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viernes, 16 de febrero de 2024

Cuaresma: La cruz es el camino hacia la plenitud de la vida

 

La cruz es el camino hacia la plenitud de la vida

2024-02-15

Jesús, nos propones hoy el camino que tú vas a seguir, la Pascua completa: la muerte...

Llucià Pou Sabaté

"El camino, es la cruz, es el sufrimiento y la renuncia"

La cruz es el camino hacia la plenitud de la vida, y la condición indispensable para seguir a Jesús. –“Jesús decía a sus discípulos: "Es preciso que el Hijo del Hombre padezca mucho y que sea rechazado por los ancianos, y por los príncipes de los sacerdotes, y por los escribas y sea muerto y resucite al tercer día”. Desde el segundo día de cuaresma, la liturgia nos sitúa delante de lo esencial de la cuaresma: es una subida hacia la Pascua... una marcha hacia la vida en plenitud... una ascensión hacia las cumbres de la alegría, del gozo... Dios se propone que tengamos vida, felicidad... Pascua está al final del camino. Yo voy hacia la Pascua. Pero el camino es la cruz, es el sufrimiento y la renuncia. Un solo modelo, un solo principio, un solo esfuerzo cuaresmal: imitar a Jesús, seguir el camino que El siguió. De ahí la importancia primordial de la oración, de la meditación, para poner realmente a Cristo ante nuestros ojos, en nuestros corazones y en nuestras vidas.

Jesús, nos propones hoy el camino que tú vas a seguir, la Pascua completa: la muerte y la nueva vida. El camino que lleva a la salvación. Usas en verdad ejemplos paradójicos: el discípulo que quiera «salvar su vida» ya sabe qué tiene que hacer, «que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo». Mientras que si alguien se distrae por el camino con otras apetencias, «se pierde y se perjudica a sí mismo». «El que quiera salvar su vida, la perderá. El que pierda su vida por mi causa, la salvará». Hemos de abrazarnos a la cruz para encontrar la vida. De nada sirve ganar el mundo si uno se pierde. Únicamente muriendo a nosotros mismos tendremos la senda de la libertad y de la alegría verdaderas.

“Si alguno quiere venir en pos de mí…” No eres masoquista, Señor, no te gusta el dolor, no propones la mortificación como fin en sí mismo. Juan Pablo II nos indicaba pistas para entender mejor el mensaje: “En realidad, «negarse a sí mismo» y «tomar la cruz» equivale a asumir hasta el fondo la propia responsabilidad ante Dios y el prójimo. El Hijo de Dios ha sido fiel a la misión que le confió el Padre hasta derramar su propia sangre por nuestra salvación. A sus seguidores, les pide que hagan lo mismo, entregándose sin reservas a Dios y a los hermanos. Al acoger estas palabras, descubrimos cómo la Cuaresma es un tiempo de fecunda profundización en la fe. La Cuaresma tiene, un elevado valor educativo, de manera particular, para los jóvenes, llamados a orientar con claridad su vida. A cada uno, Cristo les repite: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame». Cristo es exigente: “Quienes se ponen a la escucha del divino Maestro abrazan con amor su Cruz, que conduce a la plenitud de la vida y de la felicidad”.

Lo que vale, cuesta. El amor supone renuncias. En el fondo, para nosotros Cristo mismo es el camino: «yo soy el camino y la verdad y la vida». Celebrar la Eucaristía es una de las mejores maneras, no sólo de expresar nuestra opción por Cristo Jesús, sino de alimentarnos para el camino que hemos elegido. La Eucaristía nos da fuerza para nuestra lucha contra el mal. Es auténtico «viático», alimento para el camino. Y nos recuerda continuamente cuál es la opción que hemos hecho y la meta a la que nos dirigimos (J. Aldazábal). «Que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras» (oración)… «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renúevame por dentro» (comunión).

No es posible seguir al Señor sin la Cruz. Unida al Señor, la mortificación voluntaria y las mortificaciones pasivas adquieren su más hondo sentido. No son algo dirigido a la propia perfección, o una manera de sobrellevar con paciencia las contrariedades de esta vida, sino participación en el misterio de la Redención. La mortificación puede parecer a algunos, locura o necedad, y también puede ser signo de contradicción o piedra de escándalo para aquellos olvidados de Dios. Pero no nos debe extrañar, pues ni los mismos Apóstoles no siguen a Cristo hasta el Calvario, pues aún, por no haber recibido al Espíritu Santo, eran débiles.

