En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

martes, 2 de febrero de 2010

"Que bello es vivir"


"Que bello es vivir"
El primer domingo de febrero es la Jornada a favor de la vida. Robyn Bowen es una mujer de Washington que en 1980 acudió a una Clínica en Rochester para ser atendida de una enfermedad al riñón mientras estaba embarazada. Recuerda cómo los doctores le dijeron llevar el embarazo hasta el final podría perjudicarle e incluso ponerse en peligro de muerte. Pero ella no quiso abortar, no dudó: "Supe desde el primer día que Dios me había bendecido al permitirme tener a Brandon", que así llamó a su hijo. Robyn dio a luz y continuó con su vida de diálisis y medicamentos, y salvó su vida por no abortar, pues cuando estaba enferma de muerte si no recibía un riñón compatible, le salió un donante muy especial. Veinte años después de su alumbramiento, su hijo se ofreció para donarle un riñón.
"Mi cuerpo no es realmente mi cuerpo -afirma Brandon, el hijo-, a lo que me refiero, es que este no es mi riñón realmente. Es como el deseo de Dios y algo que necesitaba hacer". Su madre afirma: "él estaba muy seguro de que eso era lo que Dios quería que hiciera, por lo que fue el único motivo por el que le permití hacerlo". Orgulloso de salvar a su madre, seguía diciendo Brandon: "Tu no sabes lo que la vida de un niño pueda lograr en el futuro... Él podría ser el presidente, o tal vez podría encontrar la cura para el cáncer o algo así. Uno nunca sabe. Yo sólo pienso que todo niño debería tener una oportunidad".
Defender el derecho a la vida desde la concepción, dice el Papa, es un "servicio precioso a la vida, valor fundamental en el que se reflejan la sabiduría y el amor de Dios... El respeto de la vida, desde su concepción al ocaso natural es un criterio decisivo para valorar la civilización de un pueblo".
También me impresionó la noticia, de enero de este año 2001, de un niño que acabó la gestación estando su madre muerta: un accidente de tránsito causó la muerte de una mujer embarazada con seis meses de gestación, y con la ayuda de los médicos se logró salvar la vida del bebé, quien se ha convertido en un fuerte grito por la vida. Esto sucedió en Colombia, precisamente donde se prepara la comercialización de una píldora abortiva. La madre se llamaba Sandra Patricia Tigreros. Como decía Séneca, "el hombre es cosa sagrada para el hombre", y añadía su discípulo Aristóteles que "el embrión humano es algo divino, en tanto que es un hombre en potencia" (el cristianismo amplía mucho estas perspectivas).
La vida es el derecho primero sobre el que vienen todos los demás derechos de la persona. Precisamente todos los grandes males de la historia reciente vienen de dar más importancia a la eficacia en lugar de la persona. Los males vienen por preguntarse "¿compensa o no compensa el respeto a esa persona?" es decir, "¿qué beneficios o perjuicios me supone tal acción?". Sin darnos cuenta, vamos hacia una "existencia cosificada": siempre que se use a alguien como un medio, en lugar de quererla como un fin en sí misma, hay esa cosificación de las personas. Y esto tanto en la proyección de una guerra, sacrificando soldados o eliminando "enemigos". Vivimos en un sistema que promueve un Estado del bienestar y cuando hay conflicto entre nuestra comodidad y el respeto hacia una persona se puede optar por la comodidad. Pienso por ejemplo en dejar morir ahogado un inmigrante en el puerto de Barcelona, dicen que los que miraban no hicieron nada. Otras veces son las presiones agobiantes que llevan a una mujer a abortar, y en este caso la ignorancia puede ser mayor porque no se ve al niño morir.
En una jornada a favor de la vida, habría que cantar con sencillez aquello de "viva la gente, la hay donde quiera que vas; viva la gente, es lo que nos gusta más; con más gente, a favor de gente, en cada pueblo y nación... habría menos gente difícil, y más gente con corazón..." hoy habría que evitar polémicas, construir una canción de esperanza a favor de la vida. La vida de los que han nacido y están maltratados en tantos sitios, y la vida de los que no han nacido, y de los que van a nacer, para que encuentren una vida digna.
La violencia, el aborto y tantas formas de ataque a la vida tienen causas sociales y psicológicas, son una salida traumática a unos problemas aún más traumáticos. Son manifestaciones patológicas de una situación difícil, y más que discutir cómo arreglar esos efectos hemos de analizar las causas y curar la enfermedad.
A nivel de valores, pienso que hemos de defensar que la vida es un bien, que se nos ha sido dado y que hemos de respetar, nadie es árbitro de la vida humana ya existente. Habría que hablar más de la belleza de vivir, como hace el Evangelio y algunas películas son sugerentes en este punto: por ejemplo, "Qué bello es vivir", "La vida es bella", "Sonrisas y lágrimas", "Solas", "El abuelo", por citar sólo algunas.
Llucià Pou i Sabaté

