En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…
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miércoles, 10 de enero de 2024

¿Qué deseamos para este año que comienza?

 

El amor es la energía de la vida, y se alimenta en la familia, en la amistad...
Llucià Pou Sabaté
Miércoles, 10 de enero de 2024, 11:33 h (CET)


Recuerdo la canción de Luis Aguilé: “salud, dinero y amor”… son buenos propósitos para el año nuevo. De los tres, me quedo con el amor, pues hasta la salud va de la mano de una vida llena de amor, y esa actitud conlleva normalmente la abundancia, pues una persona que tiene espíritu de servicio suele tener qué hacer.

   

¿Amar es siempre lo mejor? Parece difícil, pues vemos que mientras que hay un nivel aceptable de dinero para vivir (aunque para la codicia nunca es suficiente), y estamos en un cierto estado de bienestar en este sentido, muchas personas padecen la soledad y el desamor.

   

El amor es la energía de la vida, y se alimenta en la familia, en la amistad, y puede haber momentos en que una convivencia basada en el amor es sumamente difícil, cuando la rotura parece ya irreparable; aquel viejo amor perdido quizá no es recuperable..., pero siempre puede nacer otro, si bien no el amor adolescente e idealizado, será sin embargo más pleno y maduro, hecho de una serie de conductas reforzantes, positivas, concretas, que no parten de la emoción, sino de algo más profundo, que no es tanto una obligación –que hoy no se valora- sino un acto de justicia en el sentido pleno de la palabra.

   

El amor es parte fundamental de la vida en pareja, y si bien en algunas tradiciones o en otros momentos históricos se pactaban matrimonios entre familias, y el amor iba surgiendo con la convivencia, hoy vemos que esto es una aberración, y que la comunión que se forma cuando dos personas se casan está ligada a un enamoramiento, porque se ama hay esa unión, aunque también porque se quiere amar pues esa nube rosa puede irse al cabo de unos pocos años. Estoy en contra de aquella frase que leí de que “la gente se casa por dinero, lo demás es puro erotismo”: lo primero es hacer negocio pero no asegura la felicidad, digamos que es condición necesaria pero no suficiente, pues el erotismo no es negativo: el amor tiene un aspecto importante de donación a la otra persona, y también un aspecto erótico que conviene también.

   

Aunque haya componentes químicos en esa dinámica de encuentro amoroso, y en este sentido se puede pasar "la química", amar es una decisión personal. Hace poco leí un relato de Pearl S. Buck donde le pregunta una mujer blanca con dudas matrimoniales a una china casada con un marido que era "una peste": -"¿pero tú le amas?" Y ella: "-¿Amarlo?... lo que sí he sabido siempre es cuál era mi deber, y sin dudarlo, lo he cumplido. Cuando lo hago, soy feliz. Si no, me siento como enferma, y mi corazón no me deja descansar. Si mi esposo no ha sido conmigo un hombre ideal, al menos yo sí he sido para él lo mejor que me ha sido posible". Precisamente esta autora habla muy bien del cambio de tendencia en Oriente, cuando el amor prevalece sobre las tradiciones.

   

El matrimonio se tenía por un contrato donde la justicia se determinaba por deber por el deber, y quizá ahora se ha pasado a la cultura del emotivismo, del “siento” eso. El amor es más profundo que las emociones, y no está atado a una obligación que pueda esclavizar con el pretexto de la “justicia”. 


La vida también hay que disfrutarla, y buscar el sentido de ella. Si bien es cierto que toda persona es digna de ser amada (es "amable"), y que con esfuerzo y buen corazón puede quererse a cualquiera, mientras que unas personas optarán por superar un error en una relación y reconstruir una familia como algo que merece la pena, también la libertad que da sentido al día puede hacer que se opte por un cambio.