Decía San Josemaría, después de experiencias duras, al meditarlas al cabo de los años: “Tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios (...). Vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo”. Y escribía en su epacta: “in laetitia, nulla dies sine cruce! –¡con alegría, ningún día sin cruz!”. Rezan unos versos: "Corazón de Jesús, que me iluminas, / hoy digo que mi Amor y mi Bien eres, / hoy me has dado tu Cruz y tus espinas / hoy digo que me quieres". Jesús bendice con su cruz, pero la ayuda a llevar: "Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal.  Y te he respondido al oído: toma sobre tus hombros una partecica de esa cruz, sólo una parte pequeña. Y si ni siquiera así puedes con ella... déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno. Y quédate tranquilo".

Antes de cargar con nuestra “cruz”, lo primero, es seguir a Cristo. No se sufre y luego se sigue a Cristo... A Cristo se le sigue desde el Amor, y es desde ahí desde donde se comprende el sacrificio, la negación personal: «Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25). Escoger amar es muchas veces escoger sufrir… «En aquello que se ama, o no se sufre, o el mismo sufrimiento es amado» (San Agustín). Dios no quiere el mal, no es correcta la pregunta: «¿Por qué Dios me manda esto?», aunque muchas veces se dice así, que Dios envía eso o aquello. Dios sacará de “eso” algo bueno, si no, no lo permitiría.

Tomás Moro fue mártir por preferir la verdad, siguiendo su conciencia, a la adulación política (el rey Enrique VIII quiso el divorcio con su mujer Catalina de Aragón y nuevo matrimonio con Ana Bolena, y él no lo aceptó como tampoco la iglesia anglicana). Muchos eclesiásticos ingleses cedieron. La propia familia de Tomás Moro intentó persuadirle de que diera su consentimiento para salvar la vida. Moro, Lord Canciller de Inglaterra, intentó primero no opinar, pero su silencio era acusación para el rey… En la película “Un hombre para la eternidad” se relata bien la grandeza de su conciencia, que no se doblega ante ningún poder humano, siempre abierta a Dios. Los mártires, los buenos pastores de la Iglesia, nos enseñan a ser heraldos de la Verdad, a vivir lo que rezamos en la oración Colecta: «Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en Ti como en su fuente, y tienda siempre a Ti como a su fin». Esta presencia de Dios es la que nos lleva a esa coherencia, con la gracia que nos viene también por la Eucaristía, y que pedimos en la Postcomunión: «Favorecidos con el don del Cielo te pedimos, Dios Todopoderoso, que esta Eucaristía se haga viva realidad en nosotros y nos alcance la salvación».

La grandeza del hombre no consiste en trascender la finitud de la materia, subiendo hasta la altura del ser de lo divino (mística oriental) ni consiste en identificarnos sacramentalmente con las fuerzas de la vida que laten en la hondura radical del cosmos (religión de los misterios) ni es perfecto quien cumple la ley hasta el final (fariseísmo) ni el que pretende escaparse del abismo de miseria del mundo, en la esperanza de la meta que se acerca (apocalíptica)... Seguir a Jesús es nuestra religión, la del reino, adoptar su manera de ser en el ofrecer siempre el perdón, amar sin limitaciones, vivir abiertos al misterio de Dios y mantenerse fieles, aunque eso signifique un riesgo que nos pone en camino de la muerte. La ley de Jesús se puede traducir así: se gana en realidad aquello que se pierde, es decir, lo que se ofrece a los demás, aquello que se sacrifica en bien del otro. Por el contrario, todo aquello que los hombres retienen para sí de una manera cerrada y egoísta lo han perdido. La concreción de esta manera de vida es el "Calvario": resucita lo que ha muerto en bien del otro (Edic. Marova).

jueves, 15 de abril de 2010

Reflexiones de un misionero ante una mujer moribunda.


