En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…
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jueves, 14 de marzo de 2024

La confianza en Dios y el sentido del mal en el mundo

 La confianza en Dios y el sentido del mal en el mundo

Nos dará Dios el 100 por uno, cuando le ofrecemos lo poco que está en nuestra mano.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



En nuestra vida, notamos los asaltos del mal y los pensamientos de desaliento y desconfianza, y también notamos que el mal en el mundo es incomprensible, no entendemos cómo Dios permite tantas cosas malas a nuestro alrededor. La oración incesante e incansable nos abre los ojos a un conocimiento más profundo. “En numerosas ocasiones he acudido a hacer la hora cotidiana de adoración al Santísimo Sacramento en un estado de preocupación y desánimo, y sin que haya ocurrido nada de particular, sin decir ni sentir alguna cosa especial, he salido por el corazón apaciguado" (J. Philippe, La paz interior, p. 37). El Espíritu Santo hace su trabajo en secreto. La oración silenciosa es la auténtica fuente de la paz interior... Pero a veces somos como un reloj que toca a deshora, podemos estar meditando sin sentir nada, y viendo una puesta de sol, la sonrisa de un niño o de una persona amada, incluso los acordes de una música, cuando se nos abre el misterio, nos sentimos en la gloria.

Esas intuiciones interiores nos llevan siempre a contemplar a Jesús y la paradoja de la cruz: en ese sufrimiento “malo” se produce una apertura a la resurrección, algo “bueno”. Y es que "el corazón sólo despierta a la confianza si despierta al amor, y tenemos necesidad de experimentar la dulzura de la ternura de corazón de Jesús..." (id., 37-38).

Ahí radica la verdadera respuesta al misterio del mal y del dolor, una respuesta no filosófica, sino existencial. Cuando vivimos el abandono, nos damos cuenta de que "eso funciona" para una confianza, una comprensión de corazón, de que Dios hace que todo coopere a mi bien, incluso el dolor e incluso mis propios pecados.

Incluso cuando sufrimos angustia por situaciones que temíamos, y casi ninguna de esas cosas malas llega, las pocas que vienen, después del primer “golpe” enseguida nos parecen soportables y beneficiosas. Entendemos aquel “no hay mal que por bien no venga”. Lo que tanto temíamos, puede convertirse en algo que nos hace despertar para conseguir algo mejor, o por lo menos nos hace abrir los ojos a una realidad más allá de lo que vemos en esta vida, algo más grande, un bien para siempre. Y si siento esto en mi vida, puedo estar seguro que también puede aplicarse a la vida de los demás.

Pero el abandono ha de ser total, sin apegos a tantas cosas que nos rodean. En realidad, deberíamos no tener “posesiones” sino sentirnos “administradores” de los bienes que están a nuestra mano. "Tenemos la tendencia natural a “apegarnos” a multitud de cosas: bienes materiales, afectos, deseos, proyectos, etc., y nos cuesta terriblemente abandonar la presa, porque tenemos la impresión de perdernos, de morir”... (J. Philippe, p. 40).

Si nos sentimos en manos de Dios, no sentiremos ese miedo de perder a personas o a cosas, o perder la fama o que dejen de querernos. Si experimentamos (ese “saber” experiencial) que estamos seguros en sus manos, nos dejamos llevar por aceptar dejar todo en manos de Dios, darle el permiso para que nos dé y nos quite según su voluntad: "¡Ah, si supiéramos lo que se ganan renunciando todas las cosas!", dice santa Teresa de Lisieux. Y ese es el camino de la felicidad: dejar actuar libremente a Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.

Juan de la Cruz, uniendo la sabiduría oriental al mensaje iluminador de Jesús, decía que por la nada llegamos al todo: "se me han dado todos los bienes de éste es el momento en que ya lo se busca". Nos dará Dios el 100 por uno, cuando le ofrecemos lo poco que está en nuestra mano.


