¿Adicción al fracaso? La trampa de pensar siempre en lo que salió mal

 



Decía un amigo filósofo, tras contarme sus quejas con tono ácido:
“Ya me he desahogado. No quiero seguir, porque me configuraría negativamente.”

Esa frase me hizo pensar. Qué poco conscientes somos, a veces, de cómo nos programamos emocionalmente a través de lo que pensamos, repetimos o rumiamos. Como si hablar del desastre nos convirtiera en él. Como si hacer recuento de todo lo que va mal fuera la forma que tiene el cerebro de recordarnos quiénes “somos”. Pero, ¿y si lo que “somos” no es el problema, sino el guion en el que nos hemos quedado atascados?

Desdicha retroactiva: cuando el pasado se borra en negativo

¿Te pasa que no recuerdas tus logros con claridad, pero sí cada error, fallo o decepción? Esa es la desdicha retroactiva: un sesgo cognitivo en el que el recuerdo se reescribe desde el sufrimiento. Como si la tristeza fuera la tinta con la que reeditamos la historia de nuestra vida.

Este fenómeno es común en personas con tendencia depresiva o perfeccionista. No ven el todo, solo el roto. Y lo grave es que cuanto más se repite, más se refuerza: es como jugar con alguien que hace trampa, donde siempre pierdes, porque no estás jugando con la realidad, sino con una percepción sesgada, nublada, con las famosas “gafas oscuras” que impiden ver la luz.

El síndrome del impostor: creer que no eres lo que ya has demostrado ser

Es el arte de sentirse un fraude aunque tengas méritos reales. Y no es humildad, es distorsión. La mente pone el foco en lo que falta, no en lo que hay. Busca validación externa para tapar un vacío interno que no se llena con aplausos, sino con reconocimiento propio.

¿Adicción al fracaso? Quizá sí. Porque quien se convence de que es un desastre, empieza a comportarse como tal: busca pruebas de su torpeza, se irrita con facilidad, interpreta todo como amenaza, se repite que no sirve... Y así, en lo que se cree, se crea.

Cambiar la lógica: de la negatividad automática a la reprogramación consciente

Si tu mente se activa con un pensamiento como “soy un desastre”, ensaya otro ejercicio:
🔁 Por cada pensamiento negativo, escribe tres positivos.
No como autoengaño, sino como entrenamiento. Para reconfigurarte. Para reequilibrar el diálogo interior. No se trata de negar el malestar, sino de no entregarle el micrófono.

Porque la madurez emocional no es no quejarse nunca, sino saber cuándo parar. Saber que desahogarse es sano, pero recrearse es destructivo. Que una queja compartida puede ser un gesto de confianza, pero el bucle de autodesprecio es una celda autoimpuesta.

Y sobre todo, que podemos dejar de buscar el fondo del río, y empezar a emerger. Incluso si cuesta. Incluso si se hace a pulso.

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