En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

sábado, 16 de marzo de 2024

Formamos parte de algo más grande que nosotros

 

Formamos parte de algo más grande que nosotros



Cuando entendemos que somos colaboradores en el plan divino, experimentamos una paz que trasciende toda comprensión
Llucià Pou Sabaté
Jueves, 14 de marzo de 2024, 08:56 h (CET)

La historia de la vida humana es como un tapiz tejido con hilos de experiencias, desafíos y momentos de profunda reflexión. En este vasto lienzo, cada uno de nosotros forma parte de algo más grande que nosotros mismos, una tela cósmica tejida con los designios de un plan divino que a menudo escapa a nuestra comprensión. Recientemente, mientras hojeaba un resumen en algún rincón de mi biblioteca, me encontré con una reflexión que resonó profundamente en mí y que deseo compartir: Nuestra existencia está imbuida de un propósito divino, un diseño celestial que, de manera misteriosa, incluye el sufrimiento como parte integral de nuestro viaje. Es en este entendimiento que encontramos la semilla de una gran oportunidad para crecer, madurar y dar frutos que nos conduzcan hacia un destino prometido.


Recuerdo las palabras de Edith Stein, una filósofa alemana convertida en monja carmelita, cuya vida y martirio en Auschwitz reflejan una profunda comprensión de la "ciencia de la cruz". Ella escribió: "Lo que no estaba en mis proyectos se encontraba en los proyectos de Dios". Estas palabras resuenan con la convicción de que no hay coincidencias ni accidentes en la vida, sino una coherencia perfectamente inteligible en el plan de la providencia divina.


El mensaje central de Jesús en el Sermón de la Montaña nos invita a confiar en los planes de nuestro Padre celestial, recordándonos que hasta los más pequeños detalles de nuestras vidas están cuidadosamente contemplados por Él. Es esta confianza en el amor y la sabiduría divina lo que nos permite abrazar las pruebas y tribulaciones con serenidad y fortaleza interior: "¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados" (Mateo 10,29).


Santa Catalina de Siena nos ofrece una perspectiva aún más profunda al recordarnos que todo procede del Amor, y que incluso el sufrimiento puede ser un medio de salvación y crecimiento espiritual: "Decid a aquellos que se escandalizan y se rebelan de lo que les pasa: todo procede del Amor, todo es dispuesto para la salvación del hombre. Dios todo lo hace con este objetivo". Esto no se entiende fácilmente sino con una ciencia del corazón… podemos releer esas palabras, para que vayan ahondando en nuestro interior: “todo procede del Amor…” Es a través de una ciencia del corazón, de una profunda conexión con nuestro ser interior, que podemos comprender la verdadera naturaleza del sufrimiento y encontrar consuelo en medio de las adversidades.


Cuando entendemos que somos colaboradores en el plan divino, capaces de entrar deliberadamente en él a través de la actividad, la oración y sí, incluso el sufrimiento, experimentamos una paz que trasciende toda comprensión. Aunque el dolor puede seguir presente, nuestra fe nos sostiene y nos guía a través de las sombras hacia la luz.

   

Entendemos que todo vendrá por alguna razón, si Dios lo permite, y que de ahí saldrá algo bueno aunque nos es impedido verlo ahora mismo. Sin embargo, aquí o en la otra vida, lo veremos. Lo sabemos. Y nos fiamos. Entonces, no se deja de sufrir, pero de un modo mitigado, sabiendo –o sintiendo- el sentido… "El fuego limpia el oro de su escoria, haciéndolo más auténtico y más preciado. Igual hace Dios con el siervo bueno que espera y se mantiene constante en la tribulación" (San Jerónimo Emiliano).El sufrimiento es así visto como el fuego que purificándonoscomo se hace con el oro quitando la escoria, nos hace más auténticos y valiosos a los ojos de Dios. A medida que nos aferramos a la esperanza y perseveramos en la tribulación, nos convertimos en testigos vivos de la obra redentora de Dios en nuestras vidas.

El buen corazón para un mundo mejor

 

El buen corazón para un mundo mejor




¿Hay unos valores perennes en la naturaleza humana, algo así como una programación de ciertas características para un correcto funcionamiento? Es lo que se vino a llamar “ley natural” y que podemos decir más sencillamente “buen corazón”. Las lecturas cuaresmales nos recuerdan que eso no es algo fortuito sino un don de Dios: “Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptos (Ezeq 36,26-27). Esa moción interior nos indica lo que está bien, lo que nos perfecciona como personas, el camino del amor, justicia, misericordia.

