En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…
Mostrando entradas con la etiqueta duelo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta duelo. Mostrar todas las entradas

viernes, 15 de diciembre de 2023

Segunda etapa del duelo: ira y explosión dolorosa

 


La furia tiene como función anclarnos a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y prepararnos para lo que sigue
Llucià Pou Sabaté
 Diariosigloxxi.com
Miércoles, 13 de diciembre de 2023, 10:29 h (CET)

Cuando se consigue traspasar la primera etapa de incredulidad, no tenemos más remedio que conectarnos con el agudo dolor del darnos cuenta. Y el dolor de la muerte de un ser querido en esta etapa es como si nos alcanzara un rayo. Después de todos nuestros intentos para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la conciencia junta de que esa persona murió, la hemos perdido. Y entonces la situación nos invade, nos desborda, nos tapa, de repente un golpe emocional tan grande desemboca en una brusca explosión. Esta explosión dolorosa es la segunda etapa del duelo normal. Es la etapa de la regresión y pataleos como si fuéramos niños. No encontramos las palabras oportunas, decimos cosas que quizá no tengan mucho sentido, estamos instalados en estado continuo de explosión emocional.


Clive Staples Lewis (Belfast 1898-Oxford 1963), profesor de Oxford y Cambridge, escritor de casi todas las temáticas posibles y un buen apologeta, sufre en su carne el zarpazo del sufrimiento: la muerte de su esposa, y decía que la muerte de los amigos le desnudaba como un árbol que pierde hojas, pero que la pérdida de su amada fue algo mucho peor, que fue el hacha que cayó sobre la base del árbol, hiriéndolo en su raíz, a fondo, en la profundidad de su alma. En el libro Una pena observada, cuenta como perdió a su mujer y quiso anotar en un cuaderno sus propias reacciones, y observar las primeras reacciones de desconcierto, rabia, protesta airada, y las sucesivas, hasta el final, cuando el ser querido vuelve al fin como apacible y amorosa compañía invisible.


¿Qué experimenta el hombre ante el dolor, qué piensa en su conciencia? C. S. Lewis había escrito 20 años antes el ensayo El problema del dolor, en un esfuerzo intelectual por esclarecer este misterio. Pero cuando lo experimentó en su piel, todo fue distinto, ya no era algo enigmático sino sufrido, y el diario que redactó a raíz de la muerte de su esposa Joy Davidman proclama este lamento sufriente: «Cada día no sólo vivo en pena, sino pensando lo que es vivir en pena». No sirve ninguna estrategia para que el dolor no duela. Lo único que está en sus manos es tratar de dar sentido al dolor que necesariamente ha de ser padecido. Los primeros días, hay rebeldía: tambalean las convicciones religiosas más profundas: "sentimientos, sentimientos, sentimientos. Vamos a ver si en vez de tanto sentir puedo pensar un poco... yo sabía que estas cosas, y otras de peores, ocurren a diario. Y habría jurado que contaba con ello. Me habían advertido –y yo mismo estaba sobre aviso- que no contara con la felicidad terrenal. Incluso ella y yo nos habíamos prometido sufrimientos… Claro, que es diferente cuando una cosa así le pasa a uno y no a los demás, cuando pasa en realidad, no a través de la imaginación”.


Es un replantearse todo desde la presente situación: “Sí, pero a pesar de todo, ¿puede suponer una diferencia tan enorme para un hombre en sus cabales? No. Ni tampoco para un hombre cuya fe no fuera de pacotilla y al que de verdad le importaran los sufrimientos ajenos. La cuestión está bien clara. Si me han derribado su casa de un manotazo es porque era un castillo de naipes, y yo no lo sabía”. La sensación de pequeñez y desnudez es total: “La fe que ‘contaba’ con todas estas cosas no era fe, sino simplemente imaginación… si a mí me hubieran importado –como creí que me importaban- las tribulaciones de la gente, no me habría sentido tan disminuido cuando llegó la hora de mi propia tribulación. Se trataba de una fe imaginaria jugando con fichas inocuas donde se leía ‘enfermedad’, ‘dolor’, ‘muerte’ y ‘soledad’. Me parecía que tenía confianza en la cuerda hasta que me importó realmente el hecho de que me sujetara o no. Ahora que me importa, me doy cuenta de que no la tenía…” y entonces es una prueba de fe: “es muy fácil decir que confías en la solidez y fuerza de una cuerda cuando la estás usando simplemente para atar una caja. Pero imagínate que te ves obligado a agarrarte a esa cuerda suspendido sobre un precipicio…”.


