En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…
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domingo, 21 de abril de 2024

Sobre el cuidado y valoración de las personas de la tercera edad

 

Sobre el cuidado y valoración de las personas de la tercera edad



En medio de la vorágine de la vida moderna, donde la juventud parece ser el estándar de valor y el ascensor hacia el futuro, a menudo olvidamos el invaluable tesoro que representan nuestros ancianos
Llucià Pou Sabaté
Sábado, 20 de abril de 2024, 13:29 h (CET)

En medio de la vorágine de la vida moderna, donde la juventud parece ser el estándar de valor y el ascensor hacia el futuro, a menudo olvidamos el invaluable tesoro que representan nuestros ancianos. Son como pozos de sabiduría, con profundas raíces que se extienden hasta los cimientos mismos de nuestra existencia. Sin embargo, en muchas ocasiones, son tratados como meros objetos de contemplación, relegados al olvido y abandonados a su suerte.

   

Recuerdo a mi abuelo, un hombre de manos gastadas por el trabajo duro y una mirada llena de historias por contar. Él me llevaba en hombros, me enseñó a cuidar el campo, contemplar el sonido de los grillos y de los pájaros, me acercó a la naturaleza y a la vida. Mi abuela también fue un complemento especial al amor que me daban mis padres, estaba totalmente dedicada a sus nietos. Para mí, fueron un faro de sabiduría en medio de un mar de incertidumbre.

   

Pero desafortunadamente, no todos tienen la suerte de contar con el amor y el cuidado de una familia. Muchos ancianos son abandonados a su suerte, enfrentando el paso del tiempo en soledad y abandono. La reciente pandemia nos ha mostrado de manera dolorosa la fragilidad de su existencia, con tantos de ellos sucumbiendo ante la enfermedad, sin acceso a la atención médica adecuada ni al apoyo emocional necesario.

   

Sin embargo, en medio de las sombras densas que amenazan con cubrirnos por completo, también hay destellos de luz y esperanza. Héroes anónimos emergen de la oscuridad, con manos dispuestas a ayudar y corazones rebosantes de generosidad. Médicos, enfermeros, cuidadores y tantos otros, arriesgan sus vidas día tras día para brindar atención y compañía a aquellos que más lo necesitan.

   

Es en estos gestos de solidaridad y compasión donde encontramos la verdadera esencia de la humanidad. La pandemia nos recordó la importancia de valorar a nuestros ancianos, de honrar su legado de sabiduría y experiencia, y de reconocer su dignidad inherente como seres humanos. No podemos permitirnos olvidar su sacrificio ni desestimar su contribución a nuestra historia compartida. El sentido del sacrificio se plasmó en ejemplos como personas que renunciaron a su respirador para que se lo dieran a jóvenes.

   

Ojalá que este dolor no sea en vano, que nos impulse a construir un mundo más compasivo y solidario, donde cada persona sea valorada y respetada por igual. Que aprendamos de los errores del pasado y nos comprometamos a construir un futuro donde nadie se quede atrás, donde cada anciano sea honrado y cuidado con el amor y el respeto que merece.

   

Además, es crucial reconocer el potencial laboral de las personas mayores de 55 años y fomentar su participación en el mercado laboral. Muchos de ellos poseen una vasta experiencia y habilidades valiosas que pueden contribuir de manera significativa a la fuerza laboral. Es fundamental que el Estado implemente políticas y programas que incentiven a las empresas a contratar a personas de edad avanzada, proporcionando beneficios fiscales u otros incentivos que reconozcan su contribución y promuevan la inclusión laboral de este sector de la población. Es una medida justa y necesaria para aprovechar el talento y la experiencia de los ancianos, al tiempo que se promueve su integración activa en la sociedad. Por desgracia, el capitalismo salvaje de algunas empresas como multinacionales hizo que fueran material de deshecho una vez “chuparon” lo mejor de su fuerza laboral. Pero hemos visto en las recientes crisis que el correr mucho y sin mirar las inversiones hizo que la realidad se desenfocara: la potencialidad juvenil debería compensarse con la sabiduría de personas de más edad.


El significado del sufrimiento: perspectivas budista y cristiana

 

El significado del sufrimiento: perspectivas budista y cristiana



Ambos ofrecen caminos distintos hacia la comprensión y aceptación del dolor humano
Llucià Pou Sabaté
Jueves, 18 de abril de 2024, 09:39 h (CET)

El sufrimiento, un fenómeno omnipresente en la experiencia humana, ha sido objeto de reflexión y análisis por parte de diversas tradiciones religiosas a lo largo de la historia. En este artículo, exploraremos las perspectivas budista y cristiana sobre el sufrimiento, centrándonos en sus diferencias fundamentales y en cómo abordan el sentido y la aceptación del dolor humano.

