En la vida todo es aprendizaje, y lo mejor está por llegar…
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jueves, 15 de abril de 2010

Reflexiones de un misionero ante una mujer moribunda.


El Padre Christopher, de S. Pedro de Macorís, Argentina, volvía
desanimado a su casa..., iba "con más penas en el alma y más problemas
de los que este pobre misionero podía soportar" en medio de un lodazal
de caña y fango. "Me pesaba la parroquia, me aplastaba la misión. Me
parecía que corría y corría de un lado a otro y no había hecho nada en
todos estos años, me sentía bastante fracaso..." Recordó que por allí
había una enferma que visitar en una casucha, y entró a verla mientras
pensaba: 'estoy muerto, agotado, si no tengo nada que dar' . Se
llamaba Marta, estaba con otros nueve entre hijos, hermanos, su madre.
Estaba inválida, tendría quizá 34 años, el cuerpo esquelético cubierto
de costras sobre un camastro mugriento. Sonrió de verdad, de sus
adentros, y le dijo: 'padre ¿ha venido a rezar?' -'Sí, sí, claro, para
eso he venido, para rezar'. Busqué el Breviario... comencé a rezar el
himno"... que vamos aquí copiando, al hilo de sus reflexiones de esos
días: "En esta tarde, Cristo del Calvario, / vine a rogarte por mi
carne enferma; / pero, al verte, mis ojos van y vienen / de tu cuerpo
a mi cuerpo con vergüenza". "Marta me escuchaba… yo no veía ya más que
la viva imagen de un Cristo desgarrado, triturado por mil hambres y
mil cruces".
Al llegar a la noche el sacerdote fue a rezar a Cristo en la Cruz:
"Jesús de mi vida, haber conocido tu amor... y todavía andarme con
quejas y tacañeces. Pastor bueno, tan herido de pecados y de amores,
'¿cómo quejarme de mis pies cansados, / cuando veo los tuyos
destrozados? / ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, / cuando las tuyas
están llenas de heridas? Pensaba en aquella mujer, imagen del
crucificado, que sufría dolores espantosos por todo el cuerpo pero
sobre todo una llaga purulenta en la espalda, que jamás cerraba.
"Aprendí tanto de esta mujer. Era casi imposible oír una queja de sus
labios. Yo le hablaba de la bondad de Dios, de la vida eterna, hasta
que en una ocasión me preguntó: 'padre, ¿qué hay que hacer para ir al
cielo? yo no estoy bautizada y mis hijos tampoco...'" El día del
bautismo, una tarde del verano de 1999, "a Marta no le cabía más
felicidad en el alma..." y aquel día el Padre le dijo a Jesús: "hoy sé
que te bastan mis manos vacías… Ahora sé que no es el aplauso y el
éxito de este mundo lo que forja al misionero, sino que se mide su
valer por las heridas de unos clavos que el mundo no sabe ver… las
manos cada vez más vacías de mí, para bendecir, para acariciar, para
curar, para amar, para servir… Manos, dame Señor de pastor, manos
llenas sólo de tu amor y tu ternura." Y repitió las palabras del
himno: "¿Cómo explicarte a ti mi soledad, / cuando en la cruz alzado y
solo estás? / ¿Cómo explicarte que no tengo amor, / cuando tienes
rasgado el corazón?"
El calvario de Marta adelantaba... se le iba pudriendo la vida poco a
poco. En eso Dios le mandó un ángel, se llamaba Marina, una misionera
que la cuidó... Y pensó el sacerdote en esa soledad, icono y
transparencia de las de Jesús, pensaba en su vida: "En tu vida, Jesús,
pasaste las soledades más hermosas y radiantes que mente humana
pudiese imaginar... la confianza total en su proyecto de amor…con
María… 'Pero también, ¡que espantosas esas otras soledades, de hieles
y vinagres saturadas!'… aquellos a quienes llamaste amigos y ahora tan
solo te dejaban… '¡Getsemaní del alma! ¡Que duro amar a quienes ahora
tan poco te aman!...' Robaste mi corazón en mi adolescencia enamorada,
mi primer amor, contigo me fui sin pensarlo dos veces y me sellaste el
alma y dijiste: 'te basta mi gracia'. ¡Cuán feliz me has hecho con esa
alegría que reservas para quienes -sólo por amor- lo perdieron un día
todo por ti y lo dejaron todo en la arada!… Yo no sabía que en este
mundo se pudiera ser tan feliz… ¡cuanto te agradezco haber sentido tu
llamada!..., enfermo de amores y repleto de gracias… soledades, de
noches angustiosas, que me hicieron entender que sacerdocio es dolor,
y que 'quien no sabe de penas nada sabe de amores'… qué duras las
soledades quien -por sólo tenerte a ti- nada, nada tiene cuando tú te
alejas.."
Decía Marta en sus últimos días: "nací para sufrir, pero ¡cuantos hay
que no tienen en este mundo gente tan buena como ustedes para aliviar
las penas!... Si hubiera más gente así, todo el mundo sería feliz..."
y pensaba el sacerdote: 'Te veo ahí, colgado entre el cielo y la
tierra, coronado de espinas… sin belleza, sin aliento. Costado abierto
y la mirada al cielo… Y pienso si aún no me faltan, lanzas, coronas,
clavos y el costado abierto, que disipen más mis quejas y mis
tormentos. Jesús ¿qué es un sacerdote sin tormentos?" Un día llegó uno
de los hijos de Marta: "mi mamá se está muriendo". Murió confiada en
Dios, sin una sola queja. Y el sacerdote pensó que así rezaba el final
del himno:
"Y sólo pido no pedirte nada, / estar aquí junto a tu imagen muerta, /
ir aprendiendo que el dolor es sólo / la llave santa de tu santa
puerta'… dame ser contigo, pastor herido, pastor bueno... Dame Jesús,
brazos fuertes para cargar a todos, ovejas al hombro y en el
entrecruzar de mis brazos todos los corderos del mundo y que junto a
mi corazón, descansen en tu regazo..." Amén.

