En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

jueves, 22 de febrero de 2024

Confiar, dejarse llevar…

 

Confiar, dejarse llevar…

Toda pérdida supone una ganancia, incluso la pérdida más grande
Llucià Pou Sabaté
Jueves, 22 de febrero de 2024, 09:41 h (CET)

Cuenta J. Bucay de un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua que inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo: por lo tanto, subió sin compañeros. Se le hizo tarde, no se preparó para acampar, decidido a llegar a la cima y le oscureció.


La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, sin visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.


Cansado, por un acantilado, se resbaló y se desplomó por los aires... cayó rápido, pero esos momentos se hicieron largos: podía ver veloces manchas oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente gratos y no tan gratos momentos de la vida, y sintió el tirón fuerte... Sí, como todo montañero, estaba asegurado, y las cuerdas tienen elasticidad, aguantan hasta 10 toneladas…


En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: "ayúdame, Dios mío..." De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: "¿qué quieres que haga?"

   -"Sálvame, Dios mío.”

   -"Si confías en mí, corta la cuerda que te sostiene...”

   

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó...

   

Cuenta el equipo de rescate que por la mañana encontraron colgado a un alpinista congelado, medio muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... a dos metros del suelo...

   

Y concluye Bucay: “... ¿Y tú?... ¿Qué tan confiado estás de tu cuerda?... ¿Por qué no la sueltas? Y yo digo, a veces no soltar es la muerte. A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Todos tenemos una tendencia a aferrarnos de las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en lo "malo conocido" como aconseja el dicho popular. Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.


Hablar de la pérdida es un camino de lágrimas con frecuencia, pues nos apegamos a las personas, a las cosas. Se lloran las pérdidas, hasta que aprendemos a soltar, dejar ir, enriquecidos por aquello que hoy ya no tengo pero pasó por mí y también por la experiencia vivida en el proceso. Cada pérdida conlleva una ganancia.


Esto es difícil entender, cuando uno está sujeto a emociones que aparecen como la única verdad, pero luego cuando más negra es la noche “amanece Dios”. Así, hay como una revelación en cada persona y en cada acontecimiento, la vida es como un camino en el que vamos encontrando las pruebas cuando estamos preparados, para continuar en la misión, es como un ir descubriendo el sentido de la vida, del por qué de las cosas. Así, los fracasos, el dolor, las penas, nos van preparando para algo a lo que antes no servíamos, pero que con el aprendizaje ya servimos, podemos afrontar nuevos retos, transformados como el gusano que en el crisol del dolor, se transforma en mariposa…


Así, toda pérdida supone una ganancia, incluso la pérdida más grande, "la muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite llegar a Aquel que amamos" (San Agustín). Si hemos visto que la vida es un camino, un aprendizaje, que tiene un fin, que es el comienzo de una nueva etapa, una “graduación”,dejar esta escuela para pasar a un nivel más alto de consciencia, no hemos de temerla sino dejarnos llevar por la vida, ya que por ese caminar encontramos la felicidad: "la Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo" (P. Novet).

Las dificultades que tenemos son las que precisamos para nuestro aprendizaje

 Las dificultades que tenemos son las que precisamos para nuestro aprendizaje

En lugar de lamentarnos y de huir de nuestra cruz, podemos convertir las dificultades en oportunidades.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



A menudo pensamos que lo que hemos pasado es lo más duro, y miramos a los demás con cierta envidia de que tienen la vida más fácil. Nos gustaría que cambiaran cosas de lo que nos rodea: haber tenido unos padres más amorosos, una mejor relación de pareja, un trabajo más gratificante… que cambien las circunstancias, en lugar de cambiar nosotros. Pensamos que cuando cambie lo de fuera, entonces, todo irá mejor. Pero en realidad lo de fuera no nos hace mejores, sino cambiar nuestro corazón, purificarnos de un ego excesivo, que provoca tristeza, falta de esperanza. Jesús nos habla de eso, y nos anima a purificar la intención: «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Nos invita a dirigir nuestra vida con una mirada iluminada por la fe y la esperanza, unos ojos nuevos que nos permiten ver que más allá de lo que no nos gusta, Dios transforma todo para que evolucionemos en el amor, que es para lo que hemos venido a este mundo.

Leo un relato de Mamerto Menapace (de su libro Cuentos Rodados) en el que habla de uno que se quejaba de tener una cruz muy grande que soportar, y escuchó una voz divina que le decía en sueños:

- Parece que no estás conforme con lo que te he destinado. Así que te dejo que elijas la cruz que tendrás que llevar, la que más te guste, pero escoge una pues sin dificultades no vas a crecer espiritualmente.