   

En el budismo, Buda enseñó que la vida está intrínsecamente ligada al sufrimiento. Su célebre afirmación de que "la vida es sufrimiento" resalta la inevitabilidad del dolor y la insatisfacción en la existencia humana. Dice: “la vida es sufrimiento; la necesidad de vida provoca, inevitablemente, sufrimiento; ahoguemos esta necesidad y seremos libres”. Es punto esencial en el budismo. Para los budistas, la liberación del sufrimiento se encuentra en la comprensión y la superación de los deseos y apegos, buscando alcanzar un estado de desapego y paz interior.

   

Me parece que si bien hay ahí un intento de explicar el sufrimiento, no veo yo allí un amor perfecto, pues todo en la vida tiene un sentido, y el sufrimiento no puede ser menos, es como si me hablan en una lengua extraña y pienso que aquello es incorrecto: tendré que aprender la lengua de la naturaleza, lo que me habla el sufrimiento para poder trascenderlo. El sentimiento, que está ligado al sufrimiento, me habla de una capacidad de superación. Ésta es la diferencia con la fe cristiana: el sufrimiento tiene un sentido; su significado es de amor, y por eso le damos un valor expiatorio (vernos con deficiencias –pecadores- necesitados de sacrificio, de expiación), pero no somos faquires, sino que el sufrimiento no sería nada si no tuviera un significado de amor sublime.

   

En contraste, pues, la fe cristiana presenta una perspectiva diferente sobre el sufrimiento. Si bien reconoce la realidad del dolor humano, el cristianismo lo interpreta en el contexto de un amor divino redentor. Según esta visión, el sufrimiento tiene un propósito más profundo: el de expiar el pecado y acercar al individuo a Dios. A través de la aceptación amorosa del sufrimiento y la unión con la Cruz redentora de Cristo, los cristianos encuentran consuelo y esperanza en medio del dolor.

   

Un ejemplo que ilustra estas diferencias puede encontrarse en la historia de dos personas enfrentando una enfermedad terminal. Desde la perspectiva budista, uno podría buscar liberarse del sufrimiento a través de la aceptación y el desapego, encontrando paz interior a pesar de las circunstancias adversas. Por otro lado, desde la perspectiva cristiana, la misma situación podría ser vista como una oportunidad para unirse al sufrimiento de Cristo y ofrecerlo como un acto de amor y redención.

   

Es decir, el budismo promete una solución al terrible tema del sufrimiento, que nos cuestiona con preguntas. Es como una cerradura para una puerta y no tenemos la llave, pero la llave en mi opinión –y salvando esta gran filosofía que nos aporta mucho- no es la ausencia de sufrimiento como propone el budismo, esto es una explicación. La llave que abre el camino de la felicidad es el amor. El sufrimiento no es un problema que puede resolverse, sino un misterio que no se comprende, pero puede aceptarse y vivirse con alegría  cuando se ve su sentido. No con anestesia, sino con darse a los demás. No con una idea de amor, sino con un sentido de sacrificio por amor, que es vida para los demás, resurrección.

   

Y para un cristiano, al saber que tiene un sentido de unirse a la Cruz redentora de Cristo, tiene un valor particular, pues no hay cosa que más desee el amante que el cielo del amado, y a eso se puede unir con el sufrimiento aquel que ama. Esto nos abre a la esperanza, que nos dice que en la eternidad veremos que todo tiene un significado, pero por ahora lo único que podemos decir es “no entiendo, Señor, pero confío en tu bondad”. Esa intuición de amor llega más lejos que la mente.

   

La aceptación amorosa nos abre a una escuela de aprendizaje, en la que los sentimientos se integran en una visión de que todo sirve para la misión que Dios tiene con nosotros, y todo será para bien. Ya no se trata de ver el sufrimiento como único mal pues encuentra un sentido, ni la insensibilidad estoica que intenta también no permeabilizarlo, sino de una esperanza que da fuerzas para tener un motivo en esa lucha que llamamos sufrimiento. Decía un salesiano: "No quiero sufrir por sufrir, ni sufrir con resignación. Quiero que mi dolor sea esperanzado y no de sabor estoico. Yo me resigno al dolor porque sé que Dios me ama y cuando ahora me da esta misión es porque sabe que puedo cumplirla. Esto me llena de orgullo, pues Dios confía en mí. Espero no defraudarle".