   

Quien opta por reconstruir ese amor una y otra vez, verá que la vida es un camino con muchas etapas, con riesgos y peligros, nervios que hacen perder los estribos… dificultades externas (como la falta de dinero), o internas (cansancio de los compañeros del viaje, o aparecen como más atractivas otras personas con las que se encuentra uno en el camino)… aguantar la decisión de permanecer con la persona elegida, tener paciencia ante una crisis familiar que parece insoportable y de la que se quiere huir enseguida, de cualquier forma... cuesta, y el amor duele. Pero ¿y el compromiso adquirido? En estos momentos, es bueno recordar que la familia no es que siempre dé la felicidad, pero es donde las cosas ocurren de verdad, sobre todo las importantes, como son los hijos y su felicidad. Y ahí está el sentido de la palabra amor. Lo otro… ¡es tan variable! Es como el caledoscopio, muchos colores que se multiplican, pero con poca consistencia pues se hace con espejuelos. Una deficiente educación en el amor causa estragos: resentimientos y descorazonamiento: por muchos éxitos la vida está llena si hay amor, pero hay dolor, y a veces viene la tentación de no amar.

   

Pero también podemos pensar que la fidelidad es dinámica, y no algo que una para siempre, si falta esa lealtad y compromiso, si la inmadurez domina la relación, etc. La sabiduría entiende de problemas y de cómo superarlos, pero la institución del matrimonio no ha de prevalecer por encima de la dignidad de la persona, y mucho menos sentirse nadie esclavizado a una existencia innoble o vacía.

   

En cualquier caso, la vida pasa por amores y desamores, y no es solución la táctica budista de evitar apegos. Pues si uno quiere vivir sin dolor –como anestesiado, buscando una plácida existencia-, que no ame, pero sin amor no hay vida, sólo tristeza. Y el amor tiene altibajos, emociones, agonías y éxtasis… y se vive más a fondo con los sentimientos que todo eso conlleva.

    

Y siempre el amor es echar leña al fuego diario, avivarlo si hay que volver a empezar, echar leña para construir una relación día a día, aprender a amar pues la vida es aprender, y sobre todo en lo que es la esencia de la vida… es un aprendizaje que dura siempre. Aprender es también empatía, ver las cosas como las ve el corazón de la persona amada. Los sufí tienen una historia: "Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / La puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / Y la puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Y contesté: soy tú. / Y la puerta se abrió".

sábado, 22 de mayo de 2010

Infidelidad en el matrimonio


“Qué duro es olvidar una infidelidad”, he oído decir a distintas personas, llorando porque hacía uno, dos, más años que le pedía a Dios que le hiciera olvidar esta terrible experiencia de sentir “la traición”. Sensación de tristeza, desconcierto porque sucedió con la persona menos esperada, y desde entonces ya nada es igual: “ya no siento lo mismo que antes”. Hay melancolía, pues “la herida” tarda en cerrar, y el dolor puede hacerse insoportable hasta poder decir: “a veces mi cabeza va a estallar”... entonces, se piensa en la separación para huir de esa situación.

Todo esto lo trata la película “Infiel” (Trolösa) tiene por directora Liv Ullmann, y por guionista Ingmar Bergman, los que en otro tiempo fueron director y musa, además de compañera sentimental. Ahora es ella quien dirige un drama por el que los dos han pasado, ella directora y él ahora guionista. No se juega ahí con ser “modernos” y decir que hay que ser “auténticos” en una relación y “encontrarse a sí mismo”: se va al fondo de la cuestión, hasta llegar a las víctimas del crimen: la revolución sexual es ya historia. En el cine comercial, como dice “Bloggermania.com” en la crítica de este film, se ve “una visión trivial de la infidelidad, que poco tiene que ver con la vida real”. Ahí se notan los cineastas de categoría, al abordar con expresión artística el adulterio y sus consecuencias sin ningún barniz acaramelado.

“Infiel” comienza con el relato de un escritor (Erlend Josephson, que representa a Bergman) solitario, en su casa junto al mar, que recuerda una mujer (Lena Endre). Ella aparece y responde a sus preguntas, que se van convirtiendo en el relato de su vida... un matrimonio que se resquebraja, por culpa del amigo íntimo del marido. La infidelidad será la causa de la infelicidad de todos, especialmente de la hija... (recordemos que Liv y Ingmar tuvieron una hija). Según la propia Ullmann es un "drama psicológico durísimo y muy oscuro... su historia es mi historia, y también la de Bergman... es la historia de todos nosotros, de todos ustedes, porque creo que la película habla de asuntos universales".

