En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

sábado, 9 de marzo de 2024

ir despacio por la vida, por Llucià Pou Sabaté

Vencer el descorazonamiento con la confianza en Dios

 Vencer el descorazonamiento con la confianza en Dios

Si vemos que todo nos viene de arriba, podemos hacer ofrenda de cada pensamiento, palabra y obra.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



La desconfianza, como sombra oscura, puede infiltrarse en el corazón de un hijo de Dios, y produce la que es quizá la peor de las enfermedades: el descorazonamiento. La resignación ante algo malo que nos ha sucedido, o mejor dicho algo que consideramos que es malo, es por la falta de esperanza, y es precisamente eso lo que lleva a veces a lo peor: el descorazonamiento, que es como una abulia (no tener ganas de nada), una apatía vital y falta de energía como consecuencia de un peso abrumador por una pena o una dificultad que al no saberla sobrellevar nos aprisiona. Esa es la gran victoria del padre de la mentira, el demonio.

Cuando esto suceda o atisbemos que pueda llegar, es que nos falta la comprensión que permita una aceptación alegre de lo que nos pasa. Para ello, podemos pensar en aquellas palabras de san Agustín: "Buscamos con el afán de encontrar y encontramos con el deseo de buscar aún más". Si buscamos ya hemos hecho medio camino, ya en cierto modo hemos encontrado. Pues caminar hacia esa comprensión con un corazón sincero, es aquel “buscad y encontraréis” que decía Jesús.

Y precisamente Jesús nos proporciona esa comprensión de amor: "Yo soy la luz del mundo, yo soy el Camino y la Verdad y la Vida." Luz para ver que todo lo que nos pasa tiene un sentido de amor, la desesperación no tiene sentido si confiamos en la verdad, no nos descorazonamos si vemos que todo nos ayuda a nuestro desarrollo espiritual. Y así podemos esforzarnos sin que nada ni nadie nos preocupe. Eso sí, “a Dios rogando y con el mazo dando”, poner correspondencia de nuestra parte una vez vemos donde hemos de esforzarnos, pues con esa motivación ya no habrá pereza, la acedia que es también aliada de la tristeza y del enemigo. El hombre es capaz de hacer cosas que ni las bestias son capaces de hacer, decía el protagonista de “Vuelo nocturno” de Saint Exupery (de algún modo, es la misma historia que la tragedia de los Andes que ha sido representada con éxito en “La sociedad de la nieve”, película que recoge el libro homónimo).

Esto ha de alimentarse cada día para que no entre la rutina, no volvamos a caer en el hastío y desencanto, “un malestar difuso que lo invade todo, un sentimiento de vacío interior y de absurdidad de la vida, una incapacidad para hacer sentir las cosas y los seres” (G. Lipovetsky). El desencanto puede ir hacia el descorazonamiento, el agobio, el cansancio de la vida… activismo, tensión acumulada, esfuerzos superiores que pasan por el agotamiento y falta de equilibrio interior, quebrantos y frustraciones, fracasos no asumidos que queman, desdibujamiento progresivo del horizonte y sus contornos, desfallecimiento y deslizamiento por caminos brumosos, pérdida del sentido de las propias opciones y valores (falta de autoestima, no valorarse).

El virus del desencanto amenaza la vida espiritual también, con la superficialidad y esto lleva a la incoherencia interior. Sólo podemos tener una opción fundamental, si no vivimos divididos, insatisfechos e inseguros, el trabajo no entusiasma ni realiza, el descanso no descansa, todo desgasta… no se integra todo en el amor a Dios, todo es fuente de disgregación. Las enfermedades del cansancio no vienen por trabajar mucho, sino poco y mal, de mala gana, con el corazón dividido, sin entregarse. La conversión no ha de aplazarse, el camino no puede ser mediocre, hay que convertir el cansancio en experiencia de transformación, de amor.



Por eso es tan importante adquirir esa comprensión, esa confianza a la que me refiero. Si sabemos a dónde vamos, si rectificamos ante los errores (que son parte del aprendizaje), aunque suframos en ese proceso, seremos vencedores, al hacer ese cambio interior con el convencimiento de que somos niños pequeños.

La persuasión de que nuestro Padre obrará en nosotros maravillas ayuda a que se realicen antes, y ya no llegará el desaliento. Aunque lleguen momentos de lucha, en los que el alma se siente movida a gritar que no puede más, lleguen ataques de soberbia y de sensualidad, de ansias de libertinaje… no aparecerá en nuestra vida el descorazonamiento.