   

Quizá, quien mejor ha sido capaz de describir ese aspecto es aquel político y humanista que fue Tomás Moro, quien dijo estas palabras consolando a su hija, poco antes de su propio martirio: "Nada nos puede pasar que Dios no haya querido. Todo aquello que Él quiere, por malo que nos pueda parecer es, no obstante, lo que hay de mejor para nosotros". Se trata de una apertura al misterio divino, una confianza total en no tener agenda propia sino estar a lo que Dios quiera, sabiendo que eso será lo mejor. En este sentido, podemos decir que lo mejor siempre está por llegar.

   

En resumen, mientras que el budismo aboga por la superación del sufrimiento a través del desapego, el cristianismo encuentra sentido en el sufrimiento a través del amor redentor de Dios. Ambas perspectivas ofrecen caminos distintos hacia la comprensión y aceptación del dolor humano, reflejando la diversidad y la riqueza de la experiencia religiosa en la búsqueda de la trascendencia y la paz interior.

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Luces y sombras en la inmigración

 

Luces y sombras en la inmigración

España tiene, según los últimos datos publicados por la ONU, 6.842.202 de inmigrantes, lo que supone un 14,44% de su población. Si hace 10 años era un 12%, esto significa que la población española, unos 48.5 millones, crece sobre todo por la inmigración

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España tiene, según los últimos datos publicados por la ONU, 6.842.202 de inmigrantes, lo que supone un 14,44% de su población. Si hace 10 años era un 12%, esto significa que la población española, unos 48.5 millones, crece sobre todo por la inmigración, ya que la natalidad es mínima, con un índice de fertilidad decreciente (más defunciones que nacimientos). Más de la mitad del crecimiento demográfico viene por los inmigrantes.

En algunos países, hay una ayuda a las familias con hijos, de modo que se estimula la procreación. En España, tener un hijo es una carga económica que desanima a muchos. Sin duda, la inmigración aporta valor de trabajo para poder continuar con el sistema, pero no tanto como tener hijos, porque conozco diversas personas que pasan 6 meses en su país de origen, y esto les permite cobrar las prestaciones de España, y vivir en su país donde con ese dinero no necesita trabajar debido a que tienen un nivel de vida más bajo.

Hay personas que tienen miedo de la inmigración, es el caso de muchos políticos, por ejemplo en Cataluña, que observan que en proporción la inmensa mayoría de la delincuencia viene de inmigrantes no adaptados. Otros ven el peligro de terrorismo islamista.

En muchos sitios de Europa, han visto el fracaso relativo de la integración de los inmigrantes de origen islámico, e intentan frenarlo. No se dan cuenta de que la libre circulación de personas, en un mundo globalizado, ha de ser un derecho, si bien tiene que haber un respeto a la cultura y tradiciones del país de acogida.

Quizá el error más grande es intentar frenar las oleadas de pateras en lugar de resolver el problema de tanta gente que huye de situaciones desesperadas. No se trata de fomentar esos viajes que por desgracia ofrecen tantas víctimas mortales, además de ser víctimas de mafias que se aprovechan de esos desesperados cobrándoles más de 5.000 € por hacer un viaje tan incierto.

Se trata de ayudar a que en esos países suba el nivel de vida y no se encuentren con la desesperación de tener que hacer esos arriesgados viajes, dejando a veces hijos allí, en manos de otras personas de la familia.

Desde el año 2000, España es de los países que tiene una de las mayores tasas de inmigración del mundo. Aquel año se regularizaron 400.000 de ellos. En el 2005, otros 700.000 fueron regularizados. Este año, se acaba de aprobar la regularización de medio millón.

En la costa mediterránea, desde El Ejido (Almería) hasta el Maresme (Barcelona) la agricultura necesita mano de obra que ocupan muchos de ellos. También los sectores de la construcción y los servicios precisan más mano de obra, que muchos autóctonos no quieren para ellos. Pero algunas circunstancias, como la crisis de la burbuja inmobiliaria de 2008, dejaron medio millón de parados, y todavía hoy muchos de los inmigrantes están sin trabajo, si bien se habían hecho muchos contratos “en origen” hasta entonces (250.000 en 2007, 180.000 en 2008, luego ya cayó en picado esa contratación).

Un tema importante, como he dicho antes, es la integración de los inmigrantes en la cultura y tradiciones: cada vez es más común que no se admita la poligamia en nuestras tierras europeas, porque es ir contra la dignidad de la mujer.

La integración no es fácil, en Francia y Alemania se dan problemas de guetos, bolsas de inmigrantes que no están adaptados a los países y que causan problemas. Hay cosas normales como que se apoye al estado palestino, pero no veo normal que se celebrara el ataque terrorista de Hamás a Israel masacrando a tantas personas. Esto es preocupante.

La xenofobia no es solución, pero sin duda hay que pensar las causas, y son siempre un nivel de consciencia (espiritual) bajo, una educación de la interioridad (y de la dignidad de la persona) que hay que cuidar con la educación, que no es tanto ser productivos con unas competencias para la sociedad actual, sino sobre todo ser buenas personas.