Efectivamente, la realidad del adulterio y sus tremendas consecuencias son una plaga hoy día, y se plantean cosas tremendas como el resentimiento: "Creo en el perdón, porque toda mi vida he pensado que si no somos capaces de perdonar al otro, por ejemplo a la pareja infiel, la vida no avanza, todo se estanca, será imposible ser feliz de nuevo", sigue diciendo Ullmann.

Se plantean problemas interesantes. Uno de ellos es la irresponsabilidad, que destroza unas vidas por dejarse llevar por la sensualidad, por buscar una “historia más excitante” que la vida ordinaria. La irresponsabilidad viene muchas veces por una excesiva seguridad, y no cuidar las ocasiones previsibles, como dice Cervantes: "que es de vidrio la mujer pero no debes probar si se puede o no quebrar que todo podría ser", y lo mismo se puede decir del hombre pues en esto también hay bastante igualdad.

Ante un bien tan sagrado como es el matrimonio, la infidelidad aparece con falsas razones: “no causa ningún mal si hay ignorancia, si el engaño no se llega a saber”... Parece que no pasa nada, pero entonces ya “ha pasado mucho”. A eso se llama banalidad, que es una de las caras del mal. Poco a poco, imperceptiblemente se va desmoronando todo, el egoísmo va minando el amor hasta convertirlo en odio y venganza, una pasión que ciega y lleva a la crueldad, destroza todo, como dice el comienzo del film: “No hay ningún fracaso, ni la enfermedad, ni la ruina profesional o económica, que tenga un eco tan cruel y profundo en el subconsciente, como un divorcio. Penetra hasta el núcleo de la angustia, resucitándola. La herida provocada es más profunda que toda una vida” (Botho Strauss).

Ullmann ve que en un mundo de engaño y falta de verdad, “la deslealtad es un modo de vida que cada vez adoptan más personas. Los principios morales simplemente desaparecen. Hombres y mujeres deciden jugar a un juego de adultos: amémonos al límite, seamos felices juntos, olvidémonos de juzgar qué es bueno y qué es malo. Pero súbitamente todo se desmorona. Viene la tragedia. Todos son infieles entre sí... la víctima resulta ser la niña, la personita que ha sido utilizada en el juego de los adultos, sentada en medio de un carrusel emocional, sin entender cuál es su verdadero papel en la historia". Esta lucidez choca con los comentarios engañosos que oímos: “no voy a dejar de ser feliz por culpa de los niños...” Sigue Liv con su análisis: "En este nuevo milenio que estrenamos, la deslealtad es un modo de vida que cada vez adoptan más personas”... al final, la muerte. Esta es la parte más negativa de Bergman y de sus películas: en el film aparece un “determinismo”, aporta un análisis psicológico de gran calidad, los problemas del hombre, pero no la dirección en la que se encuentran las soluciones, por eso tiene un punto de amargado en su lucidez cerrada a la trascendencia.

En realidad, la vida no es así: no somos “inamovibles”, siempre hay la posibilidad de recomenzar, hay voluntad de poder querer: esto es la libertad. La felicidad pasa por aceptar las personas como son, eso es querer. ¿Y qué pasa cuando el cónyuge es infiel? Hay motivos para separarse de él, si se quiere: pero es la última solución. Hay derecho a la ruptura, pero quien tiene fe –y todos podemos pedirla- ve en la desgracia una Cruz, un camino de encuentro con Jesús, de ser feliz. Muchas separaciones son precipitadas, se dice "me he liberado" -tanto ellas como ellos-, y luego es peor porque la liberación no viene de huir de las dificultades, la auténtica libertad viene de asumir compromisos y en definitiva de la fidelidad. La felicidad está en darse en un compromiso de amor.

Llucià Pou Sabaté

viernes, 1 de enero de 2010

¿Amar para siempre?