Abrirse a la gracia del Espíritu Santo es la clave que abre las puertas de la confianza perdida. Es por eso importante poder decir "abba", padre, con un corazón lleno de confianza, como un niño que se entrega sin reservas porque sabe que nada malo puede llegar de su mano.

Es entonces cuando tenemos paz, y podemos esparcir sobre las olas de un mar inquieto que es el mundo, un poco de comprensión, convivencia y amor. Así llevamos la paz a corazones que sufren ansiedad, y al dejar la paz en ellos, nos llenamos de una satisfacción que no es ególatra, sino de agradecimiento a Dios, cerca del corazón de Jesús, que es la fuente misma de la paz.

Por eso, las plegarias que como al ritmo de la respiración han ido repitiendo los cristianos como mantras, son: "Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío; danos la paz". La paz no la tendremos cuando todo sea a nuestro gusto: dinero, salud, fama y otras cosas. El Reino de Dios está dentro de cada uno de nosotros. Y cerca del costado de Cristo, de su corazón, podemos purificarnos de la escoria del egoísmo, de nuestras cosas, que nos aparta de Dios.



Conviene que hagamos un poco de examen para que individualicemos esos puntos en los que podemos esforzarnos, y sobre todo la oración donde podemos adquirir fuerza, y en los sacramentos que son transformadores.

Si vemos que todo nos viene de arriba, podemos hacer ofrenda de cada pensamiento, palabra y obra, también de las dificultades y cruces, que son testigos de un amor de Jesús que abrazó incluso las cruces más difíciles. Podemos decir a nuestro modo: “Todos mis pensamientos, todas mis palabras, y las obras todas de este día, te las ofrezco, Señor, y mi vida entera por amor”, de modo que abarque este ofrecimiento nuestro quehacer total, y unirnos a la voluntad divina que incluye la cruz, pues sin esa dedicación total no tenemos de modo total esa paz que anhelamos.



viernes, 8 de marzo de 2024

Cuaresma, entrenamiento a “ser” de verdad

 

Cuaresma, entrenamiento a “ser” de verdad


Cuaresma 2024.

Los días de cuaresma son entrenamiento para la alegría Pascual, de conversión y purificación, que nos abran a una misericordia compasiva, una empatía que nos permita abrir los ojos a ver a Dios en los demás, y así recibir su Amor de un modo más pleno.

Aunque las primeras imágenes de Jesús fueron las del Buen Pastor como signo de todo ello, se fue popularizando la Cruz como que dio la vida por nosotros. En el ábside de las iglesias, mirando a Oriente, a través de una ventana con forma de cruz entraba el sol matutino proyectando esa imagen luminosa en el altar mientras se celebraba la misa, para indicar que tenemos que “orientarnos” y vivir la resurrección. La liturgia presenta la Transfiguración luminosa como signo de esa unión cruz-resurrección.

La ascesis supone interiorización: “Si vivís según la carne, moriréis, más si con el espíritu mortificáis las obras del cuerpo, viviréis” (san Pablo), pues Cristo señalaba: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, tome cada día su cruz”. Es decir, tomar lo que nos cuesta como aprendizaje para desarrollarnos, transformar las dificultades en oportunidades.

Es transformación de no perdernos en el “tener” (cosas como dinero, éxito y fama) sino abrir los ojos a nuestros ser (filiación divina, esencias divinas…) conlleva entrar en nuestro interior, un desierto para trascendernos a algo más grande, y que resumía san Agustín: “entra dentro de ti, trasciéndete a ti mismo, y conoceras la verdad…” es una realidad más alta, con sed de eternidades que de verdad nos sacien: “Nos hiciste Señor para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti”.

martes, 5 de marzo de 2024

Nuevo paradigma en las relaciones humanas, con Miguel Ángel Serrano y Lo...