El Padre Christopher, de S. Pedro de Macorís, Argentina, volvía
desanimado a su casa..., iba "con más penas en el alma y más problemas
de los que este pobre misionero podía soportar" en medio de un lodazal
de caña y fango. "Me pesaba la parroquia, me aplastaba la misión. Me
parecía que corría y corría de un lado a otro y no había hecho nada en
todos estos años, me sentía bastante fracaso..." Recordó que por allí
había una enferma que visitar en una casucha, y entró a verla mientras
pensaba: 'estoy muerto, agotado, si no tengo nada que dar' . Se
llamaba Marta, estaba con otros nueve entre hijos, hermanos, su madre.
Estaba inválida, tendría quizá 34 años, el cuerpo esquelético cubierto
de costras sobre un camastro mugriento. Sonrió de verdad, de sus
adentros, y le dijo: 'padre ¿ha venido a rezar?' -'Sí, sí, claro, para
eso he venido, para rezar'. Busqué el Breviario... comencé a rezar el
himno"... que vamos aquí copiando, al hilo de sus reflexiones de esos
días: "En esta tarde, Cristo del Calvario, / vine a rogarte por mi
carne enferma; / pero, al verte, mis ojos van y vienen / de tu cuerpo
a mi cuerpo con vergüenza". "Marta me escuchaba… yo no veía ya más que
la viva imagen de un Cristo desgarrado, triturado por mil hambres y
mil cruces".
Al llegar a la noche el sacerdote fue a rezar a Cristo en la Cruz:
"Jesús de mi vida, haber conocido tu amor... y todavía andarme con
quejas y tacañeces. Pastor bueno, tan herido de pecados y de amores,
'¿cómo quejarme de mis pies cansados, / cuando veo los tuyos
destrozados? / ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, / cuando las tuyas
están llenas de heridas? Pensaba en aquella mujer, imagen del
crucificado, que sufría dolores espantosos por todo el cuerpo pero
sobre todo una llaga purulenta en la espalda, que jamás cerraba.
"Aprendí tanto de esta mujer. Era casi imposible oír una queja de sus
labios. Yo le hablaba de la bondad de Dios, de la vida eterna, hasta
que en una ocasión me preguntó: 'padre, ¿qué hay que hacer para ir al
cielo? yo no estoy bautizada y mis hijos tampoco...'" El día del
bautismo, una tarde del verano de 1999, "a Marta no le cabía más
felicidad en el alma..." y aquel día el Padre le dijo a Jesús: "hoy sé
que te bastan mis manos vacías… Ahora sé que no es el aplauso y el
éxito de este mundo lo que forja al misionero, sino que se mide su
valer por las heridas de unos clavos que el mundo no sabe ver… las
manos cada vez más vacías de mí, para bendecir, para acariciar, para
curar, para amar, para servir… Manos, dame Señor de pastor, manos
llenas sólo de tu amor y tu ternura." Y repitió las palabras del
himno: "¿Cómo explicarte a ti mi soledad, / cuando en la cruz alzado y
solo estás? / ¿Cómo explicarte que no tengo amor, / cuando tienes
rasgado el corazón?"
El calvario de Marta adelantaba... se le iba pudriendo la vida poco a
poco. En eso Dios le mandó un ángel, se llamaba Marina, una misionera
que la cuidó... Y pensó el sacerdote en esa soledad, icono y
transparencia de las de Jesús, pensaba en su vida: "En tu vida, Jesús,
pasaste las soledades más hermosas y radiantes que mente humana
pudiese imaginar... la confianza total en su proyecto de amor…con
María… 'Pero también, ¡que espantosas esas otras soledades, de hieles
y vinagres saturadas!'… aquellos a quienes llamaste amigos y ahora tan
solo te dejaban… '¡Getsemaní del alma! ¡Que duro amar a quienes ahora
tan poco te aman!...' Robaste mi corazón en mi adolescencia enamorada,
mi primer amor, contigo me fui sin pensarlo dos veces y me sellaste el
alma y dijiste: 'te basta mi gracia'. ¡Cuán feliz me has hecho con esa
alegría que reservas para quienes -sólo por amor- lo perdieron un día
todo por ti y lo dejaron todo en la arada!… Yo no sabía que en este
mundo se pudiera ser tan feliz… ¡cuanto te agradezco haber sentido tu
llamada!..., enfermo de amores y repleto de gracias… soledades, de
noches angustiosas, que me hicieron entender que sacerdocio es dolor,
y que 'quien no sabe de penas nada sabe de amores'… qué duras las
soledades quien -por sólo tenerte a ti- nada, nada tiene cuando tú te
alejas.."
Decía Marta en sus últimos días: "nací para sufrir, pero ¡cuantos hay
que no tienen en este mundo gente tan buena como ustedes para aliviar
las penas!... Si hubiera más gente así, todo el mundo sería feliz..."
y pensaba el sacerdote: 'Te veo ahí, colgado entre el cielo y la
tierra, coronado de espinas… sin belleza, sin aliento. Costado abierto
y la mirada al cielo… Y pienso si aún no me faltan, lanzas, coronas,
clavos y el costado abierto, que disipen más mis quejas y mis
tormentos. Jesús ¿qué es un sacerdote sin tormentos?" Un día llegó uno
de los hijos de Marta: "mi mamá se está muriendo". Murió confiada en
Dios, sin una sola queja. Y el sacerdote pensó que así rezaba el final
del himno:
"Y sólo pido no pedirte nada, / estar aquí junto a tu imagen muerta, /
ir aprendiendo que el dolor es sólo / la llave santa de tu santa
puerta'… dame ser contigo, pastor herido, pastor bueno... Dame Jesús,
brazos fuertes para cargar a todos, ovejas al hombro y en el
entrecruzar de mis brazos todos los corderos del mundo y que junto a
mi corazón, descansen en tu regazo..." Amén.

