En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

lunes, 6 de diciembre de 2010

De cómo la ofensa puede transformarse en intercesión, y el perdón y la paciencia pueden hacer renacer el amor

¿Hasta que punto podemos unirnos a la Cruz de Jesús y vivir esta transformación pascual en nuestras vidas? Pongamos un ejemplo. Cuando una mujer no sabe si aguantar una situación familiar difícil, se pregunta: ¿qué hacer? Piensa que no es correspondida, en lo mucho que hace por el marido u otras personas, y que se la paga con desconsideración y menosprecio. Entonces, aparece en su corazón el sentimiento de abandonar, de dejar aquel sufrimiento, de que ha hecho ya bastante, pero si tiene fe, su mirada va hacia Jesús, y el corazón le indica que aquella pena se puede transformar en oración compasiva, y dirá: “Señor, ahora que he pasado por esto, haz que a mi alrededor no haya nadie que pruebe esto por lo que estoy pasando en estos momentos”, y permanece en aquella situación de un modo nuevo, ha pasado de sentirse víctima a renacer del abatimiento, con la misión de procurar dar de aquello tan necesario, su compasión tranforma la ofensa en donación de aquello de lo que precisamente a ella le ha faltado. Ve a Jesús como modelo, le contempla cuando le increpan: “¡baja de la cruz!” y ve como Él no tomó este camino fácil, de ser uno más, y hacer lo de todos, vivir la vida con “normalidad”: permaneció en la Cruz, y transformó la ofensa en intercesión. Pero a veces Jesús está lejos, como inasequible, y viene el pensamiento de que es Dios y como tal más allá de nuestras posibilidades… y entonces el corazón acude a la Virgen, a su corazón maternal, y con ella es más fácil estar al pie de la Cruz, y participar de ella y así encontrarle un sentido, por ella accedemos más fácilmente al corazón de su Hijo. Esta transformación, iluminación en la percepción de un problema, podemos llevarlo a otros muchos aspectos de nuestra realidad cotidiana.Llucià Pou Sabaté

viernes, 3 de diciembre de 2010

economía y pillería europea

PROBLABLEMENTE NO SEA TAN SIMPLE PERO ALGO DE ESTO HAY.
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habria que ver si los de esta pagina tienen otros intereses... Llucià Pou Sabaté*
*http://www.vimeo.com/15248048

RAZONES PARA VIVIR: Bibliografía de Orientación Familiar.

RAZONES PARA VIVIR: Bibliografía de Orientación Familiar.: "Hay muchos padres y educadores que tienen dificultades para encontrar materiales adecuados para la formación religiosa de sus hijos con un ..."

recomiendo esta lista... Llucià Pou Sabaté

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Caminos de desierto

Recuerdo una novela de Marlo Morlan, “Las voces del desierto”, que narra de un viaje por el interior de Australia, junto a una tribu de aborígenes. Al inicio del viaje, la protagonista es invitada a ponerse ropa adecuada, y ve con horror como todas sus pertenencias son echadas al fuego. No llevan un “camión almacén” con provisiones, no necesita nada: “Sólo cuando se haya talado el último árbol, sólo cuando se haya envenenado el último río, sólo cuando se haya pescado el último pez; sólo entonces descubrirás que el dinero no es comestible”. De alguna forma, en el desierto la ausencia de todo lo superfluo purifica, y la protagonista va aprendiendo a comer de todo, resistir el cansancio y el dolor al andar descalza por la arena quemada. Al contrario de una sociedad de la previsión y de querer controlarlo todo, ellos viven al día, toman de la naturaleza lo que necesitan, cuidando del ecosistema. Forman parte de un “Todo” en que todos somos de Dios, y Él proveerá; el caminante aprende a confiar en la Providencia, huir de esas seguridades y control que no nos dejan vivir. Jesús vive en contacto con la naturaleza, la ecología es uno de los muchos aspectos bellos del Evangelio, que nos recuerda este tiempo de Adviento. Ser feliz no es ir al lado de un camión-almacén e irlo llenando.