El hombre vio que había muchísimas cruces, de todos los tamaños, pesos y formas, de hierro, de madera, de plástico, y fue buscando cuál le gustaba más. Primero vio alguna pequeña pero pensó que si su crecimiento espiritual dependería de su cruz, no le convenía tomar algo tan liviano. Al ver las grandes, se desanimó pensando que no las soportaría. Y tomó una mediana que pensaba a su medida. La probó como un nazareno de la semana santa andaluza, estaba bien cepillada y se acomodaba al hombro. Pensó en agradar a Dios, y dijo que tomaba aquella. Dios le dijo que precisamente aquella era la suya, tenía sus iniciales, la llevaba en su vida hasta ese momento en que pudo cambiar.

Y en ese momento el hombre despertó. Y pensó que en algunas ocasiones estamos tan obnubilados por lo que no funciona, por lo que nos parece que debería ser diferente, que olvidamos lo positivo, que aquella cruz es la que nos permite crecer en nuestra vida espiritual, pues en la vida nos sirven más las cosas que no van, que nos cuestan, que las que van sin esfuerzo. Saber eso es de gran provecho para nuestro crecimiento. Lo que pasa es que nos falta visión de conjunto, nos falta perspectiva, saber que «el amor de Dios saca provecho de todo, del bien y del mal que se encuentra en mí» (Santa Teresa de Lisieux).

En lugar de lamentarnos y de huir de nuestra cruz, podemos convertir las dificultades en oportunidades, aceptar eso como un reto para crecer en la virtud que sea: humildad, confianza en Dios, paz... en definitiva aprender a amar.

Esto no quiere decir que no luchemos para conseguir lo que necesitemos, sea dinero y salud, desarrollar nuestras capacidades, pero sin preocuparnos, pues todo esos nos permite crecer.



Sobre la paz interior y otros artículos

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sábado, 17 de febrero de 2024

Sobre la mala práctica de los políticos y otros artículos

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Seminario religiones, Oriente y Occidente

 Hola! Comienza el 7 de marzo un Seminario, 

Introducción a la historia de las religiones parte II: profundización en los textos y contextos de las religiones orientales y las tres religiones del libro

La matrícula puede hacerse en las modalidades online y presencial, en el enlace: https://cemed.ugr.es/curso/24gr11/



Espiritualidad y paz

 Espiritualidad y paz

La sabiduría no está reñida con la ciencia, pues la ciencia necesita un contexto filosófico para desarrollarse.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



Hoy participamos en un resurgir de la espiritualidad como respuesta a unos siglos de cientificismo que no dan razón de nuestra existencia. Pero, ¿la espiritualidad es útil? ¿Se trata de algo verdadero? Desde el punto de vista de la observación experimental, la ciencia y la lógica son susceptibles de ser confirmadas y son definibles y objetivas. En cambio, la espiritualidad es subjetiva y experiencial… ¿Se puede confirmar? Podemos decir que sí. Se trata de una verdad experiencial aunque no sea experimental, aunque en cierto modo también podemos ver esa experiencia: no es posible probar la verdad espiritual a través de la lógica lineal, pero se pueden verificar sus resultados. Podemos decir en este sentido, que la espiritualidad es fenomenológica. Y hay un resultado claro: la verdad es transformativa y nos mejora, dejando un resultado en nuestro interior: la paz y la felicidad, la gestión eficiente de uno mismo. 

La ciencia moderna ha estudiado cómo son las cosas, pero no hay en ella argumentos contra la espiritualidad, sino que los científicos buscan a nivel personal esa plenitud espiritual. “Lo único que puede curar los sentidos es el alma y no hay nada que pueda curar el alma aparte de los sentidos”.1 Los físicos necesitan la espiritualidad para sus vidas, y que no encuentran en una ciencia que les habla algo de cómo son las cosas, pero no de qué son, o para qué.2

Y a eso le llamamos sabiduría: es un nivel de conocimiento más alto que un conocimiento de “cosas” pues nos implica, tiene algo de experiencial, y está verificado interna y externamente. La verificación interna es ilimitada, pero no la externa que está limitada por la tecnología disponible, por el contexto o paradigma mental desde el que se diseña la investigación y por las realidades investigadas.  Para tener paz, es necesaria sobre todo la actitud experiencial, pues el conocimiento intelectual muchas veces no llega a esa verdad interna: es la sabiduría la que da paz. La sabiduría -conocimiento verificado interna y externamente- puede también definirse como conocimiento + Amor, o conocimiento desde el Amor.

La mente analiza, categoriza, etc. pero no está hecha para poder ver la esencia de las cosas. La mente solo ve apariencia. La capacidad mas profunda de comprensión reside en el alma. De ahí el problema de no distinguir claramente entre pensamiento y consciencia. El pensamiento es un aspecto de la consciencia, que es mucho más amplia e integradora que la mente, y vibra a una frecuencia mas elevada. La mente clarifica, pero la intuición (el corazón, el alma) integra en algo único, en nuestro ser profundo.

