, cosa frecuente en algunos. Añade: “este hijo tuyo, que ha perdido tu herencia con prostitutas…”. Le dice “hijo tuyo”, no “mi hermano” pues de algún modo no lo considera hermano. El pobre hijo mayor está más perdido, porque no tiene hermano ni padre. Es un extraño en casa. Es algo que también expresa Nowen en su libro “El regreso del hijo pródigo”. El hijo mayor tiene miedo o desdén, se hace opresor porque se considera víctima (Nowen, cit., p. 89).


“Yo no puedo perdonarme a mí mismo”, dice ese hermano mayor. “Conozco el dolor de esta difícil situación –sigue diciendo Nowen- (…). Esta es la patología de la oscuridad. ¿Queda alguna salida? No lo creo, al menos por mi parte. A menudo parece que, cuanto más intento deshacerme de las sombras, más oscuro se hace. Necesito luz, pero una luz que conquiste mi oscuridad. Pero no puedo encontrarla por mí mismo. Yo no puedo perdonarme a mí mismo. No puedo obligarme a sentir amor. Por mí mismo puedo sólo sentir cólera. No puedo llevarme a casa ni puedo crear comunión por mí mismo (…) no puedo fabricar mi verdadera libertad. Alguien me la tiene que dar. Estoy perdido. Debo ser encontrado y conducido a casa por el pastor que sale en mi busca.


La historia del hijo pródigo es la historia de un Dios que sale a buscarme y que no descansará hasta que me haya encontrado. Anima y suplica. Me pide que deje de aferrarme a los poderes de la muerte y que me deje abrazar por los brazos que me conducirán al lugar donde encontraré la vida que más deseo” (ibid., p. 90).


La búsqueda divina nos ayuda a que abramos los ojos a la confianza y gratitud, quizá nos lo impedía el estar atrapados en el rencor. “Podemos dejar que Dios nos encuentre y nos cure con su amor, practicando diariamente la confianza y la gratitud”. Al igual que pasa en algunas familias, puede nacer en nuestro interior, respecto a Dios, aquel “no soy su hijo favorito. No creo que me dé lo que realmente deseo.” Podemos anidar una voz de autorechazo y esto nos hace agresivos con los demás. Debemos entonces abrirnos a esa voz de Jesús, que nos dice que antes de que pidamos algo, ya nos lo ha concedido Dios, para darnos su Espíritu según nos conviene.


“Junto a esta confianza, debe haber también gratitud, lo contrario del resentimiento. Resentimiento y gratitud no pueden coexistir, porque el resentimiento bloquea la percepción y la experiencia de la vida como don” (ibid). El resentimiento se manifiesta en envidia. Pero “la gratitud es el esfuerzo explícito por reconocer que todo lo que soy y tengo me ha sido dado como don de amor, don que tengo que celebrar con alegría” (ibid). Es una disciplina que deja de lado la queja y el lamento: “Puedo elegir ser agradecido cuando me critican, aunque mi corazón responda con amargura. Puedo optar por hablar de la bondad y la belleza, aunque mi ojo interno siga buscando a alguien para acusarle de algo feo.


Puedo elegir escuchar las voces que perdonan y mirar los rostros que sonríen, aún cuando siga oyendo voces de venganza y vea muecas de odio” (ibid). Siempre podemos optar por la gratitud, porque Dios ha aparecido en mi oscuridad, me ha animado a venir a casa, y me ha dicho en un tono lleno de afecto que me quiere; puedo elegir entre vivir en las sombras de las desgracias que sufrí en el pasado y dejar que el resentimiento me absorba, o mirar desde la perspectiva de que los actos de gratitud le hacen a uno agradecido porque, paso a paso, le hacen ver que todo es gracia. Esto supone arriesgarse, dar un salto de fe inicial hasta experimentar el gozo de la gratitud y su verdad: “escribir una carta amable a alguien que no me perdonará, llamar al que me ha rechazado, pronunciar una palabra de aliento a alguien que no puede decirla. El salto de fe siempre significa amar sin esperar ser amado, dar sin querer recibir, invitar sin esperar ser invitado, abrazar sin pedir ser abrazado” (ibid, pp. 92-93), y este es el camino de vuelta a casa.