En el desierto australiano, las nubes de moscas parecen asaltar al viajero, pero lo limpian como lo hiciera el agua. Muchas cosas malas, como el veneno de las serpientes, tienen una utilidad buena, medicinal. Todo tiene un sentido, si sabemos poner cada cosa en su sitio. Hasta lo malo adquiere un valor bueno, aunque sólo sea por la experiencia que nos ayuda a mejorar. No hay que dejar de hacer las cosas por el miedo: “el único modo de superar una prueba es realizarla. Es inevitable”, dice otro de los personajes que viven en ese retiro (“walkabout”) en medio del desierto australiano (“outback”). Allí se vive la liberación de ciertos objetos, incluso de ciertas formas de creencia que no ayudan a nuestra vida auténtica. Así, sin esas formas de egoísmo y con la mente abierta, la transparencia y sinceridad vienen y con ellas la apertura a los demás, la empatía, y según algunos, cierta forma de telepatía, de comunicación sin ni siquiera palabras. Para ello hay que vivir el desierto interior, perdonar las ofensas, sabernos perdonar a nosotros mismos, quedar a la espera. Hoy hemos olvidado esa interioridad, ese “hacer desierto”, y la falta de reflexión lleva a depender de las circunstancias, y al no poseerse a uno mismo esto genera miedo, genera amenazas para controlar a los demás, y la seguridad de los Estados funciona a fuerza de amenazas sobre otros países, volviendo así al reino animal donde la amenaza desempeña un papel importante para la supervivencia. Pero si conocemos la providencia divina no podemos tener miedo, la fe y el miedo son incompatibles (si la fe es auténtica). En cambio, el tener cosas genera cada vez más miedo de perderlas, al final sólo se vive para tener cosas. En el desierto, la oración surge simple desde el corazón: “Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que sí puedo, y la sabiduría para apreciar la diferencia”; todo es una oportunidad para el enriquecimiento espiritual.

Llucià Pou Sabaté

sábado, 27 de noviembre de 2010

Vida más allá de la muerte


Desde El Fedón, diálogo de Platón, se ha hablado mucho sobre la inmortalidad del alma. Dice el cantante José Luis Perales: “hay momentos en esta vida, tan felices, que pienso que el cielo lo tengo aquí -¿Y son frecuentes esos momentos? -Son intensos, maravillosos, pero no demasiado frecuentes. Por eso pienso que hay una vida después de ésta. No es lógico que vengamos a este mundo a pasar un minuto de felicidad por mil de infelicidad. En lo más profundo de mi ser hay el convencimiento de que hay otro mundo que no es así. No nos conformamos con que un día salga el sol y esté todo precioso, sino que queremos que sea siempre”. Recuerdo haber leído de un famoso general que en su epitafio mandó poner, entre otras cosas, los días que fue feliz, que eran bien pocos, y añadía, “y no todos seguidos”… una mujer al que se le murió el marido de accidente, a quien quería mucho, puso en un libro que le dedicó: “con él fui feliz los 30 años que pasé a su lado… todos seguidos”. Pero, aún así, sabiendo que la felicidad depende del amor, en esta vida no lo tenemos todo. Podemos estar contentos, pero no satisfechos por completo, si no en la esperanza de un mundo mejor. Porque llevamos dentro una sed de eternidades, de infinitud...
Hay una cierta intuición en el hombre, en la que se atisba todo esto y algunos autores paganos hablan de hombres que tienen deseo de ser dioses o hijos de dioses. Y el sentimiento de “endiosarse” lleva a la osadía de las cosas grandes. Constituye un endiosamiento: “Si hemos sido hechos hijos de Dios, hemos sido hechos dioses” (S. Agustín).
Esta intuición genera esperanza, que no es olvidar nuestra vida y el mundo. El marxismo clásico consideró a la religión como el opio del pueblo, pues la religión, mientras orienta la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo estaría apartando de la construcción de la ciudad terrestre. Pero hemos visto durante los desastres del siglo XX que en realidad son los sistemas sin Dios los que aniquilan al hombre, o los egoísmos individualistas que tenemos aún hoy: comamos y bebamos, que mañana moriremos es algo nefasto, pues el hombre sólo se realiza con la apertura hacia los demás. Pero tampoco está bien olvidarnos del mundo y pensar sólo en el cielo. Está claro que muchos cristianos han abandonado el mundo de aquí, pensando mucho en el mundo futuro, abandonando las obligaciones sociales… La noción de liberación “integral” propuesta por el magisterio de la Iglesia conserva, a la vez, el equilibrio y las riquezas de los diversos elementos del mensaje evangélico. Amor al mundo. A lo largo de la historia hemos visto concepciones de la vida muy pegadas a gozar de la tierra, y otras que desprecian esta realidad y buscan el cielo. Joan Maragall en su cántico espiritual se refería a un mundo al que amaba, y le costaba imaginar algo más grande: “si el mundo es ya tan hermoso, Señor, … / ¿qué más nos podéis dar en otra vida? /… querría / detener muchos momentos de cada día / para hacerlos eternos dentro de mi corazón”; en el centenario de este gran poeta, recordemos cómo su fe le llevaba no sólo a pensar en un más allá, sino a ver a Dios en nuestra realidad, por eso acababa su plegaria diciendo: “¡Déjame creer, pues, que estás aquí!”
            Llucià Pou Sabaté

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hoy has abierto tu corazón...