También se requerirá la acción política, y en Francia estudiaron la implantación del servicio militar obligatorio para favorecer la cohesión de esos nuevos franceses. Pero sin duda, el ser “buenas personas” con la empatía, solidaridad, atención a los demás para que nadie se encuentre excluido o solo, es el mejor sistema de integración.

Sin duda, la nostalgia del país de origen permanece, pero con el tiempo las generaciones sucesivas se sentirán “de aquí”. Es cuestión de una educación inclusiva fruto de esa consciencia abierta y solidaria.

La pena es que se han hecho las cosas mal.

En Cataluña se han dado subvenciones a muchos inmigrantes sin contratarlos, y esas personas excluidas del sistema laboral y alimentadas por políticos, quizá con ánimo de conseguir votos para sus partidos, han ido haciendo guetos sin integración alguna. Pero la cohesión social no se hace así. Como tampoco dando prestaciones a los que no trabajan ni quieren trabajar, sino dando trabajo según lo que sepa hacer cada uno, tanto si es español como inmigrante: quien sepa atender a personas que se ocupe de esos servicios tan necesarios, quien tenga fuerza para limpiar bosques lo mismo, etc.

Un aspecto importante es el educativo, donde no solo falla la población inmigrante, sino la de muchos jóvenes españoles de guetos de grandes ciudades. Como se ha hecho experiencia en muchos centros educativos, los niños no tienen problemas de odio entre religiones y razas, eso es algo aprendido de mayores: el documental Promises es un ejemplo de eso, entre los niños de Israel.

He intentado aquí proporcionar una visión detallada y reflexiva sobre el fenómeno de la inmigración en España y su impacto en diversos aspectos sociales, económicos y culturales; ofrecer una perspectiva equilibrada al abordar tanto los aspectos positivos como los desafíos que enfrenta la sociedad española en relación con la integración de los inmigrantes; y destacar la importancia de entender la inmigración como un fenómeno global en un mundo cada vez más interconectado, subrayando la necesidad de respetar la diversidad cultural y promover la inclusión social. Además, intenté abordar críticamente las políticas y prácticas que pueden obstaculizar la integración efectiva de los inmigrantes, como la falta de oportunidades laborales y la segregación en guetos urbanos.

Quiero resaltar la importancia de una educación inclusiva que fomente el entendimiento intercultural y los valores de empatía y solidaridad. Al mismo tiempo, reconocer la complejidad de los desafíos asociados con la inmigración y la necesidad de abordarlos a nivel europeo, estatal y educativo para garantizar una integración exitosa y una convivencia armoniosa.

Solamente con análisis perspicaces y propuestas constructivas se podrán abordar los desafíos actuales y promover una sociedad más inclusiva y cohesionada. Los miedos y brotes de xenofobia, y la hipocresía de los políticos ante la muerte en pateras, viene de esta falta de perspectiva holística (aparte de que haya pactos secretos con Marruecos y otros intereses económicos que siempre están ocultos en medio de la corrupción de la casta política).

En resumen, la crisis inmigrante tiene un aspecto positivo, que es el enriquecimiento de una población que va a menos y que necesita “sangre nueva”, pero aspectos negativos como son la falta de integración que requieren atención a tres niveles: a nivel europeo, promoción de una educación en esos países, que les permita crecer con una vida estable y segura, sin sentirse obligados a venir aquí; a nivel político estatal, una política de prestaciones basada en proveer de trabajo sin que sean compra de votos y que entorpecen el desarrollo social y económico del país; y a nivel educativo, buscar la formación en valores que saquen lo mejor de cada persona para una ciudadanía inclusiva en la apertura a los demás, basada en el respeto a la dignidad de las personas.

viernes, 19 de abril de 2024

Siguiendo las huellas: una lección de comunión pascual

 

Siguiendo las huellas: una lección de comunión pascual



En los momentos oscuros, podemos recordar las palabras de Jesús y encontrar consuelo en su promesa de estar siempre a nuestro lado
Llucià Pou Sabaté
Viernes, 19 de abril de 2024, 09:32 h (CET)

En una tranquila tarde, un hombre caminaba por la orilla de una playa, sumido en sus pensamientos y preocupaciones. De repente, se encontró con una figura que le resultaba familiar: Jesús. Sorprendido, el hombre se detuvo y observó cómo el Mesías se acercaba con una mirada serena y compasiva.


"¿Qué te preocupa?", preguntó Jesús, notando la angustia en los ojos del hombre.