llucià pou sabaté

martes, 13 de abril de 2010

En busca del rostro de Jesús


Estos años han surgido reconstrucciones del rostro de Jesús, también
en Semana Santa las cadenas de televisión nos ofrecen las producciones
cinematográficas sobre los tiempos de Jesús, que para mi gusto
muestran mejor a los personajes de la época que a Jesús, que siempre
es más o menos decepcionante, aunque se hacen buenos esfuerzos como
las de plastilina y dibujos animados de "El hombre que hacía
milagros". Nos es velado el rostro de Jesús, y la búsqueda no puede
cesar, pues la figura de estos 2000 años más influyente es Jesús de
Nazaret y por él se han hecho los actos más humanitarios, de amor, y
por desgracia han usado su nombre para cometer también atrocidades...
No quiero ahora entretenerme en considerar las semejanzas entre el
Jesús que aparece en la sábana santa y los iconos de las iglesias
orientales. Una vez se ha desprestigiado la prueba de carbono 14 que
le hicieron hace unos años, sigue apareciendo la "santa sindone" como
uno de los mejores testimonios del rostro de Jesús, de este Jesús que
nació, rezó y ayunó, que murió en el Calvario, con el sacrificio de la
cruz, en una victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte.
Sin embargo, la imagen que podemos encontrar sobre todo es interior.
Juan Pablo II nos invitaba a fijar la mirada en el rostro de Cristo
crucificado y hacer de su Evangelio la regla cotidiana de vida. Decía
una chica que es muy difícil explicar esta experiencia: "cuando crees
en el Evangelio, cuando rezas, te sientes mejor, y sería estupendo que
viviéramos lo que nos enseña... el mundo sería distinto". Hay una
cierta "experiencia de Dios", un "laboratorio" en el que descubrimos,
aún dentro del ambiente secularizado que nos rodea, el rostro de
Jesús.
Al pasar por Madrid, pude conocer a un hombre algo anciano, que no
podía aguantar contar su alegría a alguien. Había llegado a la capital
después de la guerra, y entre pesares pudo ir adelante, recogiendo
colillas y papeles y otros desechos. Allí fue bautizado, pero pronto
abandonó la práctica religiosa porque no se atrevía, se veía indigno.
Pasaron los años y le pasó de todo. Acabó en la cárcel, 12 años estuvo
en tiempos del anterior régimen. Perdió un tobillo en un accidente (le
colocaron una prótesis) y al poco murió su mujer. En medio de muchos
pesares, y sin saber qué rumbo tomar, salió a ver procesiones de
Semana Santa, y decía: "ayer, al ver el paso del Cristo de los
gitanos, no pude aguantar más y me puse a llorar como un niño..."
Tenía ganas de portarse mejor, de cambiar de vida, de hacer algo...
confesó y fue a los Oficios, para comulgar. Qué tendría aquella mirada
del Cristo de los gitanos...
Estos días vemos como Joe Eszterhas, que fue el guionista del thriller
erótico de mayor éxito de los años 90 y otras películas que le
convirtieron en el "el rey del sexo y la violencia en América" según
la revista TIME, lleva la cruz en el Viacrucis de su parroquia, cuenta
la conversión, acude a la comunión y a los demás sacramentos, y
agradece a Dios que cuando estaba tocando fondo en su enfermedad, le
fuera a salvar…
El hombre, como el hijo pródigo, por muy lejos que vaya, por muy bajo
que caiga, es un buscador que persigue la verdad, la apertura
espiritual, a Dios. Jesús es el hijo pródigo que se va del cielo, que
nos viene a buscar, nos habla de que tenemos un Padre y que todos
somos hermanos, cosa que nos conmueve porque si no hay padre no hay
fraternidad, por mucho que seamos hijos de los hombres de Atapuerca.
Además, estamos todos interesados en el tema de qué será después de la
muerte (últimas preguntas) y cuál es el sentido de la vida (las
penúltimas preguntas). Este es el misterio del rostro de Jesús, que su
presencia se realiza hoy, en nuestras circunstancias históricas.
"Cristo, ayer, hoy y siempre". Tenía razón Dostoyevsky cuando en "Los
demonios" preguntaba "¿Puede un hombre culto, un europeo de nuestros
días, creer aún en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios? Pues en
ello consiste propiamente la fe toda".
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha
resucitado» (Lucas 24,5-6), preguntó el ángel a las santas mujeres
aquel primer domingo de pascua, y como una onda que pasa
transversalmente a través de los siglos, parece que aletean en el aire
estas palabras del ángel, para que el anuncio de la resurrección de
Jesús llegue a toda persona de buena voluntad y todos nos sintamos
protagonistas en construir un mundo mejor. Porque en medio de tantos
rincones del planeta envueltos en zumbidos de guerras y lágrimas, late
este mensaje de esperanza, que nos dice que es posible vencer en la
apuesta de la tolerancia y de la solidaridad, es posible tener
capacidad y coraje para un desarrollo respetuoso de cada ser humano.
Llucià Pou Sabaté

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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