A propósito del ejemplo de la cuerda, pienso en alguna ascensión de escalada artificial, en la que me he visto colgado de la cuerda en un momento de descanso, sólo de una cuerda, y ese pensamiento de que estoy pendiente de un hilo ha venido a mi cabeza repentinamente.


El pensamiento de la muerte convierte a Dios en un presupuesto necesario, deja de ser una hipótesis innecesaria cuando no pienso en teoría sino en “mi muerte”.


Luego, con los días y semanas, va abriéndose una luz en la noche; sigue Lewis: “conviene entenderlo a derechas. Dios no ha estado ensayando un experimento sobre mi fe o mi amor con vistas a poner en claro su calidad. Esta calidad ya la conocía Él. Era yo quien no la conocía... Él siempre supo que mi templo era un castillo de naipes. Su única manera de metérmelo en la cabeza era desbaratarlo”. (Sus palabras reflejan el estado en que uno está dolido y se plantea el “por qué”, por eso piensa entonces que Dios quiere “desbaratar” nuestros planes). Es la hora de la verdad, ensayada y preparada en el tiempo, en el ejercicio de pequeñas cosas: “los jugadores de bridge me dicen que tiene que haber algún dinero circulando en juego porque si no ‘la gente no se lo toma en serio’. Parece que esto también es algo así. Se puede apostar por Dios o por la negación de Dios… depende de lo que se haya expuesto en el envite el que éste sea serio o no lo sea. Y nunca se entera uno de lo serio que era hasta que las apuestas se disparan a una altura horrible; hasta que se da uno cuenta de que no está jugando con fichas o con calderilla, sino que lo que está en juego es hasta el último penique que puede llegar a adquirirse en el mundo”. Es la hora de la prueba real… experimenta el dolor como miedo, como tedio y también como rebeldía frente a Dios. El sufrimiento ha convertido su vida en un «callejón angosto» y en un sinsentido. El dolor tiñe la vida con una sensación de permanente provisionalidad: “Antes nunca llegaba a tiempo para nada, ahora no hay nada más que tiempo, tiempo en estado casi puro, una vacía continuidad”. Hay sensación de egoísmo, y que eso es “justo lo que no debe ser… Me he quedado horrorizado. Por la forma en que he venido hablando, cualquiera tendría derecho a pensar que lo que más me importa de la muerte de H. son sus efectos sobre mí mismo”. La realidad queda deformada cuando se observa así, el sentimiento la ve como el palo metido en el agua que aparece torcido, algo sin sentido.


Puede ser muy duro, como expresaba santa Isabel de Hungría a la muerte de su esposo: “¡oh Señor, mi Dios!, ¡Dios mío, ahora el mundo entero ha muerto para mí, el mundo y todo su contenido de felicidad!” Es la locura de la fase de tristeza. Ese camino de ir viendo bien la realidad, con mirada de fe, lleva su recorrido, y ese tiempo de rabia es necesario para ir dando esos pasos: "para que ese proceso llegue a su término hace falta tiempo y a veces ayuda. Recuerdo que mi abuela decía: 'cuando perdí mi costat...'. El marido, la pareja, era en vieja expresión popular el costado, y cuando el costado, el apoyo, la compañía falta se nota el hueco, el vacío" (Lorenzo Gomis). Y es que "la muerte es el termómetro del amor". Sobre todo nos impactan las experiencias de la muerte de los demás, entonces tomamos en un sentido nuevo, más auténtico, de la muerte.