Esta in-formación nos cambia la intención: nos ayuda a adquirir consciencia de nuestro valor, de nuestra dignidad y nuestras posibilidades, capaces de liderar la transformación personal y social que se hace cada vez mas necesaria para crear un mundo mejor. Esta in-formación de la consciencia se ocupa de los niveles lineales (ciencia) y no lineales (espiritualidad) y sirve de puente entre ellos. No son dos mundos distintos sino un solo mundo visto desde dos puntos de vista diferentes.  La “realidad” percibida parece estar separada en diferentes categorías o ámbitos, como lo físico vs. lo no físico. Pero lo que se creía que eran distintas categorías de la existencia son sólo diferentes categorías de percepción. En realidad no hay separaciones. La consciencia, por sí misma, posee la capacidad de comparar y unir lo que parecen realidades y campos dispares en una unidad integral y comprensiva de expresiones estratificadas. Lo lineal (lo predecible, digamos lo mental) está incluido en lo no lineal (lo impredecible, un dinamismo del que nos hablan la teoría del caos por ejemplo). 

Se habla también de que toda unidad es un holón, así lo físico está integrado en una dimensión superior intangible, no lineal. Koestler dirá que todo lo que existe es un holón: una totalidad que engloba partes, y a su vez forma parte de algo más grande, y un paradigma también lo es: un universo incluye galaxias, y éstas incluyen estrellas, y nuestra estrella solar tiene planetas y entre ellos la tierra, y la tierra tiene continentes y mares, y así iríamos descendiendo hasta niveles ínfimos. Integrados los cuerpos materiales como holones dentro de unidades superiores, y también lo material está integrado en dimensiones no materiales. Como tal, todo está sujeto a las propiedades de los holones. Una de ellas es la de trascender e incluir; no trascender y disociar, porque esto provocaría una patología. Así pues, todo nuevo paradigma debe trascender e incluir el anterior, y no sólo negarlo. Y podemos decir que lo no lineal es un holón de mayor profundidad, o una realidad más íntima. 

Es algo parecido a la aparente dicotomía/relación entre la fe y la razón de la que tanto se ha hablado: vemos también la diferencia entre enfocarse en las dimensiones no lineales o en lo lineal y verificable por la lógica y los sentidos. Ese enfoque primordial depende del nivel de consciencia del que lo hace. La sabiduría integra los dos enfoques. El Universo posee una estructura descriptiva de lo que vemos (hardware) y una intencionalidad y un alma (software). El segundo es más significativo que el primero, que solo existe para que se desarrolle aquél. Los reduccionistas seguirán estudiando el hardware, y eso está bien, pero ya no podrá ser negada la existencia del software. La ciencia moderna nos dice “cómo” son las cosas, pero es sabio el que conoce “qué” son las cosas, y “para qué”. Se puede decir que en el software se han de buscar las causas y en el hardware estudiar los efectos. Éste último se queda en el “cómo”, sin poder encontrar el “por qué”; por tanto, hay que buscar en el software “qué” son las cosas o “por qué” suceden.

El propósito de la experiencia humana es evolucionar, desarrollar nuestra consciencia para llenarnos de sabiduría y amor. Todos los seres humanos, sin excepción, hemos venido al mundo para trabajar en nuestro desarrollo espiritual, compartiendo y participando en experiencias con otros seres humanos. La vida es un formidable proceso pedagógico dentro del ambiente del Universo. Somos polvo de estrellas que trascienden lo material: estamos en el planeta Tierra como en un “colegio espiritual” y cada experiencia vivida se puede comparar con un curso académico. Pero, un curso es para aprender: ¿en la vida, qué hemos de aprender?

La sabiduría no está reñida con la ciencia, pues la ciencia necesita un contexto filosófico para desarrollarse, como decía Kepler: “el principal propósito de todas las investigaciones sobre el mundo exterior debe ser descubrir el orden y la armonía racionales que han sido impuestos por Dios y que Él nos ha revelado en el lenguaje de las matemáticas”. Si la sabiduría es abrir los ojos, vemos que hay un orden o un sentido aunque muchas veces no es fácil ver, pero –como decía Mitterrand- “entre el absurdo y el misterio, opto por el misterio”. Vamos encontrando pistas de que eso es así, de modo experiencial, en nuestro interior. No llegamos a ello con la cabeza, pero tampoco es algo irracional; esa verdad interior del corazón tiene una racionalidad, es algo razonable.