La familia, ¿algo superado?


La familia, ¿algo superado?
En una sociedad individualista, la plaga de la soledad va extendiéndose. Se ve más gente sola: mayores, niños, y la peor soledad, la acompañada, la existencia con alguien que no se soporta, pues como dijo Goethe: "la familia es tabla de salvación o sima de perdición". El ambiente en el que nos encontramos, sus formas culturales, provocan en nosotros esas preguntas: “¿La familia es tan esencial para la persona?”, y ante tanto fracaso familiar: “¿Cómo conseguir que no sea el matrimonio algo insoportable a la larga?”
Es verdad que hay dolor en muchos hogares, pero también es cierto que “los dolores abren una puerta a la profunda verdad sobre nosotros mismos” (P. Viladrich), y decía Chesterton que en el matrimonio puede haber tragedia, pero si el matrimonio se sostiene, la tragedia tiene sentido, no es absurda, no es para nada vana o baladí, sino que da muchos frutos. La vida en familia no es una cosa perfecta como si los esposos fueran dos relojes suizos, unas “máquinas perfectas”, sino que como en los ciclos vitales hay primaveras pero también otoños e inviernos… y la aceptación de las imperfecciones del otro es un paso hacia un amor maduro, se llega a aquel: “somos un desastre pero estamos juntos, en nuestra casa, y esto nos hace felices, podemos escribir una historia juntos”. Es como una pasión que lleva a no rendirse ante las dificultades, priorizar la protección de la familia. Y ésta es la mejor terapia para que los cónyuges y los hijos sean felices, no se encuentren solos. La separación es para casos dramáticos, pero es siempre el último recurso, ante el daño físico o moral grave, cuando la convivencia ya es imposible. Sin embargo, excepto esos casos, aunque mantener la familia suponga sacrificios para los esposos, es cuestión de amar a los demás, y sobre todo a los hijos: anteponerlos a lo que llamamos la "realización personal" egolátrica, saber que la solidez de la familia es para los hijos -y los esposos- la mejor prevención del síndrome de soledad.
Puede sonar a hipócrita, poco natural, esta búsqueda de reparar algo que se ha roto al parecer para siempre, o el intentar superar el engaño causado por el otro cónyuge, o aquella situación llamada “sin salida” a la que se ha llegado. Es más, se siente “injusta” una situación de convivencia falsa… pero dentro del teatro del mundo hay que hacer un poco de teatro, sabiendo que si separamos justicia de amor, queda la gran desgracia: injusticia con desamor, pues como decía Albert Camus, "sólo es tristeza -soledad- no ser amado y no amar. Lo que ocurre es que hoy nuestro mundo agoniza a consecuencia de esta desgracia: la larga reivindicación de la justicia ha desterrado el amor que, sin embargo, fue el que le dio nacimiento".
Y la prueba de que la “autenticidad” de tirarlo todo por la borda no funciona es ésta: estamos en un mundo lleno de hipocresía, donde los gobiernos están mandados por intereses económicos (que son la causa de las guerras de Oriente, etc.), donde las verdaderas motivaciones de muchas actuaciones no se dicen, donde no hay comunicación real sino marketing y ver cómo agradar. Y la misma fatuidad nos parece encontrarla en tantas estructuras y discursos con nombres de filantropía teórica… mientras vemos que el mundo está lleno de violencia, formas ocultas de agresividad. ¿Y cuál es la causa de esa patología, de esas formas de violencia y resentimiento? Apuntaré tres, sin excluir que haya otras: 1) el individualismo que rompe la dignidad de la persona, su relación con Dios y los demás, 2) una forma de egoísmo venenoso que relativiza todo, no cree en la verdad, se hunde en una existencia “cosificada”, es decir abierta sólo a llenarse de sensaciones vanas en una sociedad tecnológica; 3) una educación afectiva insuficiente, falta el hogar, es una sociedad sin amor. Una ley básica para esta educación del corazón es que la base de toda sociedad es que la persona tenga lo que llamamos “familia”. Y si falla, aparece frecuentemente la soledad existencial.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 1 de febrero de 2010

Si lo amas, vete detrás de Él...



