En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

domingo, 31 de marzo de 2024

Sentido pascual de la resurrección: ¿qué pasa con el cuerpo?

 

Sentido pascual de la resurrección: ¿qué pasa con el cuerpo?

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¿Cómo es el cuerpo de una persona que resucita, para un cristiano? Para saberlo, hemos de conocer cómo es el cuerpo de Jesús glorificado, pues así será el nuestro? El Catecismo (n. 659) recuerda “las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que, desde entonces, su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24,31; Jn 20,19.26): nos está mostrando una forma corporal que puede presentarse como materia física o sin ella: durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos”, pero es un cuerpo que pasa por paredes y va de un lugar a otro instantáneamente, no está sujeto a espacio y tiempo, porque ya no pertenece a nuestras dimensiones, se nos aparece

Siempre se ha hablado de resurrección de la carne y hemos pensado que la resurrección es en otra carne, pero en realidad se nos dice que nuestra carne resucita, pero no se nos dice en qué. San Ireneo habla de la transfiguración de nuestra carne cuando resucitemos, siguiendo las palabras paulinas señala: “Porque, siendo mortal y corruptible, se hace inmortal e incorruptible”. En aquel tiempo, no podían hablarnos de otro modo para señalar que tenemos idéntico yo interior y que permanecemos siendo quienes somos. Se decía por eso: “En los mismos (cuerpos) en que habían muerto, porque, de no ser en los mismos, tampoco resucitaron los que habían muerto”; los padres de la Iglesia piensan que la identidad corporal es necesaria para la identidad personal, pero “la Iglesia no ha enseñado nunca que se requiera la misma materia para que pueda decirse que el cuerpo es el mismo. Pero el culto de las reliquias muestra que la resurrección no puede explicarse independientemente del cuerpo que vivió”, según señala la Comisión Teológica Internacional.

¿Con qué edad resucitaríamos?

Algunas veces me han preguntado qué pensaba sobre la edad con la que resucitaríamos, como si el cuerpo resucitado fuera una fotografía de un momento determinado de nuestra vida, y así si alguien muriera decrépito y anciano o con incapacidades físicas, así sería resucitado. Como se ve, es una interpretación simplista. Me imagino que cambiamos de dimensión, de estado, y que Jesús se volvió al Padre sin perder su historia, como en un disco duro de ordenador tenemos las películas que hemos guardado, así Jesús puede aparecerse en cualquier momento de su historia.

En otra dimensión

Ratzinger nos da pistas sobre ese cuerpo que no es cuerpo, es decir que está en una dimensión que puede materializarse en un cuerpo, pero que no todos lo ven, como los de Emaús, que no le reconocieron. Ni María Magdalena hasta cuando pronuncia su nombre, ni los discípulos en la playa, en la segunda pesca milagrosa. Jesús resucitó con toda su historia y puede manifestarse a quien quiere y, quizá, a quien está preparado para verle: por ejemplo, María Magdalena, cuando Jesús resucitado la llama por su nombre, o los discípulos de Emaús en la fracción del pan, o los de la segunda pesca milagrosa cuando les dice que echen la red a la derecha y se repite la gran redada de peces, etcétera.

Así, Jesús podía haber resucitado dejando el cuerpo antiguo en el sepulcro, pero en aquellos tiempos no lo hubieran entendido. Por eso lo hizo desaparecer. Dice Ratzinger: “Nuestro Credo no habla de una tumba vacía. No le interesa saber directamente que la tumba estuviese vacía, sino que Jesús hubiese yacido en ella. Es necesario también admitir que una comprensión de la resurrección, tal y como se hubiese desarrollado a partir de la tumba vacía como concepto opuesto al de sepultura, no llega a abarcar el profundo mensaje del Nuevo Testamento. De hecho, Jesús no es un muerto retornado, como por ejemplo el joven de Naím o Lázaro, devueltos a la vida terrena, que concluiría después con una muerte definitiva. La resurrección de Jesús no es una superación de la muerte clínica, que conocemos también hoy.  Jesús, después de la resurrección, pertenece a una esfera de la realidad que normalmente se sustrae a nuestros sentidos. Sólo así puede explicarse la irreconocibilidad de Jesús, narrada de forma concorde por todos los evangelios. Ya no pertenece al mundo perceptible por los sentidos, sino al mundo de Dios.

