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martes, 23 de abril de 2024

Hacia una política representativa y responsable: reformando la Constitución española

 

Hacia una política representativa y responsable: reformando la Constitución española



Uno de los problemas más acuciantes es la falta de representatividad individual. Los ciudadanos votan a partidos en lugar de a personas, lo que favorece a los partidos dominantes
Llucià Pou Sabaté
Martes, 23 de abril de 2024, 09:44 h (CET)

La política española ha sido moldeada por una Constitución que, si bien ha traído estabilidad y democracia, también ha generado críticas y desafíos. Una de las principales preocupaciones es el sistema de representación, que favorece a los partidos sobre los ciudadanos y dificulta la rendición de cuentas.


La Constitución fue redactada con el objetivo de evitar conflictos como la guerra civil y garantizar la estabilidad política. Sin embargo, esta estabilidad ha venido acompañada de un sistema de partidos que, en muchos casos, prioriza los intereses de la élite política sobre las necesidades reales de la ciudadanía.


Uno de los problemas más acuciantes es la falta de representatividad individual. Los ciudadanos votan a partidos en lugar de a personas, lo que favorece a los partidos dominantes y limita la capacidad de los ciudadanos para influir directamente en la política. Además, esta dinámica ha perpetuado una casta política que, en ocasiones, carece de la experiencia y el profesionalismo necesarios para abordar los desafíos del país.


La falta de transparencia en el financiamiento de los partidos políticos también ha contribuido a la corrupción endémica que aqueja al sistema. Sin una clara regulación y supervisión de los fondos partidarios, se abre la puerta a prácticas corruptas que socavan la confianza en las instituciones democráticas.


Además, temas cruciales como la inmigración y la escasez de agua no reciben la atención que merecen en la agenda política, ya que los partidos suelen centrarse en estrategias a corto plazo para asegurar su supervivencia electoral.


Ante estos desafíos, es necesario plantear una reforma constitucional que ponga al ciudadano en el centro del sistema político. Esto implicaría cambiar el sistema de representación para que los ciudadanos voten a los políticos de manera nominal, y establecer mecanismos efectivos de evaluación y sustitución de representantes que no cumplan con sus responsabilidades.


Una política más transparente, participativa y responsable es posible, pero requiere de la voluntad política y el compromiso de todas las partes interesadas. Es hora de que la Constitución refleje verdaderamente los valores democráticos y los intereses de todos los ciudadanos españoles.

domingo, 19 de noviembre de 2023

Una instancia por encima de los gobiernos


Sería un tribunal que se centre en atender a la dignidad de la persona.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



En las 40 guerras que hay actualmente en el mundo, y en tantos otros conflictos armados que ha habido anteriormente, vemos que están alimentados por la industria de armamento, y otros poderes económicos: así, si hay combustibles fósiles u otro bien primario apetecido, la atención es mayor que si no hay esos intereses como pasa en muchos países menos desarrollados. La falta de una instancia internacional de derecho, que promueva la justicia, hace que un capitalismo salvaje de tipo neocolonial, o bien un expansionismo sobre todo ruso o chino apoyen ciertas guerras, e incluso las creen. La misma ONU está manejada por esos poderes, basta ver como dejaron indefensos a Timor oriental, Rwanda en el genocidio entre hutus-tutsis, Sahara occidental, etc. 

De todo ello ha de surgir un sentimiento de que todos somos hermanos, de que no podemos construir más torres de Babel que nos dispersan (en tantos foros internacionales por ejemplo) sino un nivel mundial la dignidad de la persona, un nuevo orden internacional... 

Por desgracia, en las actuaciones políticas, vemos que no domina un parlamento sea nacional o internacional (ONU, Parlamento europeo…): domina el sistema, que es una mezcla de los políticos, los poderes económicos, la opinión pública…

Pienso que el principal motor de la historia no es la política o la economía, que son más variables al poco tiempo, sino algo más profundo, como son la sociedad, y sobre todo la cultura. Si hay un alto nivel de consciencia, evoluciona la humanidad. Si no, puede caerse en lo que explicaba la novela “El Señor de las moscas”, donde un grupo de jóvenes náufragos viven un proceso de degeneración en una isla, frente a otros que se mantienen honestos, que creen en los valores; la conciencia resentida de los pervertidos, que forman una secta aparte cada vez mayoritaria en los habitantes de la isla, va a la caza de los restantes (que son como una bofetada para su conciencia resentida). Pasada la frontera del crimen, nada importa ya...