San Agustín:
Si lo amas, vete detrás de Él.
Lo amo, contestas, ¿por qué camino seguirlo?
Si el Señor Dios tuyo te hubiera dicho: “Yo soy la Verdad y la Vida”,
tu deseo de la Verdad y tu amor a la Vida te llevarían ciertamente
a la búsqueda del camino que te pudiera conducir a ellas y te dirías a ti mismo:
“Magnífica cosa es la Verdad y magnífica cosa es la Vida,
si existiera el camino de llegar a ellas mi alma”.
¿Buscas el camino? Oye lo primero que te dice: “Yo soy el Camino”...
Dice primero por dónde has de ir y luego adónde has de ir.
En el Señor del Padre está la Verdad y la Vida;
vestido de nuestra carne es el Camino.

jueves, 28 de enero de 2010

Las edades de la vida


Las edades de la vida
Muchos jóvenes suspiran por llegar a tener la edad de tal o cual actor/actriz o modelo, o se lamentan de haber pasado de esas edades. En Grecia tenían una palabra para indicar ese paso del tiempo, el “cronómetro”, Cronos era aquel dios que se comía sus hijos... el paso del tiempo inexorable que se nos come, como la cantante Luz que habla de “el veneno sobre mí piel” que supongo se refiere a las arrugas que va dejando en el rostro. Pero esas marcas que deja el tiempo por fuera no es el único sentido del tiempo, junto a estos momentos “rutinarios” del día a día, del caer de la arena de un lado a otro del reloj, hay también momentos “mágicos”, un sentido del tiempo interior, expresado en otra palabra que usaban también los griegos: el Kairós, tiempo oportuno. Indica que la vida no se mide por años, semanas o días, sino por aquellos momentos que te hacen perder el aliento, que te hacen ver que vives con intensidad. Recuerdo lo que contaba Jorge Bucay, de un buscador que llegó hasta un pueblo, y allá vio unas lápidas y fue leyendo: -“fulano de tal”: "siete años, tres meses y un día”.... y a todas igual, y dice: “¡aquí ha habido una epidemia!”, cuando vino el guarda del cementerio y lo encontró desconsolado; le preguntó al guarda: "Qué ha pasado, ¡explícamelo!" -"No es lo que te piensas –le responde-, aquí la gente vive muy feliz. Y tenemos una costumbre: cuanto nuestros chicos tienen edad de discernir les damos una libreta para que en ella vayan apuntando cuánto duran todos los momentos que de verdad son felices: te has enamorado... ¿cuánto de tiempo ha sido?; has hecho esto..., ¿de verdad que has sido tú mismo?... ¿cuánto tiempo ha durado?... van apuntando estos momentos; y al final de la vida, cuando muere una persona, tomamos su libreta, hacemos una raya y sumamos, porque esta es la vida auténticamente vivida". Se trata de aprender a disfrutar estos “momentos mágicos” especiales de la vida.
El sentido de la vida y del tiempo es algo misterioso... Romano Guardini hablaba sobre las edades de la vida: decía que la persona se iba enriqueciendo, lógicamente, no tanto en fuerzas físicas (pues a partir de ciertas edades hay que acostumbrarse a tener alguna molestia, dicen que si un día uno se levanta sin ningún tipo de molestia, es que ya no está uno en este mundo sino que se ha ido al otro), pero si con la experiencia y con los recuerdos de la vida, que es parte importante de la felicidad, como decía Miquel Martí i Pol: “para ser feliz, primero debe creer que puede serlo. Después, debe vivir de una forma consecuente con esta convicción… mis momentos felices han sido aquellos en que no me he planteado de una manera seria vivir felizmente. Me he dado cuenta después de haberlos vivido. Es una felicidad en el recuerdo”. Sí, la memoria constituye nuestra identidad, ahí sigue vivo todo, llevamos siempre dentro el niño que fuimos, la ingenuidad y la sorpresa de la admiración. También la juventud está siempre con nosotros, pero no la “física”, que es un error de la cultura actual estar demasiado preocupados por la edad la juventud es una etapa que no pasa, es un estado del espíritu que se puede perfeccionar día a día y no dejar de tener aquellas características propias, que son: voluntad de victoria, calidad de la imaginación, intensidad emotiva, capacidad de admiración, gusto por el riesgo -controlado- y por la aventura, primacía del amor sobre la comodidad, no tener miedo de la dificultad por controlar cosas de la vida... La persona se va perfeccionando con esas “edades de la vida” que se van integrando en nuestra existencia, se va creciendo interiormente.
Llucià Pou Sabaté