Es el descubrimiento de un amor primero y para siempre; a veces nos consideramos vulnerables, indignos, pero al final nos damos cuenta de que el verdadero pecado es negar el amor de Dios hacia mí, ignorar mi valía personal. Este es mi verdadero yo, y no tengo que buscar en lugares equivocados un éxito que me indique que valgo mucho, con competitividad y rivalidad humana, detrás de todo eso se esconde un corazón inseguro. Así muchos vamos queriendo considerar nuestros éxitos como signos de nuestra belleza interior, y un pequeño comentario hecho por uno de nuestros amigos nos puede hacer caer en el abismo de la depresión, por mucha envidia que despertemos en los demás. En todos los ámbitos, pues en este sentido hay historias sobre padres que no les dieron lo que necesitaban, profesores que les maltrataron, amigos que les traicionaron, una Iglesia que les dejó en un momento crítico de sus vidas. “La parábola del hijo pródigo es la historia que habla del amor que ya existía antes de que cualquier rechazo y que estará presente después de que se hayan producido todos los rechazos. Es el amor primero y duradero de un Dios que es Padre y Madre. Es la fuente del amor humano, incluso del más limitado. Toda la vida y predicación de Jesús estuvo dirigida a un único fin: revelar el inagotable e ilimitado amor materno y paterno de su Dios y mostrar el camino para dejar que ese amor dirija nuestra vida diaria”. Y en el famoso cuadro en el que Rembrandt hace de hijo pródigo, volviendo harapiento y llagado, refleja este amor de forma muy clara: es el amor que siempre da la bienvenida a casa y que siempre quiere celebrarlo” (ibid., pp. 116-117).


Debemos quitarnos la máscara para abrirnos a la alegría de Dios. La máscara la construye nuestra mente, a veces con una visión incompleta que nos aboca a la tristeza, la melancolía, el cinismo, el mal humor, los pensamientos sombríos, las especulaciones morbosas y las oleadas de depresión. Y desde la mente no podemos salir de este entuerto, a menos que salgamos de ese “secuestro mental” con un poco de sentido de humor. La comprensión de quienes somos nos abre el camino a la fiesta en que el Padre nos viste con una túnica, un anillo y unas sandalias, y este sentirme en casa es el que me da poderme quitar la máscara de tristeza de mi corazón, hacer desaparecer la mentira de mi propio yo y descubrir la libertad interior del hijo de Dios.


Si nos cuesta reconocernos como el hijo, mucho más el reconocernos como hijo mayor, para recibir el amor de bienvenida del Padre. Pero “hay otra llamada más. Es la llamada a convertirme en el padre que da la bienvenida y organiza una fiesta. Una vez descubierta mi condición de hijo, ahora he de descubrir mi paternidad” (ibid). Que esas manos que enmascararon mi ser con el éxito o el placer, el resentimiento o la tristeza, sean las que ahora aprendan a perdonar, consolar, curar y ofrecer un banquete, descubrir mi mejor yo en el servicio. Me viene a la cabeza el amor de una madre, con qué amor mira a su hijo aunque sea alguien que nos parece que tiene sus defectos. Recuerdo una persona que caía antipática al ver ciertas cosas en él que no me gustaban, sin que yo mostrara exteriormente ese sentimiento. Un día, vi como su madre le trataba con amor, y me di cuenta de lo que es un amor que no necesita contrapartida. Es entregar lo mejor de mí, pasar del “vivir para mí” a “vivir con las entrañas de una madre o un padre con sus hijos”. A eso estamos llamados.

Sobre el perdón y la navidad, y 2 artículos más

Varios artícuilos: cristianos en tierra santa, etc.

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domingo, 17 de diciembre de 2023

Bach, músico de la fe y la compasión

 

Bach, músico de la fe y la compasión

La construcción de su música es como una catedral de notas que te embarcan en un sentimiento de profunda espiritualidad y belleza

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El alemán Johann Sebastian Bach (1685-1750) fue un prolífico compositor, especialmente de música sacra. Para muchos representa la cumbre de la música en el Barroco. Ocupó el oficio de kantor (componente fundamental de la organización eclesiástica y civil luterana, al que le podían tocar también dirigir celebraciones religiosas) en Leipzig. Dirigía el coro y la música de las celebraciones litúrgicas, enseñaba composición y órgano, etc.

