En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

miércoles, 13 de marzo de 2024

Vaciar para llenar: una lección de vida

 

Vaciar para llenar: una lección de vida

Mi vida se enriquece cada vez que la colmo, pero también cada vez que la vacío
Llucià Pou Sabaté
Viernes, 8 de marzo de 2024, 09:32 h (CET)

Hace unos días, mientras saboreaba mi café matutino, me di cuenta de la profunda lección que esa taza podía ofrecerme. ¿Qué significa vaciarme? La taza me enseña que para llenarme de cosas mejores de las que tengo, necesito vaciar primero aquello que no me interesa; además, tengo que aprender a mostrarme vulnerable, a admitir que algo ha cambiado, que ya no está. Así como debo deshacerme del contenido de la taza para volver a llenarla. Mi vida se enriquece cada vez que la colmo, pero también cada vez que la vacío. Al hacerlo, abro la posibilidad de volver a llenarla, de recibir nuevas experiencias y aprendizajes.

   

La taza vacía, en cierto modo, muestra la historia de mi relación con mi crecimiento y el mundo. Es un ciclo constante de experiencias: entrar y salir, llenarse y vaciarse, tomar y dejar. Vivir estos duelos es crucial para mi crecimiento, aunque admito que no siempre es fácil ni está libre de daño.

   

La sabiduría oriental nos habla de que hay que aprender a soltar los apegos, para poder ser libres y no sufrir. Cuanto mayor sea mi apego a lo que dejo atrás, más intenso será el dolor en la separación, en la pérdida: "Si uno no ama, no sufre". Pero pienso que también hay que pensar que llenarse de amor auténtico significa sufrir: el que ama se arriesga a sufrir.

   

“Nadie crece sin haber pasado por un dolor asociado a una frustración, a una pérdida. Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es" (Jorge Bucay). A través de las dificultades vamos descubriendo oportunidades de crecimiento, como se dice vulgarmente: “lo que no mata te hace crecer”. Lo que nos confronta, nos sirve de aprendizaje para ese crecimiento.

   

Cuando nos culpamos por la muerte de un ser querido, recordemos que la vida es una mezcla de amores y desamores, triunfos y fracasos, como en un cuadro hay una sinfonía de colores. Si todo fuera claridad, no habría contrastes en la pintura, contrapuntos. Así, en la vida tenemos momentos agridulces, y podemos ser felices sin depender de si hay o no alguna frustración: podemos ir tomando ese néctar divino de todo, así como una abeja va acopiando dosis de polen en cada flor. Y en ese proceso de vaciar y llenar, vemos que una vida con sentido es una vida con amor, de sentirse amado y saber amar.

   

Y para ello hemos de vaciar el ego, por efecto el afán de controlar que es una derivación, uno de los miedos que tenemos… y soltar amarras, que significa confiar en Dios, no aferrarnos a proyectos demasiado elaborados, pues los proyectos mejor que estén abiertos, no determinados por fechas y objetivos sino por un propósito y compromiso.


Debemos dejar que la mano de Dios los rehaga, como el alfarero hace con el barro fresco. Él sabe más, nos guía a todos, nos dice como a Pedro: "sígueme".  Y en todo esto hay una paradoja: aquello que perdemos ahora, nos lo dará con creces, cien veces más. Así, como mi taza de café, aprendamos a vaciarnos para poder llenarnos de nuevo.

sábado, 9 de marzo de 2024

ir despacio por la vida, por Llucià Pou Sabaté

Vencer el descorazonamiento con la confianza en Dios

 Vencer el descorazonamiento con la confianza en Dios

Si vemos que todo nos viene de arriba, podemos hacer ofrenda de cada pensamiento, palabra y obra.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



La desconfianza, como sombra oscura, puede infiltrarse en el corazón de un hijo de Dios, y produce la que es quizá la peor de las enfermedades: el descorazonamiento. La resignación ante algo malo que nos ha sucedido, o mejor dicho algo que consideramos que es malo, es por la falta de esperanza, y es precisamente eso lo que lleva a veces a lo peor: el descorazonamiento, que es como una abulia (no tener ganas de nada), una apatía vital y falta de energía como consecuencia de un peso abrumador por una pena o una dificultad que al no saberla sobrellevar nos aprisiona. Esa es la gran victoria del padre de la mentira, el demonio.

Cuando esto suceda o atisbemos que pueda llegar, es que nos falta la comprensión que permita una aceptación alegre de lo que nos pasa. Para ello, podemos pensar en aquellas palabras de san Agustín: "Buscamos con el afán de encontrar y encontramos con el deseo de buscar aún más". Si buscamos ya hemos hecho medio camino, ya en cierto modo hemos encontrado. Pues caminar hacia esa comprensión con un corazón sincero, es aquel “buscad y encontraréis” que decía Jesús.

Y precisamente Jesús nos proporciona esa comprensión de amor: "Yo soy la luz del mundo, yo soy el Camino y la Verdad y la Vida." Luz para ver que todo lo que nos pasa tiene un sentido de amor, la desesperación no tiene sentido si confiamos en la verdad, no nos descorazonamos si vemos que todo nos ayuda a nuestro desarrollo espiritual. Y así podemos esforzarnos sin que nada ni nadie nos preocupe. Eso sí, “a Dios rogando y con el mazo dando”, poner correspondencia de nuestra parte una vez vemos donde hemos de esforzarnos, pues con esa motivación ya no habrá pereza, la acedia que es también aliada de la tristeza y del enemigo. El hombre es capaz de hacer cosas que ni las bestias son capaces de hacer, decía el protagonista de “Vuelo nocturno” de Saint Exupery (de algún modo, es la misma historia que la tragedia de los Andes que ha sido representada con éxito en “La sociedad de la nieve”, película que recoge el libro homónimo).