Cadena de amor


Cadena de amor
Dicen que un joven iba por carretera en coche, cuando vio a una señora de edad avanzada, fuera de un coche parado, al lado de la carretera. Llovía fuerte y oscurecía, y al verla necesitada, detuvo su coche y se acercó. La señora al verle vestido pobremente tuvo miedo, y el joven le dijo: “Estoy aquí para ayudarla, señora, no se preocupe. ¿Por qué no entra en el coche que estará mejor? Me llamo Renato”. Ella tenía una rueda pinchada y Renato la cambió… la mujer le contó que estaba de paso, y que se encontraba perdida en aquel lugar, sin saber qué hacer, y no sabía cómo agradecer la preciosa ayuda; preguntó qué podía pagarle. Renato respondió: “Si realmente quisiera pagarme, la próxima vez que encuentre a alguien que precise de ayuda, déle a esa persona la ayuda que ella necesite y acuérdese de mí”...
Algunos kilómetros después, la señora se detuvo en un restaurante más bien pobre. La camarera era joven, muy amable, le trajo una toalla limpia para que secase su cabello y le dirigió una dulce sonrisa... estaba con casi ocho meses de embarazo, le notó cierta preocupación en su cara, y quedó curiosa en saber cómo olvidaba sus problemas para tratar tan bien a una extraña, y le dio pena que trabajara hasta tan tarde, en esas condiciones. Entonces se acordó de Renato. Después que terminó su comida, se retiró... Cuando la camarera volvió notó algo escrito en la servilleta, en la que había 4 billetes de 500 euros... Leyó entre lágrimas lo que decía: - “Tú no me debes nada, yo tengo bastante. Alguien me ayudó hoy y de la misma forma te estoy ayudando. Si tú realmente quisieras reembolsarme este dinero, no dejes que este círculo de amor termine contigo, ayuda a alguien”. Aquella noche, cuando fue a casa, cansada, pensaba en el dinero y en lo que la señora dejó escrito... ¿Cómo pudo esa señora saber cuánto ella y el marido precisaban de aquel dinero? Con el bebé que estaba por nacer el próximo mes, todo estaba difícil... Quedó pensando en la bendición que había recibido, y que últimamente estaba enfadada con su situación y que las cosas no iban bien con su marido; cambió su cara y dibujó una gran sonrisa... Agradeció a Dios y besó a su marido con un beso suave y susurró: -“Todo estará bien: ¡te amo... Renato!”
En la película "Cadena de Favores" (de Mimi Leder, con Kevin Spacey, Helen Hunt, de Estados unidos 2000) vemos esta idea: un niño inicia un movimiento que sugiere que alguien haga un favor grande a tres personas; cada una de esas tres personas ayudará a otras tres, y así sucesivamente, hasta llegar a un nivel donde el incremento geométrico de favores y buenas intenciones logren mejorar el lamentable estado en el que está el mundo. El niño entonces procede a ayudar a quienes más cerca están de el, sin darse cuenta de la extensión de las consecuencias que sus actos conllevan. Efectivamente, uno se puede dejar contagiar de la agresividad que nos rodea, o puede sembrar amabilidad. Uno puede ir a la suya, y construir su destino, o bien hacer el bien, y ayudar a todo el que te necesite. La vida es algo misterioso, y la historia de Renato sería una cursilada si no fuera porque experimentamos que en nuestras vidas muchas veces es realmente así... en la medida que hagamos a los demás, ellos harán con nosotros; la vida es un espejo... ciertas “casualidades” nos hacen ver que todo lo que uno da, ¡vuelve a uno! Es como si hubiera un espejo que funciona con lo que expresamos; si damos odio nos vuelve odio, si lo que damos a los demás es amor, también lo recibimos. ¿Siempre? Porque a veces parece que no recibimos lo que damos: en realidad lo recibimos siempre, pero de otro modo, pues el fruto más importante de nuestras acciones ya ha crecido en nuestro interior, aunque fuera no germine aparentemente; aunque no siempre se ven los resultados, aún así vale la pena. La gran estafa de la vida, el engaño, es cuestión de verbos, decía S. Tamaro: “Desde el nacimiento nos enseñan que la vida está hecha para construir y en cambio no es cierto. No es cierto porque aquello que se construye tarde o temprano se derrumba, ningún material es tan fuerte como para durar eternamente. La vida no está hecha para construir, sino para sembrar. En el largo trayecto, desde la hendidura del comienza hasta la del final, pasamos y esparcimos la simiente. Acaso jamás la veamos nacer, porque, cuando brote, nosotros ya no estaremos. No tiene ninguna importancia. Importante es dejar tras de sí algo en condiciones de germinar y crecer”. La regla de oro siempre es la del Evangelio: hacer a los demás lo que queremos que hagan con nosotros, sabiendo que hay más alegría en dar que en recibir.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 27 de enero de 2010