En el amor hay un componente romántico, desatado, furioso y ciego, fuera de la realidad, más bien se trata de un sentimiento y por tanto subjetivo, algo que hay que educar para que no tenga carácter posesivo y neurótico. Cuando esta fase no madura en un amor más profundo, conduce a una actitud melancólica, de tristeza íntima por el ensueño irrealizable, aquel amor imposible (el que se canta en la época del Romanticismo). Hay también un amor sin compromiso, pasional, que se plantea en términos de todo o nada (el que describe Larra, o Clarín en "La Regenta"), que rompe las convenciones sociales en nombre de la libertad de amar (si no acaba trágicamente, le sucede el desengaño, la desilución, la ironía o el cinismo).
"¿Qué es el amor auténtico? ¿Se da sólo una vez en la vida?" Son preguntas que puede plantearse quien lo idealiza y piensa que en su vida pasa todo lo contrario, que una convivencia basada en el amor es casi imposible pues la rotura parece ya irreparable. "Se ha roto... se nos acabó el amor", dicen: y es cierto, aquel viejo amor perdido quizá no es recuperable..., pero sí puede nacer otro. No será ya el amor adolescente e idealizado, pero será sin embargo más pleno y maduro, hecho a base de cosas reforzantes, positivas, que quizá no parten de la emoción, pero expresan algo más profundo. En nuestra cultura no cabe la idea de "esclavizarse" a un "para siempre", de modo obligatorio. De hecho, a las primeras de cambio se separan las parejas. Y no es que sean personas malas: pero realmente, muchas personas hoy día no se sienten maduras, están incapacitadas para asumir una relación matrimonial a nivel personal; de hecho van al matrimonio pensando que es otra cosa.
En la dinámica de encuentro amoroso hay componentes químicos, y en este sentido se puede pasar "la química", pero amar es una decisión personal que compromete totalmente, más allá de los sentimientos. En un cuento de Pearl S. Buck ("Hasta mañana") le pregunta una mujer blanca con dudas matrimoniales a una china casada con un marido que era "una peste": -"¿pero tú le amas?" Y ella: "-¿Amarlo?... lo que sí he sabido siempre es cuál era mi deber, y sin dudarlo, lo he cumplido. Cuando lo hago, soy feliz. Si no, me siento como enferma, y mi corazón no me deja descansar. Si mi esposo no ha sido conmigo un hombre ideal, al menos yo sí he sido para él lo mejor que me ha sido posible". Esto hay quienes no lo entienden. Que no lo pueden entender. La imagen de libertad que hay en el ambiente no incluye "lo correcto", "el deber", en el sentido profundo de "justicia". Y exaltamos tanto los sentimientos que todo debería someterse a ellos, hasta la misma justicia. Es un tema complejo porque no podemos juzgar las intenciones de los demás, pero es un hecho que la cultura actual adolece de una falta de cohesión, los componentes "químicos" y fisiológicos pesan mucho, a veces en perjuicio de los espirituales de justicia, confianza y lealtad, porque nadie lo ha "enseñado" de verdad (es decir, con la vida). Las facultades del alma quedan adormecidas, y lo de querer para siempre está fuera de su horizonte de referencias y de comprensión.
Pero nos podríamos preguntar: ¿se puede dar amor, si no se siente? Ante esto, podemos responder que cualquier persona es "amable" -digna de ser amada-, amar siempre merece la pena, y el esfuerzo en reconstruir la familia es algo con mucho sentido. Cierto que la vida es un camino con muchas etapas, con riesgos y peligros, hay nervios que hacen perder los estribos, dificultades externas (como la falta de dinero), o internas (cansancio de los compañeros del viaje, o aparecen como más atractivas otras personas que se encuentran en el camino)…
Sin embargo, hay testimonios de esta verdad profunda, como me contaba un amigo: "Una persona no debería casarse sólo porque siente amor, sino también porque quiere amar para siempre. Esto es una verdad como un templo y algo que para mí siempre ha sido fundamental en mi relación de pareja". Simultáneamente a lo dicho más arriba, lo que de verdad llena es comprometerse, todos necesitamos un lugar donde volver "a casa", especialmente los hijos. Y necesitamos hacer lo correcto, lo justo, y justicia no lo hemos de entender como un deber por deber, sino que "lo justo" es dar al otro lo que se le debe, amor.
Llucià Pou Sabaté