Fue así Director Musices de la ciudad la mitad de su vida laboral, de esta época datan la mayoría de sus cantatas conocidas, tanto originales como adaptaciones de anteriormente compuestas, las pasiones y los diferentes oratorios. Tuvo otras etapas como cuando estuvo en la corte del duque de Köthen, de 1717 a 1723, la más intensa de su vida en lo que a música profana se refiere.

A los 18 años era un virtuoso, extraordinario organista y era llamado, incluso, para hacer informes sobre nuevos órganos. Su incomparable condición de intérprete y compositor para órgano es lo primero que pasa a la posteridad.

“Es un hombre muy de su tiempo. Está envuelto en todas las controversias de su tiempo, y fue muy conflictivo en sí mismo. Sin duda era un hombre difícil. Tuvo problemas con lo que llamamos control de la ira, y a menudo se metió en problemas. Creo que tuvo que ser un infierno tenerlo como padre. Tenemos registros de ejercicios de composición que plantea a su hijo mayor, donde se puede ver la solución de Bach junto a la de su hijo y por supuesto la de Bach siempre es mejor. Imagínese tratando de vivir de acuerdo con eso. Pero en otros aspectos era un típico burgués alemán, que era aficionado a la cerveza y a la pipa. No era un cosmopolita como su amigo Telemann” (Eliot Gardiner).

Es el músico más inteligente de su época, su música –cargada de matemáticas- a pesar de la complejidad técnica transmite humildad… la sencillez de la cercanía a Dios. Así, la complejidad del contrapunto se convierte en un sentido y sencillo diálogo. No sin razón se dice que la construcción de su música es como una catedral de notas que te embarcan en un sentimiento de profunda espiritualidad y belleza. Así, la cantata 147, “Jesús alegría de los hombres” tiene ese ritmo de alegría esperanzada.

Bach es el maestro del contrapunto, la forma de composición más perfecta, además combina los ritmos, la dirección de las voces, etc., de forma magistral. Su obra está unida a su fe, la técnica va de la mano de la espiritualidad sentida. Los salmos por él cantados son rezos que nos llevan a lo celestial; Bach ha logrado hacer música religiosa.

El repertorio de Bach es muy amplio (1.128 obras catalogadas por el momento), aunque algunas se han encontrado, otras se dan por perdidas. A mitad del siglo XX se dijo que fue Mozart quien primero expresa sentimientos, hasta que se descubre Bach y ya se le dio esa prioridad (ahora se ve que Vivaldi ya los expresaba).

OBRAS

Existen obras que son conocidas directamente por su nombre, bien porque son las únicas en ese género concreto (Magnificat), bien por su importancia (Pasión según San Juan). Las hay que son conocidas por el tipo de obra que son (las Suites para violonchelo, las Partitas para violín) y otras con el sobrenombre que se le dieron posteriormente (que es lo que ocurre con los llamados Conciertos de Brandenburgo o lasVariaciones Goldberg). Incluso hay obras que son conocidas por encima de otras del mismo género musical (como La Pasión, refiriéndose ésta a la Pasión según San Mateo y no a la de San Juan, por ejemplo). Hoy por hoy, reconocemos en BWV el número de la obra, dentro de un catálogo temático. Para hacernos una idea, compone un volumen de obras 5 veces mayor que Beethoven.

Otra característica de su obra es que su música se adapta a todo tipo de versiones y con distintos instrumentos, y siempre resulta una pieza mayúscula. Y en el modo de componer sus sonatas instrumentales, con contrapuntos y fugas, podríamos ver el primer concepto de música de cámara moderna.

En la pasión según san Juan, los coros cantan estrofas de gran espiritualidad tomadas de la tradición luterana. La maestría de Bach hará que esas letras preciosas vayan acompañadas de un sentimiento emotivo: “¡Oh gran amor, oh amor sin medida que te ha llevado a este martirio! Yo he vivido entre placeres mundanales y Tú debes sufrir”. En el Aria la compasión alcanza algo sublime: “También yo te seguiré con alegres pasos, y no te dejaré, mi Vida, mi Luz. Dirige mis pasos y no dejes de guiarme, de incitarme, de atraerme”.