Jorge Bucay ve que después de tener conciencia de lo que pasó, viene la etapa de la furia: “Ya he llorado. Ya he gritado… ahora toca enfadarme”. ¿Con quién nos enfadamos? Depende... A veces nos enojamos con aquellos que consideramos responsables de la muerte: los médicos que no lo salvaron, el tipo que manejaba el camión con el que chocó, el piloto del avión que se cayó, la compañía aérea, el señor que le vendió el departamento que se incendió, la máquina que se rompió, el ascensor que se cayó, etc., etc. Nos enojamos con todos para poder pensar que tiene que haber alguien a quien responsabilizar de todo esto. O nos enojamos con Dios. Si no encontramos a nadie y aún encontrándolo nos ponemos furiosos con Dios y empezamos a cuestionarlo. O quizás nos enojamos con la vida, con la circunstancia, con el destino. Y arremetemos contra la vida que nos arrebata al ser querido. Lo cierto es que con Dios, con la vida, con uno mismo, con el otro, con el más allá, con alguien, siempre hay un momento en el que conectamos con la furia. Ahora con este y después con el otro. O no. En lugar de eso o además de eso nos enojamos con el que murió. Nos ponemos furiosos porque nos abandonó, porque se fue, porque no está, porque nos dejó justo ahora, porque se muere en el momento que no era el adecuado (“¡mira que morirse justo ahora, qué mala jugada me ha hecho!”), porque no estábamos preparados, porque no queríamos, porque nos duele, porque nos molesta, porque nos fastidia, porque nos complica, porque, porque, sobre todo porque nos dejó solos de él, solos de ella. A veces si muere mi mamá, me enojo con mi papá porque sobrevivió. Me enojo con el hermano mayor de mi padre, porque él vive y mi papá se murió. Sea con las circunstancias, sea con Dios, con la religión, con el vecino, sea con el que no tiene nada que ver o con quien sea, me enojo. Me enojo con cualquiera a quien pueda culpar de mi sensación de ser abandonado. No importa si es razonable o no, el hecho es que me enojo. Pero, ¿cómo puedo hacer eso? En el fondo, sé que los otros no son culpables de esto que los acuso. Lo que pasa es que la furia tiene una función, como la tiene el sangrado... Esta furia está allí para producir algunas cosas, como la sangre sale para permitir el proceso que sigue.


También podemos enfadarnos con nosotros mismos y lo que queríamos haberle dicho: que le queremos, o arreglar un asunto pendiente, o la pregunta de “qué más podía haber hecho por él”. Sensación de culpa, en definitiva. Es muy frecuente enfadarse porque había un hospital mejor donde llevarlo, una cura mejor para hacerle en aquel momento, podía haber puesto esos otros medios que hubieran sido más útiles… y claro, la culpa se puede echar a los médicos, que fallaron y “por eso murió”.


En ese mundo de los sentimientos, la ira aparece cuando ya somos capaces de sobrevivir a la pérdida, y nos sorprendemos de ello. Y a su vez dará paso a otros sentimientos, como la tristeza, soledad, pánico y otros tipos de dolor. La ira es así un proceso sanador (mientras no dure demasiado), que da paso a otros momentos… para ir más a fondo.


La tristeza todavía no va a aparecer porque el cuerpo se está preparando para soportarla. La furia tiene como función anclarnos a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y prepararnos para lo que sigue; tiene como función terminar con el desborde de la etapa anterior pero también intentar protegernos, por un tiempo más, del dolor de la tristeza que nos espera. Para que pare la sangre habrá que taponar la herida con algo. Algo que sea justamente el resultado del sangrar. Porque si el paciente siguiera sangrando se moriría. Si el paciente siguiera furioso se moriría agotado, destrozado por la furia. En el proceso natural de la elaboración de un duelo aparece tarde o temprano una etapa de la culpa. Hay algo que hemos hecho mal, y hay como una necesidad de ofrecer un sacrificio, algo para arreglarlo, una “negociación”.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Gestión del duelo

 

El desconcierto y la ira son las fases previas a la depresión, pero también eso va cediendo lugar a esa vuelta a empezar
Llucià Pou Sabaté
Jueves, 30 de noviembre de 2023, 10:43 h (CET)

En nuestra interioridad más profunda, espiritualmente, el duelo toca hondo. Aparecen preguntas, sobre a dónde va a quien queríamos y que nos ha dejado, cómo y de qué modo volveremos a encontrarnos con él, con ella. Hay unas fases de ese duelo, primero de caída y luego de resurrección en los sentimientos: un resurgir más tarde, cuando podemos llegar a sentir la presencia de quien nos dejó, algo así como un ángel que nos cuida.