DESPUÉS DE AMAR TE AMARÉ


DESPUÉS DE AMAR TE AMARÉ
Javier Vidal-Quadras; Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid 2004, 144 pp.
¿Por qué este título: “Después de Amar, te amaré”? Ante un mundo de falta de amor, el Autor, abogado, casado y con siete hijos, muestra un poco lo que lleva dentro, descubre algunos “secretos y voces” suyos, animado con este pensamiento: “allá donde tú te descubras, se descubrirán tus lectores. No tengas miedo” (p. 18). Quiere desenmascarar los fantasmas que difuminan el amor: “estabas enamorado, sí, pero... ¿de ella... o de la emoción?, ¿de la persona o del sentimiento? ¿No es verdad que, a veces, te sentías enamorado de estar enamorado?” (p. 19). Es una falta de madurez estancarse en la etapa de pensar que lo importante es “sentirme” enamorado: es un egoísmo que llevaría a que si ésta persona no me llena ya, “habrá que reemplazarla” (p. 19). A través de 27 capítulos cortos hay una línea argumental: meterse en la piel del lector para despertar en medio de tantos engaños que adormecen al único amor por el que merece la pena vivir. ¿Cuál es ese amor auténtico?: amar para siempre, y pase lo que pase: “casarse para siempre (¿hay otra forma de casarse? es un exceso de libertad. Por eso hay gente que no se atreve... porque no es libre hasta el extremo de poseerse a sí mismo y a su futuro de modo absoluto, y le da miedo comprometerse a algo que no abarca su libertad” (p. 23).
La entrega es la otra cara de la libertad: “¿Casarse sólo por amor? Uno no se casa sólo porque ama, sino porque quiere amar” (p. 23), es decir, uno no puede fundar un matrimonio con el pensamiento de que el amor es algo que se puede acabar, sino “con la firme voluntad... puede decidir amar siempre y pase lo que pase: muchos lo han hecho a lo largo de la historia. La razón de casarse no es amar, sino querer amar. Amar es una premisa necesaria (o muy conveniente), pero no suficiente. No me caso porque amo, sino para amar... por eso, amar es importante, pero más lo es querer amar. Quien no ha pensado en eso, más vale que no se case, porque, aunque lo piense, no está contrayendo matrimonio... y casarse para no casarse es un contrasentido. Así pues: no me caso porque amo, sino porque amaré” (p. 24).
Esta entrega no puede tener límites, para que sea real: “Ella es para siempre. Y él también. Y ellos, cuando nazcan, también serán para siempre. Así son las personas: para siempre. No caducan. Un día morirán, es cierto..., aunque yo creo que seguirán viviendo, y una mejor vida... las personas son... para toda la vida” (p. 25). Y el amor no depende de las circunstancias, ni siquiera de la correspondencia: “no amo para que me ames: amo porque mi naturaleza es amar, y para que tú también puedas amar, para que mi amor te complete como persona, te desborde y puedas darlo a otros...” (p. 27).
Algunas circunstancias pueden ser muy duras, amar puede llegar a ser difícil, pero eso no es motivo de decir: “la amaré mientras ella...” porque entonces “ya no la amamos a ella, nos amamos a nosotros. Ya no buscamos su felicidad, que es nuestro