Tenemos, por tanto, que admitir que Jesús no era un muerto reanimado, sino vivo en virtud del poder divino, por encima de lo que es medible desde la física o la química

Tenemos, por tanto, que admitir que Jesús no era un muerto reanimado, sino vivo en virtud del poder divino, por encima de lo que es medible desde la física o la química. Pero también es cierto que, en realidad, aquella persona, aquel Jesús ajusticiado dos días antes, estaba vivo. Tal superación del poder de la muerte, precisamente donde ésta despliega su irrevocabilidad (es decir, la tumba), pertenece de forma central al testimonio bíblico. Quien cree en la resurrección del cuerpo no afirma un milagro absurdo, sino que afirma el poder de Dios, que respeta su creación sin quedar ligado a la ley de la muerte. «La superación de la muerte, su eliminación real (y no simplemente conceptual) es, aún hoy como entonces, el deseo y el objeto de la búsqueda del hombre” (Joseph Ratzinger, El camino pascual).

 Podemos decir que ese sentido pascual de la carne es el que nos hace poder comulgar en el Sacramento del cuerpo de Cristo sin pensar en el sentido físico de cuerpo. Y -no podemos desarrollar aquí la idea- tomar la alegoría de pascua como que, en la vida, todo sigue este ciclo: nacer y crecer, morir o sufrir… y resucitar. Y llevarlo a todos los terrenos, como el sentido familiar de la resurrección de la carne: Jesús nos ha dado su carne, que es un concepto familiar en la Biblia, y por tanto vivimos en las relaciones que Dios nos ofrece, que es el nivel hipostático. Y eso permite también pensar en la resurrección de las relaciones familiares. Es decir, una esperanza en todas las relaciones personales.

Esto no quiere decir que tengamos que estar con alguien con quien no queremos estar, pero sí ver a esa persona como alguien que está por hacer, como si dijéramos en un estado primitivo, que superará, sabiendo que, de lo malo, vendrá una resurrección, que la muerte es puerta para la vida: “Aquí -señala el Papa Francisco- se hace presente la esperanza en todo su sentido, porque incluye la certeza de una vida más allá de la muerte. Esa persona, con todas sus debilidades, está llamada a la plenitud del cielo. Allí, completamente transformada por la resurrección de Cristo, ya no existirán sus fragilidades, sus oscuridades ni sus patologías. Allí el verdadero ser de esa persona brillará con toda su potencia de bien y de hermosura. Eso también nos permite, en medio de las molestias de esta tierra, contemplar a esa persona con una mirada sobrenatural, a la luz de la esperanza, y esperar esa plenitud que un día recibirá en el reino celestial, aunque ahora no sea visible”.

Feliz pascua de Resurrección!

"Profundo silencio expectante, de la mano de la Virgen María"

 

"Profundo silencio expectante, de la mano de la Virgen María"

2024-03-30

El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa...

Llucià Pou Sabaté
   
"Reflexiones para el Sábado Santo"

"Vivimos el recuerdo y el signo de su “amor hasta el extremo”

Las Iglesias están desnudas y no hay liturgia. Jesús duerme en el sepulcro, y nosotros esperamos el gran acontecimiento de la Resurrección, perseverando con María en la espera, rezando y meditando. Hace falta un día de silencio para meditar en la realidad de la vida humana, en las fuerzas del mal y en la gran fuerza del bien que surge de la Pasión y de la Resurrección del Señor. Nos recuerda la espera de las madres, que sufren por los hijos, la compasión de las madres que sufren en silencio, a distancia. Se habla en muchos sitios de imágenes de la Virgen que lloran… son lágrimas que hay que entenderlas no tanto físicas, sino sobre todo lágrimas interiores que son las que más duelen y las que más cuestan.

En la liturgia de las Horas leemos hoy una homilía del siglo II que habla del descenso del Señor a la región de los muertos y un diálogo entre Cristo y Adán; recuerdo que cuando yo era pequeño me ocultaban esa tradición, diciendo que “Adán” estaba apartado de Dios; su lectura entera puede servirnos para meditar hoy: “Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglo. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento la región de los muertos.

En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.

El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «Y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.

Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: «Salid» y a los que estaban en tinieblas: «Sed iluminados», y a los que estaban adormilados: «Levantaos».

Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.

Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.

Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.

Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.

Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; más he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.

Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.”

