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domingo, 31 de marzo de 2024

Sentido pascual de la resurrección: ¿qué pasa con el cuerpo?

 

Sentido pascual de la resurrección: ¿qué pasa con el cuerpo?

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¿Cómo es el cuerpo de una persona que resucita, para un cristiano? Para saberlo, hemos de conocer cómo es el cuerpo de Jesús glorificado, pues así será el nuestro? El Catecismo (n. 659) recuerda “las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que, desde entonces, su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24,31; Jn 20,19.26): nos está mostrando una forma corporal que puede presentarse como materia física o sin ella: durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos”, pero es un cuerpo que pasa por paredes y va de un lugar a otro instantáneamente, no está sujeto a espacio y tiempo, porque ya no pertenece a nuestras dimensiones, se nos aparece

Siempre se ha hablado de resurrección de la carne y hemos pensado que la resurrección es en otra carne, pero en realidad se nos dice que nuestra carne resucita, pero no se nos dice en qué. San Ireneo habla de la transfiguración de nuestra carne cuando resucitemos, siguiendo las palabras paulinas señala: “Porque, siendo mortal y corruptible, se hace inmortal e incorruptible”. En aquel tiempo, no podían hablarnos de otro modo para señalar que tenemos idéntico yo interior y que permanecemos siendo quienes somos. Se decía por eso: “En los mismos (cuerpos) en que habían muerto, porque, de no ser en los mismos, tampoco resucitaron los que habían muerto”; los padres de la Iglesia piensan que la identidad corporal es necesaria para la identidad personal, pero “la Iglesia no ha enseñado nunca que se requiera la misma materia para que pueda decirse que el cuerpo es el mismo. Pero el culto de las reliquias muestra que la resurrección no puede explicarse independientemente del cuerpo que vivió”, según señala la Comisión Teológica Internacional.

¿Con qué edad resucitaríamos?

Algunas veces me han preguntado qué pensaba sobre la edad con la que resucitaríamos, como si el cuerpo resucitado fuera una fotografía de un momento determinado de nuestra vida, y así si alguien muriera decrépito y anciano o con incapacidades físicas, así sería resucitado. Como se ve, es una interpretación simplista. Me imagino que cambiamos de dimensión, de estado, y que Jesús se volvió al Padre sin perder su historia, como en un disco duro de ordenador tenemos las películas que hemos guardado, así Jesús puede aparecerse en cualquier momento de su historia.

En otra dimensión

Ratzinger nos da pistas sobre ese cuerpo que no es cuerpo, es decir que está en una dimensión que puede materializarse en un cuerpo, pero que no todos lo ven, como los de Emaús, que no le reconocieron. Ni María Magdalena hasta cuando pronuncia su nombre, ni los discípulos en la playa, en la segunda pesca milagrosa. Jesús resucitó con toda su historia y puede manifestarse a quien quiere y, quizá, a quien está preparado para verle: por ejemplo, María Magdalena, cuando Jesús resucitado la llama por su nombre, o los discípulos de Emaús en la fracción del pan, o los de la segunda pesca milagrosa cuando les dice que echen la red a la derecha y se repite la gran redada de peces, etcétera.

Así, Jesús podía haber resucitado dejando el cuerpo antiguo en el sepulcro, pero en aquellos tiempos no lo hubieran entendido. Por eso lo hizo desaparecer. Dice Ratzinger: “Nuestro Credo no habla de una tumba vacía. No le interesa saber directamente que la tumba estuviese vacía, sino que Jesús hubiese yacido en ella. Es necesario también admitir que una comprensión de la resurrección, tal y como se hubiese desarrollado a partir de la tumba vacía como concepto opuesto al de sepultura, no llega a abarcar el profundo mensaje del Nuevo Testamento. De hecho, Jesús no es un muerto retornado, como por ejemplo el joven de Naím o Lázaro, devueltos a la vida terrena, que concluiría después con una muerte definitiva. La resurrección de Jesús no es una superación de la muerte clínica, que conocemos también hoy.  Jesús, después de la resurrección, pertenece a una esfera de la realidad que normalmente se sustrae a nuestros sentidos. Sólo así puede explicarse la irreconocibilidad de Jesús, narrada de forma concorde por todos los evangelios. Ya no pertenece al mundo perceptible por los sentidos, sino al mundo de Dios.