Ese “instinto de superación espiritual” no es automático, pues como dice una leyenda india, tenemos dentro dos lobos, uno blanco (pureza) y otro negro (maldad), y crece el que alimentemos. Requiere un trabajo de purificación, de ejercicio (ascesis): "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente" (Rom, 12,2). Esa conversión no es a fuerza de brazos, sino con el Espíritu de la verdad, procurando dejarle hacer en nosotros, abrirle espacio interior de nuestro corazón para distinguir “cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom, 12,2).

Se habla mucho de construir un mundo mejor, pero eso no será haciendo leyes sino que la justicia y la paz vendrán con la educación del corazón: la raíz del mal y del bien está siempre en el interior de cada ser humano. Y el mundo mejorará con un cambio del corazón (metanoia). Los valores evangélicos (civilización del amor) contrastan con las tendencias dominantes de mundanidad y se requiere una renovación «hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen de su creador» (Col 3, 10). El camino no es el orgullo (jugar a ser dioses), sino la humildad: filiación divina, obediencia a esa chispa divina en nuestro interior.

jueves, 14 de marzo de 2024

Sobre como afrontar las cosas, y la paz interior

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La confianza en Dios y el sentido del mal en el mundo

 La confianza en Dios y el sentido del mal en el mundo

Nos dará Dios el 100 por uno, cuando le ofrecemos lo poco que está en nuestra mano.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



En nuestra vida, notamos los asaltos del mal y los pensamientos de desaliento y desconfianza, y también notamos que el mal en el mundo es incomprensible, no entendemos cómo Dios permite tantas cosas malas a nuestro alrededor. La oración incesante e incansable nos abre los ojos a un conocimiento más profundo. “En numerosas ocasiones he acudido a hacer la hora cotidiana de adoración al Santísimo Sacramento en un estado de preocupación y desánimo, y sin que haya ocurrido nada de particular, sin decir ni sentir alguna cosa especial, he salido por el corazón apaciguado" (J. Philippe, La paz interior, p. 37). El Espíritu Santo hace su trabajo en secreto. La oración silenciosa es la auténtica fuente de la paz interior... Pero a veces somos como un reloj que toca a deshora, podemos estar meditando sin sentir nada, y viendo una puesta de sol, la sonrisa de un niño o de una persona amada, incluso los acordes de una música, cuando se nos abre el misterio, nos sentimos en la gloria.

Esas intuiciones interiores nos llevan siempre a contemplar a Jesús y la paradoja de la cruz: en ese sufrimiento “malo” se produce una apertura a la resurrección, algo “bueno”. Y es que "el corazón sólo despierta a la confianza si despierta al amor, y tenemos necesidad de experimentar la dulzura de la ternura de corazón de Jesús..." (id., 37-38).

Ahí radica la verdadera respuesta al misterio del mal y del dolor, una respuesta no filosófica, sino existencial. Cuando vivimos el abandono, nos damos cuenta de que "eso funciona" para una confianza, una comprensión de corazón, de que Dios hace que todo coopere a mi bien, incluso el dolor e incluso mis propios pecados.

Incluso cuando sufrimos angustia por situaciones que temíamos, y casi ninguna de esas cosas malas llega, las pocas que vienen, después del primer “golpe” enseguida nos parecen soportables y beneficiosas. Entendemos aquel “no hay mal que por bien no venga”. Lo que tanto temíamos, puede convertirse en algo que nos hace despertar para conseguir algo mejor, o por lo menos nos hace abrir los ojos a una realidad más allá de lo que vemos en esta vida, algo más grande, un bien para siempre. Y si siento esto en mi vida, puedo estar seguro que también puede aplicarse a la vida de los demás.

Pero el abandono ha de ser total, sin apegos a tantas cosas que nos rodean. En realidad, deberíamos no tener “posesiones” sino sentirnos “administradores” de los bienes que están a nuestra mano. "Tenemos la tendencia natural a “apegarnos” a multitud de cosas: bienes materiales, afectos, deseos, proyectos, etc., y nos cuesta terriblemente abandonar la presa, porque tenemos la impresión de perdernos, de morir”... (J. Philippe, p. 40).