Con un suspiro, el hombre compartió sus inquietudes y temores, expresando su confusión sobre el rumbo de su vida y las dificultades que enfrentaba en el camino. Entonces, Jesús le ofreció una promesa de esperanza: "Ahora te enseñaré el camino de tu vida".


Guiándolo hacia la orilla, Jesús señaló dos hileras de huellas marcadas en la suave arena de la playa. "¿De quiénes son estas huellas?", preguntó.


El hombre observó las marcas con curiosidad. "No sé", respondió con sinceridad.


Jesús sonrió con ternura. "Mira", dijo señalando las huellas más profundas, "estas son las tuyas. Representan los pasos que has dado en el camino de la vida".


El hombre asintió con comprensión. "Y estas otras", continuó Jesús, señalando las huellas más tenues que seguían de cerca las del hombre, "son las mías. Siempre estuve a tu lado, cerca de ti, aunque muchas veces no me veías".


El hombre sintió un nudo en la garganta al comprender la profunda verdad de las palabras de Jesús. "Es verdad", murmuró con humildad, "a veces no es que no te viera, es que no quería verte".


A medida que continuaban caminando por la playa, el hombre notó una tercera hilera de huellas, menos definida que las anteriores.


"¿Y quién es este?", preguntó con curiosidad.


Jesús inclinó la cabeza con tristeza. "Este no eras tú", respondió suavemente, "era yo. Cuando ya no podías más, cuando la carga era demasiado pesada, fui yo quien te llevó en brazos, quien te sostuvo y te guió".


El hombre se sintió abrumado por la gracia y el amor de Jesús. Con lágrimas en los ojos, comprendió que, incluso en los momentos de mayor desesperación y desaliento, nunca había estado solo.


Y así, con el corazón lleno de gratitud y renovada esperanza, el hombre siguió adelante, confiando en que, aunque las huellas en la arena pudieran desvanecerse con el tiempo, el amor y la compañía de Jesús siempre permanecerían en su camino.


En las páginas de la vida, a menudo nos encontramos con momentos de soledad, confusión y desesperación. Pero en esos momentos oscuros, podemos recordar las palabras de Jesús y encontrar consuelo en su promesa de estar siempre a nuestro lado, llevándonos en sus brazos cuando más lo necesitamos. Sigamos sus huellas con fe y esperanza, sabiendo que su amor nunca nos abandonará.


La imagen del Buen pastor fue la primera iconografía venerada de Jesús. Luego hemos preferido la cruz, pues ahí es donde se nos da hasta el extremo. Pero se ha ahondado mucho en el sufrimiento de estas tres horas donde Jesús nos amó hasta el extremo. A mí me gusta también la imagen del buen pastor, donde nos conduce guiándonos por las dificultades hasta encontrar estos verdes pastos que anhelamos, esa felicidad por la que suspira nuestro corazón y que nada llena salvo esta agua viva, que calma nuestra sed de eternidades.

martes, 16 de abril de 2024

Comienza el 20 aniversario de la muerte de Juan Pablo II: balance

 

Comienza el 20 aniversario de la muerte de Juan Pablo II: balance



Fue un gran comunicador, que puso sus dotes mediáticas al servicio de la Verdad
Llucià Pou Sabaté
Martes, 16 de abril de 2024, 10:44 h (CET)

Empezamos el 20 aniversario del traspaso de Juan Pablo II. El pasado 2 de abril hizo 19 años de su muerte, aquel día caía en la víspera de la fiesta de la divina misericordia (del próximo domingo, al término de la Octava de Pascua). El papa Wojtyla proclamó esta fiesta, de algún modo resumiendo su pontificado, como tenía preparado decir aquel día en cuya víspera murió: «Señor, que con la muerte y la resurrección revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero».


Si la misericordia es la expresión suprema del amor, el amor va unido a la verdad: “hacer la verdad con amor” (Ef 4,15), y una de sus frases inolvidables fue aquella del aeródromo de los cuatro vientos: “la verdad no se impone, se propone”. La libertad es parte constitutiva de la persona cuya esencia son estas tres cosas: la comprensión de la verdad, la libertad para autodeterminarse, y sobre todo el amor.


Por supuesto que el modo de proponer la verdad es importante, y fue Juan Pablo II un gran comunicador, que puso sus dotes mediáticas al servicio de la Verdad: sus dotes teatrales no eran para lucir sino para desaparecer él y dejar ver a Jesús, como quitándose del medio. En sus viajes a 170 países ha jugado con el arma de los mass media.


Y después de promover a la persona, es decir su libertad, amor y verdad, en sus últimos momentos, cara a cara ya con la Verdad, decía: “dejadme ir a la casa del Padre”. Porque nuestra verdad no termina en el curso de esta vida, que es aprendizaje para otra que –como decía el poeta- “es morada sin pesar”.