Podemos vivir este día especialmente unidos a María, la Madre de Jesús, que espera. Es la “Esperanza”. Recuerda el descender del Cuerpo de la Cruz con sus llagas sangrantes, su sudor y el barro mezclado con salivazos. El sepulcro donde José de Arimatea acomodó el cuerpo de Jesús. Quizá Maria medita el salmo 138: “Si escalo el cielo, allá estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: que al menos la tiniebla me encubra…’, ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día” (8-12).

Ella en su alma sufrió con su Hijo; quizá intuyó sus sentimientos san Pablo cuando escribía: “Para mí la vida es Cristo. Si puedo estar junto a Él (es decir, si muero) es una ganancia. Pero si quedo en esta vida, todavía puedo llevar fruto. Así me encuentro en este dilema: partir –es decir, ser ejecutado- y estar con Cristo, sería lo mejor; pero, quedarme en esta vida es más necesario para vosotros” (Fil 1,21ss).

Hoy no hay Eucaristía en el mundo, vivimos el recuerdo y el signo de su “amor hasta el extremo”, la Santa Cruz que adoramos devotamente. Hoy es el día para acompañar a María, la madre. Ella, que con ternura y amor guardaba en su corazón de madre los misterios que no acababa de entender de aquel Hijo que era el Salvador de los hombres, está dolorosa y esperanzada: es María de la Soledad, la Virgen Esperanza que intuye el estallido de la resurrección. Por eso se llamaba el “sábado de gloria”.

sábado, 16 de marzo de 2024

Formamos parte de algo más grande que nosotros

 

Formamos parte de algo más grande que nosotros



Cuando entendemos que somos colaboradores en el plan divino, experimentamos una paz que trasciende toda comprensión
Llucià Pou Sabaté
Jueves, 14 de marzo de 2024, 08:56 h (CET)

La historia de la vida humana es como un tapiz tejido con hilos de experiencias, desafíos y momentos de profunda reflexión. En este vasto lienzo, cada uno de nosotros forma parte de algo más grande que nosotros mismos, una tela cósmica tejida con los designios de un plan divino que a menudo escapa a nuestra comprensión. Recientemente, mientras hojeaba un resumen en algún rincón de mi biblioteca, me encontré con una reflexión que resonó profundamente en mí y que deseo compartir: Nuestra existencia está imbuida de un propósito divino, un diseño celestial que, de manera misteriosa, incluye el sufrimiento como parte integral de nuestro viaje. Es en este entendimiento que encontramos la semilla de una gran oportunidad para crecer, madurar y dar frutos que nos conduzcan hacia un destino prometido.


Recuerdo las palabras de Edith Stein, una filósofa alemana convertida en monja carmelita, cuya vida y martirio en Auschwitz reflejan una profunda comprensión de la "ciencia de la cruz". Ella escribió: "Lo que no estaba en mis proyectos se encontraba en los proyectos de Dios". Estas palabras resuenan con la convicción de que no hay coincidencias ni accidentes en la vida, sino una coherencia perfectamente inteligible en el plan de la providencia divina.


El mensaje central de Jesús en el Sermón de la Montaña nos invita a confiar en los planes de nuestro Padre celestial, recordándonos que hasta los más pequeños detalles de nuestras vidas están cuidadosamente contemplados por Él. Es esta confianza en el amor y la sabiduría divina lo que nos permite abrazar las pruebas y tribulaciones con serenidad y fortaleza interior: "¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados" (Mateo 10,29).


Santa Catalina de Siena nos ofrece una perspectiva aún más profunda al recordarnos que todo procede del Amor, y que incluso el sufrimiento puede ser un medio de salvación y crecimiento espiritual: "Decid a aquellos que se escandalizan y se rebelan de lo que les pasa: todo procede del Amor, todo es dispuesto para la salvación del hombre. Dios todo lo hace con este objetivo". Esto no se entiende fácilmente sino con una ciencia del corazón… podemos releer esas palabras, para que vayan ahondando en nuestro interior: “todo procede del Amor…” Es a través de una ciencia del corazón, de una profunda conexión con nuestro ser interior, que podemos comprender la verdadera naturaleza del sufrimiento y encontrar consuelo en medio de las adversidades.


Cuando entendemos que somos colaboradores en el plan divino, capaces de entrar deliberadamente en él a través de la actividad, la oración y sí, incluso el sufrimiento, experimentamos una paz que trasciende toda comprensión. Aunque el dolor puede seguir presente, nuestra fe nos sostiene y nos guía a través de las sombras hacia la luz.