Tenemos, por tanto, que admitir que Jesús no era un muerto reanimado, sino vivo en virtud del poder divino, por encima de lo que es medible desde la física o la química

Tenemos, por tanto, que admitir que Jesús no era un muerto reanimado, sino vivo en virtud del poder divino, por encima de lo que es medible desde la física o la química. Pero también es cierto que, en realidad, aquella persona, aquel Jesús ajusticiado dos días antes, estaba vivo. Tal superación del poder de la muerte, precisamente donde ésta despliega su irrevocabilidad (es decir, la tumba), pertenece de forma central al testimonio bíblico. Quien cree en la resurrección del cuerpo no afirma un milagro absurdo, sino que afirma el poder de Dios, que respeta su creación sin quedar ligado a la ley de la muerte. «La superación de la muerte, su eliminación real (y no simplemente conceptual) es, aún hoy como entonces, el deseo y el objeto de la búsqueda del hombre” (Joseph Ratzinger, El camino pascual).

 Podemos decir que ese sentido pascual de la carne es el que nos hace poder comulgar en el Sacramento del cuerpo de Cristo sin pensar en el sentido físico de cuerpo. Y -no podemos desarrollar aquí la idea- tomar la alegoría de pascua como que, en la vida, todo sigue este ciclo: nacer y crecer, morir o sufrir… y resucitar. Y llevarlo a todos los terrenos, como el sentido familiar de la resurrección de la carne: Jesús nos ha dado su carne, que es un concepto familiar en la Biblia, y por tanto vivimos en las relaciones que Dios nos ofrece, que es el nivel hipostático. Y eso permite también pensar en la resurrección de las relaciones familiares. Es decir, una esperanza en todas las relaciones personales.

Esto no quiere decir que tengamos que estar con alguien con quien no queremos estar, pero sí ver a esa persona como alguien que está por hacer, como si dijéramos en un estado primitivo, que superará, sabiendo que, de lo malo, vendrá una resurrección, que la muerte es puerta para la vida: “Aquí -señala el Papa Francisco- se hace presente la esperanza en todo su sentido, porque incluye la certeza de una vida más allá de la muerte. Esa persona, con todas sus debilidades, está llamada a la plenitud del cielo. Allí, completamente transformada por la resurrección de Cristo, ya no existirán sus fragilidades, sus oscuridades ni sus patologías. Allí el verdadero ser de esa persona brillará con toda su potencia de bien y de hermosura. Eso también nos permite, en medio de las molestias de esta tierra, contemplar a esa persona con una mirada sobrenatural, a la luz de la esperanza, y esperar esa plenitud que un día recibirá en el reino celestial, aunque ahora no sea visible”.

lunes, 17 de abril de 2017

Feliz Pascua, la fiesta de la Luz!

Es hoy el día de la luz, como también Navidad y la fiesta de los fuegos, por san Juan. Entre los dos comienzos de invierno (cuando el día comienza a alargarse) y el verano (cuando hay el máximo de luz), aparece esta fiesta antigua y nueva de la Luz de Jesús, de la Resurrección y la Vida: "Este es el día en que actuó el Señor, / que sea un día de gozo y de alegría". Hoy celebramos la misericordia y la ternura divinas, el día que transforma todo en bueno, para que todo sea motivo de alegría

La imagen del gusano que se transforma en mariposa después de encerrarse en su sepulcro nos muestra ese enigma de la muerte que es paso (pascua significa "paso") a algo mejor. Es un proceso de transformación, de esa paradójica realidad misteriosa de que la muerte no es el final, la vida continúa: "la vida no se acaba, se transforma…": "Yo soy la resurrección y la vida…" nos dice el Evangelio. 

Desde lo alto, la libertad no está al servicio de las fuerzas atávicas del mal. Antiguos rituales creían en eso y volcaban en un inocente sus traumas y represiones (el chivo expiatorio). La pascua nos hace ver que esas fuerzas quedan vencidas, el círculo del odio queda sustituido por el círculo del amor; una nueva ola que alcanza –Resurrección- todos los lugares del cosmos en todos sus tiempos. Es la vuelta al paraíso original, a la auténtica comunión con todos y todo. Paso de la muerte a la Vida, luz que se enciende con la nueva aurora. El cuerpo que vuelve a tierra es semilla enterrada que renace a una vida
más plena, de resurrección.