Hoy has abierto tu corazón, y tu casa, a los que lo han necesitado. Y no has pedido nada a cambio. Dicho así, suena como algo extraordinario, y difícil de llevar a cabo, en este mundo individualista en que vivimos, en esta sociedad egoísta que busca satisfacciones instantáneas, como si de un servicio de messenger se tratara: quiero sentir amor hoy entre 11 y 12 de la noche, le doy al correspondiente botón, el de teleamor, y...voilà! Necesito ayuda para mudarme y...un momento, ese botón de teleamigos de alquiler, sí, estupendo, si no tienes a nadie, no te preocupes, no estás solo en el mundo (aunque en realidad sí que lo estás, si no tienes dinero para pagar...), en seguida te llegan a casa tres nuevos "amigos" dispuestos, por un módico precio, a ayudarte con los trastos de la mudanza...




¿Es que acaso te despiertas ahora de un mal sueño? No, el mundo, muchas veces, no ve más allá de sus propias narices...



Pero tú has roto el círculo: has dado tu tiempo, has dado tu fuerza física, has dado tu conocimiento y tu información, has dado tu compañía, has dado tu sonrisa, todo aquello que la mayoría nos guardamos tan celosamente, como si lo fuéramos a necesitar en momentos de vacas flacas, como si estuviéramos de por vida obsesionados con tener la despensa bien aprovisionada.



Y no nos damos cuenta de que, algún día, nos llegará el momento del último viaje, aquel que se hace sin equipaje, todos viajando en la misma clase, y sin billete de vuelta...



Tú no has calculado que hoy te quedabas sin nada, no has reservado nada para mañana, por si acaso... no has sido previsor como la hormiga, para muchos habrás sido un imprudente, por abrir tu corazón, por abrir tu casa.



¿Cómo es posible ir tan contracorriente? ¿Hay que estar hecho de una pasta especial? ¿Es necesario ser diferente, mejor, más santo? ¿No te das cuenta de que la gente te mira con recelo, de que asustas a algunos, de que podrías quedarte solo?



Tú conoces el secreto: el secreto está en Su Paz. La que nos anunció ya antes de irse, y que nos dejó como el mejor don. Sin esa paz en el corazón, es inútil esforzarse en ser feliz, o intentar hacer feliz a alguien. Esa paz que se contagia, que se escapa por los poros, que está hecha de un material cuya densidad la hace capaz de ser recortada en pequeños bombones, bombones que regalar luego en bonitas cajas decoradas con enormes y vistosos lazos de colores, con tarjeta y dedicatoria, acompañando cada latido de tu corazón, tu corazón lleno de paz.



Hoy has vivido el mejor regalo, Su Paz. No quieres que termine el día sin dejar constancia de lo que has sentido en tu tejido más íntimo. Y mucho menos podrías irte a dormir sin antes haber abierto todas esas cajas llenas de paz empaquetada y lista para regalar. Pasen y vean. Pero no sólo miren: pasen y sírvanse, por favor, compartan esa paz que tú has recibido en tu corazón, simplemente por vivir de fe, por creer creyéndote lo que crees, por imaginar, aun sólo por un momento, que lo que crees ya es realidad, una hermosa y “real” realidad, sí, que se superpone a los momentos bajos que todavía vendrán, que los viste de blanco, de blanca paz.



“La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da yo os la doy. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde…” (Jn 14, 27)

cristina moreno alconchel

martes, 23 de noviembre de 2010

La vida sacerdotal de la mano de María (ser experto en humanidad, identificarse con Cristo y llevarlo a los demas); de Vocaciones sacerdotales, Eiunsa 2010.