martes, 15 de diciembre de 2009

Amar es siempre lo mejor

Una convivencia basada en el amor es sumamente difícil, cuando la rotura parece ya irreparable; aquel viejo amor perdido quizá no es recuperable..., pero sí puede nacer otro, si bien no el amor adolescente e idealizado, será sin embargo más pleno y maduro, hecho de una serie de conductas reforzantes, positivas, concretas, que no parten de la emoción, sino de algo más profundo, que no es tanto una obligación –que hoy no se valora- sino un acto de justicia en el sentido pleno de la palabra. Una persona no se casa porque ama, sino porque quiere amar. Aunque haya componentes químicos en esa dinámica de encuentro amoroso, y en este sentido se puede pasar "la química", amar es una decisión personal. En un cuento de Pearl S. Buck ("Hasta mañana") le pregunta una mujer blanca con dudas matrimoniales a una china casada con un marido que era "una peste": -"¿pero tú le amas?" Y ella: "-¿Amarlo?... lo que sí he sabido siempre es cuál era mi deber, y sin dudarlo, lo he cumplido. Cuando lo hago, soy feliz. Si no, me siento como enferma, y mi corazón no me deja descansar. Si mi esposo no ha sido conmigo un hombre ideal, al menos yo sí he sido para él lo mejor que me ha sido posible".
Justicia no es deber por deber, sino pensar que el otro es "amable", es decir digno de ser amado, que merece la pena y que el esfuerzo que ambos ponen en reconstruir la familia es algo por lo que merece la pena la vida, que da sentido al día. La vida es un camino con muchas etapas, con riesgos y peligros, nervios que hacen perder los estribos… dificultades externas (como la falta de dinero), o internas (cansancio de los compañeros del viaje, o aparecen como más atractivas otras personas con las que se encuentra uno en el camino)… aguantar la decisión de permanecer con la persona elegida, tener paciencia ante una crisis familiar que parece insoportable y de la que se quiere huir enseguida, de cualquier forma... cuesta, y el amor duele. Pero ¿y el compromiso adquirido? En estos momentos, es bueno recordar que la familia no es que siempre dé la felicidad, pero es donde las cosas ocurren de verdad, sobre todo las importantes, como son los hijos y su felicidad. Y ahí está el sentido de la palabra amor. Lo otro… ¡es tan variable! Es como el caledoscopio, muchos colores que se multiplican, pero con poca consistencia pues se hace con espejuelos. Una deficiente educación en el amor causa estragos: resentimientos y descorazonamiento: por muchos éxitos la vida está llena si hay amor, pero hay dolor, y a veces viene la tentación de no amar.
La fidelidad es dinámica, y sabe también de problemas y de cómo superarlos, es una pena ver que se anuncian como expertos en relaciones conyugales –o consejeros de sus colegas y amigos en estas cuestiones- gente que ha fracasado en su matrimonio. Si uno quiere vivir sin dolor –como anestesiado, buscando una plácida existencia-, que no ame, pero sin amor no hay vida, sólo tristeza. Y habrá que volver a empezar, sembrar, construir, aprender a amar pues eso es algo que dura siempre.
Mirar al otro es conocerle de nuevo, con el deseo de reconstruir ese amor, aquello que se perdió quizá pero que dentro del corazón quedó algo, para siempre, y a eso se llama familia, que es algo más que sentimientos, y es de justicia es amarse aunque suponga mucho esfuerzo… sólo ante Jesús se entiende eso de que el matrimonio es participar de la cruz donde Jesús da la vida por su esposa la Iglesia, allí se entiende lo que es amor esponsal… Los sufí tienen una historia: "Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / La puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / Y la puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Y contesté: soy tú. / Y la puerta se abrió". Con el matrimonio los dos se hacen una sola carne. ¿Cómo es posible, si tienen dos individualidades distintas? Sólo estando uno en el otro puede ser posible, y estar en el otro es "ser el otro", ser uno para el otro, estar enamorado para siempre, con o sin sentimiento, aunque se padezca a veces, pero el amor es darse, entregarse, dar algo que ya no pertenece a uno, decir sí cada día, siempre.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 13 de diciembre de 2009

