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domingo, 19 de noviembre de 2023

Una instancia por encima de los gobiernos


Sería un tribunal que se centre en atender a la dignidad de la persona.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



En las 40 guerras que hay actualmente en el mundo, y en tantos otros conflictos armados que ha habido anteriormente, vemos que están alimentados por la industria de armamento, y otros poderes económicos: así, si hay combustibles fósiles u otro bien primario apetecido, la atención es mayor que si no hay esos intereses como pasa en muchos países menos desarrollados. La falta de una instancia internacional de derecho, que promueva la justicia, hace que un capitalismo salvaje de tipo neocolonial, o bien un expansionismo sobre todo ruso o chino apoyen ciertas guerras, e incluso las creen. La misma ONU está manejada por esos poderes, basta ver como dejaron indefensos a Timor oriental, Rwanda en el genocidio entre hutus-tutsis, Sahara occidental, etc. 

De todo ello ha de surgir un sentimiento de que todos somos hermanos, de que no podemos construir más torres de Babel que nos dispersan (en tantos foros internacionales por ejemplo) sino un nivel mundial la dignidad de la persona, un nuevo orden internacional... 

Por desgracia, en las actuaciones políticas, vemos que no domina un parlamento sea nacional o internacional (ONU, Parlamento europeo…): domina el sistema, que es una mezcla de los políticos, los poderes económicos, la opinión pública…

Pienso que el principal motor de la historia no es la política o la economía, que son más variables al poco tiempo, sino algo más profundo, como son la sociedad, y sobre todo la cultura. Si hay un alto nivel de consciencia, evoluciona la humanidad. Si no, puede caerse en lo que explicaba la novela “El Señor de las moscas”, donde un grupo de jóvenes náufragos viven un proceso de degeneración en una isla, frente a otros que se mantienen honestos, que creen en los valores; la conciencia resentida de los pervertidos, que forman una secta aparte cada vez mayoritaria en los habitantes de la isla, va a la caza de los restantes (que son como una bofetada para su conciencia resentida). Pasada la frontera del crimen, nada importa ya...

Hemos visto como en cierto modo se cumple lo que Platón anunciaba en "La República": critica la democracia ateniense de su tiempo y aboga por un sistema político basado en la meritocracia. Veía una inestabilidad de la democracia pues podía degenerar en oligarquía (hoy lo vemos en el caso de Rusia), democracia desordenada (lo vemos en muchos países) y finalmente tiranía (lo tienen ya en Rusia, China, Venezuela y muchos otros países). Aristóteles siguió en la línea de su maestro, y decía que la democracia podía convertirse en oclocracia, o gobierno de la multitud sin restricciones, una "tiranía de la mayoría".


¿Cómo se desarrolla esta dicotomía egoica que machaca la dignidad de las personas? ¿Cómo se da la insensibilidad ante el hambre, la muerte en pateras, las pandemias que diezman la población de países enteros como pasó en África con el SIDA y pasa con otras muchas enfermedades? Decía Susanna Tamaro (“Donde el corazón te lleve”, “Ánima mundi”, etc.) que cuando la inteligencia humana no es humilde y niega la trascendencia, el hombre no es más que un mono que va por el mundo con las manos manchadas de sangre (clara referencia a que, cuando el hombre se cree dios y levanta el puño contra el cielo, pierde el sentido de quién es su hermano y lo mata (Caín mató a Abel), ya en la primera generación. Cuando se pierde la línea ascendente de depender de lo alto, desaparece la línea horizontal de querer a los demás como hermanos. 

¿Cómo puede usarse como escudos humanos niños y poblaciones enteras, en estas guerras donde los combatientes, terroristas, etc., se esconden en casas civiles, en hospitales? Son ideologías en las que no prima la persona sino una “idea” que puede ser la que propugna un tirano y que lleva a morir a poblaciones enteras (millones, en Ucrania por las hambrunas causadas por Stalin y otros muchos genocidios). Y  frente a los fundamentalismos nuevos o antiguos es necesario proclamar la dignidad de la persona, y su componente espiritual no reducible a química, que es la propia consciencia. 

De ahí la propuesta no de un “gobierno global”, que demasiado existen en manos de ciertos poderes financieros, sino un “derecho global”, una instancia jurídica. Desde que los humanistas promovieron el Derecho que ahora llamamos Internacional, y Kant propuso la Sociedad de Naciones en su Carta para la Paz, estamos buscando este equilibrio entre intereses, y sin duda hemos de ir a una instancia superior, la consciencia, que es compartida por todos en más o menos medida, y que puede ser fuente de ese equilibrio. No será algo definitivo, pues como ser histórico el hombre va adelante como a tientas y corrigiendo lo que va quedando obsoleto. También instancias religiosas proponen una instancia superior a los gobiernos sin que los controle, sino oriente, para que no haya esta lucha de poderes donde manda el más fuerte: “El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas” (Ratzinger, citando a Juan Pablo II, que entre otros lo han pedido).