1. Me llamo Llucià (Luciano) Pou Sabaté, nacido en Tortellà, un pueblo montañoso de la región pirenaica de Olot (Girona), zona volcánica de montañas cubiertas de bosque con valles que invitan a pasear por las veredas de los rios; de ahí es mi madre, y mi padre venía de Valencia. Soy el mayor de 5 hermanos de los que el último es sacerdote también, de la diócesis de Gerona. Actualmente estoy en Granada, donde llevo algo más de un año, dedicado a labores propias del Opus Dei, entre ellas colaboro en el colegio Mulhacén y en la parroquia san Ildefonso. Desde pequeño “mamé” la fe cristiana, la generosidad y el servicio alegre las vi encarnadas en mi madre, esas virtudes serían caminos por los que fui respondiendo a ciertas pistas, y al poco de pedir la admisión en el Opus Dei supe que hacían falta sacerdotes para la predicación, dirección espiritual, y sobre todo para los sacramentos; y así un día escribí a nuestro Prelado mostrándome disponible para ser sacerdote si convenía. Es algo que luego fue madurando con el tiempo, cuando al acabar el bachillerato en Gerona me trasladé en 1978 a estudiar Historia en Sevilla y allí también fui colaborando en el apostolado con la gente joven (en el colegio mayor Almonte, y en el club Arqueros), e íbamos también a Jerez de la Frontera. Luego me trasladé a Córdoba en 1982, y a Roma en 1984, donde viví otros 10 años, estudié más a fondo teología, trabajé en nuestra curia y también colaboré en varios clubs de jóvenes, y fui ordenado sacerdote en 1991. Seguí en Roma trabajando en estudios de Historia Eclesiástica; acabé la Teología en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma) y en 1994 recibí el Doctorado con la tesis sobre “La filiación divina y el obrar moral en Santo Tomás de Aquino”. Allí colaboré también en clubs juveniles y en alguna parroquia. En 1994 volví a España, primero a mi Cataluña natal y desde el 2008 estoy en Granada.

2. ¿Por qué sacerdote? ¿Cómo se nota o cómo viene la vocación? ¿Cómo habla Dios? Lo primero que se me ocurre es que ser cura no es ser más que los demás. Cuando vivía en Roma atendía diversas personas, algunos seminaristas. Uno de ellos, hoy sacerdote buen amigo, alemán, me decía que ser sacerdote es lo más importante que se puede ser en la vida. Viendo que confundía lo funcional con lo esencial, le dije que celebrar Misa era lo más alto, pero la santidad no era eso, que mi madre era mucho más santa que yo y no era sacerdote. Eso le desconcertó pues al confundir las dos cosas: misión e importancia, ponía la santidad en la función, y entonces sería menos importante una mujer por no poder ser sacerdote. Lo esencial en la Iglesia es la santidad, como vemos en María Virgen. Lo más importante en mi vida es mi ser hijo de Dios, mi sacerdocio real, lo que aprendí de mi madre: procurar tener buen corazón, hacer el bien, y para eso, rezar a mi Dios, a mi Jesús. Las oraciones aprendidas de pequeño, al levantarme y acostarme, tratar a Jesús y María, y pedir ayuda a mi ángel de la guarda, cosas que aunque abandoné en algún momento nunca he olvidado. La Misa de los domingos en familia, la primera comunión y las siguientes con una preparación exquisita, por parte de la parroquia. Otro despertar a este sacerdocio real fue al conocer el Opus Dei, cuando vi que la gente me quería, me sentí en casa, y me quedé con ellos. Fui asistiendo a actividades formativas y también impulsando el apostolado para extenderlo entre los jóvenes, y nos lo pasamos muy bien. Comencé a estudiar más en serio, con más ganas: la sala de estudio era el lugar donde pasábamos más tiempo, también teníamos buenas tertulias, y rezábamos en el oratorio… y di el paso a esa entrega a Jesús.