Su lema “¡No tengáis miedo!” se apoyaba en la confianza en la divina misericordia, de la mano de santa María según su lema “Totus tuus” y así, abandonado en la Virgen, fue llevado por ella a Dios un primer sábado, día especialmente dedicado a ella según la devoción de Fátima. Aquella predicación a “que seáis apóstoles de la divina misericordia”, él verdaderamente la vivió con su vida. proclamó que “el hombre no tiene necesidad de nada tanto como de la Divina Misericordia - de aquel amor que quiere bien, que compadece, que realza al hombre sobre su debilidad hacia las infinitas alturas de la santidad de Dios… oír en el profundo de su alma cuanto oyó la Beata [Faustina]: «No tengas miedo de nada. Yo estoy siempre contigo». Y si responde con corazón sincero: «Jesús, ¡confío en Ti!», encontrará la fortaleza en todas sus angustias y miedos. En este diálogo de abandono, se establece entre el hombre y Cristo una particular unión que exhala el amor. Y «en el amor no hay temor -escribe san Juan- al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor» (1 Jn 4,18)”. Su encíclica sobre Dios Padre nos sitúa ante un Dios rico en misericordia (“Dives in misericordia”).


Si podemos decir que Jesús “pasó haciendo el bien”, los santos no han sido iluminados que no se han implicado en las cuestiones de la sociedad en la que vivieron. Así, sólo gracias a la presencia en Roma de Wojtyla pudo surgir «Solidarnosc», el primer sindicato autónomo e independiente de un país del Este europeo, y ayudó a que no fueran reprimidos por las fuerzas comunistas, sino que fuera madurando la caída de aquel imperio hacia una posible transición (que todavía está en curso, o mejor dicho en involución, en este momento histórico, pues la historia no es una evolución lineal…). Gorbachov encontró en el Papa un aliado para ello. En ese proyecto de una “civilización del amor” tuvo sus penas, como que Europa no acogiera sus raíces cristianas como olvidando lo que está en su historia y su cultura.


Así pues, en lo social este papa Magno pudo expresarse libremente en la promoción de la justicia, la libertad, el amor y la verdad. En lo moral le tocaron tiempos de cambio, una apertura de la Iglesia a la modernidad que empezó con los dos papas de los que tomó el nombre: Juan XXIII y Pablo VI, y siguió esa senda que había tomado también su antecesor, Juan Pablo I, el “papa de la sonrisa” que duró tan poco. Después de él, siguió Ratzinger, su colaborador más cercano, en cierto modo “un papa de transición”, puede decirse que los cardenales acogieron lo que él, contemplando el fresco del Juicio Final, les escribía: «los hombres a quienes se confió el cuidado de la heredad de las llaves, se encuentran aquí, se dejan abarcar por la policromía Sixtina, por la visión que dejó Miguel Ángel. Así fue en agosto y, luego, en octubre del memorable año de los dos cónclaves, y así será de nuevo, cuando se presente la necesidad, después de mi muerte… Es menester que les hable la visión de Miguel Ángel:… "Con-clave": el común cuidado de la heredad de las llaves, de las llaves del Reino. He aquí que se ven entre el Principio y el Final, entre el Día de la Creación y el Día del Juicio...» y rezaba al Rey del universo: «Tú que penetras todo, ¡indica! Él indicara...». Así pues, elegido Ratzinger, durante esa “transición” pudieron prepararse esas reformas que se iniciaron con los papas Juan XXIII y Pablo VI, difíciles de acometer pues ¿cómo vivir una aplicación del Evangelio en nuestros días, sin contar con el desarrollo dogmático de la doctrina, que parece inamovible? Ese difícil equilibrio ha existido siempre, pero hoy lo vemos de un modo más vivo.


Todo esto estaba en el corazón de ese gran papa del que hemos empezado el 20 aniversario de su traspaso. Suelen darse estadísticas de las muchas cosas que hizo Juan Pablo II a lo largo de tanto tiempo de su vida, pero yo prefiero referirme aquí a tres detalles que me parece que lo retratan muy bien.


1. Los jóvenes fueron una predilección de su actividad pastoral. Cuando escribió una carta sobre el joven rico, decía que se acercó a Jesús porque veía confiabilidad en él, era accesible y tenía sabiduría, cosas que estimulaban a hacerle preguntas íntimas, esenciales. Así también veo que era Wojtyla, un pastor con autoridad, confiable y asequible: “el Joven tuvo fácil acceso a Jesús. Para él, el Maestro de Nazaret era alguien a quien podía dirigirse con confianza; alguien a quien podía confiar sus Interrogantes esenciales; alguien de quien podía esperar una respuesta verdadera... Cada uno de nosotros ha de distinguirse por una accesibilidad parecida a la de Cristo” en ese “diálogo de salvación”.