   

Entendemos que todo vendrá por alguna razón, si Dios lo permite, y que de ahí saldrá algo bueno aunque nos es impedido verlo ahora mismo. Sin embargo, aquí o en la otra vida, lo veremos. Lo sabemos. Y nos fiamos. Entonces, no se deja de sufrir, pero de un modo mitigado, sabiendo –o sintiendo- el sentido… "El fuego limpia el oro de su escoria, haciéndolo más auténtico y más preciado. Igual hace Dios con el siervo bueno que espera y se mantiene constante en la tribulación" (San Jerónimo Emiliano).El sufrimiento es así visto como el fuego que purificándonoscomo se hace con el oro quitando la escoria, nos hace más auténticos y valiosos a los ojos de Dios. A medida que nos aferramos a la esperanza y perseveramos en la tribulación, nos convertimos en testigos vivos de la obra redentora de Dios en nuestras vidas.

El buen corazón para un mundo mejor

 

El buen corazón para un mundo mejor




¿Hay unos valores perennes en la naturaleza humana, algo así como una programación de ciertas características para un correcto funcionamiento? Es lo que se vino a llamar “ley natural” y que podemos decir más sencillamente “buen corazón”. Las lecturas cuaresmales nos recuerdan que eso no es algo fortuito sino un don de Dios: “Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptos (Ezeq 36,26-27). Esa moción interior nos indica lo que está bien, lo que nos perfecciona como personas, el camino del amor, justicia, misericordia.

Ese “instinto de superación espiritual” no es automático, pues como dice una leyenda india, tenemos dentro dos lobos, uno blanco (pureza) y otro negro (maldad), y crece el que alimentemos. Requiere un trabajo de purificación, de ejercicio (ascesis): "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente" (Rom, 12,2). Esa conversión no es a fuerza de brazos, sino con el Espíritu de la verdad, procurando dejarle hacer en nosotros, abrirle espacio interior de nuestro corazón para distinguir “cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom, 12,2).

Se habla mucho de construir un mundo mejor, pero eso no será haciendo leyes sino que la justicia y la paz vendrán con la educación del corazón: la raíz del mal y del bien está siempre en el interior de cada ser humano. Y el mundo mejorará con un cambio del corazón (metanoia). Los valores evangélicos (civilización del amor) contrastan con las tendencias dominantes de mundanidad y se requiere una renovación «hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen de su creador» (Col 3, 10). El camino no es el orgullo (jugar a ser dioses), sino la humildad: filiación divina, obediencia a esa chispa divina en nuestro interior.

jueves, 14 de marzo de 2024

Sobre como afrontar las cosas, y la paz interior

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La confianza en Dios y el sentido del mal en el mundo

 La confianza en Dios y el sentido del mal en el mundo

Nos dará Dios el 100 por uno, cuando le ofrecemos lo poco que está en nuestra mano.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



En nuestra vida, notamos los asaltos del mal y los pensamientos de desaliento y desconfianza, y también notamos que el mal en el mundo es incomprensible, no entendemos cómo Dios permite tantas cosas malas a nuestro alrededor. La oración incesante e incansable nos abre los ojos a un conocimiento más profundo. “En numerosas ocasiones he acudido a hacer la hora cotidiana de adoración al Santísimo Sacramento en un estado de preocupación y desánimo, y sin que haya ocurrido nada de particular, sin decir ni sentir alguna cosa especial, he salido por el corazón apaciguado" (J. Philippe, La paz interior, p. 37). El Espíritu Santo hace su trabajo en secreto. La oración silenciosa es la auténtica fuente de la paz interior... Pero a veces somos como un reloj que toca a deshora, podemos estar meditando sin sentir nada, y viendo una puesta de sol, la sonrisa de un niño o de una persona amada, incluso los acordes de una música, cuando se nos abre el misterio, nos sentimos en la gloria.

Esas intuiciones interiores nos llevan siempre a contemplar a Jesús y la paradoja de la cruz: en ese sufrimiento “malo” se produce una apertura a la resurrección, algo “bueno”. Y es que "el corazón sólo despierta a la confianza si despierta al amor, y tenemos necesidad de experimentar la dulzura de la ternura de corazón de Jesús..." (id., 37-38).