Pienso que la vida es dejarse llevar por la mano de Jesús, que está siempre a nuestro lado, y dentro de nosotros en su Espíritu, guiándonos. Es como si fuera una ginkana, y aparecen las personas oportunas en el momento oportuno, todo nos va llevando como con facilidad hacia ese destino que se forja día a día, esa historia que construimos juntos, Él y nosotros. Nuestra libertad se mezcla con la suya. Todo sirve para nuestro bien. Al final, todo es gracia. Dios es Señor de la historia. Y Dios ya está aquí. Todo esto se concentra en la ceremonia de la ordenación: es impresionante, ya en la fase previa fui ante el sagrario a pedir al Señor serle fiel, día a día, hasta el final. En ese gran momento de mi vida procuré hacer un acto de confianza especial en Dios, de abandono en su providencia. Todo esto se ve reflejado en un momento en el que se unen tantas emociones, y es el de la postración, en la ceremonia de la ordenación diaconal, instantes antes de la imposición de las manos del obispo y la fórmula consagratoria, mientras todos imploran a Dios y los santos su intercesión para con nosotros. Se hace en la ordenación diaconal, y en la ordenación presbiteral, de un modo más imponente, pues es el momento del gran paso: sentí ese gran don de Dios. Y pido oraciones a los que lean estas palabras, precisamente este año celebramos el año sacerdotal… para pedir por la santidad de los sacerdotes… es muy grande misión para lo poca cosa que somos: un hombre normal, que tiene que ser instrumento para que actúe de un modo especial Jesús en la tierra.

Recuerdo el impacto de la ordenación sacerdotal: mi madre estaba contentísima, mi padre ya no estaba (muy contento con mi vocación, ofreció su enfermedad hasta que le llegó la muerte). Cuando supe que había llegado el momento preferí escribir a mi madre y después ya hablamos por teléfono. Me dijo que había llorado emocionada al leer la carta y que ya estaba preparando la primera Misa. Como tantas madres católicas, le hacía mucha ilusión tener un hijo sacerdote. Mi abuela también se emocionó, y me hizo gracia algo que me dijo en aquel momento: “¡qué ilusión, no recuerdo que nunca haya habido ningún sacerdote en la familia!” Mis hermanos se alegraron mucho, de hecho el menor de ellos, que había acabado como yo la carrera de Historia, entró en el seminario aquel año, para ser también sacerdote, con lo cual el contento de mi madre y la exultación de mi abuela fueron dobles. Los amigos reaccionaron de maneras diversas, impactantes en algún caso, como éste que me dijo por carta: “deja que te diga que espero el día en que con tus manos consagradas hagas, sobre mi cabeza, la señal de la cruz”.

En los días de la ordenación vino un chico de Barbastro que había coincidido conmigo en Roma en una convivencia unos años antes, lo vi nada más que un momento, quise saludarle pero él no quiso molestar, desapareció en medio de la gente… nunca más lo he visto… sufrí al ver que habían ido a mi ordenación como otras muchas personas y yo no podía atenderlas, estar un momento con ellas… que no era digno del cariño que me tenían y que yo no podía corresponder… en Gerona me pasó lo mismo con amigos y compañeros, y en dos pueblos donde pude celebrar una Misa con la parroquia: Tortellà, el pueblo donde nací; y en Bescanó, el pueblo donde luego nos trasladamos e hice amigos de adolescencia, donde la maestra de educación infantil estaba emocionada recordando cuando me educaba a mis 6 años. Allí invité a concelebrar al sacerdote que –enfermo- me dijo que ya no celebraba, pero que asistiría. Me dio pena, vi que se emocionaba, y lo fui a buscar después a la rectoría donde se había ido como escondido, y me dijo que hablara siempre como había hecho en la homilía de esa celebración, con el corazón… palabras que he tenido siempre presentes, y a él también, pues murió poco después.

Pero lo esencial del sacerdote es tratar de identificarse con Cristo y llevarlo a los demás, para esto hemos de hacer nuestra su vida, también acoger su Cruz, con las desgracias de las personas que tratamos. Otros retos que afrontar son el tener que dejar una ciudad, un trabajo, unas personas que te quieren para comenzar en otro sitio… es hacer vida la Misa, donde celebramos la Pascua, que quiere decir esto: Jesús pasa de la muerte a la vida, y este ciclo vital se repite en nuestra vida: nacer, morir, resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplante y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la muerte, es la puerta de la vida… honores y cargos, trabajos importantes… se van difuminando… quedan las personas, esa compañía de Dios que se va perfilando o casi revelando al paso de nuestra historia. Ya aquí tenemos el premio de las obras de amor, con una vida llena cuando notamos esa sintonía, como una correspondencia, y la tenemos cuando nos entregamos y la gente lo nota y descubre que ese amor que damos viene de Dios y lo agradece en nuestra persona y procuramos no quedarnos ese agradecimiento sino disfrutar de esa felicidad compartida que supone aquella conversión, una confesión, reconciliación familiar, encontrar un sentido a la vida, otro que dejar de pensar en la muerte, etc., y todo esto es prueba palpable de que valía la pena dedicar ese tiempo…, que vale la pena ayudar a la gente en el camino de la vida, que somos instrumentos de Jesús que sigue pasando por el mundo.