Uno de los principales indicadores de que el duelo ha finalizado es poder pensar en el difunto sin dolor: sin llorar, sin opresión… se recupera el interés por la vida, se siente más esperanza, se experimenta gratificación de nuevo en las cosas que gustan, va apareciendo la adaptación a los nuevos modos de vida.


También aparece una mayor comprensión de la realidad, sin el colapso que hubo en los sentimientos. El consuelo puede llegar por muchos caminos… “En una ocasión, dice el Dr. Viktor Frankl, un viejo doctor en medicina general me consultó sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quién él había amado por encima de todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle? Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta: -«¿Qué hubiera sucedido, doctor, si usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?» -«¡Oh!, dijo, ¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!» A lo que repliqué: «Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte». No dijo nada, pero me tomó de la mano y, quedamente, abandonó mi despacho”.


Y el duelo no sólo aparece con la muerte, sino también al sufrir la enfermedad (tanto física como de la mente, la angustia y el dolor interno, soledad...); el mal de amor con el amor imposible, o no correspondido, o que se pierde...Todos ellos son tipos de pérdida y en cierto modo de duelo: se quiere alguien(o algo) y hay una separación, tanto si alguien se muere (o enferma) como cuando la puerta se cierra a las espaldas de uno, hay un rechazo. Para muchos, es muy duro el despido del trabajo y la falta de oportunidades en el actual sistema económico…


Estos duelos son traumáticos, un cambio fuerte como el que tiene un niño a la salida del útero para enfrentarse al mundo, así a veces sufrimos cambios de ambiente muy fuertes. Pero entonces hay, junto a la pérdida o añoranza, una creatividad que con fuerza divina resurge en el interior, y aunque surjan dudas, temor o ira, va haciendo esa persona un nuevo proyecto con sus ilusiones y decisiones.


El miedo, ira o angustia ante la separación, son los sentimientos que hay que asimilar, como electricidad estática hay que descargar adecuadamente porque si se hace “explotando” puede descargarse violentamente con los demás. El desconcierto y la ira son las fases previas a la depresión, pero también eso va cediendo lugar a esa vuelta a empezar...


El dolor por los inocentessin duda es otro tipo de pérdida, por lo menos de una sensación de racionalidad en todo, pues nos plantea ¿cómo Dios permite esto? Las preguntas que nos llevan a la profundidad del misterio del mal y del pecado muestran la vulnerabilidad de nuestro pensamiento y el poco alcance que tiene. Y ello va de la mano de cierta impotencia divina ante lo malo, aparente sin duda, pero vemos la vulnerabilidad de quien debería ser Todopoderoso, y contemplar el dolor de Dioscomo el Padre del hijo pródigo, que sufre, contemplar el amor divino manifestado en el dolor de Cristo en la Cruz, todo eso sonverdades que nos hacen dejar de lado el pensamiento débil y confiar, mirar la cruz como camino a la compasión y liberación de todo mal.Y descubrimos que quizá de algún modo el mal esté permitido para que demos lo mejor de nosotros mismos y lo venzamos con la abundancia de bien. La salida del dolor pasa por dar consuelo a los demás; los dolores de la Virgen Santísima nos hablan del consuelo de la Madre, de cómo una madre sufre con paciencia esperando aquello que servirá para que por caminos desconocidos se hagan nuevas todas las cosas...


