En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…
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viernes, 19 de abril de 2024

Siguiendo las huellas: una lección de comunión pascual

 

Siguiendo las huellas: una lección de comunión pascual



En los momentos oscuros, podemos recordar las palabras de Jesús y encontrar consuelo en su promesa de estar siempre a nuestro lado
Llucià Pou Sabaté
Viernes, 19 de abril de 2024, 09:32 h (CET)

En una tranquila tarde, un hombre caminaba por la orilla de una playa, sumido en sus pensamientos y preocupaciones. De repente, se encontró con una figura que le resultaba familiar: Jesús. Sorprendido, el hombre se detuvo y observó cómo el Mesías se acercaba con una mirada serena y compasiva.


"¿Qué te preocupa?", preguntó Jesús, notando la angustia en los ojos del hombre.


Con un suspiro, el hombre compartió sus inquietudes y temores, expresando su confusión sobre el rumbo de su vida y las dificultades que enfrentaba en el camino. Entonces, Jesús le ofreció una promesa de esperanza: "Ahora te enseñaré el camino de tu vida".


Guiándolo hacia la orilla, Jesús señaló dos hileras de huellas marcadas en la suave arena de la playa. "¿De quiénes son estas huellas?", preguntó.


El hombre observó las marcas con curiosidad. "No sé", respondió con sinceridad.


Jesús sonrió con ternura. "Mira", dijo señalando las huellas más profundas, "estas son las tuyas. Representan los pasos que has dado en el camino de la vida".


El hombre asintió con comprensión. "Y estas otras", continuó Jesús, señalando las huellas más tenues que seguían de cerca las del hombre, "son las mías. Siempre estuve a tu lado, cerca de ti, aunque muchas veces no me veías".


El hombre sintió un nudo en la garganta al comprender la profunda verdad de las palabras de Jesús. "Es verdad", murmuró con humildad, "a veces no es que no te viera, es que no quería verte".


A medida que continuaban caminando por la playa, el hombre notó una tercera hilera de huellas, menos definida que las anteriores.


"¿Y quién es este?", preguntó con curiosidad.


Jesús inclinó la cabeza con tristeza. "Este no eras tú", respondió suavemente, "era yo. Cuando ya no podías más, cuando la carga era demasiado pesada, fui yo quien te llevó en brazos, quien te sostuvo y te guió".


El hombre se sintió abrumado por la gracia y el amor de Jesús. Con lágrimas en los ojos, comprendió que, incluso en los momentos de mayor desesperación y desaliento, nunca había estado solo.


Y así, con el corazón lleno de gratitud y renovada esperanza, el hombre siguió adelante, confiando en que, aunque las huellas en la arena pudieran desvanecerse con el tiempo, el amor y la compañía de Jesús siempre permanecerían en su camino.


En las páginas de la vida, a menudo nos encontramos con momentos de soledad, confusión y desesperación. Pero en esos momentos oscuros, podemos recordar las palabras de Jesús y encontrar consuelo en su promesa de estar siempre a nuestro lado, llevándonos en sus brazos cuando más lo necesitamos. Sigamos sus huellas con fe y esperanza, sabiendo que su amor nunca nos abandonará.


La imagen del Buen pastor fue la primera iconografía venerada de Jesús. Luego hemos preferido la cruz, pues ahí es donde se nos da hasta el extremo. Pero se ha ahondado mucho en el sufrimiento de estas tres horas donde Jesús nos amó hasta el extremo. A mí me gusta también la imagen del buen pastor, donde nos conduce guiándonos por las dificultades hasta encontrar estos verdes pastos que anhelamos, esa felicidad por la que suspira nuestro corazón y que nada llena salvo esta agua viva, que calma nuestra sed de eternidades.

viernes, 12 de abril de 2024

El amor hasta el final

 

El amor hasta el final

La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y seguridad, viene de la confianza en Dios


Llucià Pou Sabaté
Viernes, 12 de abril de 2024, 10:00 h (CET)

Leí hace tiempo de una niña llamada Liz. Sufría una extraña enfermedad; la única posibilidad de recuperarse era recibir una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, que había sobrevivido milagrosamente a esa extraña dolencia y que había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla. El doctor explicó la situación al hermanito, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre a la hermana. Él dudó un poco, y respondió "si, lo haré si esto salva a Liz". Cuando le hacían la transfusión, sonreía mientras veía recuperar el color de la cara a la hermanita querida. Entonces la cara del niño se puso pálida, y dejó de reír. Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: "¿a qué hora empezaré a morirme?" Siendo sólo un niño, no había entendido al doctor. Había pensado que le daba toda la sangre a la hermana, y sin embargo lo había hecho. Eso sí que es amar.

   

Pienso que el contexto de sacrificio vicario que había hace dos milenios, las fuerzas atávicas del chivo expiatorio, la tradición de ofrecer el primogénito recogida en Abraham y tantos aspectos cultuales que giran en torno al sacrificio de Jesús, hoy no están en la cultura actual, en el contexto de nuestra evolución histórica. Pero permanece siempre el amor que es más fuerte que la muerte, el “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es un amor por encima de todo, que el personalismo ha recogido últimamente, mostrándonos nuestra capacidad de vivir en comunión con los demás, de que estamos como en construcción y nuestra completitud se alcanza con el don sincero de sí.

   

El sacrificio de la Cruz de Jesús que hemos celebrado en la pascua es la máxima expresión de ese amor. El dolor, los sufrimientos de todo el mundo, quedan allí representados: Jesús ha querido tumbarse sobre la cruz para dar un sentido a todo el dolor, más allá de la cultura actual de bienestar resuena su  última palabra de resurrección, que une la vida y el amor. Ya que él, después de sufrir, resucitó para que nosotros también resucitáramos.

   

Quizá no se entienda en el contexto cultural actual la gran verdad de que tanto nos amó Dios, que nos dio a su hijo único, para que quienes crean en él no mueran sino que tengan la vida eterna. Pero siempre será esa prueba grandiosa de amor en la que Dios sale a nuestro encuentro, asume nuestras culpas,  y  por la cruz nos rescata de todo mal. Siempre permanecerá ese amor con pasión. Ante este misterio de Jesús que pasa por la cruz (con los brazos abiertos, como para decirnos que no quiere cerrarlos, que está siempre esperándonos para acogernos con un abrazo), que resucita por nosotros, que se hace pan eucarístico, que nos da su Espíritu Santo, no puedo menos que inclinar mi pobre inteligencia que no entiende, pero que se abre a esa sabiduría y ese amor encarnado.

   

¿El ser humano necesitaba salvación? Sin duda, con frecuencia estamos atrapados en nuestras propias redes: “En-si-mismados. Y este ensimismamiento es una cárcel, una prisión; quedamos presos de nosotros mismos; y en nuestro calabozo aparecen sombras y fantasmas. Aparece el miedo. En ese estado no vivimos, nuestra libertad agoniza, como en una prisión. Pero nuestra alma se eleva por encima de todo esto, al abandonarse en esa fuerza de lo alto, está ya despreocupada; resuelta...

   

Ante el amor pascual, la paz que supera esta condición oscilante de la naturaleza, ya no nos asustamos ante la incertidumbre de la muerte, ni nos alarmamos por las inestabilidades de la vida, pues el poder total no está en las fuerzas atávicas oscuras, sino que nace en nosotros una luz, una libertad completa que nos libera de la encerrona del “yo” y nos abre al amor a los demás. La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y seguridad, viene de esa confianza en Dios, en abrirnos al poder de «su misericordia».

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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