En una religiosidad muy centrada en la pecaminosidad, sabe encontrar la luz del consuelo:

“La teología de la época tiene algunos aspectos muy desagradables. En los textos teológicos de aquella época hay mucho acerca del concepto de pecado, con imágenes de carne putrefacta, el pecado como putrefacción del ser humano. Pero Bach no puede prescindir de la teología, tiene que introducirla en el pensamiento del creyente, y el compositor encuentra la manera de ayudar a hacer eso. De alguna manera trae consuelo ante todo ese pensamiento sombrío sobre el pecado. La única cosa que realmente no puede soportar Bach es la hipocresía, y es muy curioso cómo la música se vuelve dura y pétrea cuando el texto habla acerca de la hipocresía” (Eliot Gardiner).

Podemos decir que es el primer músico luterano que cultiva el sentimiento, y precisamente eso le hará el más olvidado de los músicos (decían que era demasiado alegre, que las voces de sus obras eran de ópera…), y en cambio serán esas obras emotivas las más valoradas hoy en día.

Escuchamos en otra aria:

“…Cuando las olas agitadas por la marea de nuestros pecados se retiren aparecerá el más bello arco iris, símbolo de la gracia de Dios”. Y al contemplar la salvación operada por la Cruz, reza: “en mi última agonía no dejes que confíe en nadie sino en ti, que me has salvado. ¡Señor amado! Dame solo lo que tú has merecido, no anhelo nada más)”.

La generosidad emocional de Bach y la energía en el consuelo es lo que Eliot Gardiner destaca:

“Tengo amigos que no son creyentes, pero que han sido calmados por la música de Bach y creo que la razón es que Bach sabía lo que era la tragedia. Quedó huérfano dos veces, perdió a su primera esposa y a diez de sus hijos. Se enfrentó a todo esto con coraje, y creo que es esa combinación de inquebrantable rigor y de maravilloso poder de consolar lo que le hace único” (Bach. Music in The Castle of Heaven).

La emoción embarga el alma de dulzura cuando oímos las palabras Cuando te encuentres en el instante final te abrazaré y tomaré en mis brazos y en mi regazo”. Algo más tarde, la mezzo dice a Jesús: “Si las lágrimas de mis mejillas no consiguen nada, tomad mi corazón y convertidlo en cáliz de sacrificio con la sangre que fluye de las heridas”. Por eso representó escenográficamente la “Pasión” según san Mateo, y la cantante al pronunciar “mi corazón es como un cáliz” sostiene a Jesús entre sus manos y lo muestra a todos.

Volviendo al Magníficat (Lucas 1,46-55; BWV 243), una de sus grandes obras corales (la de 1733, en re, alegre), no deja de llegarme a las fibras del alma el Aria (soprano I) “Quia respexit”, con timbre de oboe d’amore, donde la humildad une la solemnidad y la sencillez… ahí todo es Evangelio en voces solas y corales, sin recitación ni textos meditativos…

El órgano di legno se encarga siempre del bajo continuo, al que denominaba Bach «el fundamento más seguro de la música», música que tenía «como causa y fin últimos honrar a Dios y recrear el espíritu».

Este genio absoluto de la música barroca, el cantor de Leipzig compone en sus últimos años un monumental tríptico, su testamento artístico: «la ofrenda musical», «el arte de la fuga» y la «misa en si menor.»

 La gran misa (La misa en si menor – BWV 232)

La misa en si menor (en latín) está considerada como La gran misa católica (junto con la Misa Solemnis de Beethoven), la cumbre del arte musical en este género. Al igual que La Pasión según san Mateo (en alemán) será la gran obra luterana. Como otros músicos, Bach había compuesto misas incompletas (sólo Kyrie y Gloria), que también interpretan en los oficios luteranos, pero quiere componer el gran reto, una Misa solemnis, propio de un hombre de profunda religiosidad y profundamente ligado a la tradición litúrgica. Será uno de los primeros en hacerlo.

Él, nexo entre pasado y futuro, quiere en la Misa indicar el camino a seguir. Ve que el camino es éste. Dedicará tiempo a ella durante 25 años, aprovechando una Misa incompleta que le encargaron, pero luego seguirá con los otros cantos, componiéndolos, y para ello adaptará otras obras suyas (una de ellas perdida).