Sería un tribunal que se centre en atender a la dignidad de la persona, sin intereses políticos, aunque pueda hacer recomendaciones que los Estados podrían seguir. Es decir, jueces con categoría por sus méritos, que tengan una voz propia a nivel internacional, que vaya consolidando su autoridad en la medida que se vaya aceptando por todos. Tarea compleja y desafiante, pero necesaria, en la que habría que ir definiendo primero los principios y objetivos del tribunal (protección de los derechos humanos, promoción de la dignidad humana y rendición de cuentas por violaciones a esos derechos), ir buscando un consenso internacional que vaya convergiendo en convenciones, independencia financiera (de manera equitativa por los Estados miembros), criterios claros para nombramiento de jueces (pericia legal y sabiduría contrastada por su compromiso con los derechos humanos, y aceptación de esa autoridad por la comunidad jurídica internacional), aspectos educativos conectados (fomento de la dignidad humana y papel del tribunal para esa promoción y protección de valores, en conexión con las cartas de derechos humanos, y búsqueda de una sustentación de esas cartas más allá del mero consenso de sus firmantes), mecanismos eficaces para implementación de las sentencias (las medidas económicas contra los infractores pueden ser algunas de ellas), y como siempre con una adaptabilidad continua a los cambios (sociales, del mundo, de las mentalidades, es decir de los diferentes contextos y contexto global).

sábado, 22 de mayo de 2010

La Iglesia y el secreto de Fátima...

El Papa en Fátima: la Iglesia sufre los mayores ataques, lo peor es que desde dentro... debe aprender a hacer penitencia, perdonar y ser justa

viernes, 1 de enero de 2010

¿Amar para siempre?




En el amor hay un componente romántico, desatado, furioso y ciego, fuera de la realidad, más bien se trata de un sentimiento y por tanto subjetivo, algo que hay que educar para que no tenga carácter posesivo y neurótico. Cuando esta fase no madura en un amor más profundo, conduce a una actitud melancólica, de tristeza íntima por el ensueño irrealizable, aquel amor imposible (el que se canta en la época del Romanticismo). Hay también un amor sin compromiso, pasional, que se plantea en términos de todo o nada (el que describe Larra, o Clarín en "La Regenta"), que rompe las convenciones sociales en nombre de la libertad de amar (si no acaba trágicamente, le sucede el desengaño, la desilución, la ironía o el cinismo).
"¿Qué es el amor auténtico? ¿Se da sólo una vez en la vida?" Son preguntas que puede plantearse quien lo idealiza y piensa que en su vida pasa todo lo contrario, que una convivencia basada en el amor es casi imposible pues la rotura parece ya irreparable. "Se ha roto... se nos acabó el amor", dicen: y es cierto, aquel viejo amor perdido quizá no es recuperable..., pero sí puede nacer otro. No será ya el amor adolescente e idealizado, pero será sin embargo más pleno y maduro, hecho a base de cosas reforzantes, positivas, que quizá no parten de la emoción, pero expresan algo más profundo. En nuestra cultura no cabe la idea de "esclavizarse" a un "para siempre", de modo obligatorio. De hecho, a las primeras de cambio se separan las parejas. Y no es que sean personas malas: pero realmente, muchas personas hoy día no se sienten maduras, están incapacitadas para asumir una relación matrimonial a nivel personal; de hecho van al matrimonio pensando que es otra cosa.
En la dinámica de encuentro amoroso hay componentes químicos, y en este sentido se puede pasar "la química", pero amar es una decisión personal que compromete totalmente, más allá de los sentimientos. En un cuento de Pearl S. Buck ("Hasta mañana") le pregunta una mujer blanca con dudas matrimoniales a una china casada con un marido que era "una peste": -"¿pero tú le amas?" Y ella: "-¿Amarlo?... lo que sí he sabido siempre es cuál era mi deber, y sin dudarlo, lo he cumplido. Cuando lo hago, soy feliz. Si no, me siento como enferma, y mi corazón no me deja descansar. Si mi esposo no ha sido conmigo un hombre ideal, al menos yo sí he sido para él lo mejor que me ha sido posible". Esto hay quienes no lo entienden. Que no lo pueden entender. La imagen de libertad que hay en el ambiente no incluye "lo correcto", "el deber", en el sentido profundo de "justicia". Y exaltamos tanto los sentimientos que todo debería someterse a ellos, hasta la misma justicia. Es un tema complejo porque no podemos juzgar las intenciones de los demás, pero es un hecho que la cultura actual adolece de una falta de cohesión, los componentes "químicos" y fisiológicos pesan mucho, a veces en perjuicio de los espirituales de justicia, confianza y lealtad, porque nadie lo ha "enseñado" de verdad (es decir, con la vida). Las facultades del alma quedan adormecidas, y lo de querer para siempre está fuera de su horizonte de referencias y de comprensión.
Pero nos podríamos preguntar: ¿se puede dar amor, si no se siente? Ante esto, podemos responder que cualquier persona es "amable" -digna de ser amada-, amar siempre merece la pena, y el esfuerzo en reconstruir la familia es algo con mucho sentido. Cierto que la vida es un camino con muchas etapas, con riesgos y peligros, hay nervios que hacen perder los estribos, dificultades externas (como la falta de dinero), o internas (cansancio de los compañeros del viaje, o aparecen como más atractivas otras personas que se encuentran en el camino)…
Sin embargo, hay testimonios de esta verdad profunda, como me contaba un amigo: "Una persona no debería casarse sólo porque siente amor, sino también porque quiere amar para siempre. Esto es una verdad como un templo y algo que para mí siempre ha sido fundamental en mi relación de pareja". Simultáneamente a lo dicho más arriba, lo que de verdad llena es comprometerse, todos necesitamos un lugar donde volver "a casa", especialmente los hijos. Y necesitamos hacer lo correcto, lo justo, y justicia no lo hemos de entender como un deber por deber, sino que "lo justo" es dar al otro lo que se le debe, amor.
Llucià Pou Sabaté

