Cortisol para desayunar: cuando la mente adicta al sufrimiento se engancha a la negatividad

 



Hay personas que se levantan cada día buscando desafíos, adrenalina, retos que activarían cualquier sistema de recompensa. Otras, sin embargo, viven atrapadas en una forma más insidiosa de activación: una búsqueda inconsciente de cortisol, de angustia conocida, de problemas por anticipar. Como si necesitaran una dosis diaria de preocupación, de fracaso o de dolor emocional para sentirse “en casa”.

No lo hacen por masoquismo ni por elección racional. Lo hacen porque su sistema emocional se ha habituado, durante años, a funcionar en estado de alerta, crítica o tristeza crónica. Y el cuerpo —como el adicto a la heroína— empieza a necesitar esa química, incluso cuando le destruye.

La adicción a la negatividad

En la depresión, esta dependencia se manifiesta como rumiación constante, búsqueda de fallos, autosabotaje o atracción por entornos y relaciones que confirman la idea de no valer. No es casual. El sistema límbico, acostumbrado a niveles altos de cortisol, activa inconscientemente los pensamientos que justifican ese malestar: “no sirvo”, “esto va a salir mal”, “no tengo arreglo”. La mente fabrica relatos coherentes con su química interna.

Este círculo vicioso ha sido bien documentado en estudios sobre depresión y neuroplasticidad: pensamientos negativos prolongados refuerzan rutas cerebrales asociadas al dolor emocional, igual que el consumo repetido de una droga fortalece la dependencia neurológica.

Cortisol: la droga invisible

El cortisol no solo es la hormona del estrés. En dosis altas y crónicas, es también un anestésico emocional: reduce el placer, limita la empatía, inhibe la creatividad. Pero tiene algo adictivo: proporciona foco, tensión, un falso sentido de urgencia. Hay personas que no soportan el silencio o el descanso porque su sistema necesita conflicto para “sentirse vivo”.

En este contexto, incluso las buenas noticias generan ansiedad: cuando todo va bien, el cuerpo “extraña” el sufrimiento. La calma se interpreta como amenaza. Es el síndrome del “esto es demasiado bueno para ser verdad”.

¿Cómo romper el circuito?

El primer paso es hacer consciente esta adicción emocional. Darse cuenta de que esa inclinación a la preocupación, al autosabotaje o al pesimismo no es sensatez, sino un hábito químico. A partir de ahí, pueden introducirse intervenciones:

  • Técnicas de reconexión con el placer y la seguridad (como las de David Burns o Martin Seligman).

  • Psicoterapia centrada en el cuerpo, que trabaja la regulación fisiológica del estrés.

  • Y sobre todo, un trabajo constante en reconstruir una narrativa de valor, que no se base en el sufrimiento como única identidad.

Porque no somos lo que nos duele, aunque nos hayamos acostumbrado a vivir allí.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La transformación digital en la empresa

Reflexión y Conexión para el Nuevo Año: Aprender a Disfrutar el Presente

La Torá, un tesoro; clase de hoy en Cisneros y online