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viernes, 23 de febrero de 2024

Muerte de los guardias civiles, narcotráfico y orfandad ética

 

Muerte de los guardias civiles, narcotráfico y orfandad ética

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La embestida de una narcolancha en el Puerto de Barbate (Cádiz) mató a dos agentes de la Guardia Civil que iban en una zodiac y dejó a otro gravemente herido

Los presuntos asesinos están detenidos, pero el tema deja muchas cuestiones abiertas: por qué se suprimió la unidad especial contra el narcotráfico que estaba bien equipada; por qué se mandó a esos agentes a la muerte sin más medios que una lancha pequeña para hacer frente a grandes lanchas semirrígidas; por qué no tienen permiso esos cuerpos de seguridad para disparar y protegerse; qué intereses tiene Marruecos en el narco; y qué intereses tiene Pedro Sánchez en Marruecos, que le llevó primero a vender el Sahara Occidental a ese país y luego suprimir ese cuerpo especial que tenía medios para afrontar a los narcos.

Aquí afrontaré solamente un aspecto ético que subyace detrás de esas preguntas. Cuando vimos en los videos el asalto a la zodiac de la Guardia Civil, se oían voces depravadas chillando, alentando esos instintos homicidas: «¡Mátalos!», «¡maricones!», «¡le ha dado!», «¡los cogió!»… y me pregunto: ¿Qué es lo que lleva a unas personas a desear la muerte de quienes están haciendo su trabajo en protección de todos? ¿Qué psicología lleva a esa aberración? Quizá son personas que tienen sensibilidad para otras cosas (atender a su familia, cuidar de una mascota…), pero se desfogan con la misma rabia que en el circo romano deseaban la muerte de un gladiador.

En algunos deportes, como el fútbol, vemos a veces esos escenarios de violencia en los que algunos ultras se desfogan contra el árbitro o el equipo rival, incluso las peleas contra los hinchas contrarios. ¿Tiene algo que ver esa violencia con la raza humana o con ciertos genes de macho alfa?

La falta de educación elimina el autocontrol

Esas preguntas me llevan a pensar que es la falta de educación la que elimina ese autocontrol. Pero no hablo de una cultura solamente de información, pues también los nazis escuchaban a Mozart y podían tener conocimientos. El oficial nazi Goeth de las SS, en la película La lista de Schlindler, se divierte en su caza matutina. A la hora del desayuno sale al balcón y mata con su rifle a presos del campo de concentración que pasan por la calle. Esa depravación va unida a la corrupción, fue acusado de ello y también afectó a su salud mental y fue internado en un centro psiquiátrico, de donde lo sacaron para juzgarlo los aliados y, condenado a muerte por sus crímenes, fue ahorcado cerca del campo de concentración que dirigía. En cierto modo, es cierta la frase de que el tiempo pone las cosas en su sitio…

La educación se refiere no tanto a conocer cosas, sino a una comprensión, a la bondad de corazón, ser buenas personas. Y ahí reside todo. La verdad, la auténtica libertad, el amor, son esas cosas importantes que se aprenden en la familia, la escuela, la sociedad, cuando esos valores se protegen. Precisamente es lo que falta en esos ambientes como la política, donde en lugar de verdad hay mentira, en lugar de libertad hay manipulación, en lugar de amor hay odio… y unos dirigentes maleducados, ¿cómo van a proteger esos valores en la educación que diseñan?

El principal motor de la historia no es la política o economía sino la cultura. Es lo que hace evolucionar la humanidad, la cual hace siglos que no se encuentra con un peligro tan serio como la actual falta de moral. Recientemente vi con unos amigos El señor de las moscas, una película basada en la novela premio Nobel del mismo título, donde un grupo de jóvenes náufragos viven un proceso de degeneración en una isla, frente a otros que se mantienen honestos, que creen en los valores; la conciencia resentida de los pervertidos, que forman una secta aparte cada vez más mayoritaria, va a la caza de los restantes (que son como una bofetada para su conciencia resentida). Pasada la frontera del crimen, nada importa ya…

Decía Susanna Tamaro en su novela Ánima mundi que, cuando la inteligencia humana no es humilde y niega la trascendencia, el hombre no es más que un mono que va por el mundo con las manos manchadas de sangre, en clara referencia a que, cuando el hombre se cree Dios y desobedece al Creador -relato del mito de Adán-, pierde el sentido de quién es su hermano y lo mata –relato de Caín que mata a Abel– ya en la primera generación, es decir, poco tiempo falta para que el abismo del mal llame a otro abismo.