martes, 15 de diciembre de 2009

Amar es siempre lo mejor

Una convivencia basada en el amor es sumamente difícil, cuando la rotura parece ya irreparable; aquel viejo amor perdido quizá no es recuperable..., pero sí puede nacer otro, si bien no el amor adolescente e idealizado, será sin embargo más pleno y maduro, hecho de una serie de conductas reforzantes, positivas, concretas, que no parten de la emoción, sino de algo más profundo, que no es tanto una obligación –que hoy no se valora- sino un acto de justicia en el sentido pleno de la palabra. Una persona no se casa porque ama, sino porque quiere amar. Aunque haya componentes químicos en esa dinámica de encuentro amoroso, y en este sentido se puede pasar "la química", amar es una decisión personal. En un cuento de Pearl S. Buck ("Hasta mañana") le pregunta una mujer blanca con dudas matrimoniales a una china casada con un marido que era "una peste": -"¿pero tú le amas?" Y ella: "-¿Amarlo?... lo que sí he sabido siempre es cuál era mi deber, y sin dudarlo, lo he cumplido. Cuando lo hago, soy feliz. Si no, me siento como enferma, y mi corazón no me deja descansar. Si mi esposo no ha sido conmigo un hombre ideal, al menos yo sí he sido para él lo mejor que me ha sido posible".
Justicia no es deber por deber, sino pensar que el otro es "amable", es decir digno de ser amado, que merece la pena y que el esfuerzo que ambos ponen en reconstruir la familia es algo por lo que merece la pena la vida, que da sentido al día. La vida es un camino con muchas etapas, con riesgos y peligros, nervios que hacen perder los estribos… dificultades externas (como la falta de dinero), o internas (cansancio de los compañeros del viaje, o aparecen como más atractivas otras personas con las que se encuentra uno en el camino)… aguantar la decisión de permanecer con la persona elegida, tener paciencia ante una crisis familiar que parece insoportable y de la que se quiere huir enseguida, de cualquier forma... cuesta, y el amor duele. Pero ¿y el compromiso adquirido? En estos momentos, es bueno recordar que la familia no es que siempre dé la felicidad, pero es donde las cosas ocurren de verdad, sobre todo las importantes, como son los hijos y su felicidad. Y ahí está el sentido de la palabra amor. Lo otro… ¡es tan variable! Es como el caledoscopio, muchos colores que se multiplican, pero con poca consistencia pues se hace con espejuelos. Una deficiente educación en el amor causa estragos: resentimientos y descorazonamiento: por muchos éxitos la vida está llena si hay amor, pero hay dolor, y a veces viene la tentación de no amar.
La fidelidad es dinámica, y sabe también de problemas y de cómo superarlos, es una pena ver que se anuncian como expertos en relaciones conyugales –o consejeros de sus colegas y amigos en estas cuestiones- gente que ha fracasado en su matrimonio. Si uno quiere vivir sin dolor –como anestesiado, buscando una plácida existencia-, que no ame, pero sin amor no hay vida, sólo tristeza. Y habrá que volver a empezar, sembrar, construir, aprender a amar pues eso es algo que dura siempre.
Mirar al otro es conocerle de nuevo, con el deseo de reconstruir ese amor, aquello que se perdió quizá pero que dentro del corazón quedó algo, para siempre, y a eso se llama familia, que es algo más que sentimientos, y es de justicia es amarse aunque suponga mucho esfuerzo… sólo ante Jesús se entiende eso de que el matrimonio es participar de la cruz donde Jesús da la vida por su esposa la Iglesia, allí se entiende lo que es amor esponsal… Los sufí tienen una historia: "Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / La puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / Y la puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Y contesté: soy tú. / Y la puerta se abrió". Con el matrimonio los dos se hacen una sola carne. ¿Cómo es posible, si tienen dos individualidades distintas? Sólo estando uno en el otro puede ser posible, y estar en el otro es "ser el otro", ser uno para el otro, estar enamorado para siempre, con o sin sentimiento, aunque se padezca a veces, pero el amor es darse, entregarse, dar algo que ya no pertenece a uno, decir sí cada día, siempre.
Llucià Pou Sabaté

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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