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martes, 5 de marzo de 2024

Paz ante el sufrimiento de los inocentes

 Paz ante el sufrimiento de los inocentes

Esto destaca la importancia de orar y acompañar a quienes sufren.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



Tenemos ejemplos de personas con capacidad de mantener la paz ante el sufrimiento de los inocentes, desde Sócrates, Jesús, Tomás Moro, Maximiliano Kolbe… Cuando vemos el sufrimiento de un campo de concentración nazi como Auschwitz, no encontramos explicación alguna. Maximiliano Kolbe, que se cambió por un prisionero condenado a morir, nos muestra esa confianza por encima de toda negatividad ante lo que no entendemos. En celda de hambre, pasaron semanas sin comida ni agua, y en lugar de lamentos y desesperación, Kolbe mantuvo una actitud de paz y consuelo, lideró oraciones y cánticos, proporcionando apoyo espiritual a sus compañeros de celda, y después de varias semanas, fue el último sobreviviente en la celda y los nazis decidieron ejecutarlo con una inyección letal. Su actitud de paz, compasión y sacrificio ante el sufrimiento, junto con su disposición a dar su vida por un extraño, ha inspirado a muchas personas y lo llevó a ser canonizado como santo por la Iglesia Católica.

Mantener la paz y la compasión incluso en las circunstancias más extremas no es fácil, pues a veces basta que se junten varias contrariedades para perder los nervios. Entender como el sacrificio personal puede ser un testimonio poderoso de amor y solidaridad ante el sufrimiento de los inocentes, es algo que subvierte el aspecto negativo, para crear una realidad nueva por la fe. Es lo que aprendemos de Jesús. Eso nos da una actitud crucial para mantener la paz interior y ofrecer un apoyo genuino.

En muchas ocasiones, nos encontramos en situaciones en las que nuestros seres queridos atraviesan momentos difíciles, y es entonces cuando debemos cuidar nuestra respuesta emocional.

Es natural sentir preocupación y angustia por el sufrimiento de amigos, familiares o niños cercanos. Sin embargo, es esencial no dejarse llevar por la desesperación. La invitación del Señor es clara: no perder la paz interior, incluso en medio del dolor. A pesar de las pruebas, la promesa es que Dios no nos abandonará, como se menciona en Isaías 49:15: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti…”, dice el Señor. Y eso lo dice para todo ser que sufre, que padece injusticia.

Es crucial distinguir entre la verdadera y la falsa compasión en estos momentos. A medida que avanzamos en nuestra vida cristiana, nuestra compasión debería crecer, pero es fundamental que esta compasión sea auténtica, pacífica y reconfortante. La compasión de los santos, impregnada del Espíritu Santo, es siempre serena y confiada. Pues a menudo experimentamos una compasión inquieta y confusa. Nuestra implicación en el dolor ajeno puede estar vinculada incluso a un amor propio de querer hacer algo, cuando no podemos hacer más que tener empatía con ese hermano que sufre. Así, la preocupación excesiva por el sufrimiento de los demás a veces esconde un miedo personal al sufrimiento. En este sentido, faltaría confianza en Dios, y nos sorprendemos cuando esas personas que llevan esa carga de sufrimiento nos dan ejemplo de confianza en Dios y agradecimiento, nos abren los ojos para una visión nueva, de que la cruz es a la medida de la capacidad de cada persona.



Es comprensible que nos afecte profundamente el sufrimiento de seres queridos, pero si de verdad somos conscientes de que todo es para bien, de que por caminos que nos son incomprensibles ese dolor supone una oportunidad de crecimiento espiritual, no perderíamos la paz por ello, en caso contrario indicaría que nuestro amor aún no es plenamente espiritual. Necesitamos basar nuestro amor en una confianza inquebrantable en Dios para que sea verdaderamente cristiano.

La compasión auténtica debe surgir del amor, el deseo genuino de bien para la persona según los planes divinos. No debe estar motivada por el temor al dolor o a la pérdida. Dios ama a nuestros prójimos infinitamente más y mejor que nosotros; por lo tanto, debemos confiar en ese amor y aprender a dejar a quienes amamos en sus manos.

Las personas que sufren necesitan a su alrededor individuos tranquilos, confiados y alegres, ya que esto será más eficaz que la angustia y la preocupación. La falsa compasión solo agrega tristeza y decepción, no brinda paz ni esperanza a los que padecen.

Un ejemplo concreto destaca la diferencia entre la desesperación de una madre por la depresión de su hija y la paz interior de la hija al confiar en las palabras del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta…”. A veces, la persona que sufre vive su prueba con más calma que su entorno ansioso. Esto destaca la importancia de orar y acompañar a quienes sufren, pero siempre con un espíritu de abandono y confianza en las manos de Dios.

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