Ahí radica la verdadera respuesta al misterio del mal y del dolor, una respuesta no filosófica, sino existencial. Cuando vivimos el abandono, nos damos cuenta de que "eso funciona" para una confianza, una comprensión de corazón, de que Dios hace que todo coopere a mi bien, incluso el dolor e incluso mis propios pecados.

Incluso cuando sufrimos angustia por situaciones que temíamos, y casi ninguna de esas cosas malas llega, las pocas que vienen, después del primer “golpe” enseguida nos parecen soportables y beneficiosas. Entendemos aquel “no hay mal que por bien no venga”. Lo que tanto temíamos, puede convertirse en algo que nos hace despertar para conseguir algo mejor, o por lo menos nos hace abrir los ojos a una realidad más allá de lo que vemos en esta vida, algo más grande, un bien para siempre. Y si siento esto en mi vida, puedo estar seguro que también puede aplicarse a la vida de los demás.

Pero el abandono ha de ser total, sin apegos a tantas cosas que nos rodean. En realidad, deberíamos no tener “posesiones” sino sentirnos “administradores” de los bienes que están a nuestra mano. "Tenemos la tendencia natural a “apegarnos” a multitud de cosas: bienes materiales, afectos, deseos, proyectos, etc., y nos cuesta terriblemente abandonar la presa, porque tenemos la impresión de perdernos, de morir”... (J. Philippe, p. 40).

Si nos sentimos en manos de Dios, no sentiremos ese miedo de perder a personas o a cosas, o perder la fama o que dejen de querernos. Si experimentamos (ese “saber” experiencial) que estamos seguros en sus manos, nos dejamos llevar por aceptar dejar todo en manos de Dios, darle el permiso para que nos dé y nos quite según su voluntad: "¡Ah, si supiéramos lo que se ganan renunciando todas las cosas!", dice santa Teresa de Lisieux. Y ese es el camino de la felicidad: dejar actuar libremente a Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.

Juan de la Cruz, uniendo la sabiduría oriental al mensaje iluminador de Jesús, decía que por la nada llegamos al todo: "se me han dado todos los bienes de éste es el momento en que ya lo se busca". Nos dará Dios el 100 por uno, cuando le ofrecemos lo poco que está en nuestra mano.


miércoles, 13 de marzo de 2024

Dejarse llevar, no controlar

 

Dejarse llevar, no controlar

El control es como la sal, un poco ayuda a la comida pero demasiado la estropea
Llucià Pou Sabaté
Miércoles, 13 de marzo de 2024, 10:38 h (CET)


Muchas veces queremos controlar la vida, y si un ser querido está en el hospital, controlar los pronósticos médicos y la función de las enfermeras, y luego si muere la organización del funeral y así queremos que todo esté dependiendo de nosotros, hasta que colapsamos… en realidad, es una tarea que nos mantiene ocupados, pero muchas veces puede ser obsesiva, explicaba Elisabet K-R, quien habla de la esposa de un moribundo, Randi: eso la hacía llenar el tiempo, controlando un montón de cosas… Al igual que en otra casa la madre e hija se pelean en ejercitar el control de la situación ante la muerte del marido y padre. Era un control que escondía sentimientos dolorosos como la tristeza, heridas y rabia de la pérdida. Muchos preferimos la pelea a afrontar el dolor… Pero la pelea es señal de debilidad, de vulnerabilidad.

   

El control proporciona una ilusión de seguridad, de tenerlo todo “bajo control”, pero eso al final es un infierno porque no se puede controlar lo incontrolable, hace a las personas esclavos de ese control. Otro caso: Gerald quiso la perfección en su panadería, después de que muriera su mujer, pero de una forma que consideraba a los demás incompetentes. Surgió el mal ambiente, hasta que su madre le dijo: “¡aunque quieras la perfección en tu trabajo, ella no volverá! El mundo no es perfecto, y no puedes poner remedio al dolor obsesionándote por cosas que no lo necesitan. Los trabajadores hacen bien su labor… ¿Recuerdas cuando murió tu padre? Yo me afané en tenerlo todo a punto, limpio, e ir cambiando los muebles y las demás cosas porque intentaba arreglar una cosa que no tenía arreglo… Un día tú y tu hermana llorabais. Me dijo tu hermana que no podíais hacerlo todo a la perfección… En aquel momento me di cuenta del error.” Gerald entendió que no podía llevar ese control excesivo sobre su equipo e invirtió sus energías en reparaciones de la casa y otras cosas necesarias.

