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Confiar, dejarse llevar…

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  Confiar, dejarse llevar… Toda pérdida supone una ganancia, incluso la pérdida más grande Llucià Pou Sabaté Jueves,  22 de febrero de 2024, 09:41 h (CET) Cuenta J. Bucay de un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua que inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo: por lo tanto, subió sin compañeros. Se le hizo tarde, no se preparó para acampar, decidido a llegar a la cima y le oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, sin visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Cansado, por un acantilado, se resbaló y se desplomó por los aires... cayó rápido, pero esos momentos se hicieron largos: podía ver veloces manchas oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente gratos y no tan gratos moment...

El abandono total en Dios da paz

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  El abandono total en Dios da paz Y la esperanza de una vida eterna junto a Dios nos da seguridad y paz. Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net A muchos les parece que la religión es una atadura con Dios, que no deja vivir plenamente. Y es justo al revés, aunque el temor de la trampa de ese pensamiento puede paralizarnos por completo. El “dejarlo todo” es algo así como ver que vale la pena vender el campo para comprar ese diamante que hemos encontrado, invertir en algo mejor que es una vida en plenitud. Es cuestión de comprensión, de tener confianza, es abrir los ojos a ese tesoro que hemos encontrado. Cuando hay esa comprensión, podemos abandonarnos. Teresa de Lisieux lo resumía así: «¡Mi única ley es el abandono total!». No es fácil el sentido de abandono total, pero en la medida que nos lanzamos, lo experimentamos. Podemos rezar lo que nos decía Jesús: «Pedidy recibiréis...» (Mt 7, 7). Poco a poco, va surgiendo un abandono en manos de Dios, como un ni...

La confianza y visionar las cosas, Llucià Pou Sabaté

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Valorar a los demás

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Valorar a los demás Cuentan de dos amigos marineros que viajaban en un buque carguero por el mundo. Un día atracaron en una isla del Pacífico, y al poco de llegar al pueblo se cruzan con una mujer que está arrodillada en un pequeño río lavando ropa. Uno de los marinos se quedó prendado al verla, comienzó a hablarle y preguntarle sobre su vida y sus costumbres... y se fue enamorando. Tanto, que según la costumbre fue al padre de la chica con su intención de casarse con ella. El padre le dice que en esa aldea la costumbre era pagar como dote por las mujeres más valiosas 9 vacas, y a medida que tenían menos cualidades iban disminuyendo… la que vio haciendo trabajos más bajos, lavando, por no ser tan agraciada, le podría costar 3 vacas. “Está bien” respondió el hombre, “pero pago por ella nueve vacas”. El padre pensó que estaba un poco loco, naturalmente aceptó las 9 vacas y después de los preparativos se casaron, y su amigo fue testigo de la boda y a la mañana siguiente partió en el barco...