2. El amor humano fue para él un tema prioritario y escribió mucho sobre ello. Decía que no era estudioso sino pastor, que necesitaba estudiar para poder atender las cuestiones de las personas. Necesitaba saber para poder atender las necesidades de las personas. Veía que el “lenguaje del cuerpo” expresaba la persona en su intimidad, que no podía banalizarse. Era un pastor confiable, que sabía escuchar. Cuando estaba con alguien, estaba escuchándole como si fuera la única cosa que tuviera que hacer en el mundo.


3. Pero, por otra parte, estaba limitado por el contexto personal e histórico en el que se encontraba, y por eso pretendía seguir la regla de la fe según la comprensión que podía albergar. Cuando precisaba consejo, preguntaba a todos. Escuchaba a todos. Pero luego, esperaba una señal, algo así como el “dedo de Dios”, y cuando lo veía, apostaba por esa intuición de fe. Era un hombre de fe

sábado, 24 de febrero de 2024

Lo espiritual y lo sagrado, un ingrediente importante en nuestra vida

 

Lo espiritual y lo sagrado, un ingrediente importante en nuestra vida

La conexión con lo absoluto y la práctica de la religiosidad no solo dan significado a la existencia, sino que también proporcionan consuelo y motivación para vivir de manera significativa


Llucià Pou Sabaté
Viernes, 23 de febrero de 2024, 11:50 h (CET)

En Estados Unidos, la gran mayoría de sus habitantes creen en la espiritualidad, aunque son menos los que creen en las religiones, pues se van distanciando de las instituciones, que son menos populares. Independientemente de las afiliaciones, lo sagrado y la religión son cosas importantes. En nuestro tiempo, a veces nos conformamos con cosas comunes y no pensamos mucho en lo sagrado. Pero lo sagrado nos conecta con algo más grande, nos hace mirar más allá de lo ordinario.


No estamos rechazando la importancia de lo sagrado, sino que no nos gustan las reglas estrictas sin razón. Creemos que las personas son sagradas, y que la conexión entre ellas también lo es.

Cuando pasamos por momentos difíciles que pueden dañar nuestra mente, a veces necesitamos algo especial para ayudarnos. Aquí es donde entra nuestro sentido espiritual, que nos ayuda a abrirnos a algo más grande, algo que llamamos Dios, Absoluto, misterioso creador o como queramos llamarlo. Yo entiendo que en ese diseño de todo lo que vemos hay unas leyes universales, y la que rige todo es la ley del amor, aunque haya cosas que no entendamos. Esto no hace que el sufrimiento desaparezca, pero le da un significado. Nos hace sentir menos dolor y nos da razones para tener esperanza. Sin esa esperanza de algo más allá, la vida puede sentirse sin sentido y caer en lo absurdo.


Jean Guitton decía algo interesante: "Entre lo absurdo y el misterio, elijo el misterio". ¿Por qué? Porque piensa que es mejor creer en algo misterioso que no encontrar sentido a la vida. ¿No te parece extraño pensar que una persona simplemente desaparezca y todo lo bueno que tenía se pierda para siempre? ¿No es mejor elegir creer en algo misterioso que da sentido a lo que no entendemos? Guitton y muchos creyentes eligen creer en el misterio porque les da esperanza y sentido a lo desconocido.

   

Pierre Chaunu como historiador decía que "se puede pronunciar el discurso de la muerte-caída en el vacío, que es el discurso de la absurdidad total, pero ningún grupo humano no lo puede asumir durante mucho tiempo y sobrevivir”. El homo sapiens "vive la muerte de los seres amados en un horizonte de inmortalidad.

   

El mismo Freud habló de la imposibilidad de no sentir esa inmortalidad, abordó la cuestión de la inmortalidad en su obra. Por ejemplo, en su obra "El Malestar en la Cultura" (1930), habla de cómo la religión, a pesar de ser una ilusión según sus ideas, satisface las necesidades emocionales y psicológicas de las personas, sugiriendo que los seres humanos anhelan la permanencia más allá de sus vidas individuales, las personas tienen una tendencia innata a buscar una conexión más allá de su existencia temporal. Es decir, la idea de la inmortalidad o algo eterno puede ser difícil de ignorar o no sentir, incluso desde un punto de vista psicológico.