Por ejemplo, me contaba un padre de familia con graves problemas económicos y familiares que le llevaron a pensar en matarse, que cuando iba en coche a punto de tirarse por el precipicio, ya acelerando y a pocos metros, le vino a la cabeza una frase que dije en una homilía unos días antes en una iglesia pública, con motivo de la fiesta de san Josemaría Escrivá… glosé unas frases que a él le sirvieron en aquel momento para motivarse y tomar la curva sin salirse, frenar el coche y bajó y al pensar en lo que estuvo a punto de hacer se puso a sudar frío… luego vino a contármelo. Con el tiempo, fue arreglando la situación.

No voy a hablar de la soledad, que con la fraternidad no se nota, como he visto yo al estar acompañado en la Obra. También está el peligro de la rutina, o nos puede costar llevar la carga del sufrimiento de los demás, o puede llegar la cruz o la falta de atenciones o el desconcierto de la noche oscura... (como Teresa de Calcuta, o santa Teresita). Cuando se pasa por esos momentos, es hora de encontrar el sentido de la cruz, y de hacer un acto de generosidad, de actuar de tal modo que procuremos que a nuestro alrededor nadie pruebe esto tan amargo que hemos padecido en esa ocasión; con la experiencia de aquella prueba pasada procuraremos dar a los demás eso que no hemos encontrado... Una técnica de éxito muy sencilla, pero muy poderosa, es sonreír aunque cueste. No hay cosa tan pequeña que dé resultados tan grandes, para cambiar el mundo: mirar a las personas con amabilidad, con una sonrisa sincera. Pero a veces no es fácil y uno se pregunta: ¿por qué ese dolor?, quizá recordamos cuando no sabíamos nadar y no hacíamos pie: los pulmones se disparan, perdemos el aliento ante la sorpresa… así nos sentimos a veces, desconcertados por situaciones que no nos esperábamos, que nos parecen injustas, y ese desconcierto impiden pensar, nos hace sumir en un pozo en el que se hace de pronto la luz. En aquella dificultad hay concertado un encuentro con Dios, que al mismo tiempo prepara para otras pruebas posteriores: un desgarramiento interior –sacrificio- suele ser un preludio del éxtasis, en la sinfonía de la vida, y al mismo tiempo es eso un camino para reforzarse para lo que vendrá… Desnudez del alma que se une a Dios, fortaleza que ya nada tiene de humano, santuario donde se da el Encuentro... en esos momentos hay que tener paciencia, liberarse de la opinión de los demás y de la honra, y encontrar una capa más interior en la que sólo Dios cuenta… y esos amigos que nos mantienen en contacto con la realidad, por esa confianza con ciertas personas creemos en lo que nos dicen algunos, pero no en “el mundo”, “las modas”, o esa opinión que se ha creado sobre nosotros mismos… El tiempo nos da muchas respuestas, pone las cosas en su sitio, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que esta lejano… aprendemos a interpretar ese silencio de Dios y las pistas que nos da en Jesús en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.

Juan Pablo II, como también ahora Benedicto XVI, nos hablan del tema: sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello pasaría por la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección. Y lo mismo podemos hacer nosotros unidos a Él.

Pienso que para que no haya crisis de soledad y cansancio y por tanto insatisfacción, una cosa esencial en la vida es la amistad: mis amigos me sostienen, aunque no se notan. Estar con un amigo es no tener que explicar nada, poder estar también en silencio, como leí hace poco: “lo que importa no es lo que se dice, sino lo que jamás resulta preciso decir. Para mí un amigo... es aquel que escuchará la canción de mi corazón y me la cantará cuando me falle la memoria”. No me han faltado esos amigos que me han sostenido, pienso que Dios me ha puesto en el camino esas personas en el momento oportuno. Una vez existen esas personas ni siquiera hace falta ya verlas. Cuando hay un amigo, todo es soportable, más aún: útil para el crecimiento. En muchas ocasiones sentimos que la presencia de los demás nos lleva a algo más alto. Hay una unión misteriosa entre las personas que crea un espacio para la presencia del Señor: “donde estéis dos o tres de vosotros reunidos en mi nombre, ahí estoy Yo”, en un espacio espiritual de comunión, tierra sagrada. Junto con la amistad (y en primer lugar con Dios, la oración), es esencial para la salud el contacto con la naturaleza, música… todo lo que sea belleza engrandece el espíritu, y como estar con la gente ya lo hacemos algunos, lo que nos falta es esos remansos, esa paz en soledad… Recuerdo cuando vivía yo en Roma que un mendigo al verme correr por las calles me dijo: "¿por qué vas tan deprisa? No hace falta correr... Tómate la vida con más calma." A veces cuesta entrar en nuestra verdad interior, y nos duele enfrentarnos a nosotros mismos.