Esto ha de alimentarse cada día para que no entre la rutina, no volvamos a caer en el hastío y desencanto, “un malestar difuso que lo invade todo, un sentimiento de vacío interior y de absurdidad de la vida, una incapacidad para hacer sentir las cosas y los seres” (G. Lipovetsky). El desencanto puede ir hacia el descorazonamiento, el agobio, el cansancio de la vida… activismo, tensión acumulada, esfuerzos superiores que pasan por el agotamiento y falta de equilibrio interior, quebrantos y frustraciones, fracasos no asumidos que queman, desdibujamiento progresivo del horizonte y sus contornos, desfallecimiento y deslizamiento por caminos brumosos, pérdida del sentido de las propias opciones y valores (falta de autoestima, no valorarse).

El virus del desencanto amenaza la vida espiritual también, con la superficialidad y esto lleva a la incoherencia interior. Sólo podemos tener una opción fundamental, si no vivimos divididos, insatisfechos e inseguros, el trabajo no entusiasma ni realiza, el descanso no descansa, todo desgasta… no se integra todo en el amor a Dios, todo es fuente de disgregación. Las enfermedades del cansancio no vienen por trabajar mucho, sino poco y mal, de mala gana, con el corazón dividido, sin entregarse. La conversión no ha de aplazarse, el camino no puede ser mediocre, hay que convertir el cansancio en experiencia de transformación, de amor.



Por eso es tan importante adquirir esa comprensión, esa confianza a la que me refiero. Si sabemos a dónde vamos, si rectificamos ante los errores (que son parte del aprendizaje), aunque suframos en ese proceso, seremos vencedores, al hacer ese cambio interior con el convencimiento de que somos niños pequeños.

La persuasión de que nuestro Padre obrará en nosotros maravillas ayuda a que se realicen antes, y ya no llegará el desaliento. Aunque lleguen momentos de lucha, en los que el alma se siente movida a gritar que no puede más, lleguen ataques de soberbia y de sensualidad, de ansias de libertinaje… no aparecerá en nuestra vida el descorazonamiento.

Abrirse a la gracia del Espíritu Santo es la clave que abre las puertas de la confianza perdida. Es por eso importante poder decir "abba", padre, con un corazón lleno de confianza, como un niño que se entrega sin reservas porque sabe que nada malo puede llegar de su mano.

Es entonces cuando tenemos paz, y podemos esparcir sobre las olas de un mar inquieto que es el mundo, un poco de comprensión, convivencia y amor. Así llevamos la paz a corazones que sufren ansiedad, y al dejar la paz en ellos, nos llenamos de una satisfacción que no es ególatra, sino de agradecimiento a Dios, cerca del corazón de Jesús, que es la fuente misma de la paz.

Por eso, las plegarias que como al ritmo de la respiración han ido repitiendo los cristianos como mantras, son: "Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío; danos la paz". La paz no la tendremos cuando todo sea a nuestro gusto: dinero, salud, fama y otras cosas. El Reino de Dios está dentro de cada uno de nosotros. Y cerca del costado de Cristo, de su corazón, podemos purificarnos de la escoria del egoísmo, de nuestras cosas, que nos aparta de Dios.



Conviene que hagamos un poco de examen para que individualicemos esos puntos en los que podemos esforzarnos, y sobre todo la oración donde podemos adquirir fuerza, y en los sacramentos que son transformadores.

Si vemos que todo nos viene de arriba, podemos hacer ofrenda de cada pensamiento, palabra y obra, también de las dificultades y cruces, que son testigos de un amor de Jesús que abrazó incluso las cruces más difíciles. Podemos decir a nuestro modo: “Todos mis pensamientos, todas mis palabras, y las obras todas de este día, te las ofrezco, Señor, y mi vida entera por amor”, de modo que abarque este ofrecimiento nuestro quehacer total, y unirnos a la voluntad divina que incluye la cruz, pues sin esa dedicación total no tenemos de modo total esa paz que anhelamos.



viernes, 8 de marzo de 2024

Cuaresma, entrenamiento a “ser” de verdad

 

Cuaresma, entrenamiento a “ser” de verdad


Cuaresma 2024.

Los días de cuaresma son entrenamiento para la alegría Pascual, de conversión y purificación, que nos abran a una misericordia compasiva, una empatía que nos permita abrir los ojos a ver a Dios en los demás, y así recibir su Amor de un modo más pleno.

Aunque las primeras imágenes de Jesús fueron las del Buen Pastor como signo de todo ello, se fue popularizando la Cruz como que dio la vida por nosotros. En el ábside de las iglesias, mirando a Oriente, a través de una ventana con forma de cruz entraba el sol matutino proyectando esa imagen luminosa en el altar mientras se celebraba la misa, para indicar que tenemos que “orientarnos” y vivir la resurrección. La liturgia presenta la Transfiguración luminosa como signo de esa unión cruz-resurrección.

La ascesis supone interiorización: “Si vivís según la carne, moriréis, más si con el espíritu mortificáis las obras del cuerpo, viviréis” (san Pablo), pues Cristo señalaba: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, tome cada día su cruz”. Es decir, tomar lo que nos cuesta como aprendizaje para desarrollarnos, transformar las dificultades en oportunidades.

Es transformación de no perdernos en el “tener” (cosas como dinero, éxito y fama) sino abrir los ojos a nuestros ser (filiación divina, esencias divinas…) conlleva entrar en nuestro interior, un desierto para trascendernos a algo más grande, y que resumía san Agustín: “entra dentro de ti, trasciéndete a ti mismo, y conoceras la verdad…” es una realidad más alta, con sed de eternidades que de verdad nos sacien: “Nos hiciste Señor para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti”.