Si nos sentimos en manos de Dios, no sentiremos ese miedo de perder a personas o a cosas, o perder la fama o que dejen de querernos. Si experimentamos (ese “saber” experiencial) que estamos seguros en sus manos, nos dejamos llevar por aceptar dejar todo en manos de Dios, darle el permiso para que nos dé y nos quite según su voluntad: "¡Ah, si supiéramos lo que se ganan renunciando todas las cosas!", dice santa Teresa de Lisieux. Y ese es el camino de la felicidad: dejar actuar libremente a Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.

Juan de la Cruz, uniendo la sabiduría oriental al mensaje iluminador de Jesús, decía que por la nada llegamos al todo: "se me han dado todos los bienes de éste es el momento en que ya lo se busca". Nos dará Dios el 100 por uno, cuando le ofrecemos lo poco que está en nuestra mano.


miércoles, 13 de marzo de 2024

Dejarse llevar, no controlar

 

Dejarse llevar, no controlar

El control es como la sal, un poco ayuda a la comida pero demasiado la estropea
Llucià Pou Sabaté
Miércoles, 13 de marzo de 2024, 10:38 h (CET)


Muchas veces queremos controlar la vida, y si un ser querido está en el hospital, controlar los pronósticos médicos y la función de las enfermeras, y luego si muere la organización del funeral y así queremos que todo esté dependiendo de nosotros, hasta que colapsamos… en realidad, es una tarea que nos mantiene ocupados, pero muchas veces puede ser obsesiva, explicaba Elisabet K-R, quien habla de la esposa de un moribundo, Randi: eso la hacía llenar el tiempo, controlando un montón de cosas… Al igual que en otra casa la madre e hija se pelean en ejercitar el control de la situación ante la muerte del marido y padre. Era un control que escondía sentimientos dolorosos como la tristeza, heridas y rabia de la pérdida. Muchos preferimos la pelea a afrontar el dolor… Pero la pelea es señal de debilidad, de vulnerabilidad.

   

El control proporciona una ilusión de seguridad, de tenerlo todo “bajo control”, pero eso al final es un infierno porque no se puede controlar lo incontrolable, hace a las personas esclavos de ese control. Otro caso: Gerald quiso la perfección en su panadería, después de que muriera su mujer, pero de una forma que consideraba a los demás incompetentes. Surgió el mal ambiente, hasta que su madre le dijo: “¡aunque quieras la perfección en tu trabajo, ella no volverá! El mundo no es perfecto, y no puedes poner remedio al dolor obsesionándote por cosas que no lo necesitan. Los trabajadores hacen bien su labor… ¿Recuerdas cuando murió tu padre? Yo me afané en tenerlo todo a punto, limpio, e ir cambiando los muebles y las demás cosas porque intentaba arreglar una cosa que no tenía arreglo… Un día tú y tu hermana llorabais. Me dijo tu hermana que no podíais hacerlo todo a la perfección… En aquel momento me di cuenta del error.” Gerald entendió que no podía llevar ese control excesivo sobre su equipo e invirtió sus energías en reparaciones de la casa y otras cosas necesarias.

   

Otro caso: Karen sufría por la muerte de su mejor amiga, y sus amistades le hicieron hacer un viaje en el que la acompañaron, pero le parecía el “buque fantasma” porque quería estar sola y ahí no podía en medio de banquetes y fiestas. Por fin pudo volver a su casa y darse cuenta de lo mal que hizo en dejarse controlar por los amigos, que la llevaran donde no quería. Ella vio que el dolor iba con ella dondequiera que fuera.

   

En otros casos, querer ayudar a los demás en tomar decisiones es bueno. El padre de Walter, que perdió a su mujer, era incapaz de tomar una decisión… su hijo le apoyó un tiempo, diciéndole que no tendría que pensar en nada. Y es fue el mejor regalo: su hijo le organizaba todo, tanto en la vida personal como en la empresa, etc. Y así pudo, al cabo de unos meses, volver a tomar las riendas de la situación.