llucià pou sabaté

Edit Stein y la cruz


Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, participó en el
misterio de la cruz. Fue doloroso desprenderse de su amada familia
religiosa. "No tengo por qué preocuparme,
sino orar mucho para permanecer fiel en cualquier situación".
Oración y fidelidad a su propia vocación: ésta era su disposición frente a la posible deportación y a la muerte. A medida que recibía noticias alarmantes de Alemania, iba tomando fuerza
poco a poco su intuición del martirio, hasta convertirse en
preparación convencida. Ya desde el ultimo año que pasó en Colonia se
había sentido en profunda armonía con la reina Ester del Antiguo
Testamento, esa mujer fuerte, valerosa, dispuesta a ofrecer su propia
vida por la salvación de su pueblo. Ahora Edith puede decir:
"Estoy segura de que el Señor ha aceptado mi vida por todos.,. Ester
había sido escogida de entre su pueblo precisamente para interceder
ante el rey por ese mismo pueblo suyo. Yo soy una pequeha Ester pobre
e impotente, pero el Rey que me ha escogido es infinitamente grande y
misericordioso. Y éste es un gran consuelo".
Era un pensamiento que no la abandonaba nunca. En 1941, para el
onomástico de la Priora, Madre Antonia, compuso una poesía titulada
Diálogo nocturno, en la que el protagonista era la reina Ester. En el
momento trágico, Ester se acerca al soberano para implorar la
salvación de su pueblo. Sumergida en una experiencía extática
nocturna, se le aparece "un monte desnudo, y en el monte una cruz, y
en la cruz estaba enclavado Alguien que sangraba por mil llagas... "
La cruz constituye el centro de toda la vida espiritual de Edith. Pero
de manera especial cuando se encarniza la persecución contra los
hebreos, en el Carmelo se sitúa incondicionalmente al pie de la cruz.
El domingo de pasión de 1939 pidió licencía para ofrecerse como
"víctima de expiación al Sagrado Corazón de Jesús por la verdadera
paz". Aquellos días redacta su testamento, que termina con estas
palabras: "Desde ahora acepto la muerte que Dios me tiene reservada
con perfecta sumisión a su santísima voluntad y con alegria. Ruego al
Sehor que reciba mi vida y mi muerte pare su honor y alabanza... como
expiación por la incredulidad del pueblo hebreo".
Vivió sus últimos meses la noche de la fe, guiada por San Juan de la Cruz. Llegaba a la última estación de su via-crucis. Arrancada de su monasterio, camino al encuentro de la Cruz del Gólgota de Auschwitz.
Desde enero de 1942 se daba cuenta de que su presencia en el Carmelo
de Echt podía acarrear consecuencias desagradables para la comunidad.
Holanda estaba ocupada por Alemania, y a través de una sutilísima red
se multiplicaban los centros de las SS. Tanto Edith como Rosa fueron
llamadas a Maastricht y tuvieron que dar informaciones por su propia
cuenta. Se les exige también que lleven en el vestido la estrella
amarilla, señal de que eran judías. Sor Teresa Benedicta trató por
todos los medios posibles de encontrar una visa para Suiza para poder
refugiarse en el Carmelo de Le Paquier. Dos oficiales alemanes de las SS llegaron al monasterio de Echt. Sor Teresa Benedicta fue obligada a abandonar el convento en el termino de cinco minutos. A la puerta, la esparaba Rosa. Sor Teresa Benedicta le tomó la mano y le dijo: "ven, vayamos por nuestro pueblo". Se entiende, el pueblo judío.
En un breve escrito (Expiación mística) había rubrayado: "E1 Salvador
no está sólo en la Cruz... Todo hombre que en el transcurso de los
tiempos soportó con paciencia un destino duro pensando en los
padecimientos del Salvador y que asumió sobre sí voluntariamente una
vocación expiatoria, ha contribuído con esto a aligerar la carga
enorme de los pecados de la humanidad y ha ayudado al Señor a llevar
su peso. Más aún, Cristo, la Cabeza, realiza la obra redentora a
través de aquellos miembros de su Cuerpo Místico, que se le unen en
alma y cuerpo para su obra de salvación... El sufrimiento reparador,
aceptado voluntariamente, es lo que en realidad une más con el Senor".
Las hermanas Stein, poco después de su llegada a
Auschwitz-Birkenau fueron asesinadas en la cámara de gas. Edith tenía
51 años, Rosa 59. Un testigo ocular, Luis Schlütter, que poco antes de
salir de Westerbork intercambió algunas palabras con Edith, refiere
este testimonio suyo: "Cualquier cosa que pueda acaecer, estoy
preparada para todo. Jesús está también aquí en medio de nosotros". Y
Jesús tenía que estar entre los pobres judíos que, con el espasmo del
terrible tóxico, terminaron su vida encerrados en el subterráneo de la
"casa blanca" de Auschwitz.
Llucià Pou Sabaté

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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