Incluso pone en el Credo algo que un luterano no comparte: creo en la «santa iglesia católica, apostólica» (aunque lo hace por un solista, sin coros… como un detalle menos significativo).

Así, de Haydn a Stravinsky muchos compositores quieren también medirse con la tradición que el canon de la misa sintetiza a la perfección. Mozart utilizó la inacabada misa en do menor para llevar al extremo su trágica visión de la existencia. Y Beethoven ilustró en su Misa solemnis aquella visión utópica de la vida y del arte que fue el punto de llegada de su itinerario compositivo.

¿Cómo consigue esos sentimientos de los que hablamos más arriba?: el uso de recursos cromáticos se compagina con silencios que representan el dolor o el llanto (crucifixus, qui tollit peccata mundi) o saltos ascendentes para manifestar alegría (al principio del Gloria por ejemplo).

El si menor es tradicionalmente ligado a la visión trascendente o a la sublimación del dolor, que él compagina con otras notas. Así, en el credo, el passus et sepultus est es un cambio de traspaso y final de sufrimiento y prepara el brillante re mayor del resurrexit.

Como la música es matemática, no es extraña la combinación de los números, pero algún musicólogo observa el sentido simbólico de esos números: como los 53 compases del crucifixus, relacionado con el libro 53 del profeta Isaías, donde está la pasión de Cristo anunciada, lectura que se lee en viernes santo. Este simbolismo impregna toda la obra y su máxima manifestación está en la trascendental presencia del número 3 tan relacionado con la Trinidad, y así las 3 notas del acorde del si menor, corresponden con las tonalidades de las tres secciones del Kyrie (si menor, re mayor, fa sostenido menor: Luca Chiantore).

Mi amigo organista Modest Moreno Morera ha escrito muy bien sobre la composición matemática de su armonía, que tiene también raíces religiosas; ve en Bach la unión entre el músico y el creyente, y me contaba que toda su música, toda, hay que verla desde el prisma de esa dualidad que en él es unicidad. Sin el Evangelio en mano, es difícil entender a Bach, sea una obra con texto o sin él. Las obras puramente instrumentales, y no sólo las de órgano y clavicémbalo siempre integran ese leit-motiv que es la fe bien enraizada.

Bach era un cristiano muy convencido. Si no se entiende así, no se entiende ni puede tocarse bien su música, y mucho menos interpretarla, porque el acercamiento a él siempre sería velado. Y ya bastante críptica y velada es su música. La simbología que contiene es inmensa. Hay especialistas que incluso ven en él la Cábala. Otros lo conectan plenamente con la Edad Media, con la división que Boecio hace de la Música (yo también). En Bach –no sólo en él, pero en él es omnipresente- es necesario ver siempre el microcosmos y el macrocosmos. El alma frente al Universo. Es, ciertamente, Boecio…

En 1845 la Misa se publica entera por primera vez y se cree que el CredoHossanaBenedictusAgnus Dei y Dona Nobis Pacem nunca los escuchó en vida el compositor.
 

Esta misa tiene «la dimensión espiritual y estética de la obra y su perfecto equilibrio entre virtuosismo, emoción, pureza y elocuencia alcanzan unos niveles de lenguaje musical extremos que la sitúan en la dimensión más elevada y más universal jamás alcanzada por el hombre. Esta obra resume el saber de toda una vida en la que el pasado (stile antico) y el presente (barocco y galante) se combinan para permitirnos entrever el futuro de un lenguaje musical verdaderamente universal y trascendente» (Jordi Savall).

Parodiando el nombre de Bach (“arroyo” en alemán) dijo Beethoven que se tendría que haber llamado «Mar» en lugar de arroyo… y concretamente, esta Misa es «la obra de arte musical más extraordinaria de todos los tiempos y de todos los pueblos», escribió el editor Nágeli al anunciar su publicación en 1818. Opina que es el credo su momento culmen: «ejemplo eterno de cómo alcanzar el más distintivo despertar de la fuerza de la fe mediante la fuerza milagrosa del arte».

Y esta fe, como se ha dicho también, va unida al consuelo. Al pensar esa interpretación, me decía un amigo que quizá por eso le gustaban tanto los llamados “conciertos de Brandemburg”, su tono alegre. Pero son muchas las obras que tocan la fibra, que dan consuelo: la cantata “bajo las estrellas” es un ejemplo de ello (BWV 1068).

