En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

martes, 8 de mayo de 2012

Los comentarios litúrgicos comienzan a publicarse también en Almudi.org > Meditación para cada día

Hola! veo que han comenzado a publicar mis comentarios en almudi.org, donde en la sección de recursos, "Meditación para cada día", se puede uno suscribir y recibirla el día antes. Como sabéis, también las publicamos aquí en estas listas:  http://groups.google.com/group/meditaciones-jovenes?hl=es  para la versión corta (o juvenil), que ahora presentamos en esta nueva versión, más centrada en el Evangelio (punto primero) y con otros dos puntos, normalmente dedicados a las otras lecturas. También seguimos con http://groups.google.com/group/homilias?hl=es, versión larga. En los archivos de estos enlaces están las versiones antiguas, como también en homiletica.org (o autorescatolicos.org), tanto en la versión larga  http://homiletica.org/lluciapou/lluciapousabateHOM.html como la corta  http://homiletica.org/lluciapousabateCicloCICLOS.htm, ya ordenadas por ciclos. 

Si alguno quiere colaborar, para mejorar ese material, aportar fotos o preparar su publicación, lo agradeceré. Saludos!
Llucià 

---------- Mensaje reenviado ----------
De: <suscripciones@almudi.org>
Fecha: 8 de mayo de 2012 10:07
Asunto: Almudi.org > Meditación para cada día
Para: llucia.pou@gmail.com


 

Miércoles de la semana 5 de Pascua


Meditaciones de la semana
en Word y en PDB

Permanecer como sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y a la Iglesia en la unidad de Pedro.

En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos» (Jn 15,1-8).

1. El Evangelio nos trae algo muy de la cultura hebrea, la imagen de la viña, para expresar el desvelo amoroso de Dios para con su pueblo (la "viña"). Es una de las parábolas más "ricas" y expresivas: "Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador". Ahora vemos que el pueblo es su Cuerpo, todos estamos unidos a Jesús como Cabeza de este Cuerpo: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada». Por un lado, somos otros Cristos unidos a Él como cabeza de la Iglesia. De otro, nos identificamos con Él, para ser Cristo, pues Dios sólo tiene un Hijo. ¿Cómo compaginar ese ser "otros Cristos" (alter Cristus) con ser al mismo tiempo "el mismo Cristo" (ipse Cristus)? Son las dos líneas de nuestro pobre pensamiento: por un lado, somos Iglesia, y con ella hijos de Dios en el Hijo, por el bautismo y ese "endiosamiento" por el que Cristo es "primogénito entre muchos hermanos" (otros Cristos, con Él). Por otro lado, el camino es la identificación con Él, pues ser cristiano no es seguir un libro sino una Persona, que vive en nosotros y "gime dentro de nosotros: abbá, Padre" (Gal 4,6). Él nos hace clamar también, en esa "sinergia" que es su inhabitación, que podamos también "nosotros clamar: abbá, Padre" (Rom 8.15). Es "el mayor" de los hermanos en la fe, y está en mí como "lo más íntimo de mi interior". Jesús, sé que si estoy unido a ti, alimentado de tu savia, creceré, daré fruto. Si no, me pierdo (soy "cortado").

San Ignacio de Antioquía nos anima: «Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». El medio de esta identificación, nos lo dice Santa María, Madre nuestra: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).

"A todo sarmiento que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto..." Señor, sé que si se poda, da más fruto… pero también sé que cuando se la poda, la viña 'llora', dicen los viñadores... algunas gotas de savia fluyen antes de que se cierre la cicatriz de mi alma. Y esto, Jesús, me duele, no me gusta… Jesús, tú poda en mí, limpia, purifica. Haz que lo entienda bien, aunque me cueste, sintiendo lo que apuntaba san Josemaría: "Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más fruto de santidad y de apostolado. El Señor nos limpia y purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... ¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? -Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda… para que des más fruto. ¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!" Y sigue: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia. Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad. «Porque sin mi no podéis hacer nada».

Todo depende de la unión contigo, Jesús: el "vino eucarístico" es tu Sangre derramada, tu "poda"…, el fruto de tu "vida", de la "vid" que eres Tú. Nosotros somos miembros de tu Cuerpo y queremos "permanecer" en Ti (nos dices esta palabra ocho veces, en esta página). Sé que no "vivo" sino en la medida de mi contigo, Señor. Ayúdame a entender tus palabras: "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos". Sé que tengo en la Eucaristía el Camino: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí».

"Por tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros sin Él nada".

2. Hoy vemos el primer «Concilio» de Jerusalén, sobre la permanencia de las costumbres judías, o la "innovación" del nuevo injerto. Ya no es una cuestión física, biológica, la pertenencia al nuevo pueblo de Dios: "no han nacido de la carne, ni de la sangre, sino de Dios", por la fe, dirá S. Juan. Desde entonces, hay una evolución histórica, como el hombre es histórico. La Iglesia está asistida por el Espíritu Santo, y hay una renovación en la tradición, posturas en la Iglesia que han de dialogarse, nunca buscar imponerse; y siempre en la unidad con el Papa. San Efrén glosa así las palabras que Cristo dirigió a Pedro: "Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra... Tú eres el manantial de la fuente, de la que emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles... Yo te he dado las llaves de mi reino"».

3. Señor, quiero cantar con el salmo de hoy la peregrinación a Jerusalén, donde vemos hoy que van los apóstoles, a la casa del Señor, a buscar la fortaleza en la fe: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David» (Salmo 122/121,1-2.3-5). Rezamos en la Colecta,  buscando esta luz, la Verdad: «¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error».

