En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…

domingo, 14 de enero de 2024

Encuentros con Jesús (2º domingo del año, ciclo B)

 

 

   Cuentan que Ana, una mujer de mediana edad, atravesaba un momento de profunda crisis de búsqueda de significado en su vida. Un día, mientras estaba haciendo introspección en su jardín, se durmió y se apareció en sueños un ser que irradiaba calma y compasión: -"Soy Jesús", le dijo con una sonrisa amable. Ana se sorprendió, pero sintió que a su lado una paz profunda la envolvió. Estuvo feliz caminando junto a él por el jardín, compartiendo historias y reflexiones. Jesús habló de amor incondicional, compasión y la importancia de la conexión espiritual. Se detuvieron junto a un estanque tranquilo donde los lirios de agua se mecían suavemente con la brisa. Jesús extendió su mano y tocó el agua, creando pequeñas ondas que se expandieron lentamente. "La paz interior es como estas aguas", dijo Jesús. "Aunque la vida traiga tormentas, puedes encontrar calma dentro de ti." Jesús compartió historias de amor, perdón y comprensión, mostrando a Ana un camino hacia la aceptación y la paz interior. Al final de su encuentro, Jesús miró a Ana y dijo: "La verdadera transformación comienza dentro de ti. Ama a los demás como a ti mismo y encontrarás el camino hacia la paz." Cuando Ana despertó de su profunda reflexión en el jardín, se dio cuenta de que había sido un sueño, pero más real que la vida que estaba viviendo, su mensaje resonaba en su corazón. Aquel encuentro había marcado un cambio significativo en su vida, guiándola hacia un viaje de autoaceptación, compasión y búsqueda de la paz interior. 
    Nuestra búsqueda espiritual va unida al encuentro (“el que busca, encuentra”) y el encuentro va unido al crecimiento en amor y paz. El evangelio nos narra el primer encuentro de Juan y Andrés con Jesús. Eran buscadores, y por eso seguían a Juan Bautista, que les llevó a la presencia del «Cordero de Dios»: ellos, «oyeron sus palabras y siguieron a Jesús», encontrando un algo divino que les arrastraba en el seguimiento del Señor. ¡Qué bien estuvieron con Jesús! Cómo se les pasaría aquella inolvidable tarde! La primera actitud es que acercaron a Jesús a sus dos hermanos respectivos, Pedro y Santiago. Pedro recuerda que Jesús «se le quedó mirando» ¿cómo sería la mirada de Jesús?: penetrante, cariñosa, afable, llena de comprensión, atractiva. Sentir la fuerza interior que reclama algo que anhelamos, una luz divina sobre nosotros. Es lo que Samuel notó y entonces dijo: «Habla Señor que tu siervo te escucha», ante la llamada de Yahvéh, suave y penetrante a la vez. 
   Esto llega en el momento oportuno, cuando sentimos necesidad de una purificación del ego, para ofrecernos en toda nuestra vida y lo más íntimo de nuestro ser a esa fuerza divina que nos espera. Eso lo describe san Pablo al indicar que «el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor» “¿no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios y que no os pertenecéis?” No nos atreveríamos a descubrir que somos “consortes de la naturaleza divina”, como dirá san Pedro: participantes del absoluto… si no fuera porque se nos ha revelado en las tradiciones espirituales, en Jesús que de algún modo aúna todas esas tradiciones, chispazos de la verdad divina, Verdad encarnada en él.

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