   

Otro caso: Karen sufría por la muerte de su mejor amiga, y sus amistades le hicieron hacer un viaje en el que la acompañaron, pero le parecía el “buque fantasma” porque quería estar sola y ahí no podía en medio de banquetes y fiestas. Por fin pudo volver a su casa y darse cuenta de lo mal que hizo en dejarse controlar por los amigos, que la llevaran donde no quería. Ella vio que el dolor iba con ella dondequiera que fuera.

   

En otros casos, querer ayudar a los demás en tomar decisiones es bueno. El padre de Walter, que perdió a su mujer, era incapaz de tomar una decisión… su hijo le apoyó un tiempo, diciéndole que no tendría que pensar en nada. Y es fue el mejor regalo: su hijo le organizaba todo, tanto en la vida personal como en la empresa, etc. Y así pudo, al cabo de unos meses, volver a tomar las riendas de la situación.


Es la intuición la que tiene que guiar en esos momentos, pues el control es como la sal, un poco ayuda a la comida pero demasiado la estropea. Puede tenernos ocupados un tiempo, pero luego hay que dejar ir las cosas y las personas, no querer controlar ni siquiera nuestra agenda, fluir con la vida…

Se puede decir que este punto es central en la vida, y en el aprendizaje a través del dolor y concretamente en la pérdida de un ser querido. Si queremos controlar el destino, nos pasamos la vida con miedo y angustias. En cambio, si somos conscientes de que Dios cuida de nosotros de continuo, dejaremos las riendas de la vida en sus manos, sabiendo que lo mejor siempre está por llegar. Nos ocuparemos del día a día, pero sin preocuparnos. E integraremos el dolor, la muerte de alguien querido, dentro de esos planes, sabiendo que al final todo será para bien de todos.   

    

Una de las cosas que tiene pasar por uno de esos malos tragos de la vida es que también aprendemos. Madurar siempre implica dejar atrás algo perdido, aunque sea un espacio imaginario. Elaborar un duelo es abandonar uno de esos espacios anteriores (internos o externos), siempre más seguros, más protegidos, previsibles. Dejarlos para ir a lo diferente. Pasar de lo conocido a lo desconocido. Esto, irremediablemente, nos obliga a crecer. Que yo sepa que puedo soportar los duelos, y sepa que puedo salirme, si lo decido, me permite quedarme haciendo lo que hago, si esa es mi decisión.

   

Hay momentos de crisis en que nos parece que ha llegado el final, que nada vale la pena. Caen por el suelo las concepciones religiosas, como le pasó al Abraham bíblico hace cerca de 4 milenios, o a los pueblos de Mesoamérica con una especie de complejo de inferioridad con la conquista de España que produjo una apatía vital. Puede haber mil factores ante nos hagan sentirnos abrumados, y somos libres de superar esa sensación o hundirnos, pues somos dueños de nuestro destino. Vemos como la vida de celebridades puede ser compleja y enfrentar desafíos, como vimos en el caso de Whitney Houston (incluyendo problemas de salud, relaciones personales complejas, y el abuso de sustancias); sin querer juzgar a nadie pues cada vida es única, puede decirse que influye la actitud con la que nos tomamos las cosas en la salud mental (depresión, ansiedad…), presión y expectativas profesionales como personales, problemas en las relaciones personales, pérdida de seres queridos…, uso y abuso de sustancias dañinas (que puede ser una respuesta a las luchas internas, pero también puede contribuir a la falta de ganas de vivir), sentirse aislados o solos. Está claro que las buenas relaciones a la larga ayudan y sobre todo nuestra interioridad nos ayuda a abrirnos a la trascendencia.

   

”La certeza del amor de Dios nos lleva a confiar en su providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Poesías, 30).

   

Este punto central de nuestro estudio puede abrir nuestros ojos a que estamos en manos de alguien que nos cuida, y así podemos ir adquiriendo una actitud de dejarnos llevar por el divino escultor que va –a fuerza de golpes de cincel- modelando en nosotros una imagen preciosa, un Cristo. “Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad. / Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según El desea, a golpe de martillo y de cincel. / No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque, de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. -Sufriremos más e inútilmente” decía san Josemaría. Si nos resistimos no aprendemos, tardamos más en dejarnos esculpir para la misión que Dios nos tiene preparada. También decía que no teníamos que preocuparnos si nos pasa algo, “dar peso a que sea -como lo llama el mundo- favorable o adverso: porque viniendo de sus manos de Padre, aunque el golpe del cincel hiera la carne, es también una prueba de Amor, que quita nuestras aristas para acercarnos a la perfección”.