Hemos visto como en cierto modo se cumple lo que Platón anunciaba en "La República": critica la democracia ateniense de su tiempo y aboga por un sistema político basado en la meritocracia. Veía una inestabilidad de la democracia pues podía degenerar en oligarquía (hoy lo vemos en el caso de Rusia), democracia desordenada (lo vemos en muchos países) y finalmente tiranía (lo tienen ya en Rusia, China, Venezuela y muchos otros países). Aristóteles siguió en la línea de su maestro, y decía que la democracia podía convertirse en oclocracia, o gobierno de la multitud sin restricciones, una "tiranía de la mayoría".


¿Cómo se desarrolla esta dicotomía egoica que machaca la dignidad de las personas? ¿Cómo se da la insensibilidad ante el hambre, la muerte en pateras, las pandemias que diezman la población de países enteros como pasó en África con el SIDA y pasa con otras muchas enfermedades? Decía Susanna Tamaro (“Donde el corazón te lleve”, “Ánima mundi”, etc.) que cuando la inteligencia humana no es humilde y niega la trascendencia, el hombre no es más que un mono que va por el mundo con las manos manchadas de sangre (clara referencia a que, cuando el hombre se cree dios y levanta el puño contra el cielo, pierde el sentido de quién es su hermano y lo mata (Caín mató a Abel), ya en la primera generación. Cuando se pierde la línea ascendente de depender de lo alto, desaparece la línea horizontal de querer a los demás como hermanos. 

¿Cómo puede usarse como escudos humanos niños y poblaciones enteras, en estas guerras donde los combatientes, terroristas, etc., se esconden en casas civiles, en hospitales? Son ideologías en las que no prima la persona sino una “idea” que puede ser la que propugna un tirano y que lleva a morir a poblaciones enteras (millones, en Ucrania por las hambrunas causadas por Stalin y otros muchos genocidios). Y  frente a los fundamentalismos nuevos o antiguos es necesario proclamar la dignidad de la persona, y su componente espiritual no reducible a química, que es la propia consciencia. 

De ahí la propuesta no de un “gobierno global”, que demasiado existen en manos de ciertos poderes financieros, sino un “derecho global”, una instancia jurídica. Desde que los humanistas promovieron el Derecho que ahora llamamos Internacional, y Kant propuso la Sociedad de Naciones en su Carta para la Paz, estamos buscando este equilibrio entre intereses, y sin duda hemos de ir a una instancia superior, la consciencia, que es compartida por todos en más o menos medida, y que puede ser fuente de ese equilibrio. No será algo definitivo, pues como ser histórico el hombre va adelante como a tientas y corrigiendo lo que va quedando obsoleto. También instancias religiosas proponen una instancia superior a los gobiernos sin que los controle, sino oriente, para que no haya esta lucha de poderes donde manda el más fuerte: “El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas” (Ratzinger, citando a Juan Pablo II, que entre otros lo han pedido).

Sería un tribunal que se centre en atender a la dignidad de la persona, sin intereses políticos, aunque pueda hacer recomendaciones que los Estados podrían seguir. Es decir, jueces con categoría por sus méritos, que tengan una voz propia a nivel internacional, que vaya consolidando su autoridad en la medida que se vaya aceptando por todos. Tarea compleja y desafiante, pero necesaria, en la que habría que ir definiendo primero los principios y objetivos del tribunal (protección de los derechos humanos, promoción de la dignidad humana y rendición de cuentas por violaciones a esos derechos), ir buscando un consenso internacional que vaya convergiendo en convenciones, independencia financiera (de manera equitativa por los Estados miembros), criterios claros para nombramiento de jueces (pericia legal y sabiduría contrastada por su compromiso con los derechos humanos, y aceptación de esa autoridad por la comunidad jurídica internacional), aspectos educativos conectados (fomento de la dignidad humana y papel del tribunal para esa promoción y protección de valores, en conexión con las cartas de derechos humanos, y búsqueda de una sustentación de esas cartas más allá del mero consenso de sus firmantes), mecanismos eficaces para implementación de las sentencias (las medidas económicas contra los infractores pueden ser algunas de ellas), y como siempre con una adaptabilidad continua a los cambios (sociales, del mundo, de las mentalidades, es decir de los diferentes contextos y contexto global).

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