Acabamos con este propósito de oración, pues «la tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Catecismo 2732).

Yo veo que quiero con mi vida ayudar a los demás… Ayúdame, Jesús, a dar fruto, y para eso no separarme nunca de Ti y así glorificar al Padre: «En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.»

Llucià Pou Sabaté

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Llucià Pou Sabaté
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sábado, 5 de mayo de 2012

Domingo V de Pascua, ciclo B

Domingo V de Pascua, ciclo B: Jesús es la vid, que nos da vida si
permanecemos unidos a Él

Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan cuando Pablo fue a Jerusalén,
y los discípulos primero no se fiaban de él. "Entonces Bernabé se lo
presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en
el camino, lo que le había dicho", pero los judíos "se propusieron
suprimirlo", y los hermanos le ayudaron a huir. Y la Iglesia
"progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el
Espíritu Santo". En Tarso, Pablo debió predicar intensamente el
evangelio, pues se corrió la voz en las comunidades cristianas de
Judea que decían: "El que nos ha perseguido predica ahora la misma fe
que antes quiso liquidar". Es un motivo de alegría la obra del
Espíritu Santo, como dice el canto de entrada: "Cantad al Señor un
cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su
justicia. Aleluya".

El Salmo habla de una fiesta que celebra "todo lo que hizo el Señor",
la liberación esperada que viene del sufrimiento llevado por
obediencia de amor. Esto nos puede servir para encontrar un sentido al
esfuerzo, ahora que estamos a final de curso. Me gustó la anécdota que
leí, de un niño que encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó
a casa. Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a
observar: la mariposa luchaba por abrirlo más y poder salir...
forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño
agujero. Parecía que se había atascado. El niño quiso ayudar con unas
tijeras, y por fin la mariposa pudo salir de aquella cárcel que le
aprisionaba. Tenía un cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y
dobladas. Esperó a que volara, pero inútilmente, se quedó mermada en
sus facultades, pues el niño no sabía que la mariposa necesita un
esfuerzo y tiempo para hacer llegar líquidos a las alas, permitiendo
que éstas se fortalezcan y extiendan. Todo tiene su tiempo, cuesta un
esfuerzo que no es bueno eliminar. Hay que tener paciencia para que
las cosas resulten como lo queremos. El niño esperaba que las alas se
desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, que se
contraería, al reducir lo hinchado que estaba. La mariposa solamente
podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas
dobladas. Nunca pudo llegar a volar. La pequeñez de la abertura del
capullo y la lucha requerida por la mariposa, para salir por el
diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluidos
del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes
y fuertes y luego pudiese volar. La libertad y el volar solamente
podían llegar tras la lucha. Al privar a la mariposa de la lucha,
también le fue arrebatada su salud. El sentimiento a veces se equivoca
al evitar el esfuerzo, necesitamos las luchas en la vida. Si la
naturaleza nos permitiese progresar por nuestras vidas sin obstáculos,
nos convertiría en inválidos. No podríamos crecer y ser tan fuertes
como podríamos haberlo sido. A través de nuestros esfuerzos y caídas,
somos fortalecidos así como el oro es refinado con el fuego. A veces
son necesarias las experiencias del dolor, esfuerzo, del error y los
fracasos, para poder crecer.

La carta de San Juan nos dice que "no amemos de palabra ni de boca,
sino con obras y según la verdad", si hacemos las cosas nos quedamos
tranquilos: "En esto conocemos que somos de la verdad, y
tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos
condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia
y conoce todo". Y el mandamiento más grande para estar en paz es: "que
creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a
otros tal como nos lo mandó".

En el Evangelio, San Juan nos habla de Jesús como "la verdadera vid" y
Dios "Padre es el labrador". El sarmiento para estar vivo ha de estar
unido a la vid… así nosotros, nos dice Jesús: "permaneced en mí y yo
en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en
él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada... Si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros pediréis lo
que deseéis, y se realizará. La gloria de mi Padre está en que deis
mucho fruto, y así seréis mis discípulos". Vamos a pedir esta unión
íntima con Jesús, con palabras de san Luis María Grignion de Monfort:
"Él es el único maestro que debe instruirnos, el único Señor del que
dependemos, la única cabeza a la que debemos estar unidos, el único
modelo al que debemos asemejarnos, el único médico que nos debe curar,
el único pastor que nos debe alimentar, el único camino que debemos
seguir, la única verdad que debemos creer, la única vida que debe
vivificarnos, lo único que nos debe bastar en todo… todo fiel que no
esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, se cae, se seca y sólo
sirve para ser arrojado al fuego. En cambio, si estamos en Jesucristo
y Jesucristo está en nosotros, no debemos temer ninguna condena. Ni
los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios
del infierno, ni ninguna otra criatura podrán producirnos mal alguno,
porque no podrá separarnos jamás del amor de Dios, en Jesucristo. Todo
lo podemos por Cristo, con Cristo y en Cristo; podemos dar todo honor
y toda gloria al Padre, en la unidad del Espíritu Santo; podemos
alcanzar la perfección y ser perfume de vida eterna para el prójimo".

Acabamos con una canción que dirigimos a la Virgen, en este mes de
María: "me quedé sin voz... con qué cantar... y mi alma vacía...
dormía en soledad.... y pensé para mí / me pondré en sus manos, /
manos de madre, / me llenarán de amor. / Y tú, María, hazme / música
de Dios, /y tú, María, afina tú las cuerdas de mi alma. / Aleluya,
amén!"
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Llucià Pou Sabaté
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Sentido de la vida y crisis existencial en los jóvenes

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