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sábado, 17 de febrero de 2024

Para crecer en la paz interior, considerar nuestra filiación divina

 Para crecer en la paz interior, considerar nuestra filiación divina

Dios es infinitamente más capaz de hacernos felices de lo que somos nosotros.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



La paz interior es fruto de la sabiduría, que no es algo teórico sino fruto de un conocimiento experiencial, es un gusto por lo bueno, por lo bello, por lo divino, según aquello de: «gustar y ver qué bueno es el Señor» (Sal 34). Y esto es muy difícil de transmitir sino desde la experiencia, por poner un ejemplo si queremos explicar el saber de una cereza, lo mejor es decir: “toma, prueba una”, y lo mismo con las cosas espirituales, como cuando Natanael le dice a su amigo Felipe que le hable de Jesús, y Felipe le dice: “ven y verás”. Por eso, si alguien está inquieto por las preocupaciones, podemos decirle: reza, siente a Dios Padre en tu interior, siente como Jesús te anima a ir de su mano: «Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos» (decía Job 42, 5).

Así, abandonarse en Dios Padre y Madre, confiar en Él, es la fuente principal de nuestra paz. Es la ternura de Dios, la dulzura de su amor, la que nos despierta a la confianza, con la sencillez de los niños que no tienen miedo de caer cuando su padre le tira para arriba, y disfruta de esos momentos que para otros son de incertidumbre y de zozobra. Por eso se habla del santo abandono, como quien está en manos de su padre feliz, y si viene el dolor será también para nuestro bien. Decía Jacques Philippe: “La medida de nuestra paz interior será la de nuestro abandono, es decir la de nuestro desprendimiento”, es por tanto un dejar hacer, soltar, renunciar incluso a lo que la mente nos previene dándonos miedo hacia el futuro. Es no tener apego ni por el dinero, ni por nuestra casa, ni siquiera por la vida: «Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 25). En la vida solo nos queda lo que damos, lo demás tarde o temprano se pierde, y como decía san Juan de la Cruz, “al atardecer seremos juzgados en el amor”: eso es lo que nos llevaremos, lo que hemos dado, nuestra vida de servicio.

«¡Ah, si supiéramos lo que se gana renunciando a todas las cosas!», dice Santa Teresa de Lisieux: las pre-ocupaciones son pre-, es decir algo que no existe, hemos de quedarnos solo con las ocupaciones. Y seguía Philippe: “Ese es el camino de la felicidad: si le dejamos actuar libremente, Dios es infinitamente más capaz de hacernos felices de lo que somos nosotros, pues nos conoce y nos ama más de lo que nosotros nos conocemos y nos amamos”.

Buscar las cosas con ansiedad nos impide alcanzarlas, incluso el amor hay que dejar encontrarse por él, que vendrá si nos damos a los demás. San Juan de la Cruz lo dice así: «Se me han dado todos los bienes desde el momento en que ya no los he buscado». Si nos desprendemos de todo poniéndolo en las manos de Dios, Dios nos devolverá mucho más, el céntuplo, «en esta vida» (Mc 10, 30).

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