   

En este sentido, Alexis Carrel destaca la intersección de la ciencia y la espiritualidad basado en su propia experiencia de vida.Fue un cirujano y biólogo francés que ganó el Premio Nobel de Medicina en 1912. Conocido por sus contribuciones a la cirugía vascular y por su obra "El hombre, este desconocido" (1935), donde exploró temas más amplios, incluidos los aspectos espirituales y filosóficos de la existencia humana. Tuvo en Lourdes una experiencia espiritual, y si antes fue agnóstico allí se convirtió al catolicismo. Él propugna que tenemos un "instinto de superación espiritual": existe en los seres humanos una inclinación innata hacia la búsqueda de significado y trascendencia espiritual. Y dice que si un instinto no desaparece, es que está basado en la realidad; pues otras formas instintivas que ya no son útiles, han desaparecido de nuestro organismo; esto sugiere quela persistencia de este instinto espiritual indicaría una verdad subyacente en la conexión con lo trascendente.

   

Si bien Freud reconoce dentro de la complejidad de las creencias humanas esa búsqueda de significado y la manera en que las cuestiones existenciales pueden seguir siendo poderosas a pesar de explicaciones psicoanalíticas o científicas, Carrel nos da una explicación de que está en lo más íntimo de la persona ese afán de trascendencia, lo llevamos “de serie”, porque es algo nuestro y real.

   

Para el cristiano, este misterio tiene un rostro, y un rostro humano. Es Jesucristo, que además permanece en espíritu en nosotros, lo que llamamos Iglesia (tanto la visible como la invisible, la que abarca tantos que ni siquiera saben qué es la iglesia o quién es Jesús) que es el cuerpo místico de Jesús, comunión en este Cuerpo del que Jesús es cabeza, y todos unidos, inter conexionados en el espacio y tiempo…

   

Morir, para quien sabe de esa trascendencia, es sólo cambiar de casa, es una fiesta de paso de una vida a la Vida. No anhelamos más, pues no nos bastaría pedir un deseo mágico de 90 años más de vida a un mago, y un segundo deseo de otros 90, porque en realidad no queremos años, lo que ansiamos es la eternidad, mirar hacia el cielo, "el mediodía, que es la eternidad" (S. Juan de la Cruz). No una sala de aburrimiento que a veces nos han pintado donde estamos escuchando música clásica por parte de los ángeles celestiales, sino un instante mágico, fuera de las coordenadas vitales de espacio y tiempo, donde hay todo lo que nos llena en esta vida y aquello que nos gustaría gozar según lo que ahora vemos que son nuestras mejores aficiones. Y cuando se imagina la muerte como la puerta de escape a la eternidad, se entrevé algo espléndido a la luz de la esperanza.

Estoy seguro de que el ser humano tiene una conexión innata con lo absoluto. La religiosidad no es solo algo que se piensa, sino algo que se practica. Los gestos simbólicos en la religión, como arrodillarse para adorar o enterrar a los muertos con la creencia en la inmortalidad, son expresiones de encuentro con lo divino.


Recientemente, un amigo que se considera ateo, pero al responder a la pregunta de un hijo sobre su destino después de la muerte, le mandó a un sacerdote. Sus palabras no coincidían con lo que realmente pensaba, pues probablemente lo que de verdad pensaba es lo que quería para su hijo, no lo que él mismo decía; eso es muestra de que tal vez no era tan ateo como afirmaba. Se han escrito últimamente libros sobre “Qué creen los que dicen que no creen” (por ejemplo el del cardenal Martini & Umberto Eco). Para quienes creen en algo más allá de esta vida, la muerte puede ser vista como una victoria al completar una carrera.

   

En este contexto, la relación con los difuntos que están en otra dimensión, que ya no vemos físicamente, nos impulsa a actuar mejor. Entonces, el sufrimiento cobra sentido si está imbuido de amor. El amor que lleva al sacrificio da valor al dolor, convirtiéndolo en una forma de mantener viva la conexión con aquellos que han fallecido. Cuando entendemos el "por qué" de nuestras acciones, se facilita el "cómo" llevarlas a cabo. Y la memoria de los difuntos nos impulsa a comportarnos mejor, recordando sus deseos y llevando a cabo acciones significativas en su honor.


Existe una comunicación entre nosotros y aquellos que han fallecido. Podemos ayudarles con nuestros esfuerzos y sacrificios, y ellos nos animan como espectadores alentando a nuestro equipo en el campo de la vida. Alrededor de la fiesta de todos los santos y los difuntos (1 y 2 de noviembre) en mi tierra hay una preparación de dulces sabrosos (por ejemplo, los “panellets” a base de almendra) y pienso que esas celebraciones no solo constan de ingredientes tangibles, sino también ingredientes que no se ven, como son los actos de amor y servicio que enriquecen esa experiencia.


En resumen, la conexión con lo absoluto y la práctica de la religiosidad no solo dan significado a la vida, sino que también proporcionan consuelo y motivación para vivir de manera significativa, recordando y honrando a aquellos que ya no están físicamente presentes.

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