En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…
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miércoles, 1 de diciembre de 2010

Caminos de desierto

Recuerdo una novela de Marlo Morlan, “Las voces del desierto”, que narra de un viaje por el interior de Australia, junto a una tribu de aborígenes. Al inicio del viaje, la protagonista es invitada a ponerse ropa adecuada, y ve con horror como todas sus pertenencias son echadas al fuego. No llevan un “camión almacén” con provisiones, no necesita nada: “Sólo cuando se haya talado el último árbol, sólo cuando se haya envenenado el último río, sólo cuando se haya pescado el último pez; sólo entonces descubrirás que el dinero no es comestible”. De alguna forma, en el desierto la ausencia de todo lo superfluo purifica, y la protagonista va aprendiendo a comer de todo, resistir el cansancio y el dolor al andar descalza por la arena quemada. Al contrario de una sociedad de la previsión y de querer controlarlo todo, ellos viven al día, toman de la naturaleza lo que necesitan, cuidando del ecosistema. Forman parte de un “Todo” en que todos somos de Dios, y Él proveerá; el caminante aprende a confiar en la Providencia, huir de esas seguridades y control que no nos dejan vivir. Jesús vive en contacto con la naturaleza, la ecología es uno de los muchos aspectos bellos del Evangelio, que nos recuerda este tiempo de Adviento. Ser feliz no es ir al lado de un camión-almacén e irlo llenando.

En el desierto australiano, las nubes de moscas parecen asaltar al viajero, pero lo limpian como lo hiciera el agua. Muchas cosas malas, como el veneno de las serpientes, tienen una utilidad buena, medicinal. Todo tiene un sentido, si sabemos poner cada cosa en su sitio. Hasta lo malo adquiere un valor bueno, aunque sólo sea por la experiencia que nos ayuda a mejorar. No hay que dejar de hacer las cosas por el miedo: “el único modo de superar una prueba es realizarla. Es inevitable”, dice otro de los personajes que viven en ese retiro (“walkabout”) en medio del desierto australiano (“outback”). Allí se vive la liberación de ciertos objetos, incluso de ciertas formas de creencia que no ayudan a nuestra vida auténtica. Así, sin esas formas de egoísmo y con la mente abierta, la transparencia y sinceridad vienen y con ellas la apertura a los demás, la empatía, y según algunos, cierta forma de telepatía, de comunicación sin ni siquiera palabras. Para ello hay que vivir el desierto interior, perdonar las ofensas, sabernos perdonar a nosotros mismos, quedar a la espera. Hoy hemos olvidado esa interioridad, ese “hacer desierto”, y la falta de reflexión lleva a depender de las circunstancias, y al no poseerse a uno mismo esto genera miedo, genera amenazas para controlar a los demás, y la seguridad de los Estados funciona a fuerza de amenazas sobre otros países, volviendo así al reino animal donde la amenaza desempeña un papel importante para la supervivencia. Pero si conocemos la providencia divina no podemos tener miedo, la fe y el miedo son incompatibles (si la fe es auténtica). En cambio, el tener cosas genera cada vez más miedo de perderlas, al final sólo se vive para tener cosas. En el desierto, la oración surge simple desde el corazón: “Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que sí puedo, y la sabiduría para apreciar la diferencia”; todo es una oportunidad para el enriquecimiento espiritual.

Llucià Pou Sabaté

jueves, 11 de marzo de 2010

Juicio moral sobre el autoerotismo


Juicio moral sobre el autoerotismo
“Las primeras experiencias sexuales en sentido estricto suelen revestir en la mayoría de los adolescentes la forma del autoerotismo o, con otro nombre, masturbación o sexualidad solitaria. Tampoco es raro que se verifique entre adultos, especialmente si, por cualquier motivo, se ven privados de relaciones sexuales completas. Las desviaciones afectivas y algunas situaciones neuróticas provocan frecuentes manifetaciones autoeróticas, que a veces alcanzan un carácter constrictivo claramente psicopático. Por el contrario, la medicina actual parece de acuerdo en afirmar que la masturbación por sí misma no causa ningún estado físico de tipo patológico, salvo, en caso que sea excesivamente frecuente, una cierta fatiga nerviosa… El juicio negativo sobre el autoerotismo, que es tradicional en la teología católica, tiene su fundamento más sólido en el carácter imperfecto e insatisfactorio de la sexualidad solitaria. La sexualidad humana, además del fin biológico de la reproducción, tiene en el plano psicológico un carácter esencial de expresión del amor”. M. Benzo estudió en un documento que ahora ha sido editado por la Congregación de la Fe este tema, y añade que mientras que el adolescente quiere sexo el maduro “aprende que es mucho más importante y decisivo todavía superar la soledad humana y, para ello, encontrar afectos verdaderos y profundos. Para ello, la relación sexual no es más que un camino entre otros… es uno de los lenguajes del amor y que… si la expresión es importante, todavía lo es más lo que se transmite con el lenguaje. Ciertamente, la elevación del instinto al plano del lenguaje es un proceso duro y difícil, porque el instinto tiene una dinámica biológica propia. Sin embargo, es sólo a nivel de comunicación donde la sexualidad alcanza su significado y su plenitud”.
El plano de unión física va unido al afectivo, la unión físico-psíquica hace que una cosa sin la otra, “sin participar en su vida psíquica, sin interesarse en ella, sin compartir sus penas y sus alegrías, supone una división artificial del ser humano, una falsificación, una mentira”. En la sexualidad se da también una dimensión interna, todas las dimensiones de la persona están implicadas, y en la experiencia sexual hay placer también para el otro, y tiene estructura de donación, entrega, regalo símbolo de amor. Por eso la “sexualidad sin amor es profundamente insatisfactoria” (como dice la canción, “el sexo sin amor te hace sentir peor”), dentro del misterio que comentamos y que es de difícil explicar. También porque el amor tienen varias “capas”: goce (si sólo hay éste, es “una forma de narcisismo, en la que sólo cuenta el propio yo). El amor de posesión, que quiere apropiarse del otro, del que tanto habló Sartre, es “poseerlo en cuanto ser libre, o, con otras palabras, obtener la seguridad de que la persona amada me elige siempre como fundamento de su vida. Si el otro queda atrapado en esa relación de modo que pierde su libertad, su posesión deja de ser deseable”. Queda el “amor de identidad”, su fin es la solidaridad, “descubrir que el otro es también un yo y, por tanto, sentir como propio lo que le sea favorable o desfavorable, riendo cuando ríe y llorando cuando llora. Identificarse con sus deseos, sus temores, sus esperanzas y sus deberes… no es una relación estática, sino dinámica; algo que debe reemprenderse cada día. La sexualidad adecuada a este tipo de amor no busca, antes de nada, ni el placer ni el dominio, sino la intimidad psico-física, la participación en el ser del otro, la sinceridad plena, la donación completa. Se trata de la sexualidad que corresponde al ideal cristiano del amor.
Llucià Pou Sabaté

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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