Así, en medio de la noche oscura, se va viendo la luz. Una cualidad de ese paso oscuro es que vamos abriéndonos a los misterios que no se ven, al mundo de los sueños y nos abrimos a otras formas de conciencia, sentimos estar cerca de seres en otras dimensiones, como los seres queridos que ya no están entre nosotros y los ángeles (hay quien los llama hadas y duendes). Esas conexiones misteriosas nos ayudan a dejar de lado la ira y los miedos con los que hemos ido cargando nuestras mochilas. El resentimiento y la negatividad que nos acechan, toda esa frialdad, se va deshaciendo al calor de ese amor que sentimos cerca. La compañía de esos seres invisibles nos ayuda a sortearlos escollos en el navegar, para avanzar en el amor, tener un gozo consiguiente, manejar tanto los éxtasis como las agonías, lo arrebatos como el tedio, pues ciertas intuiciones aunque fugaces nos iluminan la vida, vemos que todo está llevado por la ley del amor, y que ciertos recuerdos nos hacen ver que venimos de Dios y a Dios volvemos.


Aparece una visión de la realidad que ya no está absolutizada por lo negativo, sino que encontramos un cierto equilibrio: vemos que el camino de la vida tiene pérdidas pero también encuentros, penas y alegrías, cruz y cara. Es agonía y éxtasis, camino de lágrimas y sonrisas. Con cierta emoción descubrimos un niño interior que nosanima a confiar en las manos de nuestro padre Dios que nos lleva de la mano, que nos socorre cuando caemos, que hemos de dejar ciertos mecanismos de querer controlarlo todo que nos esclavizan. El niño que llevamos dentro nos hace ver que si llegan las dificultades, son para nuestro crecimiento, ¡benditas sean!, que se convertirán en oportunidades. Que todo suma y refuerza nuestra energía vital, esa fuerza positivaque nos lleva a esforzarnos para construir un mundo mejor

Etapas del duelo en una pérdida

 

En última instancia, las personas suelen alcanzar un estado de aceptación
Llucià Pou Sabaté
Viernes, 1 de diciembre de 2023, 10:08 h (CET)

Recuerdo que cuando era niño, haciendo un hoyo, un amigo me hizo un corte en un dedo, con la azada de jardín. Salió la sangre a borbotones, pero en ese primer instante no sentí el dolor; el cuerpo hace una vasoconstricción. Luego sí aparece el dolor, respuesta del cuerpo que avisa. En ciertas enfermedades el cuerpo no avisa del daño, y es peligroso. Después de la curación, se reconstruyen los tejidos de un modo asombroso, así si un cirujano corta la carne con el bisturí, al siguiente la piel se cierra sobre la herida. Son pequeños milagros. En muchas heridas se forma costra y protege la curación hasta que se desprende y cae sola. La herida está curada; a veces queda la marca del proceso vivido: la cicatriz. El proceso es, más o menos, vasoconstricción, dolor agudo, sangrado, coágulo, retracción del coágulo, reconstrucción tisular, cicatriz. De la misma forma que hay esas fases en un dolor físico, así también en el sufrimiento interior como el del duelo.


Elisabeth Kübler-Ross es quien ha establecido las fases con más riqueza, su clasificación en cinco fases o etapas (aparecen en su libro Sobre el duelo y el dolor), análogas a las que sufre todo dolor (por ejemplo un proceso de enfermedad) o pérdida, y que ella aplicó a los moribundos; son cinco fases del duelo que no tienen porque ser cronológicas, ni universales:


1. La primera reacción puede ser la negación. En esta fase, las personas tienden a no creer o aceptar la realidad de la pérdida. Pueden sentirse abrumadas por la noticia y tienen dificultades para comprender la magnitud de lo que ha sucedido, por ejemplo ante la llamada de teléfono con la noticia de la muerte, surge el pensamiento de “no es posible”. Bowlby llama a eso la inconsciencia de la sensibilidad. Hay un anhelo y búsqueda del objeto perdido; se espera quien ha muerto aunque se sabe que ya no volverá.