Sin duda, esos buenos sentimientos tienen una raíz religiosa, y se consiguen con una empatía que relaciona su fe personal con su obra, y la obra con su vida personal. Se ha dicho que Bach es un hombre sencillamente fiel a su experiencia religiosa . Sus más de veinte hijos, sus logros profesionales serán ocasión de experimentar la cercanía de Dios. Incluso, su segunda esposa recordará cómo el maestro compuso entre lágrimas cierto pasaje de la Pasión según San Mateo en que se narra la muerte de Cristo en la cruz, conmovido. Vive su amor a Jesús, y deja el empleo en alguna corte a cambio de poder escribir música religiosa en Leipzig. La paz y sencillez serán características de sus obras.

Nieves Acosta Picado, "La paz interior", Encuentro Ayuntamiento Granada,...

viernes, 15 de diciembre de 2023

Carl Sagan Un pálido punto azul Subtitulado

Segunda etapa del duelo: ira y explosión dolorosa

 


La furia tiene como función anclarnos a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y prepararnos para lo que sigue
Llucià Pou Sabaté
 Diariosigloxxi.com
Miércoles, 13 de diciembre de 2023, 10:29 h (CET)

Cuando se consigue traspasar la primera etapa de incredulidad, no tenemos más remedio que conectarnos con el agudo dolor del darnos cuenta. Y el dolor de la muerte de un ser querido en esta etapa es como si nos alcanzara un rayo. Después de todos nuestros intentos para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la conciencia junta de que esa persona murió, la hemos perdido. Y entonces la situación nos invade, nos desborda, nos tapa, de repente un golpe emocional tan grande desemboca en una brusca explosión. Esta explosión dolorosa es la segunda etapa del duelo normal. Es la etapa de la regresión y pataleos como si fuéramos niños. No encontramos las palabras oportunas, decimos cosas que quizá no tengan mucho sentido, estamos instalados en estado continuo de explosión emocional.


Clive Staples Lewis (Belfast 1898-Oxford 1963), profesor de Oxford y Cambridge, escritor de casi todas las temáticas posibles y un buen apologeta, sufre en su carne el zarpazo del sufrimiento: la muerte de su esposa, y decía que la muerte de los amigos le desnudaba como un árbol que pierde hojas, pero que la pérdida de su amada fue algo mucho peor, que fue el hacha que cayó sobre la base del árbol, hiriéndolo en su raíz, a fondo, en la profundidad de su alma. En el libro Una pena observada, cuenta como perdió a su mujer y quiso anotar en un cuaderno sus propias reacciones, y observar las primeras reacciones de desconcierto, rabia, protesta airada, y las sucesivas, hasta el final, cuando el ser querido vuelve al fin como apacible y amorosa compañía invisible.


¿Qué experimenta el hombre ante el dolor, qué piensa en su conciencia? C. S. Lewis había escrito 20 años antes el ensayo El problema del dolor, en un esfuerzo intelectual por esclarecer este misterio. Pero cuando lo experimentó en su piel, todo fue distinto, ya no era algo enigmático sino sufrido, y el diario que redactó a raíz de la muerte de su esposa Joy Davidman proclama este lamento sufriente: «Cada día no sólo vivo en pena, sino pensando lo que es vivir en pena». No sirve ninguna estrategia para que el dolor no duela. Lo único que está en sus manos es tratar de dar sentido al dolor que necesariamente ha de ser padecido. Los primeros días, hay rebeldía: tambalean las convicciones religiosas más profundas: "sentimientos, sentimientos, sentimientos. Vamos a ver si en vez de tanto sentir puedo pensar un poco... yo sabía que estas cosas, y otras de peores, ocurren a diario. Y habría jurado que contaba con ello. Me habían advertido –y yo mismo estaba sobre aviso- que no contara con la felicidad terrenal. Incluso ella y yo nos habíamos prometido sufrimientos… Claro, que es diferente cuando una cosa así le pasa a uno y no a los demás, cuando pasa en realidad, no a través de la imaginación”.