Amar sin condiciones


Leí una historia de un soldado que pudo regresar a casa después de haber peleado en la guerra de Vietnam: llamó a sus padres desde San Francisco.
- "Mamá, Papá. Voy de regreso a casa, pero os tengo que pedir un favor: Traigo a un amigo que me gustaría que se quedara con nosotros."
- "Claro," le contestaron, "Nos encantaría conocerlo."
- "Hay algo que tenéis que saber", - el hijo siguió diciendo, "fue herido en la guerra. Pisó una mina antipersonas y perdió un brazo y una pierna. No tiene a donde ir, y quiero que se venga a vivir con nosotros a casa."
- "... lo siento mucho, hijo. A lo mejor podemos encontrar un lugar en dónde él se pueda quedar."
- "...No, yo quiero que él viva con nosotros."
- "Hijo," le dijo el padre, "tú no sabes lo que estás pidiendo. Alguien que esté tan limitado físicamente puede ser un gran peso para nosotros. Nosotros tenemos nuestras propias vidas que vivir, y no podemos dejar que algo como esto interfiera con nuestras vidas. Yo pienso que tú deberías regresar a casa y olvidarte de esta persona. Él encontrará una manera en la que pueda vivir él solo."
En ese momento el hijo colgó el teléfono. Los padres ya no volvieron a escuchar de él. Unos cuantos días después, recibieron una llamada telefónica de la policía de San Francisco. Su hijo estaba en el hospital después de haber caído de un edificio, fue lo que les dijeron. La policía creía que fue un intento de suicidio.
Los padres, destrozados por la noticia, volaron a San Francisco y fueron llevados a su hijo. Al verlo, para su horror descubrieron algo que no sabían, su hijo tan solo tenía un brazo y una pierna.
Quizá nosotros no podamos acoger al hijo y no nos sintamos como esos padres de la historia, pero encontramos muy fácil amar a los demás cuando son personas hermosas por fuera o a nuestro gusto, y quizá no apreciamos lo interior, el amor. Esto se nota en la sociedad cuando se propugna poder matar a los ancianos "inservibles" o arrinconarlos en un hospicio (solución adecuada, si allí están bien atendidos, si vamos a verlos con la frecuencia que se merecen al ser padres, parientes, etc.). Decía un santo que ir a visitar a los pobres nos cuesta porque "huelen" y esto repugna nuestra exquisitez. Y hace falta un espíritu noble para encontrar belleza en un vulgar rostro marchito (Kingsley). Otras veces atender a una persona nos hace sentir incómodos, y preferimos no verla, así "ojos que no ven corazón que no siente", como si fuera una noticia de la tele de gente que sufre: cambiamos de canal y se acabó. Preferimos estar alejados de "los problemas", sin considerar que todos estamos unidos en una solidaridad, que no hay nada de los demás que no sea al mismo tiempo nuestro: los seres humanos estamos conectados de muchas maneras. Tantas que la mayoría de ellas las desconocemos. El amor se puede expresar de maneras infinitas, y siempre será amor.
Y que hemos de tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran si estuviéramos en aquella circunstancia. Si hay amor, se descubren las necesidades de los demás: ¡qué agudo es el amor!", decía una buena monja. Vamos a procurar mejorar todos un poco, aceptando a cada uno tal como es, no querer hacerlos a nuestro modo, con el egoísmo de querer sólo lo que nos gusta. San Josemaría Escrivá solía decir a cada uno de los cónyuges que recibía: -"¿le quieres?" -"claro", respondía ella por ejemplo, "si no no me hubiera casado con él/con ella". -"¿Le quieres con sus defectos?" -"¡Eso no!" (pues en el fondo cuando se casó ya pensaba "eso no me gusta de él, pero... ya lo cambiaré. Lo que pasa es que luego no siempre se cambia...) -"Pues entonces eres egoísta", le decía, "pues sólo quieres lo que te gusta de él/de ella. Tienes que querer no lo que te gusta de él sino a él, tal como es, también con sus defectos". Esa comprensión, lógicamente, también implica exigencia, corregirnos en la medida en que podamos, que también es expresión de ese amor.
Llucià Pou i Sabaté

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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