El amor humano nos hace entender ese amor eterno, pues el amor nace para ser eterno, aunque cambiemos de casa quedamos unidos a los que amamos. Jesús nos enseña plenamente el diccionario del amor, nos habla
del amor de un Dios que es padre y que nos quiere con locura, y dándose en la Cruz, hace nuevas todas las cosas, en una renovación cósmica del amor: las cosas humanas, sujetas al dolor y la muerte, tienen una potencia salvífica, se convierten en divinas.

Luciano Pou Sabaté

domingo, 18 de abril de 2010

Domingo 2 de Pascua, de la Divina Misericordia, dedicado a los recién bautizados. Somos hijos de Dios en Cristo y sentirnos siempre dentro de ese amor divino.


Es hoy un día dedicado a la divina misericordia, y a los recién bautizados, como dice la
antífona de entrada: «Como el niño recién nacido, ansiad la lecha
auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos. Aleluya».
En torno a los Apóstoles comienza a formarse la primera comunidad
eclesial, avalada por la fe en la resurrección del Señor Jesús. Queda simbolizado en que esperaban poder rozar su sombra... que para los antiguos es como una proyección de la persona misma: la fuerza de Jesús es la fuerza de los discípulos; lo mismo que hace
Jesús harán sus discípulos; si él hizo curaciones, los discípulos
también las harán en su nombre.
Ante la prohibición de predicar, dirán: «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres»! Se sienten libres, milagrosamente escapados de prisión… ¡Qué Dios éste, que parece que
juega con los hombres, frágiles juguetes en sus manos! Nosotros, muchas veces, tenemos ganas de controlar todo... de modo excesivo...
El Salmo canta: "Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia…".
Fue tanto ese amor de Dios que llevó a la Cruz hasta el final. "Si no hubiera
existido esa agonía en la Cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría
por demostrar" (Juan Pablo II).
"Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo". Un día Jesús le dijo a santa Faustina Kowalska: "La humanidad no encontrará paz hasta que se dirija con confianza a la misericordia divina". La misericordia divina es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad.
El Evangelio nos cuenta cómo Jesús se aparece con los apóstoles el domingo de resurrección y el siguiente. Tomás no cree si no ve las llagas... nosotros le decimos a Jesús: "Dentro de tus llagas escóndeme!". El Corazón de Jesús rebosante de ternura fue visto por santa Faustina Kowalska con dos haces de luz que iluminaban el mundo. "Los dos rayos -le dijo el mismo Jesús- representan la sangre y el agua". La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología del evangelista san Juan, alude al bautismo y al don del Espíritu Santo (Jn 3,5). A través del misterio de este Corazón herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo en él puede encontrar su secreto.

Llucià Pou Sabaté

viernes, 16 de abril de 2010

Pascua, día que el Señor transforma las penas en alegrías


Rezan las primeras
homilías que conservamos: "Soy Yo, en efecto vuestra remisión; / soy
Yo, la Pascua de la salvación; / Yo el cordero inmolado por vosotros,
/ Yo vuestro rescate, / Yo vuestra vida, / Yo vuestra luz, / Yo
vuestra salvación, / Yo vuestra resurrección, / Yo vuestro rey... / Él
es el Alfa y el Omega / Él es el principio y el fin. / Él es el
Cristo. Él es el rey. Él es Jesús, / el caudillo, el Señor, / aquel
que ha resucitado de entre los muertos / aquel que está sentado a la
derecha del Padre...." La misa de Pascua está llena de gozo, del gozo
de la Vida que nos comunica el Resucitado.