compromiso en el amor, buscamos la nuestra” (p. 27). Empeñarse en la propia felicidad es billete seguro a la frustración, “vejez” del alma, aburrimiento... la vida es para amar, y como de rebote nos encontramos felices. Entonces, la cabeza y el corazón se llenan de amor pues uno se llena de aquello a lo que tiende. Y no habrá escapes, grietas: “el agrietado va regalando trozos de intimidad al primero que se acerca... y se va vaciando... y se puede caer en la tentación de ir a llenarse otra vez a esas fuentes nuevas y no a las de siempre” (p. 58). Otro efecto del egoismo es el victimismo: “su vida es... una suma de dolores” (p. 61), todo es motivo de queja que siembra amargura, y provoca rechazo a su alrededor. En cambio, cuando hay amor, hay buen humor, una chispa que inventa siempre formas de contagiarse a los demás.
El amor tiene también sus jerarquías, saber priorizar: “lo más importante, lo absolutamente imprescindible que tienen que hacer los padres para educar a sus hijos es quererse fiel, leal y progresivamente más entre ellos dos” (p. 75), receta con Melendo. Los conflictos no se resuelven echando la culpa al otro: “empezó él/ella”. Sirve la receta de S. Juan de la Cruz: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”, y la de S. Agustín: “procurad adquirir las virtudes que creéis que faltan en los demás y no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros” (p. 79). Cuando después de cada tropiezo hay una reconciliación, “uno parece renacer de sus propias cenizas y la relación se refuerza tras el perdón recíproco” (p. 82). En cambio, “cuando estoy convencido de que mi mujer llega tarde para fastidiarme” (p. 96) y tantas valoraciones falsas “cuando todo lo pongo en relación conmigo, la paranoia está a la vuelta de la esquina” (p. 96); es el “ego, ego, ego, ego... / y va balando el borrego”, el “yo” que desquicia, y amar hace feliz, como dice Kierkegaard: “la puerta de la felicidad se abre hacia fuera, hacia los otros” (p. 97).
¿Qué hacer cuando el abundante trabajo fuera de casa llena nuestra agenda? Poner en ella lo más importante, la familia. El binomio de “más trabajo, más dinero” si no se regula no acaba nunca, esclaviza, y ya sabemos sus “efectos colaterales” nefastos... pues “sin libertad no se puede amar” (p. 110). “El que resta tiempo a su cónyuge (a su familia) por razón del dinero es un mercenario. Y si se lo roba por el prestigio, es un pelele. Y si lo hace por temor, un cobarde” (p. 111). Por eso, los hijos no son “estorbo”, y añade el autor: “unos amontonan cosas; nosotros preferimos formar personas. Cuestión de gustos... (aunque) no es cuestión de gustos, sino de amor...” (p. 119)
¿Y cuando densos nubarrones ciegan toda luz, y se ve el matrimonio como un túnel sin salida, cuando amar “duele”?: “Sabes que el único camino es el perdón: el perdón o el vacío. Ascender o despeñarse. La ascensión será dura, muy dura; presientes un terreno áspero, luchando siempre contra tus tendencias, pero la disyuntiva es el abismo” (p. 123); además, entonces no se es objetivo: se distorsiona todo cuando uno está amargado, y hay que pensar en mis errores, que tampoco son pocos... y de ese abismo nace otra vez el perdón: “¡Es posible el perdón! ¡Siempre es posible el perdón!” (p. 124).
En fin, “si uno cuenta con Dios, el compromiso matrimonial es más fácil... se convierte con Él en vocación, es decir, llamada y encuentro, camino de santidad” (p. 127) y este amor no tiene fin: “no hasta la muerte..., después de la muerte y hasta siempre... ¡Parece tan poco una vida para amar”!” (p. 132).
Llucià Pou Sabaté