En ese abrir los ojos, vamos descubriendo un orden en el Universo; a nosotros nos parece que es un orden imperfecto, como al tejer un tapiz vemos que hay muchos nudos e imperfecciones por el lado que nos toca ver, aunque por el otro lado todo esté perfecto. Así, desde “arriba”, es decir desde fuera del tiempo, todo tiene un sentido; pero desde “abajo”, desde nuestro tiempo, sólo al final veremos el sentido completo a lo que pasa. Y mientras hay una ineficiencia mental en ese no ver el por qué de las cosas; pero la intuición es necesaria para descubrir que existen ciertas Leyes del Universo. Llegamos ahí a través de un proceso, y muchas veces hemos sufrido lo suficiente hasta que estamos preparados para comprenderlo; después de una saturación se da ese abrir los ojos.

En ese bregar por la vida, pasamos de una lucha externa para mejorar las cosas, causa de la ansiedad y angustia, a una paz interna, fruto de la aceptación que a su vez viene de la comprensión de que todo lo que existe y todo lo que sucede tiene un sentido de perfección, y necesitamos hacer ese proceso por el que hemos pasado, aquello que no nos gusta y que hemos catalogado como malo, porque tiene un propósito de Amor.

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1. Óscar Wilde, citado en Ken Wilber, Ciencia y religión; este filósofo habla muy bien del tema en cuestión: ha terminado la “guerra fría” entre estos aspectos tan necesitados uno del otro.

2. En otro libro, Cuestiones cuánticas: Escritos místicos de los físicos más famosos del mundo, K. Wilber profundiza en que esos aspectos. Puede consultarse el libro de John Polkinghorne, Quantum Physics and Theology: An Unexpected Kinship (New Haven, London: Yale University Press, 2008).


Para crecer en la paz interior, considerar nuestra filiación divina

 Para crecer en la paz interior, considerar nuestra filiación divina

Dios es infinitamente más capaz de hacernos felices de lo que somos nosotros.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



La paz interior es fruto de la sabiduría, que no es algo teórico sino fruto de un conocimiento experiencial, es un gusto por lo bueno, por lo bello, por lo divino, según aquello de: «gustar y ver qué bueno es el Señor» (Sal 34). Y esto es muy difícil de transmitir sino desde la experiencia, por poner un ejemplo si queremos explicar el saber de una cereza, lo mejor es decir: “toma, prueba una”, y lo mismo con las cosas espirituales, como cuando Natanael le dice a su amigo Felipe que le hable de Jesús, y Felipe le dice: “ven y verás”. Por eso, si alguien está inquieto por las preocupaciones, podemos decirle: reza, siente a Dios Padre en tu interior, siente como Jesús te anima a ir de su mano: «Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos» (decía Job 42, 5).

Así, abandonarse en Dios Padre y Madre, confiar en Él, es la fuente principal de nuestra paz. Es la ternura de Dios, la dulzura de su amor, la que nos despierta a la confianza, con la sencillez de los niños que no tienen miedo de caer cuando su padre le tira para arriba, y disfruta de esos momentos que para otros son de incertidumbre y de zozobra. Por eso se habla del santo abandono, como quien está en manos de su padre feliz, y si viene el dolor será también para nuestro bien. Decía Jacques Philippe: “La medida de nuestra paz interior será la de nuestro abandono, es decir la de nuestro desprendimiento”, es por tanto un dejar hacer, soltar, renunciar incluso a lo que la mente nos previene dándonos miedo hacia el futuro. Es no tener apego ni por el dinero, ni por nuestra casa, ni siquiera por la vida: «Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 25). En la vida solo nos queda lo que damos, lo demás tarde o temprano se pierde, y como decía san Juan de la Cruz, “al atardecer seremos juzgados en el amor”: eso es lo que nos llevaremos, lo que hemos dado, nuestra vida de servicio.

«¡Ah, si supiéramos lo que se gana renunciando a todas las cosas!», dice Santa Teresa de Lisieux: las pre-ocupaciones son pre-, es decir algo que no existe, hemos de quedarnos solo con las ocupaciones. Y seguía Philippe: “Ese es el camino de la felicidad: si le dejamos actuar libremente, Dios es infinitamente más capaz de hacernos felices de lo que somos nosotros, pues nos conoce y nos ama más de lo que nosotros nos conocemos y nos amamos”.

Buscar las cosas con ansiedad nos impide alcanzarlas, incluso el amor hay que dejar encontrarse por él, que vendrá si nos damos a los demás. San Juan de la Cruz lo dice así: «Se me han dado todos los bienes desde el momento en que ya no los he buscado». Si nos desprendemos de todo poniéndolo en las manos de Dios, Dios nos devolverá mucho más, el céntuplo, «en esta vida» (Mc 10, 30).

Nuevo curso sobre diálogo de civilizaciones y religiones

Hola, comenzamos en noviembre un nuevo curso sobre diálogo de civilizaciones y religiones, te invitamos a participar de modo presencial u on...