"Este es el día en que actuó el Señor, / que sea un día de
gozo y de alegría. / Este es el día en que, vencida la muerte, /
Cristo sale vivo y victorioso del sepulcro. / Este es el día que lava
las culpas y devuelve la inocencia, / el día que destierra los temores
y hace renacer la esperanza, / el día que pone fin al odio y fomenta
la concordia, / el día en que actuó el Señor, / que sea un día de gozo
y de alegría. / Hoy, Señor, cantamos tu victoria, / celebramos tu
misericordia y tu ternura, / admiramos tu poder y tu grandeza, /
proclamamos tu bondad y tu providencia. / Que sea para nosotros el
gran día, / que saltemos de gozo y de alegría, / que no se aparte
nunca de nuestra memoria / y que sea el comienzo de una vida / de
esperanza, de amor y de justicia".
El Salmo canta: "Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo… Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia".
Pascua, el día que transforma las
penas en alegrías. El enigma mayor de la condición humana es la
muerte. ¿Como es que el hombre, con deseos de ser feliz, muere? Es el
misterio del dolor, de la cruz, que no tiene explicación. Un proceso
de transformación, como una purificación del amor, que nos prepara
para la felicidad que es estar con Dios. Realidad misteriosa que no es
el final, pues cuando se acaba nuestra estancia aquí en la tierra
comienza otra, la vida continúa en el cielo. La muerte no es el final
de trayecto, la vida no se acaba, se transforma…
Jesús también muere, y ha resucitado. Y nos dice: "Yo soy el camino…".
La muerte es una realidad misteriosa, tremenda, y del más allá no
sabemos mucho, sólo lo que Jesús nos dice: "Yo soy la resurrección y
la vida…"
Dios, que es amor, nos hace entender que el amor no se acaba con la
muerte, que después de esta etapa hay otra para siempre. Que Dios no
quiere lo malo, pero lo permite en su respeto a la libertad, sabiendo
reconducirlo con Jesús hacia algo mejor… la muerte para la fe
cristiana es una participación en la muerte de Jesús, desde el
bautismo estamos unidos a Él, en la Misa vivimos toda la potencia
salvadora de la muerte hacia la resurrección.
Las fuerzas atávicas del mal, que volcaban en un inocente sus traumas
y represiones (el chivo expiatorio) que por el demonio se vierte toda
la agresividad en contra del Mesías, quedan truncadas. Pues en la
muerte de Jesús esas fuerzas quedan vencidas, el círculo del odio
queda sustituido por el círculo del amor; una nueva ola que alcanza
–con su Resurrección- todos los lugares del cosmos en todos sus
tiempos. "En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra
si mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto
es amor en su forma más radical" (Benedicto XVI). Se establece la
redención, la vuelta al paraíso original, a la auténtica comunión con
todos y todo. Y cuando estamos en contacto con Jesús, en la comunión,
también estamos con los que están con Él, de todos los lugares de
todos los tiempos, con los que queremos y ya se han ido de nuestro
mundo y tiempo.
Este es el misterio pascual de Jesús, el paso de la muerte a la Vida,
la luz que se enciende con la nueva aurora. El cuerpo que se entierra
es semilla –grano de trigo que muere y da mucho fruto- para una vida
más plena, de resurrección.
El amor humano nos hace entender ese amor eterno, pues el amor nace
para ser eterno, aunque cambiemos de casa quedamos unidos a los que
amamos. Jesús nos enseña plenamente el diccionario del amor, nos habla
del amor de un Dios que es padre y que nos quiere con locura, y
dándose en la Cruz, hace nuevas todas las cosas, en una renovación
cósmica del amor: las cosas humanas, sujetas al dolor y la muerte,
tienen una potencia salvífica, se convierten en divinas.
En este retablo de las tres cruces, vemos a la Trinidad volcar su amor
en el calvario. Y junto a Jesús, su madre. Allí ella también entrega a
su hijo por amor a nosotros. Allí también está el buen ladrón que
dice: "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino", y Jesús le da
la fórmula de canonización: "en verdad te digo que hoy mismo estarás
conmigo en el paraíso"; es un misterio ese juicio divino en el amor.
Juntos se fueron al cielo.
Estos días queremos vivir el misterio, abrir los ojos como las mujeres
al buscar a Jesús en la mañana de pascua, y les dice el ángel, aquel
primer domingo: "¿por qué buscáis entre los muertos aquel que está
vivo? No está aquí, ha resucitado". Queremos ver más allá de lo que se
ve, beber de ese amor verdadero que es eterno, para iluminar nuestros
días con ese día de fiesta, de esperanza cierta.

Llucià Pou Sabaté

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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