2. Después de la negación, la ira puede surgir como una respuesta natural a la pérdida. Las personas pueden sentirse enojadas, ya sea hacia ellos mismos, hacia otras personas o incluso hacia la situación en sí. Es una rabia que sólo permite que quién está cerca pueda ayudaracompañando, pero sin decir nada, y menos dar lecciones.Esta rabia se vuelca muchas veces en el ambiente familiar, en un adulto que estaba cerca del ser querido en el momento de la pérdida, o en un familiar que no apoyó suficientemente en esos momentos, en los médicos. Puede parecer que es mala la persona que tiene esa agresividad, pero es algo difícilmente dominable, fruto de algo que se ha perdido. En esta fase puede haber una tendencia a buscar culpables. Y es algo que se supera, puede verse curada la persona, cuando hay una aceptación, cuando se pasa de “tiene la culpa…” a “acepto el hecho que ha pasado”…


3. Negociación: en esta fase, las personas a menudo intentan hacer acuerdos para revertir o cambiar la pérdida. Pueden experimentar sentimientos de culpa y desear cambiar el curso de los acontecimientos. Se buscan acuerdos, ya sea consigo mismas, con otras personas o incluso con fuerzas superiores, por ejemplo alguien que acaba de recibir un diagnóstico médico grave, como una enfermedad terminal, la persona podría decirse a sí misma: "Si cambio mi estilo de vida, hago más ejercicio y sigo todos los tratamientos, quizás la enfermedad retroceda y no empeore". O bien negociación con otros: negociar con profesionales de la salud, buscando diferentes opiniones médicas o tratamientos alternativos, o investigar opciones fuera de los tratamientos convencionales (y hay que ir con cuidado, porque aunque el elemento placebo es importante para la curación, también hay mucho estafador que se aprovecha de eso).Negociación con fuerzas superiores, por ejemplo, es “si eso sale bien haré el Camino de Santiago”, o cualquier otro voto.


4. La tristeza profunda y la sensación de pérdida suele llevar luego a la fase de depresión. Las personas pueden experimentar sentimientos de soledad, tristeza, desorganización y desesperanza; puede haber en esa etapa una ambivalencia de confianza en que ha pasado lo mejor, que “ya está en Dios” la persona difunta, que “está mucho mejor” y “lo siento junto a mí”, con una falta de comprensión de unir lo religioso o mágico con no tocar con los pies en el suelo; suele asociarse en fases de tristeza más que de rabia, y de una depresión por la pérdida. En algunas corrientes de psicología positiva parece que quieren eliminar esa tristeza, pero como todo es parte del proceso de curación. Recuerdo de una persona que tropezó con un enjambre de abejas y le picaron centenares de ellas, hasta que cayó en coma. El coma es un proceso del cuerpo que baja las constantes vitales ante una amenaza demasiado grande para ser afrontada, y las fuerzas se concentran en superar esa crisis. En los hospitales, se induce a veces el coma para conseguir lo mismo. Pues lo mismo es la tristeza: bajar el tono vital ante una pérdida que no se es capaz de afrontar, para concentrarse en lo vital. Hay personas que beben para no pensar en eso que es demasiado incomprensible para ellos, para olvidar. La canción L’empordà, del grupo Sopa de cabra habla de eso: “decía que por la mañana se mataría, pero hacia el mediodía iba ya bien borracho. Sonríe y dice que no tiene prisa”, lo dejó para el día siguiente, y así cada día.


5. En última instancia, las personas suelen alcanzar un estado de aceptación. No significa que olviden a la persona o la situación perdida, pero están más en paz con ello y encuentran maneras de seguir adelante con sus vidas. Hay una reorganizacióndel mundo interno en primer lugar, pues así como al infancia se asume en la siguiente etapa de la vida (y si no viene el complejo de Peter Pan), así la pérdida queda integrada y asumida en nuestro mundo interior; reorganización del mundo externo, cambio de roles, circunstancias de la vida nuevas… un volver a empezar, pues la vida continúa.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

https://lluciapousabate.blogspot.com/2024/05/precario-equilibrio-en-oriente-proximo.html https://lluciapousabate.blogspot.com/2024/05/13-de-...