Cuando leo que tenemos un ADN no muy diferente de los monos, pienso que muchos individuos son muy primitivos, poco evolucionados, no pueden considerarse personas sino centauros, no porque no tengan dignidad de personas, sino porque no tienen el nivel de consciencia espiritual necesario para ese autoconocimiento. Y por eso se comportan de un modo animal, con perdón para animales como los perros, que se comportan mucho mejor que esos energúmenos.

Esos primitivos quizá están dominados por su cerebro reptiliano, más instintivo, y les falta el cerebro empático que tiene un perro o cualquier otro animal con sentimientos, y mucho más les falta ese cerebro reflexivo que es importante para conocer, amar y ser libres auténticamente.

Nos hemos desposeído de una moral que afirme nuestra trascendencia

La orfandad ética es el gran problema del mundo de hoy. Nos hemos desposeído de una moral que afirme nuestra trascendencia. Así, los límites entre el bien y el mal se difuminan, la verdad sólo tiene contornos borrosos y entonces los monos comparten con nosotros la misma nebulosa biológica.

Pero siempre hay un resto que tiene como obligación ser testimonio de la verdad del ser humano, aunque sufra persecución a causa de la justicia como lo sufrieron Sócrates o Jesús de Nazaret; pero lo hace porque sabe que frente a los fundamentalismos nuevos o antiguos que propugnan una animalización del hombre, hay una verdad que consiste en la dignidad de la persona, que no es solo cuerpo sino que tiene un alma con sed de eternidades, que la persona tiene un componente espiritual no reducible a química, que la vida no se acaba con la muerte y, por tanto, las acciones tendrán su consecuencia y una justicia más allá de esta vida.

Decía Dostoievski que «sin Dios, todo me está permitido». Quien no acepta nuestra trascendencia se queda en el dominio sobre los demás, el placer o el dinero; pero es pobre quien solo puede aspirar a un poco de tiempo de placer, quizá de sadismo, pues es como una droga que siempre pide más, sabiendo que nunca podrá dormir tranquilo, pues, como la espada de Damocles, siempre puede ser atacado, por otros criminales quizá, y siempre por su conciencia.

En una época de pensamiento líquido, de postmodernismo y postcristianismo, ser coherentes con la propia conciencia es una prueba de dónde está la verdad

Poder dormir tranquilo es algo físico que nos conecta con esa intuición de vida eterna que nos permite vivir con tranquilidad la vida presente. En una época de pensamiento líquido, de posmodernismo y postcristianismo, ser coherentes con la propia conciencia es una prueba de dónde está la verdad, pues la paz es la prueba de estar en la verdad.

En el ámbito de los derechos humanos, por ejemplo, hemos de proclamar sin miedo la verdad: urge explicitar la dignidad de la persona sin miedo y desenmascarar el egoísmo que se esconde en las matanzas étnicas y genocidios (de Putin, de Netanyahu, y tantos otros que promueven las más de 40 guerras que actualmente están en curso), que se esconden en las industrias de armas que promueven esos conflictos a través de sus marionetas que son los políticos, que fomentan el narcotráfico y que vayan a afrontar la muerte con medios de risa unos agentes de la Guardia Civil, que con excusas de casos límite promuevan la muerte de los no nacidos…, y defender la vida humana en todas sus formas, como primera ley de una ecología sana.

Urge iluminar la cultura con los auténticos valores, del sentido de la verdad y del bien y construir -con la ayuda de todos- un clima de libertades que nos haga más felices. El hombre tiende a amar lo que es bueno, un sentido ético está en la base de su ser, ésta es la verdad del hombre y el camino para una verdadera libertad. La verdad moral es el ancla de la libertad, digan lo que digan los postmodernistas. De ahí la importancia que tiene la educación en los valores y en la trascendencia del hombre para toda la sociedad.

Sobre la guerra de Gaza y otros textos

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