miércoles, 27 de octubre de 2010

A la escucha del otro


Son los ejercicios espirituales que dieron al Papa, me tomaron en el piso de los sacerdotes de Granada, Llucià Pou Sabaté

martes, 13 de abril de 2010

En busca del rostro de Jesús


Estos años han surgido reconstrucciones del rostro de Jesús, también
en Semana Santa las cadenas de televisión nos ofrecen las producciones
cinematográficas sobre los tiempos de Jesús, que para mi gusto
muestran mejor a los personajes de la época que a Jesús, que siempre
es más o menos decepcionante, aunque se hacen buenos esfuerzos como
las de plastilina y dibujos animados de "El hombre que hacía
milagros". Nos es velado el rostro de Jesús, y la búsqueda no puede
cesar, pues la figura de estos 2000 años más influyente es Jesús de
Nazaret y por él se han hecho los actos más humanitarios, de amor, y
por desgracia han usado su nombre para cometer también atrocidades...
No quiero ahora entretenerme en considerar las semejanzas entre el
Jesús que aparece en la sábana santa y los iconos de las iglesias
orientales. Una vez se ha desprestigiado la prueba de carbono 14 que
le hicieron hace unos años, sigue apareciendo la "santa sindone" como
uno de los mejores testimonios del rostro de Jesús, de este Jesús que
nació, rezó y ayunó, que murió en el Calvario, con el sacrificio de la
cruz, en una victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte.
Sin embargo, la imagen que podemos encontrar sobre todo es interior.
Juan Pablo II nos invitaba a fijar la mirada en el rostro de Cristo
crucificado y hacer de su Evangelio la regla cotidiana de vida. Decía
una chica que es muy difícil explicar esta experiencia: "cuando crees
en el Evangelio, cuando rezas, te sientes mejor, y sería estupendo que
viviéramos lo que nos enseña... el mundo sería distinto". Hay una
cierta "experiencia de Dios", un "laboratorio" en el que descubrimos,
aún dentro del ambiente secularizado que nos rodea, el rostro de
Jesús.
Al pasar por Madrid, pude conocer a un hombre algo anciano, que no
podía aguantar contar su alegría a alguien. Había llegado a la capital
después de la guerra, y entre pesares pudo ir adelante, recogiendo
colillas y papeles y otros desechos. Allí fue bautizado, pero pronto
abandonó la práctica religiosa porque no se atrevía, se veía indigno.
Pasaron los años y le pasó de todo. Acabó en la cárcel, 12 años estuvo
en tiempos del anterior régimen. Perdió un tobillo en un accidente (le
colocaron una prótesis) y al poco murió su mujer. En medio de muchos
pesares, y sin saber qué rumbo tomar, salió a ver procesiones de
Semana Santa, y decía: "ayer, al ver el paso del Cristo de los
gitanos, no pude aguantar más y me puse a llorar como un niño..."
Tenía ganas de portarse mejor, de cambiar de vida, de hacer algo...
confesó y fue a los Oficios, para comulgar. Qué tendría aquella mirada
del Cristo de los gitanos...
Estos días vemos como Joe Eszterhas, que fue el guionista del thriller
erótico de mayor éxito de los años 90 y otras películas que le
convirtieron en el "el rey del sexo y la violencia en América" según
la revista TIME, lleva la cruz en el Viacrucis de su parroquia, cuenta
la conversión, acude a la comunión y a los demás sacramentos, y
agradece a Dios que cuando estaba tocando fondo en su enfermedad, le
fuera a salvar…
El hombre, como el hijo pródigo, por muy lejos que vaya, por muy bajo
que caiga, es un buscador que persigue la verdad, la apertura
espiritual, a Dios. Jesús es el hijo pródigo que se va del cielo, que
nos viene a buscar, nos habla de que tenemos un Padre y que todos
somos hermanos, cosa que nos conmueve porque si no hay padre no hay
fraternidad, por mucho que seamos hijos de los hombres de Atapuerca.
Además, estamos todos interesados en el tema de qué será después de la
muerte (últimas preguntas) y cuál es el sentido de la vida (las
penúltimas preguntas). Este es el misterio del rostro de Jesús, que su
presencia se realiza hoy, en nuestras circunstancias históricas.
"Cristo, ayer, hoy y siempre". Tenía razón Dostoyevsky cuando en "Los
demonios" preguntaba "¿Puede un hombre culto, un europeo de nuestros
días, creer aún en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios? Pues en
ello consiste propiamente la fe toda".
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha
resucitado» (Lucas 24,5-6), preguntó el ángel a las santas mujeres
aquel primer domingo de pascua, y como una onda que pasa
transversalmente a través de los siglos, parece que aletean en el aire
estas palabras del ángel, para que el anuncio de la resurrección de
Jesús llegue a toda persona de buena voluntad y todos nos sintamos
protagonistas en construir un mundo mejor. Porque en medio de tantos
rincones del planeta envueltos en zumbidos de guerras y lágrimas, late
este mensaje de esperanza, que nos dice que es posible vencer en la
apuesta de la tolerancia y de la solidaridad, es posible tener
capacidad y coraje para un desarrollo respetuoso de cada ser humano.
Llucià Pou Sabaté

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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