Es la intuición la que tiene que guiar en esos momentos, pues el control es como la sal, un poco ayuda a la comida pero demasiado la estropea. Puede tenernos ocupados un tiempo, pero luego hay que dejar ir las cosas y las personas, no querer controlar ni siquiera nuestra agenda, fluir con la vida…

Se puede decir que este punto es central en la vida, y en el aprendizaje a través del dolor y concretamente en la pérdida de un ser querido. Si queremos controlar el destino, nos pasamos la vida con miedo y angustias. En cambio, si somos conscientes de que Dios cuida de nosotros de continuo, dejaremos las riendas de la vida en sus manos, sabiendo que lo mejor siempre está por llegar. Nos ocuparemos del día a día, pero sin preocuparnos. E integraremos el dolor, la muerte de alguien querido, dentro de esos planes, sabiendo que al final todo será para bien de todos.   

    

Una de las cosas que tiene pasar por uno de esos malos tragos de la vida es que también aprendemos. Madurar siempre implica dejar atrás algo perdido, aunque sea un espacio imaginario. Elaborar un duelo es abandonar uno de esos espacios anteriores (internos o externos), siempre más seguros, más protegidos, previsibles. Dejarlos para ir a lo diferente. Pasar de lo conocido a lo desconocido. Esto, irremediablemente, nos obliga a crecer. Que yo sepa que puedo soportar los duelos, y sepa que puedo salirme, si lo decido, me permite quedarme haciendo lo que hago, si esa es mi decisión.

   

Hay momentos de crisis en que nos parece que ha llegado el final, que nada vale la pena. Caen por el suelo las concepciones religiosas, como le pasó al Abraham bíblico hace cerca de 4 milenios, o a los pueblos de Mesoamérica con una especie de complejo de inferioridad con la conquista de España que produjo una apatía vital. Puede haber mil factores ante nos hagan sentirnos abrumados, y somos libres de superar esa sensación o hundirnos, pues somos dueños de nuestro destino. Vemos como la vida de celebridades puede ser compleja y enfrentar desafíos, como vimos en el caso de Whitney Houston (incluyendo problemas de salud, relaciones personales complejas, y el abuso de sustancias); sin querer juzgar a nadie pues cada vida es única, puede decirse que influye la actitud con la que nos tomamos las cosas en la salud mental (depresión, ansiedad…), presión y expectativas profesionales como personales, problemas en las relaciones personales, pérdida de seres queridos…, uso y abuso de sustancias dañinas (que puede ser una respuesta a las luchas internas, pero también puede contribuir a la falta de ganas de vivir), sentirse aislados o solos. Está claro que las buenas relaciones a la larga ayudan y sobre todo nuestra interioridad nos ayuda a abrirnos a la trascendencia.

   

”La certeza del amor de Dios nos lleva a confiar en su providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Poesías, 30).

   

Este punto central de nuestro estudio puede abrir nuestros ojos a que estamos en manos de alguien que nos cuida, y así podemos ir adquiriendo una actitud de dejarnos llevar por el divino escultor que va –a fuerza de golpes de cincel- modelando en nosotros una imagen preciosa, un Cristo. “Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad. / Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según El desea, a golpe de martillo y de cincel. / No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque, de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. -Sufriremos más e inútilmente” decía san Josemaría. Si nos resistimos no aprendemos, tardamos más en dejarnos esculpir para la misión que Dios nos tiene preparada. También decía que no teníamos que preocuparnos si nos pasa algo, “dar peso a que sea -como lo llama el mundo- favorable o adverso: porque viniendo de sus manos de Padre, aunque el golpe del cincel hiera la carne, es también una prueba de Amor, que quita nuestras aristas para acercarnos a la perfección”.

   

Así, hemos de aprender a afrontar los sufrimientos, porque la mayor parte de los sufrimientos proviene de huir de ellos. Es un miedo a lo que pasará, un temor ante una muerte que se ve como el final de la vida, de que más allá no hay nada. Pero el misterio de ese aprendizaje es que de aquello saldrá algo bueno, cuando haya pasado la crisis, si se aprovecha como el ejemplo del escultor: duelen los golpes, pero se deja hacer al Artista.

   

Este sentido de que todo redundan en nuestro bien, si lo aprovechamos, es lo que constituye el “secreto” de la vida. Decía Manzoni en su famosa novela Los novios que la fe hace que todo lo que nos pasa, tanto si es por nuestra culpa como si nos viene dado, nos ayude para una vida mejor

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