   

Así, hemos de aprender a afrontar los sufrimientos, porque la mayor parte de los sufrimientos proviene de huir de ellos. Es un miedo a lo que pasará, un temor ante una muerte que se ve como el final de la vida, de que más allá no hay nada. Pero el misterio de ese aprendizaje es que de aquello saldrá algo bueno, cuando haya pasado la crisis, si se aprovecha como el ejemplo del escultor: duelen los golpes, pero se deja hacer al Artista.

   

Este sentido de que todo redundan en nuestro bien, si lo aprovechamos, es lo que constituye el “secreto” de la vida. Decía Manzoni en su famosa novela Los novios que la fe hace que todo lo que nos pasa, tanto si es por nuestra culpa como si nos viene dado, nos ayude para una vida mejor

Vaciar para llenar: una lección de vida

 

Vaciar para llenar: una lección de vida

Mi vida se enriquece cada vez que la colmo, pero también cada vez que la vacío
Llucià Pou Sabaté
Viernes, 8 de marzo de 2024, 09:32 h (CET)

Hace unos días, mientras saboreaba mi café matutino, me di cuenta de la profunda lección que esa taza podía ofrecerme. ¿Qué significa vaciarme? La taza me enseña que para llenarme de cosas mejores de las que tengo, necesito vaciar primero aquello que no me interesa; además, tengo que aprender a mostrarme vulnerable, a admitir que algo ha cambiado, que ya no está. Así como debo deshacerme del contenido de la taza para volver a llenarla. Mi vida se enriquece cada vez que la colmo, pero también cada vez que la vacío. Al hacerlo, abro la posibilidad de volver a llenarla, de recibir nuevas experiencias y aprendizajes.

   

La taza vacía, en cierto modo, muestra la historia de mi relación con mi crecimiento y el mundo. Es un ciclo constante de experiencias: entrar y salir, llenarse y vaciarse, tomar y dejar. Vivir estos duelos es crucial para mi crecimiento, aunque admito que no siempre es fácil ni está libre de daño.

   

La sabiduría oriental nos habla de que hay que aprender a soltar los apegos, para poder ser libres y no sufrir. Cuanto mayor sea mi apego a lo que dejo atrás, más intenso será el dolor en la separación, en la pérdida: "Si uno no ama, no sufre". Pero pienso que también hay que pensar que llenarse de amor auténtico significa sufrir: el que ama se arriesga a sufrir.

   

“Nadie crece sin haber pasado por un dolor asociado a una frustración, a una pérdida. Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es" (Jorge Bucay). A través de las dificultades vamos descubriendo oportunidades de crecimiento, como se dice vulgarmente: “lo que no mata te hace crecer”. Lo que nos confronta, nos sirve de aprendizaje para ese crecimiento.

   

Cuando nos culpamos por la muerte de un ser querido, recordemos que la vida es una mezcla de amores y desamores, triunfos y fracasos, como en un cuadro hay una sinfonía de colores. Si todo fuera claridad, no habría contrastes en la pintura, contrapuntos. Así, en la vida tenemos momentos agridulces, y podemos ser felices sin depender de si hay o no alguna frustración: podemos ir tomando ese néctar divino de todo, así como una abeja va acopiando dosis de polen en cada flor. Y en ese proceso de vaciar y llenar, vemos que una vida con sentido es una vida con amor, de sentirse amado y saber amar.

   

Y para ello hemos de vaciar el ego, por efecto el afán de controlar que es una derivación, uno de los miedos que tenemos… y soltar amarras, que significa confiar en Dios, no aferrarnos a proyectos demasiado elaborados, pues los proyectos mejor que estén abiertos, no determinados por fechas y objetivos sino por un propósito y compromiso.


Debemos dejar que la mano de Dios los rehaga, como el alfarero hace con el barro fresco. Él sabe más, nos guía a todos, nos dice como a Pedro: "sígueme".  Y en todo esto hay una paradoja: aquello que perdemos ahora, nos lo dará con creces, cien veces más. Así, como mi taza de café, aprendamos a vaciarnos para poder llenarnos de nuevo.

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