Paz ante el sufrimiento de los inocentes

 Paz ante el sufrimiento de los inocentes

Esto destaca la importancia de orar y acompañar a quienes sufren.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



Tenemos ejemplos de personas con capacidad de mantener la paz ante el sufrimiento de los inocentes, desde Sócrates, Jesús, Tomás Moro, Maximiliano Kolbe… Cuando vemos el sufrimiento de un campo de concentración nazi como Auschwitz, no encontramos explicación alguna. Maximiliano Kolbe, que se cambió por un prisionero condenado a morir, nos muestra esa confianza por encima de toda negatividad ante lo que no entendemos. En celda de hambre, pasaron semanas sin comida ni agua, y en lugar de lamentos y desesperación, Kolbe mantuvo una actitud de paz y consuelo, lideró oraciones y cánticos, proporcionando apoyo espiritual a sus compañeros de celda, y después de varias semanas, fue el último sobreviviente en la celda y los nazis decidieron ejecutarlo con una inyección letal. Su actitud de paz, compasión y sacrificio ante el sufrimiento, junto con su disposición a dar su vida por un extraño, ha inspirado a muchas personas y lo llevó a ser canonizado como santo por la Iglesia Católica.

Mantener la paz y la compasión incluso en las circunstancias más extremas no es fácil, pues a veces basta que se junten varias contrariedades para perder los nervios. Entender como el sacrificio personal puede ser un testimonio poderoso de amor y solidaridad ante el sufrimiento de los inocentes, es algo que subvierte el aspecto negativo, para crear una realidad nueva por la fe. Es lo que aprendemos de Jesús. Eso nos da una actitud crucial para mantener la paz interior y ofrecer un apoyo genuino.

En muchas ocasiones, nos encontramos en situaciones en las que nuestros seres queridos atraviesan momentos difíciles, y es entonces cuando debemos cuidar nuestra respuesta emocional.

Es natural sentir preocupación y angustia por el sufrimiento de amigos, familiares o niños cercanos. Sin embargo, es esencial no dejarse llevar por la desesperación. La invitación del Señor es clara: no perder la paz interior, incluso en medio del dolor. A pesar de las pruebas, la promesa es que Dios no nos abandonará, como se menciona en Isaías 49:15: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti…”, dice el Señor. Y eso lo dice para todo ser que sufre, que padece injusticia.

Es crucial distinguir entre la verdadera y la falsa compasión en estos momentos. A medida que avanzamos en nuestra vida cristiana, nuestra compasión debería crecer, pero es fundamental que esta compasión sea auténtica, pacífica y reconfortante. La compasión de los santos, impregnada del Espíritu Santo, es siempre serena y confiada. Pues a menudo experimentamos una compasión inquieta y confusa. Nuestra implicación en el dolor ajeno puede estar vinculada incluso a un amor propio de querer hacer algo, cuando no podemos hacer más que tener empatía con ese hermano que sufre. Así, la preocupación excesiva por el sufrimiento de los demás a veces esconde un miedo personal al sufrimiento. En este sentido, faltaría confianza en Dios, y nos sorprendemos cuando esas personas que llevan esa carga de sufrimiento nos dan ejemplo de confianza en Dios y agradecimiento, nos abren los ojos para una visión nueva, de que la cruz es a la medida de la capacidad de cada persona.



Es comprensible que nos afecte profundamente el sufrimiento de seres queridos, pero si de verdad somos conscientes de que todo es para bien, de que por caminos que nos son incomprensibles ese dolor supone una oportunidad de crecimiento espiritual, no perderíamos la paz por ello, en caso contrario indicaría que nuestro amor aún no es plenamente espiritual. Necesitamos basar nuestro amor en una confianza inquebrantable en Dios para que sea verdaderamente cristiano.

La compasión auténtica debe surgir del amor, el deseo genuino de bien para la persona según los planes divinos. No debe estar motivada por el temor al dolor o a la pérdida. Dios ama a nuestros prójimos infinitamente más y mejor que nosotros; por lo tanto, debemos confiar en ese amor y aprender a dejar a quienes amamos en sus manos.

Las personas que sufren necesitan a su alrededor individuos tranquilos, confiados y alegres, ya que esto será más eficaz que la angustia y la preocupación. La falsa compasión solo agrega tristeza y decepción, no brinda paz ni esperanza a los que padecen.

Un ejemplo concreto destaca la diferencia entre la desesperación de una madre por la depresión de su hija y la paz interior de la hija al confiar en las palabras del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta…”. A veces, la persona que sufre vive su prueba con más calma que su entorno ansioso. Esto destaca la importancia de orar y acompañar a quienes sufren, pero siempre con un espíritu de abandono y confianza en las manos de Dios.

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

https://lluciapousabate.blogspot.com/2024/05/precario-equilibrio-en-oriente-proximo.html https://lluciapousabate.blogspot.com/2024/05/13-de-...