Pienso que el gran regalo que nos ha dejado el Señor se puede resumir en la devoción al Sagrado Corazón y la versión moderna de la Divina Misericordia, y los rayos divinos que salen de las imágenes que nos proponen para la devoción resumen la fuerza de los sacramentos del Bautismo-Confesión (que es una actualización del “sistema operativo” del bautismo) y la Eucaristía, y Jesús nos ha dejado junto a su Iglesia la ternura de su Madre, para que nos acojamos a su protección, como refugio y puerto seguro en la tempestad, camino en el camino de la vida, y esperanza de salvación.

3. Para resumir de algún modo lo que se me pasa por la cabeza, diría que Jesús es fascinante, en Él lo tenemos todo, en Él Dios nos ha dado todo… Yo encontré este camino que abrió con su vida Josemaría Escrivá, vi en este santo una figura apasionante. Impresiona la naturalidad del mensaje que Dios quiso que propagara, de santidad en el mundo, de paz interior como fruto de esa lucha que mantenemos con nosotros mismos al servicio de Dios y de los demás, de alegría verdadera y profunda fruto de la gracia… es el día a día, lo concreto, lo que nos ha puesto Dios en las manos, pues ahí está Él. Pienso que de él, de los santos, de mi madre y amigos y de la gente buena que me rodea, aprendo la experiencia que luego se hace diálogo con Dios y ayuda para los demás, mensaje oral en predicación o dirección espiritual, o escrito, mi vida. Supongo que es el contacto con la realidad, el diálogo con la gente, lo que nos orienta en el conocimiento personal, y el contacto con la gran cultura a su vez sugiere maneras de afrontar la realidad: experiencia vivida-interiorización, y al anidar en el interior, afloran las cosas, van surgiendo… y al ver que sirven a otros nos alegran. Así de sencillo. Gracias a las caras de satisfacción, al ver que ayudan, da ánimos para seguir, al ver que “la cosa va bien”. El otro día me decía una madre que sufría por la crisis de un hijo adolescente y como a ella le gustó un artículo mío, se lo dejó, y vio que él lo ampliaba y lo colgaba en la pared, y le ayudaba a superar aquellos días. Esto da satisfacción…

Nos ordenamos sacerdotes para poder hacer presente la redención de Jesús, celebrar la Misa y los demás sacramentos, predicar y atender enfermos, ser instrumentos de Jesús cabeza de la Iglesia… Juan Pablo II insistía en la caridad pastoral, y ser expertos en humanidad… Mi vida ministerial lleva todo el bagaje de mi vida, en la consagración del sacramento del orden todo ello se centra en la Misa, como sacerdote de la Iglesia, al servicio de todas las almas, incardinado en la Prelatura Opus Dei. ¿Esto qué conlleva? En primer lugar, rezar, unión con Dios, la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos y Liturgia de las horas, etc., pero al mismo tiempo procurar atender a la gente, especialmente a los más necesitados, hacer de buen samaritano: confesar, escuchar, predicar, etc. Y para ello, estudiar, mantenerme en forma, culturalmente y si puede ser físicamente, para no perder la salud… en fin, basta ver lo que hace un buen cura para ver lo que me gustaría ser, camino para llevar a las personas a ser felices y claro, a Dios.

Pensando en estos 18 años de vocación de sacerdote, consideraba que no he sido hombre de hacer proyectos sino más bien de dejarse llevar, de saberme acompañado por el Señor en el camino, y si bien junto a este notar a Dios también noto la insatisfacción, pienso que es algo connatural en la vida: que estamos contentos pero siempre esperamos un “más”, que nos lleva en la esperanza a un “más allá” que tendremos en el cielo, pero que también nos ha de llevar a disfrutar del presente, mientras sabemos que lo mejor siempre está por llegar.

Sentido de la vida y crisis existencial en los jóvenes

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