viernes, 22 de enero de 2010

Cuando el Odio quiso matar el Amor


Cuando el Odio quiso matar el Amor
Escuché una vez este relato: Cuentan que en la historia del mundo hubo un día terrible en el que el Odio, que es el rey de los malos sentimientos, los defectos y las malas virtudes, convocó a una reunión urgente con todos los sentimientos más oscuros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano. Estos llegaron a la reunión con curiosidad de saber cuál era el propósito. Cuando estuvieron todos habló el Odio y dijo: "Os he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien". Los asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio que estaba hablando y él siempre quiere matar a alguien, sin embargo, todos se preguntaban entre sí quién sería tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos. "Quiero que matéis al Amor", dijo. Muchos sonrieron malévolamente pues más de uno quería destruirlo.
El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo: "Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto; provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará".
Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el informe del Mal Carácter –que efectivamente provocaba riñas y discusiones- quedaron decepcionados. "Lo siento, lo intenté todo pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante".
Fue entonces cuando, muy diligente, se ofreció la Ambición que haciendo alarde de su poder dijo: "En vista de que el Mal Carácter fracasó, iré yo. Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder. Eso nunca lo ignorará". Y empezó la Ambición el ataque hacia su víctima quien efectivamente cayó herida y la adoró en sus ídolos, que son una tentación constante, y una causa frecuente del alejamiento del amor verdadero. Muchos ídolos se levantan muy bien construidos y refinados que se presentan bajo capa de “progreso” o que proporcionan más material bienestar, más placer, más comodidad...: su Dios es el vientre, y su gloria la propia vergüenza, pues ponen en corazón en las cosas terrenas (dice San Pablo en Filipenses), y es aplicable a la idolatría moderna, a la que se ven tentados tantos, olvidando el tesoro auténtico, la riqueza del amor. Pero, después de luchar por salir adelante, el Amor renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.
Furioso el Odio por el fracaso de la Ambición envió a los Celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar el amor y lastimarlo con dudas y sospechas infundadas hasta desear hacer aquello que el otro tenía celos. Pero el Amor confundido lloró y pensó que no quería morir, y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos, y los venció.
Año tras año, el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros, envió a la Frialdad, al Egoísmo, la Indiferencia, la Pobreza, la Enfermedad y a muchos otros que fracasaron siempre, porque cuando el Amor se sentía desfallecer tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba. Cuando venían las Desgracias parecía sucumbir, pues los golpes imprevistos no permiten muchas veces que uno aproveche de ellos, a causa del abatimiento y turbación que levantan en el alma (Claudio de Colombiere); mas con un poquito de paciencia, se ve como Dios dispone a recibir gracias muy grandes precisamente por aquel medio. Sin tales percances tal vez no habría sido el amor del todo malo, pero tampoco del todo bueno.
El Odio, convencido de que el Amor era invencible, les dijo a los demás: "No podemos hacer nada más... El Amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no lo logramos”.
De pronto, de un rincón del salón se levantó alguien poco reconocido, que vestía todo de negro y con un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver, su aspecto era fúnebre como el de la muerte. "Yo mataré el Amor”, dijo con seguridad. Todos se preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo, lo que ninguno había podido. El Odio dijo: "Ve y hazlo".
Tan sólo había pasado algún tiempo cuando el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles después que, de mucho esperar, por fin el Amor había muerto. Todos estaban felices, pero sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro habló:
"Ahí os entrego el Amor totalmente muerto y destrozado", y sin decir más ya se iba. "Espera", dijo el Odio, "en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?" El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: "soy La Rutina."
La rutina es ausencia de amor, monotonía, y “la monotonía es falta de energía” (dice la cantante Laura Pausini), significa que está ya muerto el amor. El amor es un fuego al que hay que echar cada día cosas nuevas: "Los pequeños actos de cortesía endulzan la vida, los grandes la ennoblecen" (Karina Valenzuela). En la batalla del amor frente al odio, hay que cuidar las cosas pequeñas que son –en frase de la Escritura- las que si faltan dejan paso a las pequeñas raposas que destrozan el campo de ese amor. La dejadez, el abandono de los detalles, produce el desmoronarse de todo el amor: “Será que la rutina ha sido más fuerte” (canta el grupo “Ella baila sola”). En los pequeños detalles es donde se libra la batalla del odio contra el amor: el amor alienta, el odio abate; algunos de los campos en los que se libra esta batalla son: el amor sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta; el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera; el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza, el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso; el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el odio es triste (Mauricio Fornos).
Llucià Pou i Sabaté