Es un replantearse todo desde la presente situación: “Sí, pero a pesar de todo, ¿puede suponer una diferencia tan enorme para un hombre en sus cabales? No. Ni tampoco para un hombre cuya fe no fuera de pacotilla y al que de verdad le importaran los sufrimientos ajenos. La cuestión está bien clara. Si me han derribado su casa de un manotazo es porque era un castillo de naipes, y yo no lo sabía”. La sensación de pequeñez y desnudez es total: “La fe que ‘contaba’ con todas estas cosas no era fe, sino simplemente imaginación… si a mí me hubieran importado –como creí que me importaban- las tribulaciones de la gente, no me habría sentido tan disminuido cuando llegó la hora de mi propia tribulación. Se trataba de una fe imaginaria jugando con fichas inocuas donde se leía ‘enfermedad’, ‘dolor’, ‘muerte’ y ‘soledad’. Me parecía que tenía confianza en la cuerda hasta que me importó realmente el hecho de que me sujetara o no. Ahora que me importa, me doy cuenta de que no la tenía…” y entonces es una prueba de fe: “es muy fácil decir que confías en la solidez y fuerza de una cuerda cuando la estás usando simplemente para atar una caja. Pero imagínate que te ves obligado a agarrarte a esa cuerda suspendido sobre un precipicio…”.


A propósito del ejemplo de la cuerda, pienso en alguna ascensión de escalada artificial, en la que me he visto colgado de la cuerda en un momento de descanso, sólo de una cuerda, y ese pensamiento de que estoy pendiente de un hilo ha venido a mi cabeza repentinamente.


El pensamiento de la muerte convierte a Dios en un presupuesto necesario, deja de ser una hipótesis innecesaria cuando no pienso en teoría sino en “mi muerte”.


Luego, con los días y semanas, va abriéndose una luz en la noche; sigue Lewis: “conviene entenderlo a derechas. Dios no ha estado ensayando un experimento sobre mi fe o mi amor con vistas a poner en claro su calidad. Esta calidad ya la conocía Él. Era yo quien no la conocía... Él siempre supo que mi templo era un castillo de naipes. Su única manera de metérmelo en la cabeza era desbaratarlo”. (Sus palabras reflejan el estado en que uno está dolido y se plantea el “por qué”, por eso piensa entonces que Dios quiere “desbaratar” nuestros planes). Es la hora de la verdad, ensayada y preparada en el tiempo, en el ejercicio de pequeñas cosas: “los jugadores de bridge me dicen que tiene que haber algún dinero circulando en juego porque si no ‘la gente no se lo toma en serio’. Parece que esto también es algo así. Se puede apostar por Dios o por la negación de Dios… depende de lo que se haya expuesto en el envite el que éste sea serio o no lo sea. Y nunca se entera uno de lo serio que era hasta que las apuestas se disparan a una altura horrible; hasta que se da uno cuenta de que no está jugando con fichas o con calderilla, sino que lo que está en juego es hasta el último penique que puede llegar a adquirirse en el mundo”. Es la hora de la prueba real… experimenta el dolor como miedo, como tedio y también como rebeldía frente a Dios. El sufrimiento ha convertido su vida en un «callejón angosto» y en un sinsentido. El dolor tiñe la vida con una sensación de permanente provisionalidad: “Antes nunca llegaba a tiempo para nada, ahora no hay nada más que tiempo, tiempo en estado casi puro, una vacía continuidad”. Hay sensación de egoísmo, y que eso es “justo lo que no debe ser… Me he quedado horrorizado. Por la forma en que he venido hablando, cualquiera tendría derecho a pensar que lo que más me importa de la muerte de H. son sus efectos sobre mí mismo”. La realidad queda deformada cuando se observa así, el sentimiento la ve como el palo metido en el agua que aparece torcido, algo sin sentido.


Puede ser muy duro, como expresaba santa Isabel de Hungría a la muerte de su esposo: “¡oh Señor, mi Dios!, ¡Dios mío, ahora el mundo entero ha muerto para mí, el mundo y todo su contenido de felicidad!” Es la locura de la fase de tristeza. Ese camino de ir viendo bien la realidad, con mirada de fe, lleva su recorrido, y ese tiempo de rabia es necesario para ir dando esos pasos: "para que ese proceso llegue a su término hace falta tiempo y a veces ayuda. Recuerdo que mi abuela decía: 'cuando perdí mi costat...'. El marido, la pareja, era en vieja expresión popular el costado, y cuando el costado, el apoyo, la compañía falta se nota el hueco, el vacío" (Lorenzo Gomis). Y es que "la muerte es el termómetro del amor". Sobre todo nos impactan las experiencias de la muerte de los demás, entonces tomamos en un sentido nuevo, más auténtico, de la muerte.


Jorge Bucay ve que después de tener conciencia de lo que pasó, viene la etapa de la furia: “Ya he llorado. Ya he gritado… ahora toca enfadarme”. ¿Con quién nos enfadamos? Depende... A veces nos enojamos con aquellos que consideramos responsables de la muerte: los médicos que no lo salvaron, el tipo que manejaba el camión con el que chocó, el piloto del avión que se cayó, la compañía aérea, el señor que le vendió el departamento que se incendió, la máquina que se rompió, el ascensor que se cayó, etc., etc. Nos enojamos con todos para poder pensar que tiene que haber alguien a quien responsabilizar de todo esto. O nos enojamos con Dios. Si no encontramos a nadie y aún encontrándolo nos ponemos furiosos con Dios y empezamos a cuestionarlo. O quizás nos enojamos con la vida, con la circunstancia, con el destino. Y arremetemos contra la vida que nos arrebata al ser querido. Lo cierto es que con Dios, con la vida, con uno mismo, con el otro, con el más allá, con alguien, siempre hay un momento en el que conectamos con la furia. Ahora con este y después con el otro. O no. En lugar de eso o además de eso nos enojamos con el que murió. Nos ponemos furiosos porque nos abandonó, porque se fue, porque no está, porque nos dejó justo ahora, porque se muere en el momento que no era el adecuado (“¡mira que morirse justo ahora, qué mala jugada me ha hecho!”), porque no estábamos preparados, porque no queríamos, porque nos duele, porque nos molesta, porque nos fastidia, porque nos complica, porque, porque, sobre todo porque nos dejó solos de él, solos de ella. A veces si muere mi mamá, me enojo con mi papá porque sobrevivió. Me enojo con el hermano mayor de mi padre, porque él vive y mi papá se murió. Sea con las circunstancias, sea con Dios, con la religión, con el vecino, sea con el que no tiene nada que ver o con quien sea, me enojo. Me enojo con cualquiera a quien pueda culpar de mi sensación de ser abandonado. No importa si es razonable o no, el hecho es que me enojo. Pero, ¿cómo puedo hacer eso? En el fondo, sé que los otros no son culpables de esto que los acuso. Lo que pasa es que la furia tiene una función, como la tiene el sangrado... Esta furia está allí para producir algunas cosas, como la sangre sale para permitir el proceso que sigue.


También podemos enfadarnos con nosotros mismos y lo que queríamos haberle dicho: que le queremos, o arreglar un asunto pendiente, o la pregunta de “qué más podía haber hecho por él”. Sensación de culpa, en definitiva. Es muy frecuente enfadarse porque había un hospital mejor donde llevarlo, una cura mejor para hacerle en aquel momento, podía haber puesto esos otros medios que hubieran sido más útiles… y claro, la culpa se puede echar a los médicos, que fallaron y “por eso murió”.


En ese mundo de los sentimientos, la ira aparece cuando ya somos capaces de sobrevivir a la pérdida, y nos sorprendemos de ello. Y a su vez dará paso a otros sentimientos, como la tristeza, soledad, pánico y otros tipos de dolor. La ira es así un proceso sanador (mientras no dure demasiado), que da paso a otros momentos… para ir más a fondo.


La tristeza todavía no va a aparecer porque el cuerpo se está preparando para soportarla. La furia tiene como función anclarnos a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y prepararnos para lo que sigue; tiene como función terminar con el desborde de la etapa anterior pero también intentar protegernos, por un tiempo más, del dolor de la tristeza que nos espera. Para que pare la sangre habrá que taponar la herida con algo. Algo que sea justamente el resultado del sangrar. Porque si el paciente siguiera sangrando se moriría. Si el paciente siguiera furioso se moriría agotado, destrozado por la furia. En el proceso natural de la elaboración de un duelo aparece tarde o temprano una etapa de la culpa. Hay algo que hemos hecho mal, y hay como una necesidad de ofrecer un sacrificio, algo para arreglarlo, una “negociación”.

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